Lorena.
Lorena yacía boca abajo sobre el coqueto sillón de un pequeño saloncito. Estaba completamente desnuda. A su lado Esteban, su chico, unos años mayor que ella, y vestido con solo una camiseta de tirantes, calzoncillos y calcetines blancos, le apartó el cabello negro despejando su nuca. Luego, con la yema de su dedo índice, trazó una línea a lo largo de su columna vertebral, deteniéndose en el nacimiento de la rajita del culete femenino.
La chica suspiró.
Había cerrado los ojos al notar el contacto con el fin de disfrutar de las caricias y ahora, aguardaba expectante algo más.
Esteban no la decepcionó. Y pronto, el dedo masculino, juguetón, encontró el camino entre las nalgas introduciéndose en la vagina de la mujer.
Lorena arqueó la espalda y gimió.
Minutos después, sentados en el sillón, la muchacha oyó la pregunta.
-¿Te gustó?
La aludida movió la cabeza afirmativamente. Claro que le había gustado, ¿a quién no podía gustarle aquello? Y, sin embargo, egoístamente, ella quería más, lo único, no sabía cómo pedirlo. Esteban era un chico delicado, romántico y clásico. Se conformaba aparentemente con poco, pero… y de eso estaba casi 100% segura, quería una chica formal, femenina y buena. Lorena no se tomaba a si misma por buena, sus pensamientos eran los de una rebelde, o eso quería ser… y solo pensar así merecía, como poco, unos azotes.
Sí, la idea de ser azotada había pasado una y otra vez por su mente. A veces, cuando copulaban, había hecho ademán de recostarse sobre el regazo de Esteban esperando que este la diese una nalgada, pero todo lo que había conseguido era una caricia o un beso en el pompis.
Quizás es que no estaba haciendo todo lo posible.
-¿Y tú, disfrutas algo? –le devolvió la pregunta.
-Sabes que el perfume de tu piel es el mejor premio que…
Lorena dejó de escucharle, “el perfume de su piel” pensó, lo que deberías oler son mis pedos. Por un instante fantaseo con ventosear y recibir un castigo ejemplar… Lo único, de nuevo el temor, el estar casi segura que, en lugar de un castigo, recibiría un reproche de palabra y quizás, cierto distanciamiento… y eso no podía ser, no, ella necesitaba las caricias de aquel hombre, el calor de su cuerpo en las noches de tormenta, él era su faro y su sustento, él era…
Distraída, apoyó su mano en los calzoncillos de Esteban.
No recibiría sus azotes pero aquel chico merecía una recompensa le gustase o no.
-Vamos, bájate esto, que quiero que te corras tú también.
El hombre obedeció dejando al aire su miembro crecido y excitado.
Lorena se levantó del sillón, se arrodilló delante del pene y sacando la lengua comenzó a lamerlo sin importarle el tacto de algún que otro grueso pelo.
Los mirones.
Pedro, en pijama y zapatillas de andar por casa, leyó el anuncio adulto en la web. “Se buscan mirones”. El asunto prometía, al parecer una empresa llamada “TusFetiches S.A.” ofrecía una especie de obra teatral interactiva en la que los protagonistas, guiados por un grupo de profesionales, eran gente normal y corriente.
Aquel mes, había dos propuestas en la mesa. Una de ellas se ambientaba en una especie de gimnasio donde una chica y un chico, bajo la supervisión de un entrenador, realizaban ciertos ejercicios físicos. Tenían lugar varias escenas, por un lado el entrenamiento en sí, con escenas de castigo corporal. Por otro lado las duchas, donde una tercera persona se exhibía desnuda mientras el agua caía por su cuerpo.
Incluso, para los más “guarretes”, se ofrecían papeles para ser observados mientras orinaban y quizás, se tiraban algún pedo en el proceso.
Pedro observó que había enlaces para apuntarse como exhibicionista (dos o tres para el ejercicio con castigos corporales), un par de ellos (hombre y mujer) para la escena de la ducha y enjabonamiento y hasta cinco para orinar rodeado de curiosos.
También había, como no, plazas para participar como mirones. La experiencia prometía mirar y, si así lo deseaba alguno de los exhibicionistas, participar dando un cachete, pasando la esponja por el cuerpo de la persona que se duchaba o la nariz en el culo de los que meaban y ventoseaban entre otras posibilidades.
Ser mirón costaba más dinero que exhibirse.
Pedro notó bajo los pantalones como su pene crecía, pinchó en el enlace de mirón y se apuntó a todo.
Ahora solo quedaba que la empresa, una vez tuviese gente confirmada para todo, le enviase la notificación de pago.
La reunión.
Lucía miró a su alrededor mientras movía nerviosa una pierna. En la sala de espera había unas diez personas. La mayoría hombres, aunque también vio a alguna mujer.
Una chica vestida con bata blanca y un hombre maduro salieron de una sala de reuniones e invitaron a todos los presentes a entrar.
-Bien, han venido aquí para participar como “mirones” en la próxima representación. Tendrán que pasar una entrevista con nuestros psicólogos que les harán todo tipo de preguntas. Por favor, respondan con sinceridad. No se trata de juzgarles, si no de mantener unos estándares de seguridad para garantizar que el evento se realiza sin imprevistos. Tengan en cuenta que hay cierta libertad y no todo está 100% guionizado, lo que hace única la experiencia. Sin embargo, los exhibicionistas han podido poner ciertas condiciones que, unidas a nuestras condiciones, harán que el evento se lleve a cabo sin incidencias y respetando las libertades de todos los participantes.
-¿Entonces no puedo dar una nalgada a la de los azotes? –preguntó una pelirroja con pecas.
-Puedes si así está establecido. Si queréis hacer algo, cualquier cosa, y tenéis dudas, consultadnos primero (antes de la sesión) para tener nuestra aprobación. Al final los exhibicionistas son bastante permisivos en ese sentido y cosas que vayan en la dirección de su fetiche, pueden ser fácilmente aprobadas, pero insisto, necesitamos su consentimiento, aunque esto pueda restar realismo a la experiencia.
Bien, si no hay más preguntas, vuelvan a la sala de espera y lean y respondan el formulario individual que les acabamos de enviar a sus móviles.
A continuación, irán siendo llamados por nuestro equipo de psicólogos para la entrevista.
Continuará.