Entramos en la discoteca. Pepe me tenía sujeta por la cintura. Caminamos sin mirarnos a los ojos, directos a la barra.
Durante el camino desde la puerta a la barra, pude ver que, al igual que la vez anterior, no había casi nadie en la disco. Aun así, las pocas personas que había, todo hombres, en seguida, clavaron sus ojos en mí.
Nos sentamos. Pepe pidió un Gin Tonic. Me preguntó qué quería tomar. Ya he comentado que no suelo beber y no quería que el alcohol me hiciera perderme esas emociones fuertes.
-Creo que nada –Le dije a Pepe.
-Oh sí, tómate algo. Lo vas a necesitar –Me dijo, riendo. Oí como le pidió al camarero otro Gin Tonic.
Estuvimos sentados en los taburetes de sky blanco de la barra, como unos 10 minutos. Durante ese tiempo, Pepe, miraba, cada poco tiempo, su reloj, nervioso. Solo me habló una vez, para decirme:
-Estamos esperando a un amigo.
-¿Qué amigo?, ¿Cómo es?, ¿Qué…?
-Shhh –Pepe llevó su dedo a los labios– Solo tienes que saber una cosa. Quiero que te lo folles. Ah, y recuerda, no hables si no te lo digo.
Mi corazón casi se para en ese momento. Tenía que follarme a un tipo que ni conocía por orden de Pepe. Y, ¿Por qué no podía hablar sin que me dijera nada?
Mientras mi mente daba vueltas, de repente, Pepe se puso rígido en su asiento y, de un solo movimiento, saltó al suelo, de pie, al ver entrar a un tipo. Seguí con atención la mirada de Pepe.
El tipo me pareció algo más alto que Pepe. Rozaría, calculé, el metro setenta. Parecía tener una edad próxima a la de Pepe (67 años). Su rostro era ovalado y, en él, destacaban dos grandes ojos marrones.
Al igual que Pepe, si algo destacaba en su figura era una descomunal barriga. Algo más grande, incluso, que la de Pepe.
Vestía sencillo. Vaqueros por debajo de su oronda panza, una camisa a cuadros, pero, a diferencia de Pepe, no se le veían pelos saliendo de su pecho.
Vi como Pepe le saludó, desde lejos, con su mano y como el desconocido, se acercó.
-Hola, Sergio –Pepe le saludó con un abrazo, como el que saluda a un buen amigo.
-¿Qué tal, Pepe? -Le respondió Sergio. Sergio me dedicó una mirada, algo inquisitiva. Supuse que trataba de averiguar quién era yo y qué hacia allí.
-Esta es una amiga, la amiga de la que te he hablado antes por teléfono.
Sergio se giró hacia mí. Bajé de la butaca de sky blanco mientras pensaba por qué Pepe me había presentado como una “amiga” sin decirle mi nombre y qué podría haberle dicho por teléfono.
-Hola, soy Lo… –Comencé a decir, con una sonrisa en la boca, tratando de parecer sexy. Cariñosa, había dicho Pepe. El mismo Pepe que no me dejo terminar.
-Una amiga. ¿Qué?, ¿Qué te parece? –Dijo Pepe, sus ojos muy serios, clavados en mí, me recordaban que no debía hablar, si no me lo decía.
Sergio, me miraba. O más bien, me escudriñaba.
-¿Qué te parece?, Mercancía de primera –Dijo Pepe, riendo.
¿Así que yo era eso? Pensé. Mercancía. Escuchar esa palabra, me hizo estremecer. Estaba comenzando a excitarme.
-Sí, es guapa –Añadió Sergio, sin dejar de “examinarme”
-Pues ya verás, es una auténtica comepollas. Vas a flipar.
Primero, me había llamado mercancía. Ahora, comepollas. ¿Qué más me iba a llamar esa noche? En otras circunstancias, en otra situación, si un hombre me hubiese llamado así, del bofetón que le habría dado se le habrían quitado las ganas de llamárselo a cualquier otra mujer. Pero esa noche, no solo no me molestaba que me llamaran así. Me gustaba. Y mucho.
