Mi vecino escribe fetiches. La modelo y el escritor

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Laura desanudó la lazada de sus pantalones cortos de correr y extrajo la llave que servía para abrir el portal del edificio y la puerta del apartamento donde vivía. Solo había corrido durante 20 minutos y a ritmo no muy alto. Hacía calor y el aire se le había acumulado en la tripa. Nada más entrar en su apartamento, se quitó las zapatillas sin desatarlas y tiró de los pantalones y bragas a un tiempo quedándose con el culo al aire. Luego, antes de quitarse la camiseta empapada, se inclinó para quitarse los calcetines, primero el derecho y a continuación, con más dificultad, por eso del equilibrio al ser zurda de pierna, el izquierdo.

El aire salió de su ano en aquel momento, con un ruido similar al de una colchoneta deshinchándose.

Sí, se acababa de tirar el primer pedo de la tarde y a la sensación de alivio le acompañó cierto grado de excitación. Aunque no había nadie en el piso, imaginó que su vecino la pillaba. Se puso colorada mientras se sentaba en el sillón. Aspiró el olor de su propio sudor mezclado con el de la ventosidad, notó un leve escozor en sus pezones húmedos que se estaban enfriando bajo la camiseta empapada que aún tenía puesta y llevando la mano derecha a su sexo, comenzó a masturbarse. Un nuevo pedo, un nuevo pensamiento libidinoso y su cuerpo perdió el control, presa de un orgasmo.

Minutos después, mientras el agua de la ducha regaba su cuerpo completamente desnudo, pensó de nuevo en su vecino. Era un hombre mayor que ella, siete años quizás. No estaba mal y parecía serio. Pero lo que realmente le atraía de él, era esa voz ronca y sobre todo ese misterio que le rodeaba. Lacónico en palabras, comentó una vez que se dedicaba a escribir, aunque no reveló muchos detalles. Corría el rumor de que en su casa tenía una estancia secreta donde llevaba a cabo experimentos. Una vez una vecina había oído gritos, o eso decía ella. En cualquier caso, para alguien ansiosa de aventuras como Laura, aquella historia y aquel hombre llenaban su mente de fantasías.

Laura cenó tortilla y ensalada aquella noche. Luego decidió ver una película en la televisión antes de ir a cama. Más tarde, ya en su dormitorio, a pesar del cansancio, permaneció despierta. “Hoy empiezan más tarde” se dijo hablando consigo misma mientras a sus oídos llegaba el inconfundible sonido de la cama de sus vecinos haciendo el amor.

Los muelles de la cama protestaban sin parar ante el vigoroso movimiento de los inquilinos, una mujer madura y regordeta de pelo corto y pompis generoso y un cincuentón de barriga cervecera y pito pequeño (o así se lo imaginó Laura en ese momento) que, a juzgar por el alboroto, aun se mantenía en forma. “Al menos mañana es festivo y no tengo que madrugar” reflexionó Laura justo antes de cerrar los ojos y caer en brazos de Morfeo.

A pesar de ser las 10 h, el cielo poblado de pesadas nubes grises apenas dejaba que la luz del sol llegase y atravesase la amplia ventana de la habitación de nuestra protagonista. Laura bostezó y dio la luz del dormitorio. Tras rascarse una nalga, decidió que tenía muy pocas ganas de levantarse. Luego pensó en el cacao 100% puro, las tostadas y la mermelada de fresa que aguardaban en la cocina. “El sexo está muy bien pero el amargor del cacao puro podría rivalizar en adicción con un beso”. Además, tenía la vejiga llena de pis así que no le quedó más remedio que levantarse y, como cada mañana, incrustar su trasero en la taza y mear.

Su móvil, inoportuno como siempre, comenzó a sonar.

Laura se secó con el papel higiénico y sin tiempo para tirar de la cadena fue en busca del aparato.

-Sí.

-Hola, buenos días. Soy Jorge.

-¿Jorge?

-Sí, el vecino del tercero. Perdona que te llame, pero tengo una necesidad y antes de buscar fuera he pensado en consultarlo contigo, por si estuvieses interesada.

Laura tardó unos instantes en responder.

-¿Estás ahí?

-Sí, perdone… digo perdona. Vale, bueno… eh. Nos vemos si eso.

-Sí, si te parece puedes pasar a las 11:30 o 12:00 por mi casa y te cuento.

