Mi nombre es Clío. Soy una chica de 27 años. Soy bajita (mido más o menos 1,60), delgada y blanca de piel. Tengo el cabello castaño largo siempre recogido con una coleta, los labios carnosos, los ojos marrones y llevo gafas. Soy muy femenina a la par que muy sencilla. Rara es la ocasión en la que no vista con faldas y vestidos, al mismo tiempo que detesto maquillarme o llevar el pelo suelto.
Soy una chica Asperger con todo lo que conlleva. Soy muy tímida, introvertida y ansiosa. Pese a ello, no soy de hierro y tengo un lado muy sensible, sentimental y romántico, además de ser bastante débil de carácter. Soy bisexual con preferencia hacia las mujeres. No tengo ninguna experiencia en el amor ni íntima todavía a mis 27. He tenido oportunidades, pero me he negado. Soy incapaz de llegar a un punto de intimidad sin que haya sentimientos de por medio. No puedo, me parece un acto vacío.
La primera persona de la que me enamoré fue una mujer, insana y obsesivamente. Yolanda era su nombre. Un pasado que prefiero no recordar, fue una experiencia nefasta que me generó un trastorno psicológico con el que casi me arruino la vida. Me di cuenta del gran cáncer que son las apps de ligar y hasta cierto punto las redes sociales. Nada más que un gran mercado de personas como si fuéramos objetos. Cometí grandes errores a causa de mi falta de cautela y madurez y eso me trajo por la calle de la amargura.
Transcurre un breve período de tiempo en mi vida que a mí se me hace muy largo por los cambios que experimento a muchos niveles. Entonces, aparece ella en mi vida. Y me vuelvo a enamorar. Gunilda es su nombre. Nombre de raíz germana y de mujer fuerte, guerrera, independiente y empoderada de las de verdad, no como muchas hoy en día, que se ponen esta etiqueta no son más que «Charos» y «Karens».
Gunilda es una hermosa mujer madura, casi unos veinte años mayor que yo. Su bravía cabellera castaña y ondulada leonada cada vez más larga con flequillo recto, que acentúa su belleza y su sensual esencia de mujer. Su profunda y felina mirada de unos preciosos ojos cafés con un intenso brillo lleno de vitalidad y su radiante sonrisa llena de vida, como el destello de dos estrellas y de un pedazo de luna en la oscura noche de mi soledad. Tiene la mirada y la sonrisa más bellas que he visto nunca. Lleva gafas. Su voz, con la que transmite una paz y una dulzura increíbles y, sin percatarse, una gran sensualidad.
Además, es muy y muy alta (mide entre 1,85 y 1,90), de tez blanca, gordita y bien proporcionada, realmente grandota, con unas preciosas manazas y unos pies increíblemente grandes para ser mujer. La verdad es que siempre me gustan mujeres que, de alguna manera u otra, subvierten los roles de género, empezando por su altura, su constitución y demás características físicas.
Es una mujer muy natural, no tiene el hábito de maquillarse (ni falta que le hace) y su manera de vestir es muy discreta y sencilla, puedo decir que bastante neutral, ni masculina ni femenina. Tal vez tirando a femenina, aunque obviamente no más que yo. También debo reconocer que yo soy capaz de verme ultra femenina al lado de cualquier otra mujer independientemente de que ella también lo sea y de su orientación sexual. Debo reconocer que físicamente y hasta en el aspecto es muy parecida a la otra mujer. Siempre tuve muy claro mi concretísimo prototipo.
Es mi médico de cabecera desde hace nueve meses, justamente desde el momento en el que estuve psicológicamente tan y tan mal. Ya desde el primer momento que la vi, sentí algo muy fuerte hacia ella. Mi primera visita con Gunilda fue para que me concediera una prórroga de baja por la ansiedad y la depresión. Como era ya su última hora y yo su última paciente, le expliqué todo lo que me sucedía y le acabé hablando de mi vida en general. Me desahogué, lloré muchísimo y abrí mi corazón con ella, mostrándole todo lo triste, sola y vulnerable que me sentía.