-Joder, qué bueno –De nuevo, Sergio, me examinaba. Solo que ahora su vista, se fijaba en mis labios. En mi boca.
-Ya verás, si llegamos a un acuerdo, ¿Qué quieres tomar?
¿Acuerdo?, ¿Qué clase de acuerdo?, Pepe me había llamado mercancía. Ahora, anunciaba un acuerdo. Mi mente, daba vueltas. Tantas, que me perdí un poco la siguiente conversación en la que Sergio había indicado su consumición. Solo sé que Pepe había pedido al camarero una puyita de Ron.
Hubo un silencio incómodo hasta que el camarero trajo el vasito con el ron. Durante esos breves segundos, Pepe, me puso, descaradamente, la mano en el culo.
-Vamos a aquel rincón y seguimos hablando. Seguro que llegamos a un acuerdo –Pepe, comenzó a andar. Cogiéndome del culo
Íbamos delante de Sergio. Supuse que lo que quería Pepe era que éste viera como me tenía cogida. Llegamos a un rincón del local donde la luz es más tenue y que está algo alejado de la pista de baile. El mismo rincón al que fui con Pepe la primera vez (ver primer relato). Con esos feísimos sillones.
Durante el corto trayecto, nadie dijo nada. Supuse que Sergio miraría mi culo, envuelto en la minifalda.
Al llegar al rincón, me extrañó que Pepe no se sentara y que dejara su consumición en una pequeña mesita. Cuando Sergio estuvo a nuestra altura, dijo:
-Como te iba diciendo, Sergio, mi amiga es material de primera. Mira, fíjate que melonar tiene. –Sin decirme nada, Pepe, magreó mis pechos, por encima de mi blusa.
Me fijé en Sergio. Su mirada, clavada allí donde manoseaba Pepe. Sin decir nada. Sin hablar. Solo miraba con esos grandes ojos marrones.
-Nena, ¿Por qué no te abres un poco la blusa y le enseñas a nuestro amigo ese par de melones?
Nena, comepollas, mercancía. Delante de un tipo, Pepe, me estaba llamando todo eso. Y lo peor, es que lejos de enojarme, me gustaba. Demasiado.
Por si acaso no había entendido bien el mensaje, Pepe, subió mi mano de mi culo a mi espalda, empujándome, ligeramente, hacia donde estaba Sergio.
Sin más dilación, desabotoné los 3 primeros botones de mi blusa. Despacio. Mientras miraba la cara de aquel hombre que ahora, miraba, atento mis pechos. Pepe, inició un movimiento, dejando mi espalda y situándose, ahora, detrás de Sergio.
Había desabotonado, excitadísima, cachonda, los botones de mi blusa. Pero la tela de ésta aun cubría, ligeramente, mis pechos. Pepe, me hizo un movimiento, con las manos, para que abriera, definitivamente, mi blusa.
Lo hice. Ahí estaba. En una discoteca. Enseñando mis pechos a un desconocido que me miraba como si no hubiera visto unas tetas en su vida.
-¿Qué?, son mejores que la Gertru, ¿A que sí? –Dijo Pepe, riendo. Supuse que Gertru (Gertrudis) era la mujer de Sergio.
-Joder… y tanto –Balbuceó Sergio. Atónito. Sin dejar de mirar mis pechos.
-Ya te lo dije. Y naturales, eh. Nada de esa mierda de tetas operadas. Mercancía de primera. De hecho –Pepe, hizo una pausa, acercándose a su amigo, poniéndose a su lado– Tócaselas. Vamos. No muerden.
Otra vez. Llamándome mercancía. Otra vez, excitadísima por ese trato. Por esa humillación. Cachonda perdida, noté como un escalofrío recorría mi cuerpo al sentir las manos de Sergio en mis pechos.
Sergio estuvo manoseando mis pechos, a su antojo, durante unos segundos. Su vista, fijada en ellos. Pude ver como de su boca, salía un poco de saliva.
-¿Qué?, ¿Has visto? ¿Tiene mi amiga un buen par de melones o no? –Dijo Pepe, riendo.
-Joder y tanto –Sergio seguía con sus ojos clavados en mis pechos. Sus manos, no los soltaban.
