Al cabo de poco tiempo, la mitad de su falo ya no era visible desde fuera y su garganta empezaba a mostrar la típica protuberancia de quien lo ha logrado. Al ir a empujar su nuca un poco más, le produjo una serie de espasmos que rápidamente desembocaron en una potente arcada que rezumó por toda la estancia. Un mar de babas entonces bañó el pene de Juan Ignacio. Algo que no sólo le enterneció hasta el corazón; también le causó bastante gracia.
-Jejeje. Pequeña. ¿Me has bautizado el pene o qué? Eres una zorrita babosa. Conmigo tienes que tragar. Inténtalo la próxima vez. ¿Eh?
Se lo terminó diciendo serio, aún que hubiese comenzado la frase con un tono cordial.
Ella asentía mientras intentaba contestarle, pero no podía llevarlo a cabo; no podía articular ninguna palabra que fuera legible. Intento que volvió a hacerle mucha gracia, pues verla querer comunicarse con media polla dentro era muy adorable.
Juan Ignacio volvió a hablarle, adquiriendo esta vez una actitud más tirante y ruda que la anterior. La miró sin pestañear y le dijo, con un tono directo, que iba a metérsela entera. Que sabía que era capaz de tragársela toda, y que aunque fuese poco a poco, no iba a salir de allí hasta ver como su barbilla hacía contacto con sus huevos.
Cumpliendo lo prometido, de manera paulatina, pero sin darle demasiados respiros, continuó hundiendo su miembro en su cavidad, ignorando tanto las arcadas como sus vanos intentos de retirar un poco la cabeza y echarse para atrás.
No existía la posibilidad de recular. Era algo que iba asimilando y que pesaba sobre ella, sobre todo cada vez que lograba relajar un poco la garganta, lo que permitía descubrir un nuevo hueco que no tardaba en ser adueñado por el glande de aquel señor.
Procuraba tragar saliva, pero tal cosa solo conseguía intensificar aún más sus arcadas.
A esas alturas, no le faltaba mucho para terminar de metérsela por completo, algo en lo que colaboraba lo estándar de su longitud. Su anchura por otro lado no concedía lo mismo, pues era lo que, sin duda, más le dificultaba la tarea. Y no era por falta de ganas, ya que si no fuera por la incomodidad que aquellos espasmos involuntarios le ocasionaban, podría haberla ingerido del todo mucho tiempo antes.
Al principio de la mamada, que el glande de aquel hombre hubiese invadido su cavidad, le había puesto verdaderamente cachonda. Le gustaba jugar con él y sentirlo palpitar dentro de ella. Empezaba a mimetizarse y a sentirse a gusto con ese personaje por el que Juan Ignacio presionaba tanto para que se pareciera. El de una auténtica puta.
Solía verse a sí misma desde el exterior como si fuese una espectadora más, sentada en la butaca de una grada, que en su imaginación parecía estar localizada en alguna parte del salón.
Lo interiorizaba mentalmente y se imaginaba de esa forma, desnuda ante un señor, con su polla metida en la boca y totalmente a expensas de sus caprichos y voluntades.
Con la dignidad tirada por algún rincón, como también lo estaban sus bragas y su vestido, se dispuso a realizar un último esfuerzo. Para ello, primero tomó aire por la nariz, y mientras procuraba no pensar en nada que no fuese su imagen admirada desde el aire o en conseguir evitar el vómito, se puso finalmente a ello.
Juntó con fuerza sus manos, que aún seguían dócilmente adheridas a su espalda, y tras ello, bajó del todo la cabeza hasta cubrir el tramo final de polla que le quedaba por meterse en el interior de la garganta.
Al fin su barbilla descansó sobre los huevos de Juan Ignacio, siendo acogida tanto por ellos como por todos los pelos que los cubrían y que ahora acariciaban su mentón en señal de bienvenida. También fue recibida por un fuerte olor a sudor que desprendía su barriga, en la que ahora su nariz había quedado enterrada, muy cerca del ombligo de aquel señor.
El orgullo que en ese momento invadió a Juan Ignacio fue indescriptible. Presenciar como el lugar que normalmente solía ocupar su pene acogía ahora la cabeza de un ángel, le provocó unos temblores incontrolables en la zona de su escroto, hasta tal punto, que se vio obligado a ladear su cabeza y ponerse a pensar rápido en otras cosas para evitar correrse antes de tiempo.
Cuando consiguió hallar un poco de calma, volvió a dirigir su mirada hacia Lara, que muy obediente seguía donde la había dejado. Tenía la boca dilatada casi hasta el extremo, y sus labios parecían haberse fusionado con el tronco de la polla que albergaba en su interior. Estaban tan apretados que parecían una goma de pelo enrollada a una superficie extremadamente ancha.
