Naturalmente la relación continuó con Cris, aprovechábamos las ausencias de Catherine o también cuando no recibía las visitas de su madre. Nesta fue madre soltera, pertenecía a una familia de clase acomodada y la echaron de casa por la deshonra que suponía el haberse quedado embarazada. En realidad, la echaron sin echarla, porque fue a vivir en casa de una tía abuela y allí pasó el embarazo mantenida por su abuelo aunque fuera a distancia. Era una mujer apasionada, llena de vida y un día se cruzó en su camino un artista extranjero que estaba de paso y con el que se trasladaron a Inglaterra, Cris entonces tenía tres años.
Según Cris, su madre nunca dio demasiada importancia a sus amantes. Le enseñó a distinguir amor de sexo, enamorarse de desear, querer de necesitar. Era verdad que a veces todo se mezclaba, pero le inculcó que era conveniente diferenciar unas cosas de las otras. Hacía cuatro años que ella había vuelto ejercía de profesora de inglés y durante parte de su tiempo libre de forma vocacional practicando ciertos gustos por puro placer y diversión, reconociendo que le hacían vivir en constante equilibrio y a la vez le satisfacía el placer mental que le proporcionaba el juego cuya base para ella era el poder disfrutar de forma sana y segura.
Cris era conocedora de mi afición al bricolaje y aprovechando de una salida de fin de semana con unos amigos me instó a solucionarle unos problemas eléctricos, en casa estaba solo su madre.
Nesta había salido un momento para comprar mientras yo terminaba, la esperé, a su llegada me ofreció un refresco, a punto de salir sonó el teléfono, era Cris que aparte de otras cosas preguntaba por mí.
– Me dice Cris que te trate bien.
Pasada ya la tarde y cuando me disponía a salir ella me detuvo con unas preguntas que me sorprendieron.
– Sé que tienes un rollo con mi hija -dijo con palabras muy afirmativas.
Me encogí de hombros con un poco cara de sorpresa intentando disimular la evidencia.
– No trates de negarlo porque lo sé todo, ella me lo ha dicho.
– Pues la verdad que si -no podía negar la evidencia ante tanta rotundidad.
– Sé que es mayor de edad y puede hacer lo que le dé la gana al igual que tú aunque eres mucho más joven que ella, espero que ambos pongáis ciertos remedios…
– Por su parte y más por la mía lo procuramos.
Esta conversación sucedía toda en el recibidor, pues yo ya estaba a punto de salir y la verdad no sé cómo me salieron las siguientes palabras.
– Supongo que tú ya no tendrás estos problemas.
– A que te refieres.
– Que al igual si follara contigo el riesgo de dejarte preñada por tu edad sería mínimo supongo…
– Stupid -entre otros insultos me soltó en inglés.
– Al igual incluso no te molestaría hacerlo.
Apenas unos segundos después su lenguaje corporal me hizo saber que iba a responder a mis palabras en forma física y así lo hizo levantando la mano derecha para soltarme un buen y seguro bofetón. A pesar de su agilidad, la diferencia de peso y estatura me permitió neutralizar el ataque con relativa facilidad y la sujeté contra mi cuerpo, con un brazo la rodeé por la cintura y con el otro neutralicé la mano que se alzaba, su enojo en la mirada a través del cristal de sus gafas intentaba asesinarme.
– ¡Eres un estúpido grosero! -dijo escupiendo con palabras amenazantes y tratando de escapar del cerco en que se habían convertido mis brazos.
Decidido a terminar con esa tontería antes de que pudiera causarle algún daño me disculpé y a pesar de lo maravilloso que me resultaba sentir sus tetas frotándose contra mi pecho no deseaba que las cosas pasaran a mayores así que procedí aflojar mi presión pero antes de soltarla acompañe su mano posándola sobre la bragueta abultada de mi pantalón.
No me pregunten por qué lo hice, porque ni yo mismo conozco la respuesta, pero en su enojo y en lugar del previsible rechazo me encontré con una respuesta imprevista pero tan apasionada que en unos instantes me sentí transportado a la cima de la excitación, no apartó la mano sino más bien presionó y cerró los ojos.
– ¿En qué me estoy metiendo? -dijo jadeando, con el pelo revuelto y las mejillas rojas.
En lugar de palabras le respondí con un golpe de caderas que incrustó el bulto de mi verga en la unión de sus muslos. Durante unas fracciones de segundos el tiempo pareció detenerse mientras ella acusaba el impacto.