Ella me escuchó muy atentamente y con una mirada empática y comprensiva. Me dijo que no podía continuar así, que no era justo todo lo que me había pasado, que debía perdonarme mis propios errores, que me había perdido a mí misma y que necesitaba reencontrarme con mi verdadera esencia. Realmente me emocionaron sus palabras e hicieron que me saltaran más lágrimas todavía. Ella me calmó lentamente con el invicto brillo de su mirada posándose en mí, hablándome con su dulce voz y tomándome la mano.
Terminamos haciendo una técnica de relajación y antes de marcharme me dio un tierno y cálido abrazo, en medio del cual pude sentir palpitaciones en mi corazón así como una intensa contracción en mi estómago. Fue definitivamente en aquel preciso instante que me enamoré de ella.
No obstante, cuando realmente nos unimos fue cuatro meses después. Tuve un fuerte accidente en la calle que además se me juntó con mi estado de ansiedad y depresión y tuve que estar ingresada casi tres meses. Fue ella quien estuvo a mi lado en todo momento atendiéndome, cuidándome, escuchándome, apoyándome, curando mis heridas, las de la piel y las del alma. Además de mi salud física, le hablé más y más de mí, de mis problemas personales y psicológicos, de mi vida. Había algo en Gunilda que me impulsaba a desahogar mi pesar con ella. Su nobleza, su sensibilidad, su capacidad de escuchar, de comprender, de empatizar y de no juzgar.
Amo su manera de ser conmigo, tan sensible, protectora y preocupada por mí. Lo segura que me hace sentir. A raíz de haber tenido largas conversaciones entre nosotras a solas, las dos nos hemos ido conociendo y también dado cuenta de que tenemos bastante en común en nuestra manera de ver la vida, el mundo, los sentimientos. Con el paso de los días y conforme nos conocíamos, me iba percatando de la maravillosa persona que es, de que mis primeras impresiones sobre ella eran más que ciertas. Gunilda me ha brindado la confianza y el cariño suficientes para abrir más mis sentimientos hasta el punto de establecer un vínculo más personal, ya más allá de doctora/paciente.
Ahora viene lo más complicado de todo y lo que hace que lo que siento por ella no deje de ser platónico. Está recién separada y tiene un hijo, aunque soy consciente de que por muy separada que esté, por lo que me ha explicado de su vida entiendo que es heterosexual y que todo lo que siento es platónico e idealizado y sé que nada va a pasar más allá de mis fantasías (o eso creo).
No obstante, por otro lado siento que con el paso del tiempo algo especial ha surgido entre nosotras, una conexión más allá de la amistad, no sabría cómo explicarlo. Lo intuyo en su mirada, en su sonrisa, en su ternura, en sus halagos, en sus abrazos, en sus caricias y besos en mi mejilla, muestras de afecto cada vez más frecuentes. Me hace sentir protegida, única, querida, algo que no sentía en mucho tiempo.
Hoy es viernes 23 de junio, víspera de San Juan. Tengo visita con Gunilda a última hora en su consulta privada, ya que compagina la sanidad pública con la privada, algo tan propio de este país por desgracia. Han pasado tres semanas desde que me dio el alta de mi ingreso hospitalario y ya la he echado mucho de menos. En algunas ocasiones durante este tiempo hemos hablado por correo electrónico y por teléfono sobre mi estado de salud, sin nada más allá de esto porque es una muy excelente profesional.
Pese a ello, cuando me habla desde su correo o teléfono personales, ya fuera de su ámbito laboral, me pregunta qué tal estoy en todos los aspectos, hablamos de nuestras cosas y nos decimos lo mucho que nos echamos de menos. Y que en nuestros mensajes ella siempre se despida con un «cuídate mucho» y un «te quiero», algo que tanto me enamora y de esta misma manera yo le correspondo, aunque con ella está más que claro que no es lo mismo hablar por correo que cara a cara.
Además, realmente no vivimos cerca, porque aunque a ella en el sistema público le haya tocado trabajar aquí, reside a su ciudad natal, situada a dos horas de mi localidad. Durante unos días de la semana trabaja en la sanidad pública de mi pueblo y durante otros en su consulta privada en su ciudad.
