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La habitación nº 13
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Tiempo de lectura: 7 minutos

El día había sido un poco más cálido de lo habitual para aquella época del año. La primavera comenzaba a asomarse en los jardines coloreados por la lluvia de semanas atrás.

Ilda se encontraba especialmente de buen humor, contagiada por la alegría que embargaba la calle. Desde primera hora de la mañana la idea de acudir a la propuesta de Óscar le rondaba la cabeza. Una cita a ciegas no sólo le resultaba atrayente si no excitante pero no podía evitar sentirse nerviosa. Nunca había estado en una situación semejante, sin embargo su convicción era firme. Acudiría y lo iba a hacer con el único propósito de experimentar algo nuevo, buscar el placer por medio de la excitación con alguien a quien ni tan si quiera conocía personalmente.

La oscuridad fue ganando terreno al día y todo estaba preparado. Ilda se colocó delante de su espejo y se sintió segura de sí misma. Llevaba puesto uno de sus conjuntos preferidos. Sujetador verde, perfecto para realzar sus pechos, braguitas a juego y unas medias grises nuevas que contorneaban sus largas piernas.

Últimos retoques, un carmín suave y vestido negro. Lista.

El lugar escogido era un no muy conocido hotel a tan sólo unos minutos andando. El sol ya se había ocultado y Ilda hizo tiempo esperando a un par de calles de distancia. Cinco minutos pasados de la hora se dirigió al hotel. El hecho de llegar tarde le hacía sentir que dominaba la situación. Óscar estaría ya esperándola, ansioso a buen seguro.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron descubrió en el espejo del interior el reflejo del recepcionista mirándola con un ápice de deseo enmascarado abruptamente bajo una falsa máscara de profesionalidad. Ilda se giró y sólo en el último instante antes de que las puertas se cerrasen le devolvió la mirada tras su poblado flequillo moreno.

Se sentía deseada.

La puerta de la habitación nº 13 se encontraba entre abierta. Golpeó su marco un par de veces o tres… sin respuesta. Entró en silencio y tras ella la puerta se cerró parsimoniosamente.

La atmósfera de aquella habitación era suave con un leve olor a sándalo aunque algo impersonal, típico de un hotel. La luz aterciopelada de la lámpara alumbraba vagamente la estancia. En una esquina un jarrón sin flor y en el medio de la estancia una cama con una nota: “Ponte la venda. Óscar”

Ilda sintió un cosquilleo justo debajo de su ombligo, casi donde empezaría su vello íntimo. Le encantaba ir depilada, su sexo rosáceo y carnoso semejaba más joven y apetitoso, incluso para ella.

Dejó caer el vestido sobre la alfombra color salmón luciendo su cuerpo únicamente con el conjunto verde y medias de angora. Arrastró una silla frente a la cama y tras tomar asiento colocó la venda en sus ojos sin comprimirla demasiado. Notó el terciopelo en la yema de sus dedos.

Un lugar desconocido, una situación desconocida y esperando, con los ojos tapados, a un desconocido. Sus piernas comenzaron a temblar incontrolablemente hasta que pudo mantener el ritmo de su respiración.

Comenzó a palpar sus suaves labios especialmente deseosos de entrar en movimiento.

Una puerta se abrió y cerró repentinamente al fondo de la habitación, justo en frente de ella haciendo que diese un respingo en la silla. Sea quien fuera el tal Óscar se encontraba frente a ella observándola. Se sintió violentamente insegura, pero al mismo tiempo morbosa. Extraordinariamente morbosa.

Su corazón se desató en una carrera por bombear la sangre de todo su cuerpo.

Tac… tac. Se oyeron dos lentos pero seguros pasos en su dirección, por su sonido debía de tratarse de un calzado duro. Unos zapatos o botas quizás.

-¿Deseas seguir mi juego, Ilda? –Le interrogó Óscar con firmeza.

Se encontraba ante un desconocido con las piernas entre abiertas y los ojos tapados. Su voz, grave y ligeramente engolada, era como se la había imaginado.

-A eso he venido – respondió ella- ¿Qué me propones, Óscar?

El hombre comenzó a pasear alrededor de su silla en círculos, observándola. Ella notaba su esencia masculina, desprendía un perfume muy suave con un notable olor a ámbar y coco.

Óscar acercó su nariz al cuello desnudo de Ilda, se complació por ver que la tenía dominada. Mientras escudriñaba su sujetador rebosante por sus turgentes y aterciopelados pechos se deshizo de su ropa dejándola caer al suelo.