– ¿Por qué me haces esto? -continuó entre confundida y atemorizada cuando la hice girar contra la pared para que yo a sus espaldas me apretase contra ella.
– Si quieres puedo marcharme.
– ¡No, no…! pero dime que pretendes hacer conmigo.
– Todo a lo que tú estés dispuesta.
– Depende a lo que te refieras… podría estar o no.
– Primero levanta bien los brazos, apóyate con las manos en el espejo de la pared, procura no moverte y separa las piernas -obedeció, en aquella postura su cuerpo quedaba arqueado.
– ¡Oh, por favor…! ¿Vas a cachearme? -dijo entre risitas.
– Pareces impaciente, tienes un cuerpo que seguro eres deseada, tu sensualidad es más que una mera provocación física.
– ¡Gracias… Si… pero…! -tembló, en aquel momento no supe si era por miedo o por excitación.
A través del espejo vi como cerraba los ojos y su lengua se deslizaba por entre los labios, echo la cabeza hacia atrás dejándome la oreja a la altura de mi boca, le pase la lengua bajándola hacia el cuello, unos casi inaudibles suspiros brotaron de sus labios, lo cual me dieron a entender que daba el beneplácito para seguir.
La verdad es que estaba en aquella postura muy provocadora. Llevaba unos zapatos con poco talón, medias color carne, una falda algo acampana negra que se ajustaba a sus caderas y una camisa floreada que le marcaba los pechos, no se le apreciaban exuberantes, pero sí generosos, cubriéndole los hombros y parte de la espalda una melena de un caoba claro, además al llevar gafas le daba un morbo añadido. Le di una palmadita en el trasero, un gesto de sorpresa acompañado de un gemido ¡aayy! hizo que se apartara un poco.
– No te muevas, ¿te han azotado alguna vez? -solté con cierta sorna.
– No seas idiota -respondió con indignación, pero manteniéndose en la posición de los brazos alzados.
Me apreté a ella mientras con un dedo le rozaba los labios y después le introducía dos en la boca, con una pierna le obligaba a separar más las suyas y rozándole el oído.
– Todo lo que tienes que hacer es decirlo.
Su voz vacilo cuando pregunto. -¿Decir qué?
– Decir, si amo quiero seguir.
– ¿Cómo eres?
– Si confías en mí, dilo.
– Sí amo, quiero seguir… -susurró con cierta excitación.
– No lo olvides -dije retirándole el pelo de la nuca para poder besarla allí.
Me arrodille tras de ella y no opuso resistencia cuando mis manos se posaron en sus tobillos y fueron subiendo por debajo de la falda acariciando sus piernas enfundadas en las medias, alcancé la parte interna de sus muslos, facilitado el paso al tenerlos ligueramente separados, llegue a la cintura y tirando de la goma de los pantis se los fui bajando hasta las rodillas, de nuevo subí con la palma de las manos rozando la tela de la bragas sobándole las nalgas, y por la parte delantera acariciarle suavemente el montículo del pubis que se apreciaba abundante y mullido, separé con los dedos la tela de entre los muslos y rocé la carne caliente de los labios de su coño, abrió las piernas hasta donde la dificultad de los pantis en las rodillas le dejaron, eran ya dos los dedos que lentamente se abrían paso entre la espesura de su pubis y se introducían en su coño, froté en su cueva que estaba más húmeda de lo que yo me podía imaginar. Movía las caderas lentamente y empezaba a gemir, giraba la muñeca con cada movimiento y con el pulgar le daba vueltas sobre su clítoris, cuando de golpe lo deje y me levanté.
– ¡Jooderr…! -soltó. Suspiro fuerte intentando que la excitación quizás no le hiciera perder los papeles tan pronto y mantener un poco la compostura.
– Vaya, veo que te gusta y disfrutas ¿no?, se te nota ansiosa.
– ¿Estás jugando conmigo, por favor? -jadeó ella, meciendo sus caderas.
– Ten paciencia -Cambié de posición y apoyando mi cuerpo al de ella, por detrás le desabroche la camisa, le acaricie los hombros con la punta de los dedos y por encima de la tela del sujetador hice los mismo con sus pechos, de golpe tiré y levantando la tela se asomaron dos pechos blancos, lechosos, cargados, con unos turgentes pezones. Intento girarse pero se lo impedí apretándola contra el espejo, se las cogí con las manos, juntándolas, amasándolas y puse entre dos dedos los pezones pellizcándolos dulcemente. Seguía detrás de ella y no le permitía que se moviera.
