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Gunilda, mi médico hetero y mi amor (2)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Ya en su consulta, hablamos sobre mi estado de ánimo, de como me encuentro, de mis medicaciones y mis futuras revisiones y consultas. Amo escuchar su tierna y cálida voz, gruesa pero suave al mismo tiempo. Me transmite mucha paz.

Su cabellera larga, ondulada, abundante, salvaje, como las olas de un revoltoso mar bajo el nocturno cielo iluminado por el destello de su profunda y eterna mirada, de sus ojos grandes y brillantes como dos estrellas. Su flequillo recto, como una pacífica nube en el orbe presidiendo la luz del sol, que es el destello de su hermosa e invicta sonrisa llena de vida, que además puedo recrear mientras contemplo el cielo en las noches de luna en sus fases de cuarto creciente y menguante. Su blanca piel, el sensual rubor en su rostro como besos de pétalo de rosa roja. El brillo y el café que provoca desvelos de su cabellera y su mirada de jaspe.

Es tan perfecta. Me sonrojo como siempre. Me pide que me siente en la camilla y que me debo quitar el vestido de cintura para arriba y desabrochar el sujetador, algo que hago con mucho gusto. En primer lugar, me hace abrir la boca y sacar la lengua para revisarme con un palo de madera (algo que, no sé por qué, me parece tremendamente sensual), seguidamente me ausculta y finalmente me toma la tensión. Yo sentada en la camilla medio desnuda con mi espalda casi pegada a la pared, ella de pie. Me encanta esta postura en la que estamos, muchas imaginaciones en forma de escenas románticas y altamente eróticas entre nosotras invaden mi mente.

Por momentos la miro de reojo. Siento un brillo intenso en su mirada posándose en mi cuerpo, un peculiar rubor en sus mejillas y una discreta sonrisa un tanto extraña que no sabría cómo definir, como si anhelara con desespero ocultar algo. No sé si serán imaginaciones mías influidas por las ilusiones que me hago desde la faceta más irracional de mi persona, pero… Es que parece tan real. En fin, empiezo a sentirme que no sé qué pensar ya.

Acto seguido, me tiene que masajear y mirar bien la espalda, los hombros y las costillas para ver cómo estoy de los dolores musculares que me han quedado como secuela del accidente. Me tumbo y me quedo con el vestido medio puesto de cintura para abajo y con el sujetador desabrochado de cintura para arriba. Me masajea, escribe los resultados y me pregunta si me duele o no.

Es indescriptible esta sensación de sentir el contacto de sus manazas recorriendo mi piel. Poniéndome en sus manos (nunca mejor dicho), me siento flotar en un puro y diáfano cielo azul repleto de tiernas y blancas nubes de algodón. Entonces volteo mi cuerpo para que termine de masajearme.

–Tienes un cuerpo precioso, de verdad –me dice, mirándome ruborizada.

–Muchas gracias –le respondo, entre dulces palpitaciones y mariposas en el estómago.

Entonces procede a masajear mis costillas. La verdad es que no es la primera vez que halaga mi físico y mi cuerpo. Cada vez que lo hace, me percato más de como le brilla la mirada, como se ruborizan sus mejillas y como se entrecorta su respiración. O tal vez son imaginaciones mías fruto de las ilusiones que me hago.

–Muy bien, cariño mío –me dice al terminar.

Me percato de lo sonrojadas que tiene las mejillas y de como le brilla la mirada.

A raíz de sus miradas, de su cariñosa manera de dirigirse a mí y de sus halagos acerca de mi cuerpo, esa sensación que tengo cuando percibo la atracción hacia mí por parte de otra persona se empieza a hacer patente. No dejo de sopesar la posibilidad de que sea una percepción mía influida por todo lo que siento por ella y que solamente me tiene mucho cariño y le parezco muy guapa, pero es que su manera de mirarme, el sonrojo de sus mejillas y el destello de sus ojos cafés posados en mi cuerpo me dice otra cosa muy diferente de la simple admiración hacia la belleza femenina.

