Le fui infiel a mi marido cuadripléjico

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Alejandra no podía evitar sentir culpa. Después de 16 años de fidelidad, estaba engañando a su marido. Es verdad que eran circunstancias excepcionales; pero no menos verdad era que estaba acariciando los huevos de su compañero de trabajo.

Alejandra tenía 56 años, pero se conservaba muy bien. Aparentaba sin dudas un lustro menos. Era rubia y de curvas marcadas. Su orgullo era la cola, que lucía con prendas ajustadas. Hace 16 años que se casó con Christian, y tiene 4 hijos, dos pares de mellizos. Christian es 4 años menor, alto y buenmozo. Pero hace un poco más de un año que tuvo un durísimo accidente: perdió el control de su moto al entrar a la autopista y un vehículo lo atropelló. Por uno de esos milagros que no existen pero que ocurren, sobrevivió. Sin embargo, terminó con una lesión en sus extremidades inferiores que, entre otras cosas, le impedía obtener una erección.

José trabajaba con Alejandra en el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires. Ya hacía dos años que eran compañeros, y cuando sucedió lo de Christian impactó mucho en todos. José fue el que más estuvo con Alejandra. Era un buen confidente y amigo, y se quedaba largas horas con ella consolándola. A José siempre le gustó muchi ella: su cabello rubio, sus grandes ojos negros, sus pechos abultados. Cómo se vestía también. Solía ir con unos ajustados pantalones que marcaba siempre su ropa interior. Con el tiempo y a raíz del infortunio, ambos empezaron a sentir algo crecía. José solía llevarla a la casa; Alejandra tenía aversión a los automóviles y no quería manejar más.

Esa tarde la esperó. Salieron de la oficina a eso de las siete de la tarde. En el viaje hablaron mucho, como de costumbre.

-¿Cómo anda Christian? ¿Mejor?

-Sí, como siempre. Ahora tiene psiquiatra. Pero no anda bien, no arranca.

-Qué tema ese, debe ser difícil para un hombre

-Sí, pero no es sólo eso. Es todo. La parte sexual no tiene mayor importancia, yo me las arreglo de alguna forma

-Sí, ya sé. Pero vos debés tener necesidades también. Sos una magnífica mujer

-Sí. El problema no es que Chris no pueda mantener una erección. Eso el médico ya dijo que es imposible… mirá que hemos intentado… pero nada. El problema es que esa situación lo pone muy mal y lo deprime.

-Pero él podría hacer otras cosas, digo… -José pensó en si decirlo o no-… tiene dedos, lengua…

Entre charla y charla, ya habían llegado a la casa. José estacionó su auto enfrente. Siempre se quedaban conversando un rato más.

-Sí, obvio- dijo Alejandra en voz muy baja, sonrojándose. Pero te digo, él no quiere hacer nada y la verdad yo lo entiendo. Antes del accidente teníamos una excelente vida sexual. Yo tenía que ponerle un freno a veces. De hecho, me hizo cuatro hijos ¡Y mellizos! Jajaja. Ahora que… bueno… viste… no se le para… Pero me da mucha vergüenza hablar de esto. Para él también debe ser vergonzoso.

-Ale, podés contar conmigo para lo que sea. Quizá te haga bien hablar de estos temas –José extendió su mano sobre la rodilla de ella y la empezó a acariciar.

-Sí, quizá –Dijo Alejandra y se acomodó en el asiento. Ahora quedaron frente a frente y José acariciando le muslo izquierdo de ella.

-Probamos. Probamos muchas veces. No tanto por mí, por él. Él lo siente como una herida a su orgullo. Siempre se jactó de… bueno… su instrumento… Y ahora no lo puede hacer arrancar.

-Era todo un semental, Christian

-Era bueno, qué sé yo. Era muy “sexual”. Siempre quería tener sexo. En cualquier lugar, en cualquier momento. A veces lo despertaba a las cuatro de la mañana con ganas y siempre cumplía. Las mujeres lo miraban mucho, también. Y ahora está ahí, en silla de ruedas.

-Y, perdoná que te pregunte, pero él… ¿no reacciona? ¿Nada?

-No- Yo lo toco, lo acaricio y nada. El otro día estábamos juntitos, hablando… de lo bien que me la pasábamos. Él estaba en la silla y yo a veces, cuando creo que se pone mimoso, me siento en su regazo. Le metí la mano adentro del calzoncillo y me puse a jugar con… bueno… eso… vos sabés

-Sí

-Y nada. Era como un gusano gordo, doblado y flácido. Nada. Yo seguí. Y nos empezamos a besar un buen rato. Me desprendí la blusa… me saqué un pecho y se lo puse en la boca. Lo empezó a chupar como un nene- Al decir esto, Alejandra se tocó instintivamente el seno izquierdo y José, espectador de lujo, no disimuló su excitación.