– Tienes unas tetas preciosas, podría morderte los pezones durante horas, pero antes quiero comprobar lo sumisa y obediente que eres.
Me separe un poco para desabrocharle la falda y hacerla caer a los pies, ante mis ojos prietas por la tela oscura de las bragas las nalgas, eran nalgas de caderas poderosas, sólidas y seguramente rebeldes pero que se vuelven obedientes y sumisas, maravilloso culo de mujer madura, se lo palpe al igual que los muslos, pase mis dedos por entre la cintura de la braga para acariciarle por delante el que ya suponía abundante pubis y cuando dos de mis dedos buscaron de nuevo la entrada de su coño haciendo presión hacia dentro, ella lanzó un nuevo “joooderrrr“ mientras gemía. Con sorprendente seguridad me pidió que siguiera y no parase. Estaba muy mojada.
– Mmm, estas caliente como un animal en celo, estás empapada. ¿Siempre eres tan hospitalaria y tan sumisa? -movía las caderas y separando el culo intentando apretarlo contra mí.
– Si, mi amo quiero seguir -contestó enérgicamente. Me aparte un poco de ella y le da unos cachetes en las nalgas.
Me sorprendió la energía de su respuesta dándome pie a su sumisión y sin mediar ni una palabra más, los dedos se hundieron por completo sin esfuerzo. Gemía, las embestidas de mi mano hacían que moviera todo su cuerpo, la tenía a mi disposición y a mi antojo, de golpe pare y saque los dedos completamente mojados.
– Mi amo, me iba correr, mmmmm… por favor, déjeme correrme.
– Que cara de zorra pones, todavía no te puedes. Si lo haces tendrás un castigo por desobedecerme -mientras le colocaba mis dedos en sus labios para que chupara sus propios jugos.
– Eres un cabronazo, me has puesto más caliente que una perra en celo.
– Seré un cabronazo pero como tú misma dices eres una perra y además sumisa, ¿de acuerdo? y tienes que obedecer -de nuevo le da unos sonoros cachetes en las nalgas.
– Sí, soy una perra sumisa y tengo que obedecerte.
– Ahora de cara al espejo te vas a terminar de desnudarte pero sin sacarte las bragas.
No puso reparos, terminó de sacarse la camisa, el sujetador, los zapatos y las medias, mientras yo también me desprendía del pantalón y del slip haciendo aparecer mi polla tiesa como un mástil.
– Mírate bien, tienes unas curvas de infarto que desprenden una sensualidad que seguro vuelve loco a cualquiera y ahora es a mí -la vi sonreír.
– Gracias por tus halagos. Pero en realidad no soy guapa y además con cierta edad…
– Me gustas como eres y tu madurez provoca una gran seducción.
– Es muy difícil encontrar a hombres tan atrevidos y descarados como tú, pero a la vez tan galantes.
– Gracias.
Nesta, tenía un cuerpo con curvas marcadas y poderosas, su altura quizás superior a la media de las mujeres le hacía verse una mujer físicamente grande, el color de su pelo contrastaba con el blanco total de su piel.
– Observa tus brazos, largos y bien formados, perfectos para abarcarme entre ellos -Deslicé las manos por sus brazos obligándola suavemente a alzarlos hacia atrás, haciendo que le rodearan la nuca, esto hizo que los pechos se impulsaran hacia fuera al arquear la columna.
– Tus pechos, perfectos para mis manos -Con las palmas abiertas uno en cada mano, los pezones surgiendo entre los dedos índice y corazón, junté los dedos pellizcándolos, originando que éstos se tensaran a la vez y que un estremecimiento recorrió su cuerpo hasta las ingles.
Con los dedos dibujé círculos en el ombligo, acariciando cada estría, bajando hasta el pubis por encima de la tela de la braga y hundí los dedos en la suave piel de su estómago. Recorrí con caricias las pantorrillas, la cara interior de las rodillas, los muslos a la vez que presionaba el pene endurecido contra ella. Cuando termine de acariciarla me incorporé hasta quedar de pie tras ella. Intentó girarse, pero mis manos se anclaron en su cintura impidiéndoselo. Se quedó quieta, expectante.
– Muchas gracias por tus alabanzas, ¿ahora qué?
– Déjame hacer a mí y obedece.
Apoyé una mano en su espalda y la insté a que se colocase en cuclillas. La ayude a que se sentara sobre sus talones y apoyada con la mano en el suelo, le pase el cinturón del pantalón colgando por su cuello y puesta de perfil al espejo para que pudiera verse. A través del cristal de las gafas sus ojos me miraban entre miedosos y expectantes.
