Mediados de diciembre, sauna Charriots en Waterloo, Londres. La madrugada del sábado era cuando más concurridos se encontraban los mudos y expectantes recovecos del conocidísimo local gay de la zona uno. Habiendo hecho un primer recorrido de reconocimiento al local y analizado y contabilizado; cueles eran mis posibilidades reales de satisfacer a un alpha negro, reserve una cabina por tres horas. Me acerqué al bar y me pedí un refresco; lo único aceptado en esa franja horaria de la madrugada.
Surgida de la nada en el extremo opuesto de la barra, una proporcionanada y oscura silueta que voluptuosamente se dibujó firme; jugaba al escondite frente a mis ojos. Definiendo en cortos espacios de tiempo unas redondeces; que se adivinaron fuertes y duras o aparecieron tornasoladas y brillantes. Su rostro contrariamente me resultó muy difuso; solo el blanco de unos ojos medianos a veces se cruzó con los míos y en esa fracción de segundos; yo les quise hacer llegar mi deseado interés en despertar el suyo.
El efecto de mis mensajes provocó al joven; y olvidándose del animado grupo al que momentáneamente pertenecía se me acercó. Un corto intercambio de saludos y de nombres, sirvió de inicio a una lluvia de chispas que tomó el control de nuestros ojos. Los míos llevan segundos resbalados por esa oscura piel negra; hasta mantenerme visualmente descarado manipulando ese pequeño espacio entre sus piernas. Un triángulo de blancos, negros y grises; que la sugerente toalla de una forma hipnótica me descubría o me prohibía. Resultaba un arduo trabajo recuperar el control porque esa lasciva geometría me mantenía enganchado; dando alas a un deseo que se volvió impertinentemente impaciente.
Un sutil movimiento subrayó el poder, embrionario aún, al que yo anhelaba ser sometido. Una acompasada visión que me fue encendiendo poco a poco; a fuego lento, engrasándome la boca y dilatándome por dentro; contagiándome con una fértil sensación que me iba sometiendo. Mi recién estrenado compañero parecía complacido y en seguida tomo el control. Abriendo y cerrando sus piernas de manera mucho más evidente, permitió ir sugiriéndome cual podía ser el tamaño de su negro poder.
Terminado el refresco mis labios se secaron; y en varias ocasiones no pude reprimir la necesidad de hidratarlos. La aprobación de mi gesto fue orgánicamente señalada; por los primeros latidos secuestrados bajo la fina lycra de lo que parecía era un minúsculo bañador. Apuró su refresco. Y transcurridos unos segundos construyendo silenciosas palabras en el dialogo insonoro que nos iba conectando, me tomo del brazo y empezamos un recorrido donde nos fuimos besando en cada rincón oscuro del local, que de repente me pareció de infinitas proporciones. Besos de lenguas húmedamente desbocadas, acompañaron a unas manos buscadoras de duros y prietos tesoros que delegaron el placer del descubrir, en unos avilés dedos de largos apéndices muy resueltos en compartir, el mutuo encuentro de tibios rincones escondidos en esas dos pieles de color tan diferente y deseos tan iguales. La sorpresa que iluminó sus ojos al detectarme castrado entro en el mundo de los vivos; dibujando una bonita e intrigante sonrisa en marcada por unos labios carnosamente seductores que de nuevo besaron los míos; que a veces mordieron los suyos.
Cerró la puerta de la cabina ahogando así los comentarios del exterior y sentó a mi lado. Una de mis imantadas manos se pegó a esa pétrea y atrayente silueta de apariencia plástica. El calor que desprendía y sus acolchados y rabiosos latidos encerrados en la palma de mi mano; encendían mechas de futuros estallidos a un placer inacabado, que parecía agradar a los ojos enfrentados a los míos. Entonces habló de nuevo muy cerca de mi oreja derecha:
—Voy a follarme duro a este culo de vicio que tanto reclama; pero solo cuando lo suplique el azul de tus ojos. Y ahora entre los dos alcancemos esa jugosa suplica.
Los besos se entrelazaron de nuevo y con ellos llego la primera orden. Me acerqué la pequeña botella a las fosas nasales e inspiré dos largos tiros. Libres mis manos de la botella se deshicieron en caricias. Caminos de tacto y piel que confluían siempre en el voluminoso palpito negro, prisionero en esa fina y suave cárcel lycrada. Una u otra o las dos manos a la par; almacenaron los sexuales latidos súbitamente pronunciados y poderosamente autoritarios que me exhibió el muchacho, sin ningún tipo de pudor. Con un par de tiros más descendí hasta el suelo en silenciosa obediencia; y me quedé de rodillas entre sus duros muslos. Mis labios se entreabrieron como buscando aire y quedaron pegados sobre la lycra blanca; que abrigaba esa más que morcillona polla, cuyas crecientes y bombeantes dimensiones hacían rebosar partes de su brillante y oscura anatomía; que la fina tela del bañador del chico era incapaz de contener.
Estas fueron de fácil acceso por los labios y la lengua de un servidor; que se deshidrataban en el caluroso deseo por complacer. Y este me templó y me fue preparando; lubricándome la boca al sembrar esa fértil y creciente necesidad por el cuerpo. Caprichosamente concentrada en mi cada vez más receptivo esfínter, que muy lentamente; había empezado a destilar ese mismo deseo primigenio constructor de húmedos latidos que asomaron a la vida de mi agujero; para deconstruirse en delicado lagrimeo por sus labios. El placer de sentirlos hincharse, me conecto directamente con la punzante y castradora realidad que interpelaba insistente entre mis muslos; y eso me excito. La presión constante que me amordazaba el sexo sensibilizó y aumentó el tamaño de mis rasurados huevos, transformándose en húmedo y rabioso bombeo entre mis piernas flexionadas. Y eso me trasformó.
Dos nuevas y largas inspiraciones arquearon la espalda levantando mi trasero. Este parecía querer compartir el tibio deseo que se escapaba a bocanadas de mi lubricado agujero; con ese imberbe pollón negro que me tenía completamente sometido. El chico me estremeció lascivamente con las yemas de sus dedos al acariciar mi viscosa mucosa; y de nuevo descendí entre calidoscópicos vapores para quedar suplicantemente postrado con mi culo bien alzado.
La sensación de viscoso calor y el sonido; los percibí al mismo tiempo y segundos después, el castrado y placentero tormento de sus táctiles caricias. Las paredes de mi encendido esfínter se engrasaron con los múltiples deseos; que las yemas de esos jóvenes dedos supieron esbozar en mi diluida mente. La vertiginosa y placentera sensación agarró mis manos a esos dos tobillos negros que flanqueaban mi cabeza. Esa buscada seguridad me relajo de nuevo y aún más; la mente finalmente esclavizo al cuerpo y el cuerpo. Quiso ser objeto.