-¿Y? – Preguntó José, adivinando un corpiño blanco detrás de la camisa de Alejandra

– Y nada. Me lo chupo un ratito, me decía cosas –susurró- . Yo le decía cosas. Y de repente, me empezó a manosear… ahí. Yo estaba con un jean, me lo iba a sacar para que… bueno… me toque mejor… y no. Se puso a llorar. Yo seguía apretando ese gusano flácido. No pasó nada. Me guardé el pecho, me fui al baño y me las arreglé… sola…

-Tremendo. Me imagino. Pero eso no te tiene que hacer sentir mal como mujer. Ale, te lo digo como amigo, vos estás re buena Ale, disculpá que te lo diga así. Tenés que buscar una solución.

-Ay Jo, gracias, pero me da mucha vergüenza- En eso, ella agacha la cabeza y avizora un bulto gordo entre las piernas de su compañero. Él tenía la mano cerca del bulto, como circundándolo, como ofreciéndolo. Alejandra apoyó su cabeza en el hombro de él y él le besó los cabellos. Quedaron así unos minutos, sin decir nada. Él le acariciaba el cuello, las orejas; ella empezó a inspeccionar esa excrecencia que crecía en los pantalones de José.

-Creo que es esto lo que necesitás

-Creo que sí –Ella seguía masajeando ese bulto deforme que debajo del pantalón parecía un conglomerado de carne. José tomó entre sus labios el labio inferior de Alejandra y lo lamió. También pulió levemente sus dientes inferiores hasta abrirse paso en su boca y hallar su lengua. Alejandra parecía remisa al principio, pero no tardó en hacer danzar su lengua con la de José.

-Ay Jose, nooo… no sé si está bien esto… está Christian… no sé –decía ella, mientras seguía retorciendo esa masa informe. José bajó su bragueta y Alejandra no hesitó en meter su mano.

-Quiero que me des uno de tus pechos, como se lo diste a él – dijo José.

Alejandra lo miró, dudó, pero se desabrochó la camisa, sacó una teta por encima del corpiño, agarró a José de la cabeza, lo arrimó hasta sus pezones erguidos, que aquél devoró sin piedad, como si fuera la última fruta del desierto. Eran grandes y algo caídas. Tenían unas areolas enormes y los pezones rosados están durísimos. Un conjunto casi infinito de pequeños penzoncillos se levantaban a lo largo de toda esa circunferencia.

-Despacito, despacito… haceme redondeles con la lengua… sin dientes… con mucha saliva…

José, mientras acataba las órdenes de su amante, que no largaba sus huevos, empezó a manosear la entrepierna de Alejandra y la apretaba fuerte:

-Te quiero comer toda –y agarró con fuerza la vulva de Alejandra

-Mirá que estoy sucia. Estuve todo el día trabajando, no me lavé, y encima no estoy depilada.

-Mmm ¿la tenés peludita? Te la voy a lavar con la lengua si me dejás

-Sí, pero mirá que hace mucho que no…

Ahí José desabrochó el ajustado pantalón que ella llevaba; Ale ayudó y se inclinó para sacárselo. Él descubrió una tanga blanca semitransparente, que dejaba ver algo de su labios. Una espesa mota se formaba en el monte de venus, que bajaba hasta cubrir el clítoris. Más allá de esta mancha de pelos, la tenía afeitada, aunque algunos vellos ya habían empezado a crecer. José pasó su lengua por esa aspereza, saboreando todos sus poros.

-¡Ay! La tengo como una lija, es que no tuve tiempo…

José no la dejó terminar; presionó su lengua en su clítoris, cubierto por esa capa de pelos. Empezó a hacer círculos, utilizando a los vellos como herramienta, emulando lo que Alejandra exigió en sus pezones. Tal proceder le produjo un extremo placer, hasta una sensación de adormecimiento.

-Me encanta. Encima estás mojada, y con estos pelos está más rica.

Alejandra estaba sentada en el asiento del acompañante, con sus pantalones por la rodilla y la tanga a un lado; con la cabeza de José hundida en su vulva, gimiendo de placer.

-Ponemela, por favor. Ponemela de una vez.

José sacó la pija. Tenía sólo un huevo afuera. No era grande pero estaba muy dura. Ella la agarró con desesperación. Le entraba en una mano. El glande le quedó afuera y ella lo succionó como si quisiera extraer algo. Él pegó un grito que a ella la incendió.

-Me encanta esta pija negra que tenés ¿me vas a coger como me cogía Chistian?

-Mejor.

José reclinó su asiento todo lo que pudo. Alejandra se deshizo de sus pantalones y de su tanga y se enterró la verga en ese valle húmedo que era su argolla. Le daba la espalda a él y miraba la puerta de su casa a través del parabrisas. Sus hijos no estaban y Christian no podía mirarla.

-Ay! ¡Sí, Jose, sí! ¡Pegame unos chirlos!

Llegaron al éxtasis. Él le pegaba en las nalgas y le metía el dedo mayor en la cola. Después, le empezó a pegar pequeños golpes en el clítoris, hasta que ella se desplomó. Sin querer tocaron la bocina. Ella se levantó, lo saludó con un beso en la mejilla y se fue.

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3 COMENTARIOS

  1. Buen relato, buena trama.

    Falto sólo un poco más de descripción en la escena del sexo.

    Y ese “final” fue muy abrupto, falto darle más texto al final del sexo y solo un poco de como seguiría su vida, después de esa ocscion.

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