– Ábrete bien de piernas, con una mano empieza a masturbarte por encima de las bragas -obedeció sin tener que repetírselo.
– Ahora me chuparas la polla hasta que brille -Mientras empezaba acariciarse con la mano entre sus muslos, le puse la polla en sus labios, primero lamió el prepucio, lo succionaba, tenía que sostenerla con mis manos en sus hombros, pues la postura la hacía tambalearse.
– Métetela hasta el fondo -con mi polla ya en su apogeo y la puntita en sus labios, me miró sin levantar cabeza. Cerró los ojos y se la metió poco a poco toda dentro, sacándola deprisa cuando aún no había llegado a su fin. Las muecas de su cara me mostraban que le habían entrado nauseas. Le cogí de los pelos retorciéndoselos para que no pudiera moverse, y como si me hubiera intuido, me agarró la mano que le sujetaba la cabeza intentando en vano soltarla. Intentó cerrar la boca con la punta aún dentro y me marcó los dientes en ella. Le tiré del pelo mientras le advertí sobre su acción.
– Ni se te ocurra de morderme o quieres un castigo.
Sus ojos me mostraban su angustia por las arcadas y sus manos intentaban separar sus cabellos de mi mano, relajó la boca y dejó de luchar para soltarse. Poco a poco fui empujándole la cabeza, sus movimientos para poder soltarse se fueron relajando y sus ojos abiertos me volvieron a mirar.
– ¿Ya te ha pasado? -mientras se la sacaba de la boca.
– Si, mi amo.
– ¿Confías en mí? -se había quedado sentada en el suelo. La ayude a levantarse y tirando del cinturón que le había puesto alrededor del cuello le dije que me siguiera.
– Sí, amo -apenas le salían las palabras.
– Me alivia saber que cuento con tu aprobación -contesté sarcásticamente, mientras entrabamos en el dormitorio de su hija. Abrí una puerta superior del armario, saque la bolsa y puse su contenido sobre la cama.
– ¿Sabías lo de esta bolsa y su contenido?
– Mmmmm… sospechaba, pero todo… lo que hay… -de pie desnuda solo con las bragas y con cara de sorpresa bajó la cabeza y soltó un suspiro corto.
– Aquí tienes el material con los que se sirve Cris para sus juegos, ¿tú no querrás ser menos que ella, verdad?
– Algo conocía pero viendo todo esto, quizás en ciertas cosas no creo estar a su altura, pero nunca se sabe a dónde una puede llegar.
– Nunca es tarde para saberlo, ¿no crees?
– Verdaderamente cierto… son misterios que cuando los pruebas le dan nuevos placeres a la vida.
La entereza de sus palabras me hizo pensar en unos segundos hasta donde podría llegar.
– Pues quizás nunca es tarde para conocer nuevos placeres te doy a elegir -Mientras le enseñaba un antifaz y una mordaza para la boca. Cogió el antifaz, se sacó las gafas y ella misma se lo colocó. Le ayude a tumbarse sobre la cama boca arriba, la coloqué con las piernas flexionadas y los brazos a los lados.
– ¿De verdad estás dispuesta y quieres conocer los gustos y caprichos de tu hija?
– Si, amo, estoy dispuesta además deseo conocerlos… -en sus palabras, más o menos controladas, se apreciaba que volvía a estar excitada y ansiosa.
Con unas muñequeras y unas tobilleras ambas con argollas se las uní con unos mosquetones y de esta pose quedaba semi inmóvil la espalda contra la cama, las piernas flexionadas y abiertas, le puse un collar y deje pasar un tiempo para darle incertidumbre. Había caído la noche, cerré las persianas y encendí unas velas dejando la habitación en penumbras.
Derramé sobre su vientre aceite de masajes y con mis manos recorrí todo su cuerpo desde el cuello hasta los pies, acariciando lentamente en círculos dejando tan solo la zona que cubría la tela de las bragas. Tres veces más repetí la operación, por último derramé aceite sobre la tela de las bragas y presioné levemente con la punta de los dedos sobre su coño. Pero solo lo justo para comprobar el grado de excitación y hacerla suspirar. Me incliné y la besé en el ombligo.
– No hace falta que pierdas el tiempo, estoy más que preparada -respondió moviendo sus caderas e invitándome a dejarme de rodeos.