-11:30… sí, sobre esa hora estoy allí. ¿Tengo que llevar algo, preparar algo?

-No, no. Solo es para hablar de momento.

Laura regresó distraída al cuarto de baño, se quitó el sujetador y contempló sus pechos ante el espejo. Tomo aire notando el olor intenso a orina y, tomando consciencia de la realidad, tiró de la cadena y abrió el grifo de la ducha.

Dos minutos pasaban de las once y media cuando la mujer llamó al timbre de su vecino. Por su cabeza habían pasado todo tipo de teorías y estaba algo nerviosa, sin embargo, estaba preparada. O eso creía ella.

-Hola Laura, ¿qué tal? Por cierto, bonito vestido.

La mujer sonrió agradeciendo el cumplido. Había elegido algo bastante casual pero elegante para la ocasión. El salón estaba decorado con muebles antiguos y en un par de armarios se alineaban un gran número de libros. La mesa de madera era lo suficientemente amplia para dar de comer a seis personas, sin embargo, en ese momento, estaba llena de papeles.

-Adelante, son notas sobre mi próxima novela. ¿Quieres algo de beber? ¿Cerveza?

Laura pidió agua mientras cogía un folio y comenzaba a leer.

“La escena tenía lugar en una mansión inglesa, una doncella de cabello rubio y ojos azules, pálida y delgada, se encontraba inclinada sobre el taburete de madera de una cocina. La cocinera, de mofletes rosados y ojos saltones, la observaba con malicioso interés mientras que la dueña de la casa, armada con un manojo de ramas de abedul, azotaba a la pobre doncella. El escrito seguía describiendo a alguien que observaba el castigo oculto en la sombra.”

Laura dejó de leer cuando el anfitrión volvió con la bebida. Jorge sonrió durante un instante, esperó a que Laura bebiera algo de agua y con la eficiencia que le caracterizaba fue directamente al grano.

-Bien, como ves me dedico a escribir novelas eróticas. Lo cierto es que no quiero caer en el escribir por escribir. En el erotismo, la abundancia de sexo puede llegar a cansar, al final necesitamos una historia, unos personajes y, sobre todo, misterio. En definitiva, quiero que mis novelas se devoren y que las escenas cobren vida. Mi próximo trabajo estará ambientado en el mundo actual y deseo ir un paso más allá, dotando de un crudo realismo a mis personajes y lo que les rodea. Quiero desnudarles no solo físicamente si no también mentalmente, saber que sienten en cada momento y transmitir esas pequeñas cosas que nos hacen humanos. Necesito ayuda.

-¿Ayuda?

-Sí, necesito una persona que vea el mundo desde otro ángulo, y también, necesito que esa persona esté dispuesta a experimentar conmigo. ¿Tú serías capaz de desnudarte enfrente de dos o tres personas o eres de las que sienten mucha vergüenza?

Las mejillas de Laura enrojecieron violentamente. Sin embargo, asintió.

-Está bien… pero para poder hablar del proyecto necesito que firmemos un acuerdo. No solo se trata de obtener tu consentimiento si no de que me digas si todo lo que aparece ahí te convence. Iremos poco a poco.

Jorge sacó un pliego con varias hojas escritas y se lo entregó. -Léelo con detenimiento y fírmalo en cada hoja por favor. Tómate tu tiempo.

Al día siguiente, el timbre de la puerta del piso de Jorge sonó. Fuera, esperaba Laura, aparentemente tranquila, pero con cierto aire de cansancio. Un sesudo observador podría haber dicho que aquella mujer no había dormido más de tres horas seguidas la noche anterior. Pero también podría haber señalado que estaba convencida de lo que hacía.

-Aquí tienes. ¿Cuándo empezamos?

El vecino miró de arriba a abajo a su nueva empleada. Laura vestía pantalones holgados, camiseta de manga corta y zapatillas de tela sin tacón.

-Acompáñame al salón. Empezaremos con algo sencillo.

Siguiendo instrucciones, Laura colocó una silla en posición. Jorge tomó asiento y la mujer se bajó los pantalones y las bragas antes de recostarse sobre el regazo de su nuevo amo.

-Seguirás mis órdenes al pie de la letra y responderás cuando te diga que lo hagas. ¿Está claro?

-Sí.

