Siempre la había deseado. Aunque era mi cuñada, sus curvas turbaban mis sentidos cada vez que la tenía cerca de mí. Nunca le dije nada, simplemente la miraba y disfrutaba sus formas, sin que ella se diera cuenta. Un día llegó a mi pequeño negocio con un lindo gatito blanco, el cual sin pensarlo se introdujo a la tienda.
Ella por supuesto que lo siguió sin reparar en que yo estaba solo en ese momento. Como no había clientes, la seguí, primero con la vista, y luego en persona. No podía apartar de mí esas hermosas y bien torneadas nalgas morbosamente entalladas en una pequeña falda de mezclilla blanca. El noble animal se había ocultado justo detrás del inodoro del baño, sobre el cual, perfectamente inclinada sobre su cintura, mi cuñada luchaba afanosamente por sacarlo, pero el gato se resistía.
Parado justo detrás de ella, y a pocos centímetros de su trasero, mi verga casi explotaba dentro del pantalón, pero no me atrevía a rozarla en sus nalgas. nervioso le propuse ayuda, a lo cual asistió, pero le indique que no cabríamos en ese pequeño espacio, por lo cual ella se hizo a un lado casi arrodillada quedando justo a la altura de mi notoriamente erecta verga.
La vi mirándome de reojo e inflar sus fosas nasales en pleno estado emocional y hacer un gran esfuerzo por contenerse, prefiriendo continuar con la tarea de salvar a su gato. Nuevamente quedó mi verga cerca de sus lindas y deseables nalgas. Sin medir las consecuencias, y tras mirar que no había nadie en el mostrador del negocio, extraje de mi pantalón aquel falo que goteante casi reventaba al ser liberado de su prisión.
Con las dos manos tome delicadamente sus caderas, y como quien busca ayudar, acaricié morbosamente sus formas. Ella volteó un poco, pero hizo como que ignoraba la maniobra. Continuando con mi excitante tarea poco a poco subí esa forzada falda por la posición en que estaba y coloqué mi gruesa y larga verga entre sus piernas.
Quiso resistirse lanzando un pequeño grito de protesta, pero con un rápido movimiento baje de golpe sus pantaletas y coloqué justo en su vagina mi babeante y lujuriosa extremidad. Reaccionó levantándose un poco, pero esa maniobra solo sirvió! para que de repente sintiera como era penetrada en seco por mi tremendo miembro eréctil.
Un grito de dolor se fue apagando mientras modosamente decía “no, por favor, eso no está bien. mira que somos cuñados y… ahhh, ahhh, ahhh…”, totalmente extasiado inicié la más salvaje penetración sucesiva de que tenga memoria, metiendo y sacando mi verga de su vulva, hasta que terminó por entregarse y se reclinó, para que apoyada sobre el depósito de agua, me la cogiera completamente.
Un torrente de leche caliente inundó su interior y la hizo lanzar el más largo y sensual gemido de placer que jamás haya escuchado. Para ese momento el gato ni la clientela me importaban. No quería que aquel momento se terminara sin antes poseerla nuevamente. El gato maullaba, y la gente en el mostrador llamaba incesante.
Pronto se marcharon. Ella seguía en esa posición final del orgasmo, y yo, con mi verga escurriente, pero aún deseosa de otra batalla. Pronto alcanzó nuevamente su erección total. Mi cuñada, que era víctima del remordimiento, no se percató de la nueva embestida, hasta que sintió como mi verga entraba por su culo y era ensartada casi sin lubricante.
Sus ahogados gritos me excitaban todavía más, así que la levanté como su fuera el juego del balero, y colocando sus piernas en soporte con las mías, la subía y la dejaba caer sobre mi verga una y otra vez haciendo que sus nalgas chocaran deliciosamente contra mis testículos. Cuando ella, totalmente sometida respondió a mis deseos, pude al fin acariciar sus pequeños senos y disfrutar de su aroma al besar y lamer su nuca, sus oídos, su cuello.
No tardo mucho cuando nuevamente la sentí estremecer con los orgasmos que repetidamente había alcanzado, así que ni tardado ni perezoso descargué mi torrente de semen en su delicioso culo. Mi cuñada, totalmente turbada por tan brutal y arrebata cogida, ya no sabía ni qué onda. Pronto la tuve entre mis brazos, besándonos sin reparo, acariciándonos sin reservas.
Lentamente recorrí palmo a palmo cada centímetro de su piel, y nuevamente logré erigir mi hombría. Tomándola por los hombros despacio la fui bajando hasta tener su boca frente a mi turgente verga. Casi a fuerzas se la introduje hasta la garganta y se la sacaba al ritmo de mis deseos. Por momentos veía como sus ojos casi se desorbitaban cuando mi verga le llegaba hasta la laringe, pero yo continuaba metiendo y sacándosela totalmente poseído por tantos años de deseo malsano por ella.
Cuando nuevamente alcance mi orgasmo número tres, ella casi se ahoga por tal cantidad de semen vertido en su boca. Éste le escurría por las comisuras de los labios, y viendo que no reaccionaba, tome papel higiénico para limpiarla antes de que se mancharan sus ropas. Después de esos 45 minutos de extremo placer para mí, la vestí, le arreglé el pelo, le di su gato y la encaminé hasta la puerta trasera de salida.
La vi irse como idiotizada pues caminaba como perdida. Nunca volteó hacia mí. Solo la observé alejarse. Esperaba que en pocos minutos llegaran mis cuñados y concuños a romperme la madre o mi esposa a solicitar el divorcio, aunque después de eso poco me importaba, pero eso no sucedió. Nunca he vuelto a estar a solas con ella, ni sé si quisiera repetir la aventura.
Sin embargo, de una cosa estoy seguro, nunca podrá olvidar (ni yo tampoco) la demencial cogida que un día le puse en aquel baño del negocio familiar.