Marta dejó de mirar el monitor de su portátil, respiró hondo, metió la tripa, apretó el culete y se levantó de la silla.
Le tocaba presentar y estaba nerviosa.
Durante un instante temió que el calor que sentía se transformase en abundante sudor y apareciesen manchas en su blusa blanca. Por fortuna llevaba falda, y el aire de la sala de reuniones dónde se encontraba, sin censura, se colaba bajo la prenda acariciando sus partes íntimas y proporcionándola frescor.
En la sala, aparte de su jefe y un compañero, estaban los clientes, Clara, que tendría cinco años más que ella, y por tanto rozaría los cuarenta y Jorge, que no pasaba de los veintiocho.
Jorge era un “gilipollas” según Marta. El típico tocapelotas que pregunta para “pillar” y tiene el “don” de necesitar cosas urgentes en los momentos en que ella estaba hasta arriba de trabajo. Le odiaba. Le odiaba con un odio que no podía concretar puesto que era el cliente. Y no un cliente cualquiera, sino el segundo en importancia. Así que tanto en la anterior reunión, en la que se habían conocido, como en esta, Marta dedicaba al joven la mejor de sus sonrisas, esforzándose al máximo para parecer natural. Bueno… para ser sinceros, en esta ocasión la sonrisa de Marta fue genuina. No tanto por un cambio de opinión, como por un cambio de situación.
En esta ocasión la empleada necesitaba suplicar clemencia.
El tener que concentrarse y exponer el tema fue un alivio efímero. Fue cruzar la mirada con Jorge y notar un nudo en el estómago. Por fortuna su breve intervención había acabado y no hubo preguntas. Durante los siguientes minutos su mente volvió al incidente que tuvo lugar poco antes de la hora de comer.
Había compartido con una compañera de curro su indignación con el cliente mientras leía el correo y luego, movida por la estupidez, había improvisado una redacción en la que, en tono vengativo, hablaba de Jorge. El personaje del escrito, ella misma, se erigía como una dominatrix que disfrutaba sádicamente azotando el trasero de aquel joven inmaduro (el cliente). La historia no quedaba ahí, y seguía describiendo como humillaba al chaval que, figurada y literalmente acababa besándola el culo en el relato.
Cuando se percató de lo que estaba escribiendo se sobresaltó, miró con miedo a derecha e izquierda y suspiró aliviada cuando comprobó que todos se habían ido a comer. No lo había pasado tan mal desde aquella vez en la oficina, hace un par de años, en la que se le había escapado un pedo justo antes de que su jefe llegara. De hecho creía que el hombre “se había hecho el loco” ya que al menos, aunque no hubiese oído el ruido, por narices había tenido que olerlo.
Marta continuó recordando lo que ocurrió después. La llamada, el correo, las prisas y sobre todo los malditos adjuntos. De alguna manera había enviado el fichero con el relato prohibido al cliente, al mismísimo Jorge. Luego llegó el intento de recuperar lo irrecuperable, de estrujarse el cerebro pensando en algo que borrara lo que no se podía borrar. Incluso, y esto la sorprendió, pasada la zozobra inicial, pasada la sensación de “lo hecho hecho está y nada se puede hacer”, pasado todo lo que se puede pasar, notó un ramalazo de excitación.
De repente estaba en manos de aquel joven y, aunque las consecuencias de ser delatada la aterrorizaban, imaginó que compraba el silencio de aquel tipo vendiendo su cuerpo. Y ese pensamiento pecaminoso y lascivo la persiguió durante las horas previas a la reunión.
-Marta, me oyes.
La voz de su jefe la sacó de sus pensamientos.
-Sí. -respondió la aludida intentando volver a la realidad lo antes posible. Ahora no era el momento de perder el control.
-Marta, Jorge me ha comentado que…
-¿El qué? -interrumpió la empleada dándose cuenta casi enseguida de su inapropiada reacción.
-Perdona Jorge, no sé qué le pasa hoy. -continuó su jefe dirigiéndose al cliente.
Jorge miró a Marta y sonrió mientras la mujer tragaba saliva y sus mejillas se ruborizaban ligeramente.
-Lo que te iba a decir Marta, Jorge me ha comentado que teníais pendiente ver un informe.
Eso era mentira en ningún momento habían hablado de un informe. No obstante la empleada captó el mensaje subliminal. De momento nada parecía haber sido revelado y eso significaba que Jorge quería hablar con ella… en privado.
-No hace falta que se queden, yo ya me arreglo será un minuto.
Respondió Jorge confirmando las sospechas de Marta.
Minutos después empleada y cliente estaban a solas en una oficina vacía a medio iluminar.
Marta tragó saliva y cerró y abrió los puños tratando de encontrar calma.
“Habla, di algo cabrón.” Pensó.
Aquel silencio la estaba volviendo loca.