Todas las veces de mi vida que a mí me han asaltado estas dudas la intuición nunca me ha fallado. ¿Y si hay algo más allá del afecto? ¿Y si Gunilda no es tan hetero?

Acto seguido, se dirige al almacén para buscar varios utensilios porque al terminar tiene que administrarme una dosis de un medicamento vía intramuscular. Verla caminando de espaldas con su bata blanca, su cabello suelto y bien peinado, sus anchas caderas, sus fornidas y largas piernas y sus atrevidas botas de cuero y plataforma hace que me sonroje, que mis latidos se aceleren y que sienta ese dulce calor en mi cuerpo.

Ella vuelve con los botes y tubos con el medicamento, la jeringa y el algodón. Le da una imagen imponente que me atrae en sobremanera aunque paradójicamente sufra un poco con las inyecciones. Me pide que me siente en la camilla, ya que me tiene que inyectar el medicamento. Ya conoce muy bien mi aversión a las inyecciones y es muy cuidadosa conmigo. Debo de reconocer que finjo más temor del que realmente siento, puesto que amo en sobremanera lo protegida que me hace sentir. Amaina mi nerviosismo y mi (medio fingido) temor muy cariñosamente.

–¡Venga, cariño! –me toma de mis delicadas manos con sus manazas, sonriéndome y mirándome a los ojos presa de ternura y de instinto protector– Con todo lo que has pasado y todo lo que estás luchando, si ningún obstáculo ha podido contigo, esto todavía podrá menos. Tú puedes. Nosotras podemos. Recuerda: tú y yo somos un equipo. ¿Sí? –me hace un ligero apretón de manos y me guiña el ojo. Acto seguido, me besa la frente. El destello en su mirada y el rubor en sus mejillas continúa haciéndose demasiado patente.

Asiento, llena de mariposas en el estómago ante tantas muestras de afecto hacia mí por su parte y sintiéndome todavía más dulcemente menuda y vulnerable ante ella.

–Ahora, cuando te inyecte el medicamento, tú puedes soplar y si lo ves necesario, poner tu otra mano encima de la mía con la que te sostengo el brazo. ¿Sí?

–De acuerdo, perfecto –respondo sonrojada, con un fino hilo de voz.

Entonces me besa de nuevo la frente. A cada muestra de afecto suya, mi intuición se hace todavía más patente. No obstante, tampoco dejo al aire el beneficio de la duda. ¿Y si simplemente es una gran ternura e instinto protector al haberle mostrado mi yo más vulnerable y no atracción ni amor romántico lo que siente? ¿Y si son ambas cosas? Soy más que consciente de lo mucho que le gustan mis manos, siempre encuentra alguna ocasión para tomármelas.

No solo yo amo con todas mis fuerzas sentir el contacto así como el sensual contraste entre mis manitas y sus manazas. Ambas lo amamos. Tengo la sensación de que, además del cariño, los abrazos y que me tome de la cintura con su imponente brazo mientras caminamos juntas, es principalmente esto lo que despierta una increíble química entre nosotras.

–Tienes unas preciosas manos, de verdad. Podrías tocar el piano.

–Ay, muchas gracias –le respondo con un fino hilo de voz, muy ruborizada. No es la primera vez que me lo dice.

Me suelta las manos y prepara la inyección con la medicina. Ya preparada, dirige la inyección hacia mí.

–Venga. ¿Preparada, cariño? –me dice, con una confiable sonrisa.

–Preparada –le respondo.

–Mira como sostengo tu brazo con esta mano. Ahora pon tu otra mano encima de la mía.

Lo hago sin pensarlo ni un segundo.

–Muy bien, cariño. Ahora sopla.

Entonces me inyecta el medicamento. Le sostengo con fuerza la mano y soplo. Acto seguido, me cubre el sangrado del antebrazo con un algodón con el que me aguanto con la mano y empiezo a sentirme mareada. Mi cabeza da vueltas, siento escalofríos y temblores que se acaban convirtiendo en sofocos y mi rostro palidece.