Siento que me falta algo de Gunilda más allá de sus correos y sus llamadas. Necesito encontrarme con ella. La echo realmente de menos. Anhelo sentirla cerca, la calidez y su cuerpo junto al mío fundidos en un fuerte abrazo y sus preciosos labios sellando mis mejillas y mi frente, haciéndome sentir protegida. Extraño hablar con ella cara a cara, mirarla a sus preciosos ojos cafés, escuchar de cerca su dulce y profunda voz, su presencia, tanto física como moral. Me conformo sobradamente con esto si nada más puede surgir entre nosotras.
Son muchas las veces que mi cuerpo ha sentido intensamente ese dulce, inflamado y húmedo calor pensando en ella, dejando mi ropa interior bien mojada. Imaginando cómo sería besar sus labios, acariciar su cabello y su piel, abrazarla intensamente. Cómo sería llegar al máximo grado de intimidad con ella, sentir la opulencia de su cuerpo contra la menudez del mío, que me hiciera completamente suya haciéndome el amor siendo ella la dominante, poseyéndome, haciéndome «sentir mujer» siéndolo también ella.
Son las seis y media de la mañana, hora de levantarme. Me espera un largo viaje en tren de más de un transbordo. Podría salir de casa más tarde, ya que la visita es a última hora del día, aunque teniendo en cuenta el nefasto funcionamiento de la red ferroviaria aquí en España, es mejor ir sobradamente prevenida. Realmente me muero de ganas de verla y quiero llegar lo más pronto posible. Además, quiero pasar el día en la ciudad y hacer visitas en algunos lugares históricos destacados.
Me levanto de la cama y me dirijo al cuarto de baño para ducharme. Me desprendo del camisón de tirantes y me meto en la ducha, debajo del cabezal. Chorros de tibia agua empiezan a empapar mi cuerpo. Siento especialmente como vibra el contacto del agua con mi blanca piel en mis sensibles e hinchados pezones, ya doloridos anunciando la relativa cercanía de mi inminente menstruación. Es una agradable sensación de dolor y placer al mismo tiempo.
Conforme el agua roza dulcemente mi piel, pienso más en Gunilda y en mis ansias de verla. Imagino sus gruesas, largas y toscas manazas tomando con ternura las mías, sintiendo el dulce contraste ya que tengo unas manos muy delgadas, delicadas y con dedos de pianista. Recorriendo discretamente mis brazos y mi esbelta figura mientras me abraza cuando nos saludamos y mientras me revisa, masajeando bien mi cuerpo, piel con piel. Me imagino quitándome la ropa delante de ella en la consulta, mostrándole mi cuerpo en ropa interior.
Empiezo a sentir calor y humedad dentro de mí. Me ruborizo, me muerdo los labios y se me eriza la piel pese al agua caliente y mientras me froto con la esponja rociada de gel con perfume de jazmín, acaricio mi cuerpo imaginando que es ella quien me lo acaricia con sus manazas mientras me besa el cuello, las mejillas y los labios. ¡Uf! Es tanto el calor y la hinchazón que siento dentro de mí, que caigo rendida agachada al suelo de la bañera y empiezo a estimular mi clítoris y mi vagina con una mano y mis pechos y mis pezones con la otra imaginando que es ella quien me lo hace penetrando en lo más profundo de mi ser con sus dedazos y empiezo a gemir.
–Mmm… ¡Sí! Mmm… ¡Gunilda! –repito varias veces, entre ardientes gemidos.
Estoy que no quepo de deseo. Transcurridos unos minutos, cambio la salida del agua del cabezal al teléfono de la ducha, me tumbo en la bañera, tomo en teléfono con el agua caliente chorreando y lo pego a mi rosa del amor. Con la otra mano continuó acariciando mi cuerpo y estimulando mis pechos y mis pezones. Y así continuo durante unos breves y largos minutos hasta que mi cuerpo no resiste más ante tanto placer y se funde en un tremendo clímax.
Termino de lavarme y salgo de la ducha. Cubro mi cuerpo con una toalla y me seco. Conforme mi riego sanguíneo asciende de mi punto g a mi cerebro, retorno a la realidad. «Es hetero, no va a pasar nada, soñar es gratis», repiten sin cesar las voces en mi interior.
