Mi cuñada, mi mujer y un morboso placer

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20064
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Esa noche rondaba algo raro en el ambiente, fue cuando llegó mi cuñada Sandra desde Buenos Aires a pasar unas vacaciones con nosotros en Lima, donde yo estaba por cuestiones de trabajo como Ceo de varias empresas y muy vinculado al cuerpo diplomático; mi mujer Carina que le había caído muy bien a cierto funcionario de una delegación diplomática, comenzó a desempeñarse como asistente de embajada. Pero aquella noche cuando llegó Sandra luego de regresar a nuestro Dpto. en Miraflores frente al mar sobre el Malecón Cisneros, mi mujer me pidió que fuera a hacerle unas últimas compras para su viaje, también de negocios con en ese funcionario de embajada, al que llamaremos Darío.

Carina, mientras yo tomaba las llaves del auto, le indicó a su hermana que me acompañara para recorrer brevemente los alrededores del bello Miraflores, así fue. Sandra bajó conmigo por el ascensor con aquella cierta tensión que ya habíamos experimentado en varias oportunidades en Buenos Aires y en algunos viajes que compartimos en un par de cruceros. Cuando subimos al auto rompí en silencio diciéndole que estaba más hermosa que nunca, aunque su carita de cansada por el viaje no dejaba de mostrar ese nerviosismo frente a la tentación que sentíamos, ella me miró me sonrió mientras llevaba su dedo índice a sus labios, nos sonreímos y yo arranqué hacia la noche.

Cuando volvimos al departamento mi mujer ya estaba lista para que, volviendo al aeropuerto ella viajara con Darío en una embajada hacia Panamá. No llegué a escuchar que murmuraron las hermanas cuando Carina dejó algo en el cajón de su mesa de luz, en el momento que se distrajeron curioseando descubrí que eran pastillas anticonceptivas, las que había escondido debajo de un libro. Me sorprendí, pero no dije nada.

Llevamos a mi mujer al aeropuerto, estaba sensualmente vestida con un escote que dejaba ver la catarata de pecas que caen entre sus tetas doradas por el sol y erguidas a sus cincuenta; con su espalda descubierta mostraba que no llevaba soutien; me calenté de enojo o me excité cuando apareció Darío, quien tomándola por la cintura la saludo con un murmullo al oído, Carina me miró, me sonrió y una mirada cómplice con su hermana se confundieron con la mía. No entendía nada, pero sentí que esa noche yo iba a ser un cornudo.

Volvíamos a Miraflores en silencio con Sandra, mi BMW era una caja de silencios que pedía a gritos que cruzáramos la línea hacia la infidelidad, la que mi mujer seguramente estaba conjugando en ese avión que pasó sobre nosotros. Pero resistí la tentación, aunque Sandra acomodando su pronunciado escote buscó la provocación a mis instintos. Mi pija ya había marcado el bulto cuando vi que sus pezones eran el relieve en su blusa, estábamos conjugando una silenciosa pasión, ¡Sin duda!

Llegamos y como pude me zambullí en la ducha, no pasaron cinco minutos cuando con los ojos cerrados bajo la lluvia y todo enjabonado sentí que Sandra me espiaba desde la puerta entreabierta del baño, como invitándola comencé a pajearme con la mano enjabonada hasta que mi pija se fue poniendo dura en mi mano… No faltó mucho —mientras yo seguí en la ducha y de espaldas a la puerta— ella se atrevió apoyando esos pezones en mi espalda. Sandra, casi toda desnuda (en bikini y con las sandalias las que no se había quitado) me abrazo por detrás, cuando me ordenó; —Solo quédate quieto y déjame que te lleve—. Volví a cerrar los ojos y me dejé llevar.

Sentí que comenzó a besar mi espalda mientras iba descendiendo junto a las aguas que corrían sobre nosotros, sus manos seguían ese descenso con una caricia; apoyé mis manos en el mármol húmedo cuando sentí que sus manos separando mis glúteos le abrían paso a su lengua que comenzaba a puntear mi esfínter.

La sensación fue intensa, sentí que mi pija en una erección era tomada por su mano para masturbarme; en un segundo Sandra pasó por debajo de mis piernas —las que separé aún más para que ella de rodillas comenzara a chuparme la pija agresivamente, —ni se te ocurra acabar— me ordenó nuevamente— mientras veía que el agua que caía sobre ella, le iba iluminado esas tetas, las que aún más delataban su calentura en sus pezones.