—¡Uf! Me encuentro mal.

Empiezo a suspirar de dolor físico. Me silban los oídos y tengo una sensación de hormigueo en las manos y en los pies. Gunilda me pide inmediatamente que me vuelva a tumbar en la cama. Acto seguido, pone una mano en mi frente y otra en mi pecho para tomarme el pulso y va rápidamente a por una pequeña toalla que moja con agua fría y me la coloca en la frente sujetándomela con una mano, mientras que con la otra me toma dulcemente las manos como una manera de tomarme el pulso. Empiezo a temblar y a ponerme nerviosa.

—Como ya sabes, es un medicamento fuerte y este es el efecto inmediato, pero una vez entre en la sangre te encontrarás bien y a medida que avancemos las dosis te irás acostumbrando. Tranquila, cariño mío, tranquila —me dice, con su dulce tono de voz.

Acto seguido, Gunilda empieza a acariciarme suavemente el cabello y las mejillas, a la vez que sujeta la toalla en mi frente con su otra manaza, que por algunos instantes me la pone en el pecho para tomarme el pulso.

—Ya está. Tranquila. Respira hondo. Inspira… Espira… Inspira… Espira… —me dice unas cuantas veces con dulzura.

—Gracias. Gracias. Gracias. —le respondo, agonizante.

—Te doy un vaso con agua y una Biodramina —me dice en un momento dado. Se dirige hacia una estantería de la que toma un pequeño vaso de color blanco con un corazón rojo dibujado y acto seguido hacia la máquina de agua, juntamente con la pastilla que toma de un bote. Después vuelve hacia mí.

Intento levantar la mitad de mi cuerpo para sentarme en la camilla. Nada más hacerlo, todo me da vueltas, vuelvo a percibir mi vista algo borrosa y a sentir que me silban los oídos, además de una sensación de adormecimiento y hormigueo en mis extremidades.

—Muchas gracias —me da el vaso e intento beber. Me vuelvo a sentir mareada y por un momento casi derramo el vaso, solo me ha alcanzado tiempo para tomarme la pastilla.

—Uy, te veo mal, te veo mal aún. Túmbate, túmbate, tranquila. Tú estate tranquila sobre todo.

—¡Uf! Todavía no puedo levantar mi cuerpo. No puedo sentarme. A la mínima me mareo —le digo, entre sollozos de malestar físico.

—De acuerdo, Clío. Venga, calma. Tómate tu tiempo para recomponerte. No pasa nada. Cuando te encuentres mejor ya sabes.

Sigue sosteniendo la pequeña toalla de agua fría en mi frente y acariciándome. ¡Qué segura me hace sentir esta mujer! Poco a poco, mi angustia y mi malestar se van disipando y mi rostro recupera el color. A medida que me voy encontrando mejor, me concentro más en ella. Sus dulces caricias. El destello de su cabellera y su mirada de jaspe. Su cálida voz hablándome con ternura. La misma sensación que contemplar el mar en calma, escuchando el sonido del pacífico oleaje y sintiendo una suave brisa acariciando mi rostro. La misma sensación que tomar una taza de chocolate negro bien caliente con un corazón grabado en la espuma.

—Te encuentras mejor, ¿verdad? —me pregunta, con una tierna sonrisa mientras me acaricia las mejillas y el cabello.

—Sí, me encuentro mejor. Muchas gracias por todo lo que estás haciendo y haces por mí, de verdad. Por todo y por tanto —le respondo.

Voy levantando mi cuerpo y bebiendo lentamente el agua que me ha dado, poco a poco, sorbo a sorbo, mientras ella me mira con afecto y con este rubor y brillo en su mirada que todavía dudo de cómo descifrar.

—¡Eres una campeona! —me dice. Acto seguido, me da un beso en la mejilla. Yo sonrío y me sonrojo. Siento mi estómago y mi vientre ya contraídos de tantas mariposas.

