Los personajes de este relato tienen las siguientes edades:
Manuel (19 años), Mariana (44 años), Carla (21 años) y Paula (18 años).
En la cocina, Mariana escuchó a su hijo bajando las escaleras. Supuso que a esas alturas ya tendría una idea de cómo iba a controlarlo. Normalmente se daba cuenta cuando él se masturbaba en su habitación, pero esa mañana no fue así. Pensó que seguro tendría una erección matutina. Cuando entró, no pudo mirarlo a los ojos, no después de lo que había sucedido la noche anterior. Solo hubo una mirada furtiva e incómoda entre ambos, por lo que se dio la vuelta y empezó a lavar los platos en el fregadero.
Al escuchar que su hijo se detuvo, tuvo el presentimiento de que la estaba mirando fijamente. Hizo una pausa y lentamente empujó el culo hacia él. En ese momento se le ocurrió que lo mejor sería “seducirlo” antes de decirle cómo iba a funcionar el acuerdo. Escuchó cómo sus pasos se acercaban. Y vaya sorpresa se llevó cuando sintió sus manos tomándola de la cintura, con una erección presionando contra su culo.
—Ahora te estás sobrepasando.
Manuel le pidió por favor que lo dejara seguir. En ese momento no pensaba discutir en absoluto. No después de que su madre se le insinuara de esa manera y, menos aún, por la peculiar calza que llevaba puesta.
—Manuel, ambos sabemos lo que pretendes.
Aunque le hablaba con firmeza, ella no daba indicios de reducir el contacto de su culo con el bulto de su hijo, el cual ya se encontraba palpitando.
Era la primera vez que Manuel estaba así por su madre y la última noche en el baño había encendido su deseo a un nivel completamente nuevo.
Empezó a molestarla un poco e insinuarle que había dejado la puerta del baño abierta a propósito. Ella lo negó, esbozando una sonrisa y moviendo el culo sobre su erección.
—Te he dicho que íbamos a hacer esto bajo mis términos. No más de eso, ¿de acuerdo, cariño?
Manuel presionó un poco más contra su culo. Continuó molestándola con lo de la noche anterior, insistiéndole que ella sabía que estaba allí y que quería que él la observase mientras se masturbaba.
—Como lo hago ahora.
Manuel volvió a empujar con más fuerza dentro de la raja del culo de su madre, sonriendo y gruñendo.
La paciencia de Mariana ante las embestidas le hizo considerar a su hijo que toda esta situación no solo se trataba de solucionar su “problema”, sino que además le estaba gustando sentirse deseada.
Manuel le preguntó si podía bajarse el bóxer ya que le estaban resultando muy incómodo por la fricción constante de su pene. Mariana hizo una pausa y luego asintió, dejando así que su hijo disfrutara directamente del suave material de la calza.
—Mierda… mamá. Esto es lo mejor. Me encanta usar tu culo.
Manuel le propinó una nalgada.
—Pues úsalo como quieras, Manuel. Solo mi culo. El de nadie más.
Manuel colocó una mano sobre su hombro, la otra en su cintura y continuó friccionando su pene arriba y abajo repetidas veces, todo a lo largo de la raja del culo de su madre.
—¡Vamos, desahógate conmigo!
Manuel la inclinó sobre la mesada y aceleró las embestidas, esta vez frotando con más fuerza y velocidad hasta que en un último movimiento ascendente, salieron expulsados tres chorros de semen. Dos de ellos con tanta fuerza que cayeron sobre el cabello y la espalda de su madre. Un último, más rezagado, lo hizo sobre la banda elástica de la calza. Manuel tardó un momento en recuperar el aliento. Ella solo se reía por dentro.
—Eso fue increíble, ¡eres increíble!
Manuel le preguntó si podía hacerlo otra vez. Ella se rió y le contestó que, por supuesto, que esa era la idea, y que mientras estuvieran solos, él podía usarla y ver si así solucionaba su problema.
Aún con una sonrisa en el rostro, Mariana miró a su hijo de arriba abajo, luego pasó la mano por su espalda y sacudió la cabeza al notar la mancha de semen que yacía en su camiseta. Manuel se disculpó y ella lo despeinó con un movimiento de su mano.
—No te preocupes, cariño. La próxima vez lo haces en mi culo, ¿si?