—¿Me ibas a dejar caliente toda la noche Richard o pretendías que me masturbe, puto? —Me quedé en silencio, eché mi cabeza hacia atrás dejando que se mojara mi rostro y embestí mi pija hasta dejarla en lo profundo de su garganta provocándole aquella arcada. Sandra se incorporó, sentí rozar mi glande sobre el satén de esa tanga mojada; nos comimos la boca con ese fuego de tiempos. —Al fin sos mío— me quedé mirando sus ojos verdes, envolví mis manos con su cabellera rubia y agresivamente nos volvimos a besar confirmando el pecado, en esa imprudente infidelidad de cuñados, mientras yo acaso culpable pensaba en mi mujer.

Desnudos, sin dejar que se separaran nuestras bocas, chorreando agua nos tiramos en la cama y comenzamos ese juego de morbosos besos y groseros chuponeos, cuando quedé boca arriba y mi erección mojada fue el deseo en los ojos de Sandra, desde la punta de la cama comenzó a arrastrar sus pezones por mis piernas, hasta que sus labios volvieron a apretar y chupetear mi glande por largo rato, mientras cada vez más me pajeaba fuertemente… —Quiero toda tu leche en mi garganta— No terminó decirlo cuando sentí que a chorros mi pija latía dentro de su boca, mientras que con sus labios me seguía tragándose y saboreando mi erección.

Mirándonos a los ojos ella dejó caer sobre mí su saliva mezclada con mi semen. No se había quitado la tanga que todavía goteaba sobre mis piernas, provocando una sensación de sorpresas, ahora era yo quien deseaba desnudarla y comerle esa conchita, la que había deseado tanto cuando me cogía a su hermana, a mi mujer Carina pensando en ella.

—¿Me vas a coger? —me sedujo con esa pregunta mirándome a los ojos.

—¿Qué otra alternativa tengo?

—Tu mujer en este momento también se está cogiendo a su potro.

No me dejó decir otra palabra, la miré fijamente a los ojos y en esa declaración sentí la necesidad de comerle la boca a mordiscones como queriéndole callar esa verdad; se recostó sobre mí, cuando acariciando su espalda me excité pensando que mi mujer estaba desnuda también sobre otro tipo, mi pija se hundió en aquel raso de la tanga, cuando al quitársela me dejó ver que estaba depilada como Carina, y suavemente y en silencio —pero mirándonos fijamente— abriéndose los labios se enterró toda mi calentura y morbo, explotando ella.

Era mi cuñada Sandra quien en un orgasmo a gritos y en ahogos cabalgaba su clítoris sobre mi vientre; tuve que contener el no acabar, —quería cogerme profundamente a mi cuñada con esas ganas de tiempos.

—Date vuelta perrita—, le dije. Me ofreció su colita cuando puso un almohadón bajo su cintura y esa cola escondida todavía por el hilo de esa tanga me tentó a arrancársela de un tirón, ella giró su cara y mirándome con esos hermosos ojos verdes, mordiéndose los labios me ordenó —haceme la colita— apoyé mi pija en su esfínter con un resto de jabón que quedaba sobre su piel… y la penetré hasta el final de mi tronco de veintitantos centímetros, ella abrió aún más con sus manos el placer que yo enterraba, Sandra ahora mi amante gemía a boca abierta y yo elevaba mi placer al cielo por las infidelidades conjugadas. —Al fin me estaba cogiendo a mi cuñada, o ella a mí—.

Nos incorporamos sin desprender esa dura penetración, volvimos a comernos la boca, yo palpando sus deseados senos empecé a sostener entre mis dedos sus erguidos pezones color caramelo.

Juego de salivas dejábamos ir entre nuestras bocas y sobre nuestra piel. —Cogeme más—, ¡Potro! Mi pija que no quería salir de esa colita la bombeaba con más fuerza, siendo esos golpeteos más fuertes y agresivos, como mis manos que la levantaban desde la cintura para acabarle bien adentro en sus entrañas, pero no… La dejé caer sobre esas sábanas húmedas y su concha como una perfecta línea dibujada estaba tan mojada como el morbo que nos provocábamos. Hundiendo solo mi glande entre esos labios, apenas fui separándolos para que ella sintiera también mi deseo. —Cogeme Fran, haceme tuya también—, esa declaración sonó como compartiéndose con mi mujer.

—Cogeme y dejame tu lechita adentro, te quiero para mí esta noche, quiero sentir tu calentura en mis entrañas.