-He leído tu dedicatoria y veo que me tienes ganas. Eso de azotarme en el culo… no sé… tengo que pensármelo… ahora lo de besarte las nalgas puede que hasta me apetezca.
Las mejillas de Marta enrojecieron violentamente con la insinuación.
Jorge sonrió disfrutando cada segundo de todo aquello. Y pasados unos segundos continuó.
-Solo que ahora, según parece, yo tengo la sartén por el mango… no me gusta abusar pero, viendo que a ti esto te gusta, quizás podamos hacer algo.
-El… el qué. -respondió Marta incapaz de disimular su mezcla de nervios y excitación.
Luego miró a Jorge y se fijó en el bulto a la altura de sus pantalones. Aquel tipo estaba calentándose.
-Podemos empezar con algo humillante… ven aquí. Por cierto, no creo que tenga que mencionar esto pero el correo con su adjunto están a buen recaudo y sería una pena que saliesen a la luz…
-¿Me estás chantajeando? -espetó la mujer con voz ronca.
Jorge se limitó a sonreír mientras desabrochaba el cinturón de sus pantalones y hacía lo propio con el botón. La prenda cayó hasta la altura de las rodillas dejando a la vista muslos jóvenes y con vello.
“El bulto bajo los calzoncillos no pasaría desapercibido ni para un topo.” Pensó Marta.
-De rodillas. -ordenó sin titubear su nuevo dueño.
Marta, como hipnotizada, sin apartar la vista del paquete, obedeció.
Luego, siguiendo instrucciones, tiró de los “gayumbos” dejando a la vista un pene joven, de gran tamaño, a media erección.
-Mírame y comienza a chupar.
La empleada tocó la punta del pene con la punta de su lengua y levantó los ojos mirando la cara del joven. Después, sujetando el falo con su mano derecha, le dio tres lametones y lo introdujo en su boca.
Jorge gimió y sus piernas temblaron al tiempo que contraía los glúteos.
La felación dio paso a una chupada de huevos.
Un rato después, el cliente se vio sorprendido por su propia eyaculación. Parte del semen salió disparado y cayó en la mejilla de la mujer madura.
-Levántate y prepárate para ser castigada.
Jorge apoyó la mano en la cara de Marta pringándose con su propio semen.
Enfadado, la dio una sonora bofetada.
-Eres una guarra, tienes que limpiarte.
Un nuevo tortazo, esta vez de revés, en la otra mejilla.
-Por favor… -dijo la victima
-Vamos, demuéstrame que quieres colaborar, quítate la camisa. El sujetador también.
El hombre sobó y pellizcó los pechos desnudos de Marta durante un buen rato. Luego, quitándose calzoncillos y pantalones del todo para evitar enredarse, quedó solo en camisa y calcetines.
-A cuatro patas, gatea hasta aquí, eso es. Bajo mis piernas.
La empleada obedeció pasando bajo las piernas de Jorge. Este se agachó y sacó el cinturón de los pantalones que yacían en el suelo, “pinzó” el tronco de la muchacha con las piernas y agachándose le levantó la falda y le bajó las bragas exponiendo su culete.
Dobló el cinturón cogiéndolo con su mano derecha.
-¿Lista?
Marta susurró un “sí” y recibió el primer latigazo.
Con cada nuevo azote sus nalgas cogían color y calor.
A mitad de castigo aquello empezaba a escocer en serio.
Al terminar, por su rostro caía una lágrima.
Jorge la abrazó y luego, mientras le acariciaba el culo, metió el dedo corazón en la vagina y comenzó a hurgar, moviéndolo a gran velocidad.
Marta arqueó la espalda, se llevó la mano al sexo por delante y tras varias convulsiones, temblando, alcanzó el orgasmo.
Más tarde él la besó en la boca y ella respondió al beso con pasión.
-Creo que es suficiente. -dijo Jorge.
Marta le miró y sin pensarlo le hizo una petición.
-fóllame
Y sin esperar respuesta abrió el cajón de un compañero, sacó un preservativo y rasgando el sobre, ayudó a ponérselo a su amo.
Sensualmente, tras darle un nuevo beso en la boca metiendo toda la lengua, se dio la vuelta y se arrodilló sobre una de las sillas de oficina sacando trasero.
Jorge se acercó, separó las nalgas de la mujer y la penetró empujando con decisión.
Marta gritó mientras el pene la inundaba de placer.
Una hora después de quedarse a solas, ya vestidos y aseados, cliente y empleada salieron de la oficina.
Él tomó un taxi, satisfecho con la acción disciplinaria.
Ella se dirigió a casa a pie.
Al doblar la esquina se frotó las nalgas.
Escocían.
Pero ese escozor no se quedaba ahí.
Y de nuevo comenzó a sentir el cosquilleo en sus partes.
La noche tenía un olor especial.
Pensó en su casa, a la que llegaría en unos minutos. La ducha bajo el agua caliente y, por supuesto, un ratito de auto placer antes de dormir.