Le pidió que le diera un beso y desayunaron juntos.
Ese día Manuel usó su culo tres veces más.
Luego de terminar una de las dos siguientes ocasiones, Mariana le hizo saber a su hijo que se había puesto esa calza esperando que lo ayudara a ponérsela dura. Y, cómo no, si estaba tan pegada a su figura que la tela se perdía entre medio de sus nalgas, como si fuera una segunda piel. Además, al contrastar con la tenue luz del sol que entraba por las ventanas, el brillo del material hacía que el color turquesa de la prenda resaltara aún más, junto con las contracciones de los músculos de sus muslos y piernas que se marcaban al realizar el mínimo esfuerzo.
En la última y cuarta vez, los dos estaban en el sofá, acurrucados, viendo un documental en la tele, mientras él apretaba con una de sus manos el culo de su madre, como si se tratara de un trofeo. Aunque él sabía que, si se estaba aprovechando de alguna manera, ella se lo reprocharía.
—Mamá, una vez más, ¿si?
Mariana le advirtió que era la última vez, y que en las siguientes oportunidades no debía esperar que lo hicieran tantas veces al día. Suspiró y miró a su alrededor para ver dónde podía colocarse. Al final decidió hacerlo directamente en el suelo. Se tumbó boca abajo con el culo levantado mientras su hijo se acomodaba detrás, muy entusiasmado. A Mariana, el hecho de que le manosearan las nalgas mientras él se excitaba, le resultaba muy halagador. Le estaba gustando ser deseada después de tanto tiempo. Definitivamente, estaba disfrutando de la virilidad de su hijo. Se consideraba afortunada por su tamaño, aunque no era para exagerar.
Manuel le preguntó si podía tomar su cabello. Mariana hizo una pausa ante tal atrevimiento, pero al escucharlo decir que no le haría daño, acabó aceptando. Así lo hizo Manuel mientras se colocaba entre las nalgas de su madre. Ella giró la cabeza por encima del hombro para mirar su expresión de excitación.
Luego bajó la vista hacia su pene mientras él lo empujaba contra su culo. Ella no pudo disimular sorprenderse. Al ver el gesto de admiración de su madre, Manuel sonrió con descaro y le dio una fuerte nalgada, y otra más. Mariana notó que su hijo se encontraba muy exaltado, por lo que tenía que evitar que se saliera de control. Se lo hizo saber con la mirada. Sin pensarlo, le hizo un gesto con los labios y los apuntó con el dedo. Manuel se inclinó y la besó profundamente. Ella soltó un gemido mientras él aceleraba las embestidas. Al final, se separó de su madre para tomar aire, lanzó un gemido y volvió para besarla.
—¡Voy a acabar!
Manuel gritó y ella le recordó que debía hacerlo sobre su culo para no manchar la alfombra. Presionó profundamente y se tumbó sobre ella mientras volvían a besarse. Ambos gimieron juntos mientras él acababa. Manuel continuó bombeando casi involuntariamente mientras seguía expulsando semen. Rompió el beso para mirar el culo de su madre, todo mojado y manchado con su leche. Cuando volvió en sí, ayudó a su madre a levantarse y le comentó lo increíble que se veía con esa calza y lo suave que la había sentido.
—Pues bien, tienes suerte de que esté a punto de lavarla.
Los dos se reían mientras ella sacudía las nalgas y se daba una palmada. Manuel dirigió la mano hacia su pene al tiempo que le miraba el culo, los muslos y piernas manchadas en partes aleatorias, algunas más que otras.
—¡No puede ser!
La habitación se quedó en silencio mientras Mariana y Manuel se giraban hacia la derecha y veían a sus hermanas mirándolos perplejas. Carla les gritaba a los dos diciéndoles que esa mañana había enviado un mensaje a su madre para avisarle de que iban a volver a casa ese mismo día.
—Obviamente no has leído el mensaje. Estabas demasiado ocupada dejando que tu hijo te folle por el culo. ¿Pero qué mierda le pasa a esta familia?
Carla se fue furiosa a su habitación y se echó a llorar; Paula, por su parte, no dijo nada, solo miró detenidamente a su madre, luego a su hermano, sacudió la cabeza y se fue cerrando la puerta.
—No te preocupes, Manuel. Hablaré con tus hermanas e intentaré que el acuerdo siga en pie.