Entonces, Gunilda va recogiendo las cosas mientras yo me visto. Me fijo en ella. Es tan y tan hermosa. La miro disimuladamente y sonrojada, no sabiendo qué cara poner, sin sonreír, apretando mis carnoso labio inferior hacia dentro y mordiéndolo sensualmente. Me fijo en su larga cabellera castaña y ondulada con flequillo recto, en sus fornidas y largas piernas por debajo de sus pantalones tejanos, en sus botas altas marrones de cuero, plataforma y tacón grueso, bien combinadas con el color y el brillo de jaspe de sus ojos y de su cabello.

«¡Qué mujer, qué diosa!», pienso. Me sonrojo todavía más. De nuevo, mi corazón se acelera, mi respiración se agita y mi cuerpo se estremece. En pocas palabras, vuelvo a sentir calor. Por un instante, nuestras miradas se encuentran y ella se sonroja, entrecierra sus ojos y me lanza esa sonrisa que no sabría cómo descifrar, entre tímida y seductora, de sentirse deseada y tal vez de deseo hacia mí, la misma sonrisa nerviosa que mientras me masajeaba.

En repetidas ocasiones me ha sorprendido mirándola de esta manera. Tengo la sensación de que ya se percata de mi atracción hacia ella. Sabe de sobras de mi bisexualidad y de mi atracción preferente a las mujeres ya que le expliqué el detonante principal de mi depresión, que era todo por lo que pasé por la primera mujer de la que me enamoré (limerencia, dependencia emocional, en resumen, TOC), a lo que me escuchó atentamente y terminé llorando desconsoladamente entre sus brazos, sus dulces palabras de consuelo y sus besos en mi frente y mi mejilla.

Ella, por su parte, en esta misma conversación me dijo que había tenido solo relaciones con hombres en toda su juventud y que ha estado casada con un hombre durante bastantes años, con el que ha tenido un hijo ya adolescente rozando la mayoría de edad, por lo tanto, es más que obvio que es heterosexual y a su edad y siendo una mujer totalmente hecha y derecha, es difícil que eso cambie. También me explicó que lleva dos años divorciada del que fue su marido, aunque han quedado en buenos términos y a día de hoy se llevan bien, simplemente porque ambos ya no sentían lo mismo, como que «se acabó el amor», aunque esto no significa que se tengan que odiar ni llevar mal.

No obstante, por muy divorciada que esté, en teoría sigue siendo heterosexual, nada cambia. Eso, naturalmente, me derrumba un poco, sí, pero bueno, que le vamos a hacer. Como buena Asperger ya estoy demasiado acostumbrada a los amores platónicos y no va a ser menos ahora.

La faceta más racional de mi persona me repite con sus incesantes y castigadoras voces que no debo hacerme ilusiones, que solo me tiene un gran cariño y simpatía porque me ve muy vulnerable, que es hetero y que punto y final. Pese a ello, siento que con el paso del tiempo y todo lo vivido, se ha ido mostrando cada vez más cercana, cariñosa y protectora conmigo. Además, sus muestras físicas de afecto hacia mí (abrazos, caricias, besos…) son ya muy frecuentes, tal vez demasiado. ¿Y si es que simplemente me tiene mucho cariño y ella acostumbra a ser así con sus pacientes?

No pretendo hacerme ilusiones, aunque, ay, no sé. ¡Es inevitable no hacérmelas! Es que por otro lado siento que está surgiendo una obvia (al menos para mí) química entre nosotras y esto, obviamente, despierta en mí un atisbo de esperanza. Minuto a minuto y mirada a mirada, tengo la sensación de que se percata de mi atracción y de mis sentimientos hacia ella. Aunque claro, si a ella no le interesara se mostraría más distante conmigo, cosa que no sucede, sino todo lo contrario. Mi instinto también me dice que ella jamás jugaría conmigo por el simple hecho de sentirse deseada.