—¿Estás segura? Le preguntaba entre murmullos eróticos, mientras sintiéndome enamorado de mi cuñada la besaba con ternura, recostándome todo yo sobre ella.

—Siii. —Cerramos los ojos sintiéndonos, y dejando desaparecer las culpas, nos fundimos en un largo orgasmo después cogernos ya no con locura, sino con una ternura que se descubría en nuestras miradas cuando dejé que todo mi semen se contuviera dentro de ella. Sentí que en esa misma mirada nos estábamos declarando enamorados, ella tomó con sus sedosas manos mis mejillas, me acarició y me devolvió en un beso toda la ternura que yo dejaba chorreando dentro y fuera de su concha rapadita y tersa sobre mí. —Estoy acabando, soy toda tuya. —y me volvió a besar.

Cuando desperté por la mañana, mi cuñada traía puesto el camisolín azul eléctrico de mi mujer, el que apenas cubría su hermosa desnudez, me servía el desayuno,—yo no podía creerlo—, me miró a los ojos, me volví a enamorar de Sandra.

—Te amo Richard, ¡No puedo esconderlo más!

—¿Y ahora qué haremos? Le pregunté mientras descubriendo las sábanas le mostré otra vez mi calentura.

—Te pienso compartir con mi hermana, vamos a ser tres en esta hermosa locura, que deseo, ya está decidido.

Comenzó otra vez con sus besos suaves sobre mi pubis cuando se comió mi pija lustrada y tiesa pajeándome en su deseo, mientras acomodándose en un perfecto sesenta y nueve sobre mí, el placer del sexo oral volvió la tentación en morbo. Sentí que mi pija era una roca y viendo que mi glande era una bomba a punto de explotar se montó sobre mí y me cabalgó toda aquella mañana, no sé cuántas veces acabé en su vientre, ni cuantos orgasmos gritó ella rasguñándome la espalda que me dejaba marcada…

—Cada rasguño es para que mi hermana vea que fuiste mío en estos días. — Yo la besé mordiéndoles los labios —ya hinchados de tanta lujuria— para que mi mujer viera que su hermanita había sangrado sobre mí y abrazándola sobre su cintura la clavé sobre los últimos orgasmos que gritó como deseando que Carina los oyera.

Esa semana pasó ligeramente, pero nosotros gozándonos, como si fuéramos una pareja de novios, de amantes libres, mi cuñada Sandra no dejó de dormir desnuda y erótica en mi cuarto, compartiendo la cama matrimonial, durmiéndonos confundidos, entrelazando nuestras piernas, nuestros abrazos y los conjugados aromas de tanta libido entregada.

Dejando en cada noche de aquellas nuestros húmedos orgasmos manchados sobre las sábanas, mientras que Sandra tomaba aquellos anticonceptivos que Carina le había escondido en su mesa de luz, por ello dejaba correr mi leche en su vientre cada vez. Ello revelaba el juego cómplice de dos hermanas, que se decidieron a compartir mi semen, en el mismo morboso deseo de compartirme desde esas noches.

Cuando fuimos al aeropuerto varios días después a buscar a mi mujer y a su «supuesto amante» claramente me sorprendí cuando sin que nos vieran ellos vi que Carina se colgó del cuello de Darío, besándose en la boca a mordiscones y chupones, percibí también —mientras nos acercábamos con Sandra— que mi mujer le acariciaba el bulto a su amante y él le acariciaba su pecosa espalda dorada por el sol del Caribe.

Sandra me miró cómplice, la miré, me dio un piquito en los labios cuando me mostró en su celular unas fotos de mi mujer desnuda en alguna playa del Caribe, con sus senos rosados y con los pezones en los labios de Darío, —y aún más y como si fuera poco—, un video cogiendo en un cuarto de hotel con el que ahora la despedía a besos delante de mí.

Mi cuñada me dijo al oído —todo está hecho— Mi mujer claramente también me había metido los cuernos, pero nos sonrió y nos tiró un beso cuando advirtió que su hermana y yo estábamos tomados de las manos.

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MORADO SUBIDO
Se deshace el tiempo en edades mitológicas, consumado el deseado incesto se repite una y otra vez entre las penumbras que incitan el pecado, Edipo y Yocasta se reencarnan. En la habitación del hotel nos miramos, sonreímos mientras saboreamos el morbo sabor de un beso, y ante quien nos sirve en silencio jugamos incontrolables el placer lascivo de lo mitológico.

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