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Las hermanastras (Parte I)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Las vecinas y vecinos del pueblo las llamaban beatas, mojigatas, santurronas, meapilas, remilgadas, puritanas… El cura, un viejo de casi noventa años, decía que eran dos santas viudas.

Alpidia tenía 38 años, era alta, delgada y vestía de luto de la cabeza a los pies. Llevaba el pelo negro recogido en un moño y era seria hasta para reír. Tenía un hijo de 20 años, Esteban, que no tenía nada de recatado ni era temeroso de Dios.

Jerónima, que era hermanastra de Alpidia, tenía 39 años, vestía de luto de los pies a la cabeza. Era de estatura mediana, morena, de pelo negro y corto y tenía un hijo de 19 años, Pedro, que como su primo Esteban, hablarle de Dios era insultar a su inteligencia.

El día de Nochebuena, Alpidia y Jerónima llegaron de la misa del gallo a casa de la segunda. Su hijo ya se había marchado. Le dijo Alpidia a Jerónima:

-Por no estar sola en mi casa ya dormía aquí.

-Puedes dormir en la cama de mi hijo. Hasta mañana no vuelve. Ahora vamos a comer unas pasas y algo de turrón.

Se fueron a la cocina a darse un pequeño capricho, cosa que no se acostumbraban a dar. Al llegar a la cocina se encontraron con dos muchachas de poco más de 20 años, rubias, de ojos azules, altas y preciosas. Tenían dos escopetas recortadas en las manos. No eran del pueblo. Era obvio que entraran en la casa a robar.

Las hermanastras se persignaron al verlas. La más alta de las ladronas, les dijo:

-Eso no os va a servir de nada si no nos dais todo en dinero que haya en casa.

Jerónima se apresuró a decir:

-Tengo 300 euros en mi habitación.

-Venga, vamos todas a buscarlos, y darnos también las joyas.

-En esta casa no hay joyas. Somos pobres.

Llegaron a la habitación. Jerónima cogió el dinero en el armario y se lo dio a la más alta. La rubia más baja tenía ganas de fiesta, besó en los labios a la más alta, y le dijo:

-¿Las obligamos?

-Puede ser divertido ver que hay debajo de tanta ropa.

La rubia más alta, apuntando a las hermanastras con la recortada, les dijo:

-¡Desnudaos si no queréis quedar sin cabeza!

Las hermanastras se desnudaron. La rubia más baja, al verlas, exclamó:

-¡¡Hostias!! ¡Qué buenas están las lechosas!

Las hermanastras estaban buenísimas. Su piel era blanca como la leche, lo que hacía que destacasen las grandes matas de pelo negro que rodeaban sus coños y el pelo de sus axilas. Sus tremendas tetas las coronaban unos grandes pezones en medio de unas enormes areolas marrones. Lo dicho, estaban buenísimas.

La ladrona más alta, le dijo a Alpidia:

-Besa a tu amiga.

-Es mi hermana.

-Mejor, más morbo te dará, bésala.

Alpidia le dio un pico en los labios a su hermanastra.

La ladrona más baja, le dijo a la ladrona más alta:

-Enséñale como se besa, Dori.

Dori, que era lesbiana como la otra ladrona, le dio un beso a Alpidia que le dejó el coño latiendo.

Cuando Alpidia besó a Jerónima, reproduciendo el beso que le había dado Dori, ya eran dos los coños que latían.

La ladrona más baja que ya estaba excitada, sin dejar de apuntar con la escopeta recortada, le ordenó a Alpidia:

-¡Ahora cómele las tetas y el coño a tu hermana!

Alpidia le pasó la lengua por las tetas a Jerónima.

-Así, no. Mira como se hace.

La ladrona más baja le subió la blusa y el jersey a Dori y le chupó, mamó, lamió y magreó las tetas. Después se puso en cuclillas, le bajó los jeans y las bragas y le comió el coño, coño que tenía completamente depilado. En cuclillas, les dijo:

-Venga. Queremos ver como os calentáis.

-Di que sí, Martu.

A Alpidia no le quedó más remedio que comerle las tetas bien comidas a Jerónima, y después comerle el coño como estaba haciendo Martu con Dori. Al rato, a Alpidia le latía el coño una cosa mala al sentir como su hermanastra se humedecía, más, más y más. Jerónima hacía esfuerzos para no gemir. La hostia es que se iba a correr y acabaría por hacerlo, La salvó la campana, al decirle Dori:

-Ahora besa tú a tu hermana. Cómele las tetas y después cómele el coño.

Jerónima besó con lengua a Alpidia. Su hermanastra le devolvía los besos. Se encendió aún más de lo que estaba y le comió las tetas bien comidas y después comenzó a comer el coño, a comerlo con ganas.

Dori, no aguantó más. Gimiendo y con un temblor de piernas que casi no la dejaba tenerse en pie, se corrió en la boca fe Martu.

Al acabar de correrse, le dijo Dori a Martu:

-Será mejor que nos vayamos. Ya tentamos demasiado a la suerte.

Al rato, Dori y Martu, las ladronas, se fueron. Las hermanastras se volvieron a persignar. Se vistieron. Avergonzada, le dijo Alpidia a Jerónima:

-Me voy para la habitación de tu hijo.

Esa noche no rezaron. A la media hora, Jerónima, fue a la habitación donde estaba Alpidia, y le dijo:

-Tengo frío, Alpidia.

-Métete en cama y acércate a mí.

Jerónima se metió en cama. Se acercó a Alpidia por la espalda y se acurrucó junto a ella. Le pasó un dedo por la asa de la enagua, y le preguntó:

-¿Siempre duermes en enagua?

-Hace años que no dormía en enagua. Te esperaba. Quiero volver a verte desnuda.

-Y yo a ti.

Alpidia se dio la vuelta y se besaron.

-¿Quieres que empiece yo, Jerónima?

-¿Y si nos las comemos juntas?

Entre besos, se desudaron. Se destaparon. Ya no había frío. Se pusieron de lado y comenzaron a comerse los coños. Alpidia llevaba tres años sin correrse, Jerónima, dos. (El tiempo que llevaban viudas) Las lenguas comieron los coños con hambre atrasada. No aguantaron más de cinco minutos. Cuando Alpidia iba a correrse, le dijo a Jerónima:

-¡Ay qué rico, ay qué rico! ¡¡Ay qué me viene, ay qué me viene…!!

Jerónima, explotó:

-¡¡¡Me corro!!!

Estaban retorciéndose de gusto y bebiendo una de la otra, cuando entraron Esteban y Pedro en la casa.

-¡¿Esa que dijo que se corría no es tu madre, Pedro?!

-¡¿Y la que le venía no es la tuya, Esteban?!

Continuará.

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