La boca de Lara no era excesivamente pequeña, más bien era normal. Pero la anchura del pene de Juan Ignacio rebasaba cualquier media sin ningún problema. Parecía ideado para dilatar orificios, y visto lo visto, cumplía con lo prometido, teniendo en cuenta el estado en que se encontraba la boca de aquella chica y lo que estaba sufriendo por seguir manteniendo dentro su voluminoso miembro.
La mantuvo así durante unos diez minutos aproximadamente. Antes no fue capaz de reunir la suficiente voluntad para moverla de ese sitio. Era tan adorable presenciarla de esa manera, tan irreal, que le daba miedo mover algo de la escena por miedo a que, por alguna razón, surgiese un error de continuidad.
Por supuesto, en ningún momento dejó de interpelarla verbalmente de las formas más ofensivas e hirientes posibles. Identificaciones como ”su pequeña” o ”zorrita”, habían caducado hacía rato, siendo reconvertidas en otras más vejatorias del tipo ”Puta o putita” o ”Mi Cerda” o cualquier otro adjetivo del estilo que se le pudiese ocurrir en ese instante.
Y no era para menos, pues no era tonto y se había percatado de cómo ella interiorizaba aquellos apelativos. Cuando la llamaba puta, su mirada se iluminaba; incluso tragaba con más efusividad cuando se lo repetía con insistencia. Para él estaba claro que aquella chica tenía muchas capas, y que en lo absoluto iba a conformarse solo con haber deshojado las pocas que llevaba. Iba a llegar con ella hasta el final, hasta arrebatarle esa parte exterior que todos conocían y descubrir lo que realmente se escondía por debajo.
Antes de sacársela, le escupió varias veces. Primero lo llevó a cabo de forma dispersa, al estilo de un aspersor, guardándose así el contenido más espeso para el final.
Acumuló una buena cantidad de saliva bajo la lengua, y mientras mantenía fija la mirada en sus retinas, la fue dejando caer lentamente sobre su cara, terminando estampada entre la nariz y el pómulo izquierdo.
-Ummm. ¡Puta! ¿Has visto como yo también sé babear? En cuanto te saque la polla de la boca te voy a escupir dentro. Seguro que te gusta. ¿A qué sí, putita? ¿Vas a tragar lo que yo te diga? -Dijo Juan Ignacio, completamente superado por la situación y al borde mismo de un ataque de nervios.
Estaba extremadamente excitado. Ya no podía aguantar así mucho más, por lo que corrió a sacarle la polla de la boca de una vez por todas, que emergió de su interior cubierta de arriba abajo por las babas de Lara.
Antes de inclinarse más hacia ella, le cogió de una de sus mejillas mientras plantaba la mano que le quedaba libre a corta distancia del otro lado de su cara, y nada más hacerlo, procedió a suministrarle varios bofetones, que provocaron de nuevo el desprendimiento de alguna lágrima y algún moqueo.
Inmediatamente, se abalanzó sobre ella sin apartarse mucho del sofá, al mismo tiempo que sus manos se encaminaban a sus caderas para sujetarla y atraerla hacia él. La levantó con rapidez, y a la vez que regresaba a espachurrar su culo en el asiento, le hacía una seña para que ella misma se acomodara encima suyo.
Obedeció al instante, sentándose sobre su polla y apoyando sus manos en su peludo pecho, manos que no durarían mucho más allí.
Se agarró la polla empapada por sus babas, y ayudándose de la otra mano, la levantó del culete lo necesario para conseguir situar su capullo en la posición de entrada a la vagina.
Terminó instintivamente amarrando su culo con ambas manos, para seguidamente, comenzar a aplicar presión con su cadera y a moverla rítmicamente de abajo a arriba, hasta que por fin sintió como su pene se iba introduciendo poco a poco en el interior de Lara.
Después de las primeras embestidas, el coño se acopló perfectamente a su contorno. Pudo apreciar cómo al principio le produjo ciertas molestias, pero en cuanto se terminó de lubricar, y gracias a la gruesa capa de babas que ataviaba, la pudo penetrar sin apenas preliminares.
Primero la hizo botar ayudándose de sus manos, que aparte de para estrujar bien su culo, también servían para sostener todo el peso de su cuerpo. Solo se detendría una vez más y sería para arrebatarle los brazos con los que ella comenzaba a querer abrazarle, colocándoselos de nuevo en la espalda donde permanecerían escondidos hasta el final.
Gozó todo lo que pudo de ese cuerpecito. Tenerlo encima de él, encajado entre su barriga y sus piernas, brincándole sobre la polla y con sus manos en la retaguardia, le resultaba una escena de ensueño, así como de ese género de porno duro que tanto consumía en la intimidad.