Transcurridos unos minutos, habiéndome secado bien, unto mi cuerpo entero con loción corporal de perfume de rosas rojas. No acostumbro a perfumarme, pero en esta ocasión, siento un irrefrenable instinto de hacerlo. Ya inconscientemente, he elegido el champú, el gel y el suavizante que tengo con un aroma más llamativo para ducharme y ahora al salir de la ducha estoy untando mi cuerpo entero también con un delicioso aroma.
Entonces me visto. Me pongo un conjunto de ropa interior granate y un vestido floreado del mismo color que la ropa interior. Un vestido de manga larga, sencillo y elegante al mismo tiempo, se me ha encogido un poco de ponerlo en un programa equivocado en la lavadora, aunque me queda incluso mejor y más ajustado a mi fina figura. De calzado me pongo unas sandalias negras de plataforma y de accesorios me pongo un bonito conjunto de unos pendientes, unas pulseras y un collar plateados.
Me recojo bien mi largo y lacio cabello castaño con una coleta, no me complico en absoluto. No me maquillo, detesto profundamente el maquillaje. Me pongo las gafas. Abro el cajón con los pocas fragancias que tengo y tomo una con un frasco rojo intenso en forma de corazón. Me rocío bastante perfume en las muñecas, las manos, el cuello e incluso en el cabello.
Me estoy sorprendiendo a mí misma, no me reconozco perfumándome de esta manera. Me paro a pensar por un instante. «¿Qué estás haciendo, Clío? ¿Qué pretendes? No va a pasar nada, no vas a conseguir seducirla, por muy separada que esté es hetero, le gustan los hombres y solo los hombres, no hay más», me repiten las incesantes voces de mi diálogo interno. Racionalmente tengo más que claro lo que hay, el «no» ya lo tengo y que lo que siento por ella no pasará de un amor platónico ya lo tengo más que claro y asumido (o eso creo), aunque mi cuerpo y mi instinto actúan de otra manera.
Ya preparada para la ocasión, tomo mi chupa negra de cuero y mi bolso del mismo color con el monedero y las llaves y me dispongo a salir de casa, rumbo a la estación de tren.
El viaje transcurre de fábula. Me encanta recorrer nuevas líneas ferroviarias, así como preciosos lugares donde nunca antes había estado. Sintiéndome más y más cerca de mi amor. En cuanto llego a la ciudad donde reside Gunilda y miro el mar, las preciosas vistas de la playa, de las espectaculares ruinas romanas, del casco antiguo y de toda la ciudad, un nudo en la garganta se apodera de mí y mis ojos empiezan a derramar lágrimas. La he echado realmente de menos.
Bajo del tren y me dispongo a hacer la obligada subida que me llevará a la ciudad, hasta que llego al casco antiguo. Había estado en lugares cercanos de la provincia, sí, pero nunca en la ciudad, que es capital de la misma. Alucino con la belleza de las calles que recorro y pienso más y más en Gunilda. Me cuesta horrores dejar de llorar. Siento demasiadas cosas por ella. Tengo ganas de que llegue última hora de la tarde, de fundirme en uno de sus tiernos y cálidos abrazos.
El día transcurre de fábula. Por la mañana visito las ruinas romanas, al mediodía voy a comer a un sencillo restaurante y a la media tarde visito algunas iglesias y la catedral. Soy una empedernida amante de la historia (sobre todo antigua y medieval), del arte y de la religión, además de ser creyente. A diferencia de la mayoría de gente de mi edad, cuando voy a pasar el día o de vacaciones en algún lugar, en vez de frecuentar bares, discotecas y demás sitios del estilo, me voy de visitas culturales a los edificios antiguos y a los museos.
La consulta de Gunilda se encuentra en el mismo casco antiguo del que, obviamente, apenas me he movido a lo largo del día. Cuando se acerca la hora, me dirijo a la consulta, caminando por las coloridas calles de esta preciosa zona de la ciudad. Se encuentra en un edificio de cuatro pisos pintado de color magenta. Las luces que anuncian la cercana e inminente puesta de sol pronuncian todavía más su invicta belleza.