– Depende de cómo se mire -Bajé de nuevo una mano y tocando sobre la tela- Sí, estás húmeda, eso es evidente.
– ¿Entonces?
– No es suficiente. Quiero que lo estés aún más. Que tus muslos se empapen, que tu cuerpo llegue al límite… que ya no puedas más -Su respiración se agitaba, su pecho pálido, suave, sus pezones eran como pequeñas bayas oscuras que se le erizaban por momentos, cogí unas pinzas y pasando la cadena que las unía por la argolla del collar tire de los pezones y se los pincé. Soltó un breve grito entre sorpresa y quizás también de dolor.
– No me gustaría tener que amordazarte, por lo tanto no quiero oírte -por el gesto de su cabeza entendí que estaba de acuerdo.
Tire de las bragas colocando la tela entre las nalgas y por entre una espesa masa de pelos sedosos que cubrían desde el pubis a la zona anal, incrustándosela entre unos labios vaginales, abultados, rojizos que abiertos parecían alas de una mariposa, se los acaricie con el pulgar, desprendían calor y humedad.
– Veo que estas más que húmeda, as tardado poco en volver a calentarte.
– Si, mi amo, lo estoy -dijo entre dientes.
Separe la tela y un dedo se lo hundí por completo sin esfuerzo, entre dos y con ellos la masturbe. No paraba de gemir. Las embestidas de mi mano la hacían agitarse y que se le movieran las pinzas. Por sus gemidos estaba a punto y paré.
– Me iba a correr, mmmmm por favor, eres un cabrán follame de verdad.
– No, acabamos de empezar y todavía no toca.
Para aliviar su placer tiré de las pinzas sin sacárselas, ella apretaba los dientes, inmóviles los brazos por las muñequeras, con los pechos pinzados, las piernas completamente abiertas exponiendo sus generosos muslos y sobresaliendo por entre la tela de la braga los labios vaginales y el abundante pubis, la máscara que cegaba su visión, aquella mezcla era la imagen de pura sumisión.
Espere un poco observándola y cuando su cuerpo empezó a calmarse, alcancé el vibrador en forma de bala. Bajé la cabeza hasta que mi cara estuvo encima de su entrepierna. Le separé de nuevo los muslos, a la vez que aspiraba su olor, deleitándome de él bajé la boca, deslizando la lengua por encima de la tela, degustando su sabor. Tomando el vibrador soplé sobre su carne expuesta, pude ver los músculos de su vientre contraerse, entonces encendí el botón en marcha lenta que empezó a emitir un suave zumbido, aparte la tela de la braga y presionando contra sus pliegues lo coloque de modo que sujeto por la tela presionara directamente su clítoris. Ella se resistía sacudiendo sus caderas.
Sacudió las manillas que le aprisionaban inútilmente, gemidos de placer fluían libremente de su boca. Su cuerpo se agitaba, se tensaba movía las piernas. Movía la cabeza y desordenaba su pelo. Pare el vibrador, me incorporé y acercándome a su oreja le murmuré.
– Te noto muy deseosa.
– No seas tan cabrón, vas a seguir jugando conmigo, por favor -mientras jadeaba moviendo sus caderas y las piernas.
– Por favor ¿qué?
– Por favor -volvió a repetir, lanzando un gemido y elevando aún más sus caderas
– ¿Por favor qué? sigo o paro, ¿qué?
– Sigue, por favor. Oh, por favor, sigue -Su voz se rompió cuando al mismo tiempo elevaba lentamente su cuerpo y de golpe lo dejaba caer sobre la cama.
– Esto va a ser bueno, veo que quieres seguir y no quieres ser menos que Cris ¿verdad?
– Sí, quiero seguir y no quiero ser menos que ella.
De nuevo conecte el vibrador y volvía a excitarse, al poco y de golpe se derrumbó hacia un lado cerrando como pudo las piernas. Su orgasmo duró. Tras el clímax, sensuales espasmos recorrieron su cuerpo, poco a poco se fue serenándose y juraría que incluso la escuché sollozar.
– Me he corrido y creo que me he meado un poco -dijo cuándo se calmó.
Efectivamente la tela de la braga estaba completamente mojada, la desaté y la ayude a levantarse, en la agitación le había saltado una de las pinzas que la volví a colocar, le sujeté las manos en la argolla del collar quedando en posición como de estar rezando. La acompañe al servicio, la senté en el bidet para asearla un poco y cuando puse la mano por entre las piernas para enjabonarla un líquido caliente me llenó la mano, estaba orinando. En su cara una sonrisa con expresión vengativa. No aparte la mano y empecé a frotarla chapoteando contra su coño, frote sus labios, tire de ellos y los pellizque entre los dedos. Se levantó de golpe.