De vez en cuando la agarraba de los pechos, al tiempo que se aferraba a su preferido, el izquierdo, y volvía a besar una vez más aquel lunar que tanto le gustaba, mientras ella seguía cabalgando sobre él, manteniendo el ritmo que le había marcado.
Tener los brazos detrás ocasionaba que sus pechos se elevaran y sobresaliesen más de lo habitual. Lo que las recolocaba en una posición perfecta tanto para estrujarlas como para contemplarse. Algo que Juan Ignacio hacía todo el tiempo, a excepción de las veces que su mirada chocaba con los ojos de Lara, sobre todo después de propinarle algún que otro bofetón. Momento en que solía pronunciarse sobre su cuerpo, expresando lo mucho que le volvía loco, lo bonitas que tenía las tetas, las ganas que tenía de comerle el culo, y sobre todo, le seguía repitiendo una y otra vez lo maravilloso que le resultaba aquel lunar.
Mencionándoselo tan a menudo y con tanta verdad, que incluso a ella parecía disgustarle menos y mostrar una cara diferente cada vez que se refería a él.
Los movimientos que componían las caderas de Lara, resultaban tan cautivadores que parecían haber sido coreografiados de antemano. Podían resultar familiares si eras conocedor del baile regional polinesio o si habías presenciado alguna vez un espectáculo de danza árabe. Para ojos de Juan Ignacio, era simplemente una chica de su edad, contoneándose como pensaba que también harían el resto de las jóvenes, cuando estas se ponían a bailar en cualquiera de las discotecas de ahora…
De pronto, el ritmo de su contoneo se tornó más agitado, dejando de ser constante como hasta ese instante lo había sido. Sus ojos se cerraron con rapidez, a la vez que su boca evocaba un sonido que en poco o nada se asemejaba al dolor o al sufrimiento.
Lo que captaron los oídos de Juan Ignacio, no era otra cosa que el principio del orgasmo que acababa de invadir a su pequeña, y que aquel episodio de sacudidas incontrolables, revelaba sin que ninguna clase de complejo la coartara en absoluto.
Gemidos que se dilataban tanto en el tiempo como en el corto espacio que los separaba. Verla gozar de esa manera le produjo un efecto contagio, permitiendo que toda esa avalancha de emociones, que venía acumulándose en su cuerpo desde que tenía uso de razón se desmadrara sin remedio y de forma súbita.
Su polla empezó a convulsionar y a temblar de una forma como nunca antes lo había hecho. Inmediatamente, Juan Ignacio llevó sus manos de vuelta al culo de Lara, el cual fue agarrado con nervio y obligado a moverse de nuevo según las pautas que a él le interesaban.
Lo terminó de hacer sin que le diese tiempo a mucho más, ya que de inmediato inició su propio orgasmo a la par del de Lara, solapándose ambos en un estallido de sensaciones.
Su miembro palpitaba como un martillo neumático en el interior de un coño que notaba como le abrazaba, y por el que campaba a sus anchas sin ningún tipo de miramiento.
En cuanto sus gritos se fusionaron en una única melodía, estrujó el trasero de su pequeña con toda la fuerza de la que aún disponía, y derramó su semen lo más profundamente que el tamaño de su vagina le permitió, terminando con su pequeña apoyada sobre su pecho igual de exhausta de lo que lo estaba él.
Durante unos minutos permanecieron así, sin decirse nada, manifestando su presencia a través de la respiración y de sus cuerpos unidos todavía por sus genitales.
La cabeza de Lara se acurrucaba justo bajo su barbilla, donde su cabello rubio se entretejía con los finos pelos de la barba. Mientras recuperaba el aliento, acariciaba cariñosamente el vello de su pecho, así como la barriga de aquel hombre, sobre la que tendía desnuda tanto su cuerpo como su propia mente.
Permanecieron así, en esa posición, durante más de media hora. Luego de haberse recuperado del todo, emplearon ese tiempo para relacionarse de una manera muy distinta a como lo habían estado haciendo durante esas últimas horas. Acariciándose, palpándose los defectos el uno al otro, encontrando espacios para besarse y huecos para contarse sus secretos.
Afloraron sus antiguos yoes y enfundaron los actuales, fingiendo que poco a poco volvían a ser los que habían sido, aquellas dos personas que, una eternidad antes, se habían conocido en un chat, quedado después por Inst. y viéndose a escondidas una tarde. Una experiencia que los terminaría marcando a ambos con más fuerza de la que cualquiera de esos rayos, descargados por la tormenta que aún perduraba, tendría de poderlos alcanzar.