Intuyo en ella algo mucho más allá del cariño hacia mí y de verme solo como una posible amiga. Lo veo en el rubor de sus mejillas, en el destello de sus ojos, en su manera de mirarme y en su respiración entrecortada estando en mi cercanía, sobre todo las veces que me ha tomado de mis delicadas manitas con sus manazas, que me ha acariciado el cabello y el rostro, que me ha besado la frente y las mejillas y todavía más cuando me ha mirado estando yo con el vestido puesto de cintura para abajo y desabrochado y sin nada más ni nada menos que el sujetador puesto de cintura para arriba.

La verdad es que, hablando claro, parece que me hace el amor con la mirada, que me posee, que me hace completamente suya. Siento que hay algo más, algo más allá del cariño y que nada tiene que ver con la típica admiración de la belleza femenina por mero deleite estético.

Minuto a minuto, percibo con más claridad que aquí hay química, atracción y deseo. Deseo del bueno. Percibo lo deseada que me estoy sintiendo por su parte, que no es precisamente poco. Ahora sí que ya de manera racional, empiezo a llegar a la conclusión de que esta química que se respira entre ambas puede dar paso a algo más. Y, sobre todo, que este «algo más» no es precisamente unidireccional.

¿Y si Gunilda, pese a ser hetero, sintiera también algo? ¿Y si Gunilda no es tan hetero como pienso? La verdad es que mi monólogo interno respecto a sus sentimientos hacia mí va cambiando gradualmente y de manera radical y esto son ya palabras mayores. Esa dulce, cálida y creciente llama de esperanza e ilusión arde cada vez más y más dentro de mí.

Una vez estoy vestida, se vuelve hacia mí, que sigo sentada en la camilla.

—Si ves que te encuentras mal, tómate la Biodramina transcurridas ocho horas –procede a darme uno de sus botes con pastillas Biodraminas– Ahora vuelves a casa, tranquila, sin prisas… O… Si quieres te acompaño yo a la estación donde debes tomar el tren, que pronto va a oscurecer y además son vísperas de San Juan y es todo más inseguro. En fin, como lo veas mejor. Además, vives lejos y tienes que subirte al último tren, ¿verdad? —me dice, mientras me mira con gran afecto y acaricia mi cabello y mi mejilla. Me encanta lo protectora que es conmigo. Yo me sonrojo y siento que mi corazón y mi estómago dan definitivamente un vuelco.

—Vale, como quieras, te lo agradezco —le digo.

—Como te vaya mejor, sin compromiso —me dice, afectuosamente.

Sigue acariciando mi cabello y mis mejillas. Me sonrojo todavía más. Sonrío. La miro tímidamente. Mi corazón late con fuerza. Mi cuerpo se estremece todavía más. Llegadas a este punto, es ya más que obvia la química entre nosotras y es ya imposible que ella no sienta lo mismo.

–O… Si quieres puedes quedarte a cenar y a dormir a mi casa –me dice repentinamente.

Asombrada me quedo.

–¿Seguro que te va bien? Lo digo por tu hijo y por no darte más faena.

–¡Sí, descuida! Mi hijo está con su padre esta semana.

–Sí. Bueno… Vale… Como quieras –balbuceo tímidamente, haciéndome la indecisa. En el fondo estoy que no quepo en mis ganas.

–¡Perfecto pues! Termino de recoger mis cosas y nos vamos. Además, al ser vísperas de San Juan salgo más temprano. Podemos ir a pasear un rato por la ciudad y después vamos a mi casa. ¿Qué te parece? –me mira con una amplia sonrisa. Intuyo una inmensa alegría en su rostro y en su voz.

–Me parece muy bien, muchas gracias de verdad –le digo, con una sonrisa de oreja a oreja.

