Esa mañana estaba en el gimnasio, me llamó mi mujer y me dijo que la mamá de Melina, su mejor amiga, había fallecido. Me pude imaginé cuán consternada podía estar Melina. Fue un episodio súbito, sin preaviso; de un momento al otro, le avisaron que su madre se había descompensado y había muerto en el hospital.
Melina, como dije, era la mejor amiga de mi mujer. No era exactamente linda, pero tenía grandes pechos y nalgas firmes. Era baja, no medía más de 1, 55 metros; era morocha y de rasgos fuertes. Pero tenía un buen cuerpo. Siempre que podía la miraba. Era soltera y no tenía suerte con los hombres. El año pasado veraneamos juntos y recuerdo cómo me gustaba su cuerpo en bikini, esas morenas nalgas enorme en donde se perdía el diminuto hilo de su traje de baño.
Yo hace poco me casé, apenas 2 años, y me estaba costando mucho la fidelidad. Melina no me lo hacía fácil. También sabía que ella me miraba. En una ocasión, la pillé mirándome el bulto: yo estaba con un short de fútbol sin ropa interior, como acostumbraba. Estaba sentado, con las piernas apoyadas en un banco y cuando la miro para comentarle algo, la vi con sus ojos puestos en mi entre pierna. Enseguida movió su vista. Es más, mi mujer también lo vio y me pidió que usara ropa interior en presencia de Melina.
La verdad que ella me miraba lleve o no ropa interior. Siempre me enorgullecí de mi instrumento, que supera los 20 centímetros erecto. Melina lo sabía: apenas habíamos empezado a salir con mi mujer, ella le contó cuán grande la tenía, sin saber que lo nuestro iba a terminar siendo una relación seria. Mi mujer, me confesó, se arrepintió de haberle contado eso a Melina que no desperdiciaba ocasión para bromear y preguntarle “Cómo andaba el monstruo” cada vez que se veían.
Sea como fuere, esa mañana me dijo que tendríamos que ir al velatorio. Era un sábado por la tarde, en invierno. Cuando llegamos, Melina estaba llorando. La fuimos a saludar. Se abrazó un largo rato con mi mujer y después fui a saludarla yo. También la abracé. Ella, como dije, era muy baja, y se quedó con su cabeza reposada en mi pecho. Debo confesar que en esa rara situación yo tuve una inexplicable erección. Me dio mucha vergüenza: cómo podía excitarme en ese contexto, con la madre de Melina en el cajón. Pero mientras más ella me abrazaba, más sentía como mi verga se extendía en mi pantalón, apretándole.
Yo sentía cómo se posaba en su abdomen. Era imposible que ella no percibiera ese cilindro de carne caliente en su panza. Pero yo no me quería mover. En un momento rompimos el abrazo, ella me miró con los ojos llenos de lágrimas y me volvió a abrazar: más se aplastó mi falo en su pequeño torso. Después llegó un familiar, y allí sí, nos separaos por el resto de la noche. Yo tuve que sentarme para esconder mi erección. Estuvimos varias horas con mi mujer y nos fuimos.
A la semana, mi mujer me comentó que Melina se iba a quedar con nosotros unos días. Estaba muy mal (ella vivía con su madre) y necesitaba despejarse. Así que permaneció en casa una semana. Yo no pude sino asentir. Me gustaba la idea. Me gustaba Melina y ya estaba aburrido de mi mujer. Pero si me pasó eso en el velorio, no quería pensar qué podía suceder.
Yo me prometí comportarme. No podía suceder nada. Melina llegó, y todo parecía normal. Estuvo mucho tiempo hablando con mi mujer. Yo preparé la cena y lavé los platos, para que ellas pudieran hablar y yo mantenerme alejado de Melina. La primera noche nos pusimos a ver una serie. Estábamos los tres en el sofá. Yo estaba en el medio de ambas. Hacía mucho frío, así que mi mujer trajo la frazada con la que siempre solía taparse. Mi mujer, como siempre, se durmió. Yo estaba con un pantalón jogging gris. En un momento, Melina me dijo:
-Tengo las manos frías ¿las puedo meter en tu bolsillo?
-Claro –le dije, y las metió. Yo, como acostumbraba, no tenía calzoncillos. Sentía sus dedos en mis muslos. Ella empezó a apretarlos. Los tenía realmente fríos
-Noté que no usás ropa interior, me parece extraño, jaja.
-En casa, para estar más cómodo, no uso ¿por?
-Por nada, me parece extraño –Ella se recostó sobre mi hombro, con sus dos manos en mi bolsillo. Mi erección era inocultable. Se levantaba como un palo duro. Sus dedos lo rozaron.
-Upa –dijo ella– jaja, parece que está dura la noche
-Disculpá, no sé qué me pasó
-Está bien, no pasa nada. Pero que no se entere Natalia que es muy celosa de vos y de… esto… -dijo y me tocó la pija con la punta de los dedos. Estaba tan tiesa, que la hizo bambolear un poco.