-Sí, señor. –respondió Jorge propinando un sonoro azote en la nalga de su vecina.

Laura no supo cuánto tiempo había durado todo aquello, le picaba y escocía el culete y tenía lágrimas en los ojos.

-Está bien, ahora cuéntame con detalle lo que has sentido durante la azotaina.

La vecina comenzó a narrar todo. A veces, su anfitrión le hacía preguntas embarazosas relacionadas con sus partes íntimas, su vida y sus fantasía sexuales.

-Desnúdate.

Laura obedeció quedándose en cueros.

Jorge la besó en los labios. La dio una torta en la mejilla y ordenándole que se inclinase sobre la mesa, le metió el dedo en el culo hurgando en el ano. Luego, sacando una fina vara de un cajón, comenzó a azotarla. Recibió un total de quince latigazos.

-Ven, vístete y comamos mientras me cuentas. Pizza, coca-cola y alubias pintas.

Las tres horas siguientes transcurrieron casi en silencio. Jorge escribía y Laura leía notas del autor, apuntando ideas propias.

-Voy al baño. –Anunció la mujer.

-¿A qué vas al baño? –preguntó Jorge.

Laura agachó la cabeza sin mediar palabra.

-Bájate los pantalones y ven aquí.

Jorge metió la mano debajo de las bragas de su vecina introduciendo dos dedos en la vagina y comenzó a hurgar ahí dentro hasta que Laura se corrió.

-Agáchate, levántate, agáchate.

En una de esas sonó un pedo.

-¿Tienes más pedos ahí dentro?

Laura asintió.

-Está bien, vístete y aguarda aquí. No te tires ninguno todavía.

Diez minutos más tarde llamaron a la puerta. Una chica de la edad de Laura, vestida con un traje rojo entró.

-Te presento a Mónica.

Las dos mujeres de besaron en las mejillas en forma de saludo.

-Mónica es una colaboradora puntual, me ayudó bastante en mi último libro.

-Laura ven aquí, quítate los pantalones y siéntate en esta silla. Así es, ahora apoya el brazo, levanta la pierna, saca el culo y tírate un pedo.

La mujer se ruborizó ante la petición. Una cosa era desnudarse enfrente de Jorge y otra cosa era con público, sin embargo, el contrato hablaba de ello y ella había aceptado. La ventosidad escapó con fuerza e inundó la estancia de un aroma que hizo toser a Mónica.

-Vamos con la orgía. -anunció Jorge satisfecho.

Mónica se quitó la ropa y Jorge la imitó quedándose en bolas. El pene en posición horizontal, henchido, palpitante duro. Mónica se sentó en la silla con las piernas separadas, el coño peludo expuesto. Laura se inclinó y, siguiendo órdenes, comenzó a lamer la vagina de la recién llegada. Por otro lado, Jorge, introdujo su nariz en el trasero de su vecina, le dio un azote y recibió como respuesta una nueva ventosidad. Su mano tocó el sexo de Laura, la zona estaba empapada.

Sin pensarlo dos veces se colocó en posición e introdujo de un empujón el pene. Laura gritó mientras el placer activaba cada parte de su cuerpo. Las mujeres se besaron en ese momento y Jorge empujó de nuevo apretando su esfínter y contrayendo sus glúteos.

Durante media hora más, cambiaron posiciones, chuparon y lamieron cada parte de sus cuerpos, se besaron, se azotaron y tuvieron sexo vaginal y anal. Luego, después de limpiarse, ir al baño a mear y tirarse algún pedo más en el lugar donde corresponde. Se vistieron, se sentaron en la mesa y comenzaron a hablar de lo sucedido, desnudándose ante los otros, revelando sus deseos, sus recuerdos y cada sucio pensamiento que había pasado por sus mentes.

Confieso que me hubiese gustado leer esas notas previas al borrador final de la novela. Pero las guarda con celo Jorge en su caja fuerte. Confieso que al menos me hubiese gustado participar en la investigación y en todo lo que aquí se cuenta, que, en comparación con lo que pasó es poco. Me falta describir olores, y eso que me contaron mucho del tema… me falta describir a Laura, Mónica y Jorge, su físico al detalle… pero bueno, confío en que la imaginación del lector llene los huecos.

Laura puede ser cualquier mujer que conozcan, Jorge también. Llenen esos huecos y déjense llevar.

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