Yo me quería morir. Del gusto. Estaba excitadísima con todo aquello.
-Bien, Sergio, te propongo una cosa –Pepe, me miró unos segundos. Sus ojos, clavados en los míos, eran puro hielo.– Te ofrezco pasarte por mi casa y reventar a mi amiga por todos los agujeros. Podrás tener esas tetas, que ahora magreas, todo lo que quieras. Te podrá coger la polla con ellas y hacerte una paja. O te la puedes follar por donde quieras, incluso –Pepe, hizo una pausa. Ahora, sus ojos, estaban fijos en los de Sergio– le puedes dar por culo. A cambio… –Pepe, hizo una pausa.
-¿A cambio qué? –Dijo rápidamente Sergio.
Sergio, había soltado mis pechos. Ahora, los dos hombres se miraban fijamente. Yo estaba a un lado, con mi blusa abierta y mis pechos al aire.
Así que eso era. Pepe, me estaba ofreciendo a un amigo suyo. Como si fuera mercancía. Como si fuera… una puta. Os juro que, mientras lo pensaba, casi siento un orgasmo.
-A cambio de la pasta que te debo por las timbas en casa de Juan.
-Me debes casi 300 euros. –Protestó Sergio.
Pepe, sin dejar de mirar a su amigo, avanzó hacia donde yo estaba. Sin ni siquiera mirarme, le oí decir.
-Barato debería parecerte. Ya has visto esos melones. Nada que ver con los de tu mujer… que están ya caídos. Y además, mira –Pepe, me dio la vuelta. Ahora, yo estaba mirando hacia la pista desde el oscuro rincón en el que estábamos, de espaldas a los dos hombres– Mira este culazo –Pepe, levantó mi mini falda. Al no llevar ropa interior, mi culo, quedó expuesto– Mira –Me dio un azote, duro.– ¿Cuándo vas a tener la oportunidad de follarte un culo así? –De nuevo, Pepe, me dio la vuelta, ahora, yo estaba, de nuevo, frente a los dos hombres.
-Pufff –Sergio, dudaba.
-Y, como ya te he dicho, la chupa de lujo. Mi amiga –de nuevo, un manotazo en mi culo, fuerte. Sergio oyó el ruido– te hace unas mamadas que te deja seco y si quieres puedes follarle la boca e incluso, correrte en ella.
Os juro que tuve que apretar los puños para no correrme allí mismo del gusto que sentía al oír como Pepe me estaba vendiendo a su amigo.
-Joder, ¿en serio? –Preguntó Sergio, atónito.
-Y tan en serio. Desde el momento que aceptes, mi amiga es tuya. Puedes hacerle lo que quieras. O pedirle lo que quieras. A cambio, nos olvidamos de mis deudas. ¿Hay trato? –Pepe, le extendió la mano a su amigo.
Mi mente, repetía “Puedes hacerle lo que quieras. O pedirle lo que quieras”. Casi ni me di cuenta de como Sergio y Pepe apretaban fuertemente sus manos y como Pepe, se giraba hacia mí. Sus siguientes palabras, creo, no las olvidaré en mi vida.
-Tú, fulana, ya tienes cliente. Ahora, recompón esa mierda –Pepe miró mi blusa– y salgamos del local hacia mi casa.
Después de decir eso, Pepe, caminó hacia la salida del local. Yo, abrochaba los 3 botones de mi blusa cuando, de repente, noto una mano en mi cintura. Al fijarme quien era, veo la sonrisa de Sergio.
-Vamos, fulana –Me dijo, imitando lo que antes me había llamado Pepe.
Comenzamos a caminar y, tras unos primeros pasos iniciales, Pepe, bajó su mano a mi culo. Mientras abandonábamos el local, mi mente, pensaba. Pensaba, en que esa noche, me habían llamado comepollas, mercancía, fulana, nena, puta. En otras condiciones, jamás habría permitido que nadie me llamara así. Pero esa noche, que me llamaran como quisieran.
Esa noche iba a ser una puta. Alguien a quien un cliente había alquilado para que me hiciera lo que ese cliente quisiera. Y, por si fuera poco, yo no había visto dinero. El dinero era el pago de las deudas de mi chulo.