Ilda pudo escuchar el sonido metálico de la hebilla de su cinturón. La tomó de la mano levantándola de la silla y dirigiéndola a la cama. La colocó arrodillada con sus manos sobre la planta de sus pies.

-¿Te fías de mí? –le preguntó él.

Pero justo antes de poder articular palabra sintió sus manos esposadas. Un tímido grito se alojó en su garganta sin llegar a emitir sonido alguno.

Muy lentamente se situó detrás de ella. Sus caricias eran como una tela rozando su cuerpo y la fina saliva que recorría sumamente despacio la parte trasera de sus orejas se trasladó fluyendo lentamente como lava hasta su espina dorsal. Le apartó la melena, agarrándola del cuello con sus dos manos sin dejar de ofrecerle su templada lengua en forma de pequeños lametones detrás de sus orejas.

Tanto se ciñó a ella desde su espalda que colocó su pene y testículos desnudos casi hirviendo sobre sus manos desnudas. La lengua dejó paso a los dientes y los pequeños lametones se transformaron en mordiscos a lo largo de su cuello, cual animal tanteando a su presa.

Ilda estaba realmente excitada, sentía sus dientes aprisionando su cuello y, en sus manos, su sexo duro y caliente. Comenzó a disfrutar de su textura y firmeza entre sus manos mientras intentaba masturbarle moviéndole la piel a lo largo de todo su tronco. Podía incluso sentir sus venas dilatadas por la excitación que el masaje de Ilda le provocaba con sus finas manos.

Óscar se movía buscándolas, como un león busca el placentero roce de un árbol sobre su lomo. Le acarició el sostén suavemente y levantándolo liberó sus pechos, los cuales comenzó a acariciar con especial suavidad. Ilda exhalaba aire por la boca y echando la cabeza hacia atrás buscaba la complicidad de su compañero.

El morbo y el tacto de un nuevo cuerpo desnudo siempre le resultaban excitantes. Óscar acariciaba sus pechos erguidos y punzantes. Ofreció sus dedos a la boca de Ilda y ésta los saboreó como una niña lo hace con un dulce, él comenzó a pellizcar sus pezones con los dedos totalmente empapados, haciéndolo varias veces más.

Sintió un leve dolor cuyo final no acertaba a distinguir del placer. No dejó de estimularla.

Óscar se colocó justo enfrente y se dispuso a recorrer sus pechos con su suave y húmeda lengua. Estaba caliente, esponjosa y rodeaba sus pezones magistralmente mientras sus manos contorneaban sus duros muslos.

-Ilda, podría perderme en tus pechos toda la noche –le dijo él con voz susurrante- quizás debiera dejarme llevar por la tentación que me supone tu cuerpo.

Le tapó la boca para que no pudiera responder aunque ella no tenía intención alguna de mediar palabra, ya era suficiente el placer que él le provocaba.

La boca de Óscar descendió por su vientre hasta alcanzar su ombligo con dirección a su palpitante sexo. Con sus dedos bordeó sus braguitas sin quitárselas, le frotó la vagina por encima de ellas en movimientos circulares con la palma de la mano.

Ilda se excitaba cada vez más, su respiración era más fuerte y acelerada. En ese instante Óscar colocó impetuosamente su boca encima de la zona que horas antes ocupaba su vello íntimo y con rapidez recorrió todo su cuerpo con la lengua pasando por su vientre hasta llegar a la garganta.

Era suficiente. Ilda no aguantaba más en esa posición y se sentó con las piernas estiradas rodeando a Óscar, momento en el cual él levantó desde sus caderas el cuerpo excitado de ella quitándole sus braguitas verdes, ya ligeramente húmedas.

Le retiró las esposas y la empujó repentinamente yaciendo todo su cuerpo estirado sobre las sábanas de franela. Óscar le abrió las piernas acercando el sexo de Ilda hacia una posición más cómoda a merced de sus lascivas intenciones. Dejó resbalar un fino hilo de saliva sobre su rosado e hinchado clítoris paseando la yema de los dedos sobre él notando su firmeza y excitación. Ilda recorrió afanosamente sus labios con la lengua en cuanto notó el contacto de sus firmes y grandes manos sobre su sexo. Óscar estaba disfrutando recorriendo sus labios mayores. Accedió a introducirle los dedos con tesón en su vagina, se percibió su sexo chorreante. Ilda se mordió los labios mientras una sucesión de gemidos pretendían abrirse paso.