Me acerco a la puerta. Llamo al timbre muy nerviosa, me tiemblan las manos como nunca antes. Ya dentro, subo las escaleras hasta el cuarto piso, donde se encuentra la consulta. Escalón a escalón, más ansiosa estoy, más temblor siento en mis extremidades, más se acelera mi pulso y al mismo tiempo, más se eriza mi piel, en especial mis pechos y mis pezones. Ya con el simple hecho de pensar en ella y en que nos veremos, siento esa extraña y agradable sensación de nerviosismo y excitación. El corazón me late a mil por hora.
Llego al cuarto piso. Ella se encuentra en la puerta esperándome y me recibe con su hermosa sonrisa y el invicto brillo de su mirada de ojos cafés detrás de sus gafas, que le dan un aire todavía más imponente. Casi me quedo sin aliento al verla. Es tan y tan hermosa. Increíblemente alta, grande, soberbia e imponente ante mí. Su larga y bravía cabellera castaña ondulada, el destello de su mirada de ojos cafés, su sonrisa, lo más bello que he visto en toda mi vida.
Tan hermosa como siempre y sin ningún rastro de maquillaje. ¡Y ni falta ninguna que le hace! Totalmente sencilla, natural. Con su bata blanca, unos pantalones vaqueros más o menos ajustados a sus poderosos muslos y piernas y unas sexys botas altas marrones de cuero, plataforma y tacón, a juego con el color de sus ojos y de su larga y ondulada cabellera. Bien discreta con su punto de sensualidad en sus seductoras botas.
Estoy que no quepo en mis mariposas en el estómago, siento calor y rubor en mis mejillas, mi piel erizada, así como mis pezones, lo que hace que mi nerviosismo y mi rubor aumenten, intensas palpitaciones en mi corazón y mis extremidades temblando como flanes, como si hubiera un terremoto bajo mis pies. Es increíble el torbellino de emociones y sensaciones que tengo al verla. Si ya soy menuda, delicada y hasta vulnerable a su lado, en este estado, todavía más.
La he echado muchísimo de menos, demasiado. Más que nunca. A raíz de todos momentos más duros y más bonitos que ambas hemos vivido, tanto como doctora/paciente y como más allá de dicho vínculo, puedo decir que durante los tres meses que he estado ingresada he desarrollado fuertes sentimientos hacia ella. Y después de todo, estar casi un mes sin vernos se me ha hecho duro, como si me arrancaran algo dentro.
¡Dios mío, cuánto ansiaba ya un abrazo suyo! Es indescriptible lo que siento estando nuestros cuerpos abrazados. Al mismo tiempo, siento como mi tenso estado de ánimo se amaina lentamente. Mientras la abrazo, tengo mi cabeza posada entre su voluminoso estómago y sus pechos. Sus bellos y finos labios besan mi cabeza, mi frente y una de mis mejillas. Siento unas tremendas ganas de llorar y mis ojos empiezan a derramar lágrimas, algo de lo que ella se percata y al instante me toma de mis delicadas mejillas con sus manazas.
–¡Ay! ¿Estás bien, cariño mío? –me pregunta, un tanto apenada.
–Sí, estoy bien. Muy bien. Es solo que… Que te he echado mucho de menos –le respondo entre lágrimas y sollozos.
–¡Ay, mi Clío! –me dice, abrazándome de nuevo y llenando de besos mi cabeza, mi mejilla y mi frente, dejando escapar un sentido suspiro. Se nota que ella también está emocionada, aunque debe contener más sus emociones.
Siento sus fuertes brazos y sus manazas recorriendo mi esbelta cintura y mi espalda. Echaba demasiado de menos esa sensación de calidez, de protección. Deseo con todas mis fuerzas que sus manazas amaran mi cuerpo entero. Tiene unas manos bien grandes y gruesas, que en primer plano sin ver a la persona portadora de ellas, no se pensaría que son unas manos de mujer.
Entonces, me toma de la cintura con su grande brazo y su manaza y caminamos por el pasillo dirigiéndonos a su consulta. Realmente me encanta este gesto de ella hacia a mí y me hace sentir muy segura.
Continuará.
Demasiado largo y tedioso tu relato, tómalo como un consejo, haz más corto el relato para que así sea más ameno al lector, aunque no deja de ser agradable.
Saludos