Puta. Chulo. Puta. Chulo.
Mi mente, repetía esas palabras una y otra vez mientras nos dirigíamos al destartalado coche de Pepe. Sergio mantenía su mano en mi culo. Mientras caminábamos, oí a Pepe:
-Ya verás, Sergio. Cuando la tengas a 4 y estés bombeándole el culo… vas a ver como está bien empleado ese dinero.
-Menudo culo –Me dio unos pequeños azotes– En serio… –Sergio, se relamía, babeando.
-Joder, claro. Puedes reventarle el culo a 4 o como quieras. Te recomiendo a 4 porque así es como follan las perras. Y la fulana es una buena perra ¿A que sí, fulana? –Tras decir eso, Pepe, me miró.
-Cla… claro. Soy una perra –Sonreí. Ni yo misma me creía haber dicho eso. Pero lo había dicho. Lo había dicho porque lo sentía.
-Bien, entrad
Habíamos llegado junto al coche de Pepe. Él se sentó en el asiento del conductor.
Yo me senté en el asiento de atrás. Sergio, a mi lado. Después de meter la llave en el contacto, aún sin arrancar, Pepe, recolocó el retrovisor interior del coche. Después de unos segundos, silenciosos, finalmente, Pepe, dijo:
-Perra, ¿Por qué no le enseñas a Sergio la mercancía que ha comprado?
Sin duda, ese hombre, sabía como excitarme.
Sentada, comencé a desabotonarme los botones de mi blusa. Pero, a diferencia de la vez anterior, en el local, esta vez, miraba de forma seductora a Sergio.
Sí, era una puta. Y me encantaba.
Sergio, miraba, atento. Su vista, clavada en mis pechos.
-Vamos hombre, comérselos, pellízcalos, haz lo que te dé la gana con ellos. Los has comprado –dijo Pepe, mirándome a través del retrovisor. Aunque se lo había dicho a Sergio, el mensaje también iba para mí.
Sergio se lanzó entonces a lamerme y chuparme mis pechos. Lo hacía con ansía. De vez en cuando, paraba, me los miraba, y continuaba.
Pepe, ya había arrancado el coche. Y, cuando podía, miraba por el retrovisor. Después de unos minutos, fue el propio Pepe, el que dijo:
-Perra, ¿Por qué no le das un morreo a Sergio?
No hizo falta que me lo dijera. Me lancé a devorar la boca de Sergio. Cuando su lengua no estaba en mi boca la mía se introducía en la suya. Mientras nos comíamos las bocas, sus manos, no soltaban mis pechos.
Sin que Pepe dijera nada, llevé mi mano al miembro de Sergio. Noté su miembro. Duro. Comencé a desabrocharle el pantalón mientras, con mi cara de zorra, miraba a Sergio. Su cara me decía que estaba alucinando.
Por fin, logré sacar su miembro. Estaba rodeado de vello cano. Solo asomaba la puntita, ya que únicamente había desabrochado pantalón y bragueta, sin llegar a sacárselos.
Pese a todo, no se veía un miembro pequeño. Tampoco grande. Sin dudarlo, me lo metí en la boca.
No lo lamí, ni lo besé. Directamente, lo engullí.
-Hostia –Dijo Sergio, acompañándolo de un gemido.
-¿Qué te dije? ¿Es una perra o no? –Dijo Pepe, riendo.
Yo seguía mamando ese miembro. Como loca. Ida. Ya me daba igual como me llamaran. Era una puta. Una perra.
De repente, Pepe, paró momentáneamente el coche (después, supe que había sido por un semáforo). Me dijo:
-Con el culo en pompa, ¿No estarás más cómoda, perra?
Sin sacar el miembro de Sergio de mi boca, me quedé en 4, sobre el asiento del coche. Sergio, estaba con la espalda apoyada contra la ventanilla derecha trasera.
Poco antes de arrancar de nuevo el vehículo, haciendo un escorzo, Pepe, se giró. Sacando una mano, me dio un azote. Duro. Muy duro. Resonó en todo el vehículo. O eso me pareció.
Después de ese azote, Pepe, volvió a incorporarse en el asiento del conductor. Pero pasó algo más. Después de aquello, Sergio, se desató.