Acto seguido, me abraza con fuerza y me besa la cabeza y la mejilla. Me asombra como busca constantemente el contacto con mi cuerpo. Se me eriza la piel inevitablemente, en especial mis pechos y mis pezones por debajo del vestido. Siento humedad en mis braguitas. Estoy realmente excitada con solo sentir el roce de nuestros cuerpos, además de mi enamoramiento y deseo hacia ella y de su cada vez más obvio deseo hacia mí. Un torbellino de sentimientos y sensaciones demasiado intenso.

–Ay. Pero un momento. –me dice– A ti, los petardos…

–La verdad es que me dan miedo –le respondo tímidamente a modo de interrupción con un meloso y suave tono de voz.

Los petardos sí que me dan realmente miedo, esta vez no finjo. Me está mal decirlo, pero reconozco que amo mostrarme ante ella como una damisela en apuros.

–Entiendo perfectamente que siendo Asperger como eres seas especialmente sensible a los sonidos fuertes y repentinos. Tranquila, no estás sola, estarás conmigo, no temas –me toma la mano y me besa la frente.

Acto seguido, procede a quitarse la bata. Entonces me fijo más y más en ella. Lleva puesta una camisa abotonada de manga larga de color marrón con topos blancos, totalmente a juego con su cabello, su mirada y sus seductoras botas de plataforma y taconazo. Mi mirada se va directa a sus pechos, ahora sí que puedo fijarme mejor y lo que intuyo me encanta en sobremanera. Tiene unas tetas realmente grandes y bien puestas y me fijo discretamente en la senda que mena hacia ellas.

Transcurridos unos segundos, se voltea y mi mirada se va directa a sus piernas con las botas altas de cuero bien ajustadas, a sus pantorrillas, a sus anchas caderas y a sus preciosas y abundantes nalgas por debajo de sus pantalones. Estoy salivando, en todos los sentidos. Entre otras sensaciones, siento mayor salivación en mi boca y mayor humedad en mis braguitas.

Me imagino recorriendo su cuerpo entero y sus grandes pies con las botas y demás calzados de plataforma y tacón con mis manos, con mi boca y con mi lengua y quedándome sin aire entre tanta y tanta abundancia y voluptuosidad, como si no existiera un mañana. ¡Uf! Deseo con todas mis fuerzas amar su cuerpo como si no existiera un mañana, durante toda la eternidad. Y si en esta vida no alcanza, durante toda una otra vida.

Transcurridos unos minutos, ella se pone su chaqueta, una chupa de cuero marrón totalmente a juego con sus botas. Se viste de una manera discreta e informal y al mismo tiempo lleva unos calzados muy atrevidos y sensuales. Al mismo tiempo, yo me pongo mi chupa de cuero negra, totalmente a juego con mis sandalias negras de cuero y que me hace verme muy bien con mi vestido granate, discretamente ajustado a mi cuerpo.

Tenemos un estilo bastante distinto. Ella más bien informal, yo más bien fina y formal. Irónicamente, debo decir que dejándonos llevar por estereotipos y por nuestro aspecto, cualquiera diría que la lesbiana o bisexual es ella y la hetero yo, aunque tal vez debemos empezar a superar ya estas cosas. Por ejemplo algunas de mis amigas no es que sean precisamente el culmen de la feminidad y no son más heteros porque no pueden. Esto es cierto, aunque dejando ya de lado estereotipos o no, llegadas ya a este punto, cada vez dudo más de la (supuesta) heterosexualidad de Gunilda.

Ya apagadas las luces y la alarma de su consulta, cierra con llave y salimos, bajando por un grande ascensor con espejo, a través del cual nos miramos. Viendo la reflejada imagen de ambas, me percato todavía más de nuestra notable diferencia de altura y tamaño y la verdad es que es algo que me encanta en sobremanera. Me imagino cómo sería ella capaz de hacerme el amor, de poseerme, de hacerme suya. Lo que su grande y fornido cuerpo haría con mi menudo cuerpo. Mi instinto concibe una relación entre ambas siendo ella la más dominante y yo la más sumisa.

Continuará.

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