– Eres un cerdo.
– Shisst, tranquila -Mientras los dedos mojados se los pasaba por sus labios.
Aquello tuvo la virtud de calmarla poco. Sospesé la posibilidad de soltarla ya, pero cuando respondió.
– Sigamos con el juego, pero, por favor… no te pases, me gustaría verte.
– De acuerdo.
Le saque la venda de los ojos, los tenía rojizos, corrido el rímel quizás habían desprendido alguna lagrima pero tenía las mejillas con un exquisito tono rojizo. De golpe se inclinó hacia mí, me besó tiernamente, decidí dejarla llevar la iniciativa. Fue un beso suave, dulce, diría que incluso casto. Yo, se lo devolví con lujuria. Llevé mis manos hasta su trasero y comencé a amasar y estrujar aquellas nalgas duras y firmes. Nuestras lenguas se retorcían unidas, se saboreaban. Mi polla estaba durísima y se apretaba contra su pubis, su coño y mi polla pegados el uno al otro. El beso duró hasta que ella se separó y me miró a los ojos.
Al abandonar mis labios empezó a besarme todo el rostro, mientras yo pugnaba por saborearla de nuevo. Comenzó entonces a besar y lamer una de mis orejas. Fue sorprendente el averiguar lo increíblemente excitante que puede ser que una mujer te haga esto. Giré un poco la cabeza, para que le fuera más fácil y ella lo aprovechó, mordiéndome y chupándome la oreja. Mientras lo hacía me susurraba:
– Ahora verás lo que te voy a hacer.
Se deslizó entonces hacia abajo, besándome el pecho, lamiéndolo. Descubrió mis pezones y se dedicó a estimularlos con la punta de la lengua, lo que me resultó muy placentero. Me chupaba por todas partes, haciéndome sentir la tremenda habilidad de su lengua, y yo allí quieto, sin responder a sus caricias. Siguió deslizándose hacia abajo y a medida que se aproximaba a mi entrepierna, más tenso y excitado me sentía yo. Se arrodilló. Yo miraba hacia abajo, contemplando sus maniobras. Sus pechos colgaban sobre mis rodillas, como frutas maduras, sus ojos fijos en mi erección, con un brillo de la lujuria reflejado en ellos. Poco a poco, aproximó su boca a mi entrepierna. Por fin, alcanzó su destino y apoyando la lengua en la base de mi miembro, lentamente, la lamió desde abajo hasta la punta. Siguió chupándola muy despacio, con su lengua, con sus labios, pero sin emplear nada más, pues sus manos seguían atadas. Yo estaba enfebrecido, deseaba que se la metiera ya en la boca, que dejara de torturarme, pero tenía otros planes. Siguió lamiendo y chupando, sin llegar a introducírsela en la boca. Poco a poco la fue levantando, poniéndola en vertical, usando para ello tan sólo su boca. Cuando la tuvo en posición, se la tragó entera, apretando con fuerza los labios mientras lo hacía, deslizando su boca por todo el tronco, ciñéndolo con su garganta, hasta que llegó hasta el fondo. Se mantuvo así unos segundos, haciéndome sentir el calor y la humedad de su boca alrededor de mi polla, que estaba a punto de estallar. Por fin empezó una mamada en toda regla, subiendo y bajando sobre mi cipote, chupando, mordiendo, lamiendo. Era increíble, aquella mujer era tan hábil con la lengua como cualquier otra persona lo sería con las manos.
– Parece que aguantas mucho. ¿Es que no te doy gusto?
– Eres absolutamente increíble -contesté- Me estás proporcionando el mayor de los placeres.
– ¿Entonces?
No podía aguantar mucho más, a pesar de querer prolongar la dulce agonía que suponía la lucha entre mi capacidad de contenerme y el abandono al instinto puro y duro. Las dos opciones resultaban atractivas, contenerse para alargar las agradables sensaciones o abandonarse por completo y disfrutar de un orgasmo irrepetible. Pero la contención iba perdiendo la batalla, ella iba dando munición con su lengua, sus labios, sus caricias…
– Joderrrr -fue la simple pero elocuente palabra que pude articular al notar la presión en los testículos antes de eyacular sin más demora. Ella levantó la vista y se relamió como una gata zalamera.
CONTINUARÁ…