Si, hasta entonces, había estado un poco parado, empezó a azotar mi culo con una mano. Con la otra, aplastaba mi cabeza.
De vez en cuando, subía mi mini falda. Me azotaba. Con fuerza. Con pequeños, pero violentos movimientos pélvicos follaba mi boca.
Ni que decir tiene que yo estaba… encantada. Más que encantada.
No me di cuenta que Pepe, hacía unos minutos, había estacionado su coche y estaba viendo el espectáculo desde su asiento, hasta que, por fin, dijo:
-Bueno, tortolitos, vamos a mi casa. Estaréis más cómodos.
Un poco a regañadientes, Sergio, soltó mi cabeza. Me reincorporé, sentada, en el asiento trasero. No sin antes, dedicarle a Sergio la mayor mirada de zorra que fui capaz.
Pepe y Sergio bajaron del coche. Una vez hube abotonado de nuevo mi blusa y recompuesto mi mini, bajé yo también, justo para oír:
-¿Qué?, ¿Qué te dije?, Mercancía de primera. Y ya verás cuando te la coma bien comida. La perra es una buena comepollas –Dijo Pepe.
-Joder ¿De dónde la has sacado?
Yo ya estaba fuera del coche. A la altura de esos dos hombres. Yo misma, me pegué a Sergio. Al situarme a su lado, me cogió del culo y comenzamos a andar, siguiendo a Pepe.
Sergio y yo nos comíamos las bocas. Como locos. Pepe, ya hacía varios segundos que nos esperaba en el portal.
-Te va a salir barato. Ya verás –Pepe, hizo una pausa. Me miró, con esa mirada de sátiro, y preguntó a su amigo– ¿Llevas algo de dinero?
-Pues… eh… algo. Pensaba tomarme un par de copas. Siempre me tomó un par antes de… –De repente paró de hablar. Su rostro, se tornó blanco– Mierda, la Gertru. ¿Qué le voy a decir? Mierda
-Nada. Dile que te has encontrado conmigo en la disco, que hemos estado hablando de fútbol y que no te has dado cuenta de la hora –Dijo Pepe, muy tranquilo. Como ese general que ha estado estudiando la estrategia a seguir.
-¿No se dará cuenta? –Ahora, Sergio, miraba, alternativamente, a Pepe y a mí.
-Como ya te habrás dado cuenta, la perra no lleva ni maquillaje ni perfume ni esas mierdas que se ponen las mujeres. Tranquilo –Respondió Pepe, mostrando una sonrisa conciliadora– Vamos a subir y… a disfrutar.
-Y luego, ¿Cómo vuelvo a mi casa? –Pregunto Sergio, más animado. Comiéndome con los ojos.
-Te pillas un taxi. Por cierto, ¿Cuánta pasta llevas? –Volvió a preguntar Pepe.
-Pues… eh… no sé –Pepe echó mano de su bolsillo trasero. Sacó una cartera, vieja.– 70 euros. ¿Por qué? –preguntó Sergio.
-Si la perra te deja a gusto, podrías darle una propina, ¿no? –Ahora, era Pepe, el que nos miraba, alternadamente. Reía. Disfrutaba.
-Cla… claro. ¿Cuánto?
Ahora, cuatro ojos me miraban a mí. Tragué saliva. Iba a hablar, pero Pepe, se me adelantó.
-50 euros de propina no están mal para la mejor noche de tu vida, no, amigo? Te quedan 20 para el taxi. Si no te llega, ahí hay un cajero –señaló a un banco a pocos metros.
Yo estaba que me moría, de gusto.
Pepe, no solo me había vendido a un amigo suyo a cambio de finiquitar una deuda, sino que, además, me iban a dar una propina.
-Claro, claro –Dijo Sergio que, una vez que comprobó que toda la contingencia estaba resuelta, se acercó a mí, tomándome del culo, de nuevo.
Si os ha gustado y queréis saber qué sucedió en el piso de Pepe, dejad comentarios.
Cristi
Cris, avanzando en tu fantasía, deseoso de saber hasta donde estas dispuesta a llegar…Bss