-Shhhhh –masculló suavemente Óscar mientras accedía a unir un tercer dedo a los movimientos que surgían de la húmeda vagina de Ilda.

Ella se desahogó y sintió un pequeño orgasmo.

La habitación olía ahora a una mundana mezcla de ambientador y pegajoso flujo vaginal. Óscar le tomó las manos y las esposó de nuevo, esta vez al cabecero de la cama.

Le agarró sus caderas, acercó su lengua para deleitar su sexo chorreante. Su lengua rodó por sus labios carnosos, escudriñando con suma dedicación su sexo tembloroso hasta llegar al clítoris caliente el cual sujetó con brío para saborearlo y succionarlo.

Ilda sintió nuevamente un orgasmo, esta vez más intenso.

Se posicionó para penetrarla, estaba perfectamente dilatada. Lo hizo con sigilo. Su polla firme se abría paso entre las paredes estriadas de su vagina como un cuchillo caliente funde la mantequilla partiéndola en dos.

Al comienzo suave, momentos después con más brío. Óscar se excitó, se le oyó jadear ligeramente.

Los movimientos se sucedían en una vorágine circular contra las paredes de su vagina en la cual podía sentir la cascada de embestidas que su pene le propinaba. Óscar colocó los pies de ella sobre sus hombros apoyando sus manos en las caderas de Ilda. Ahora la penetración era más intensa.

Sólo se escuchaba el sonido de las piernas de Óscar golpeando las suyas y la parte más baja de su trasero en un ligero y acompasado chapoteo. La saliva de él se fundió con el flujo de ella y sus gemidos tornaron en una canción placentera que ambos sabían perfectamente interpretar.

Las penetraciones, antes calculadas, se sucedían en imprevisibles y anárquicos movimientos. Los cambios de ritmo desaparecieron hasta alcanzar la velocidad de un caballo y yegua desbocados. Ilda jadeaba insistentemente en una serie de pequeños orgasmos cuyo flujo envolvía el sexo de su compañero. No podía evitar retorcer sus piernas y los dedos de los pies ante el placer que le embargaba.

En el clímax máximo de placer Ilda se desahogó sobre el pene de él obteniendo como respuesta instantánea, abundante y casi violenta la eyaculación de Óscar dentro de ella. Ilda podía sentir el semen hirviendo de Óscar recorriendo su interior y una descarga de adrenalina desde la punta de sus pies retorcidos hasta la nuca electrizaban todo su cuerpo.

Tuvieron que pasar unos segundos más hasta que los pequeños espasmos de placer que nacían en sus vientres cesaron paulatinamente.

Óscar retiró su sexo chorreante y blanquecino. Ilda no se lo pensó ni un segundo y, a pesar de la flaccidez momentánea comenzó a practicarle sexo oral. Sacaba e introducía profusamente su pene de la boca, el cual volvió a tomar consistencia y a elevarse pasado sólo unos pocos minutos. Ilda recorría casi desesperadamente el pene de su compañero con la lengua, desde los testículos hasta el hinchado y rojizo glande. Óscar volvió a sentir la indomable necesidad de desahogarse a lo cual Ilda accedió casi sumisamente a que lo hiciese sobre sus voluptuosos y perlados pechos por el sudor.

La corrida esta vez menos abundante resbalaba por sus aureolas rosáceas. Él exhaló liberadamente con los ojos en blanco.

-Así me gusta, que seas dócil –le hizo saber él con expresión de satisfacción.

Óscar le sujetó la cabeza y le introdujo todo su escroto dentro de su boca, sin llegar a cerrarla quedando así unos minutos. Ella no sabía si en ese momento él sentía todavía placer. Al terminar le golpeó levemente con su miembro en la boca.

-No sé si me gustas tú o sólo tu cuerpo –expresó satisfecho, mientras la liberaba de las esposas y se vestía.

-Déjame verte –respondió ella- ¿Siempre eres dominante?

El silencio se adueñó de la habitación como la contestación de una pregunta retórica en una conversación intrascendental.

-Contigo… quizás.

En ese momento Óscar le agarró suavemente la mandíbula y la besó firmemente.

Para cuando se había deshecho de la cinta de sus ojos su compañero la había dejado únicamente acompañada por un pesado olor a sudor y el número 13 que colgaba de la puerta de la habitación.

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