-¿Si? ¿Te parece? –yo no sabía qué decir, qué hacer.
-Sí. Al principio me contaba cosas, de ustedes dos. Lo bien que la pasaban, todo… jaja. Después, cuando formalizaron, no me contó nada más. Yo la cargo a veces ¿Tenés un sobrenombre, sabés? Entre las chicas…
-¿Un sobrenombre?
-El “bodoque” jaja
-Ah bueno, gracias.
-Pero no por vos, tonto. Por esto –y me la tocó de vuelta. Mi pija parecía un resorte. Rebotaba contra mi cuádriceps contra el pantalón.
-Ah… -no sabía qué contestar
-Ella nos contó que, la primera vez, le metiste el “bodoque”, que vendría a ser esto –lo tocó otra vez y rebotó varias veces más –le hiciste ver las estrellas. ¿Puede ser que el sábado se te haya parado? ¿Cuándo me abrazaste?
-Mm… no, no creo
-A mí me pareció que sí. -Sacó la mano derecha de mi bolsillo y directamente me la metió adentro del pantalón. Me la agarró. Su pequeña mano no llegaba a cubrir toda la circunferencia
-Es grandota jaja, de verdad. Discúlpame, pero tenía que conocer en persona a “el bodoque”, ahora que Natalia duerme. Está dura como una roca
-Está todo bien… Puede dormir así toda la noche. No la despierta nada.
-¿En serio? –y empezó a masturbarme fuerte- hace rato que quería hacer esto –y la sacó. Deslizó su cabeza desde mi hombro hasta mi pubis, hasta llegar al glande. Se lo puso todo en la boca.
-Yo también –le dije, y le agarré la cola. Estaba con un pijama. Yo tanteaba por sobre él la diminuta tanga que se hundía en su ano.
-Llevame a la habitación
Nos levantamos despacio y fuimos a la pieza de huéspedes, donde dormía Melina. Nos besamos por primera vez. Fue muy intenso. Yo tenía la verga afuera. Ella sacó el pijama y se acostó boca arriba en la cama, jadeando. Tenía una diminuta bombacha negra, húmeda y con un lamparón blanquecino. Tenía la concha hinchada. La ropa interior apenas parecía contenerla.
-Sabés que con todo esto de mi vieja no tuve tiempo de depilarme… -me dijo, recostada, con la respiración entrecortada y las manos sobre su abdomen que subía y baja a un ritmo vertiginoso.
-Mm mejor… -me interné en esa tanga. Hundí mi nariz y literalmente me comí sus labios.- Qué rica que la tenés –le corrí la tanga a un lado y me quedé mirándola. Tenía la piel de gallina y un leve almíbar cubría la zanja.– Esto es un manjar, petisa…
-¡Ah! ¡¡Cuánto hace que no me chupan la concha!!
-¿Sí? ¿Cómo puede ser? Mirá qué chiquita, gordita y mojada que la tenés
Me levanté y la di vuela. La puse en cuatro sobre la cama. Tenía la tanga puesta. Le cerré las piernas y le metí la lengua en la cola. Tenía el asterisco marrón y salado. Mientras tanto, con mi mano derecha, la masturbaba.
-¡Ay, me encanta!
-Shhh –le dije.- Despacito, que Natalia duerme en el living. Le bajé la tanga y un hilo de flujo se quedó prendido en ella. No vacilé en beberlo. Le abrí la concha y la penetré suavemente.
-Así, así, de a poquito, que el “bodoque” duele… soy muy pequeña… la tengo muy pequeña
-La tenés apretadísma, Meli
-Sí! Es que soy muy peque –dijo, con voz de bebé– ¿Cómo la tiene Nati?
-Como una cacerola –la agarré fuerte de las caderas y la penetré hasta el fondo. Sentí el glande chocar contra sus órganos internos. Todavía quedaban varios centímetros de tronco afuera. Ella jadeaba y mordía la almohada. Babeaba. Me agarró el pedazo de verga que quedaba afuera y me empezó a hacer la paja. Yo la dejé ahí adentro, como estaba, en el fondo, sin moverla. Estaba absolutamente mojada.
-Quiero que me acabes… adentro… que me hagas un hijo… Qué lindo hacerla cornuda a tu mujer
Yo no daba más. Me puse a bombearla lo más fuerte que pude. El respaldo de la cama destrozó el revoque de la pared. Pasé mis brazos por debajo y la agarré; quedé como una carretilla. La penetré tan fuerte y profundo que la pija se doblaba. Ella se agarró de las sábanas y se meó literalmente en mi pija. Inmediatamente después acabé un río de leche. De seguro, Melina fue preñada en ese acto.
Y la continuación porque no termino verdad