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Lucie (parte 1)
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—¡Hola! Te extrañé, amor…

Murmuraban tus labios rosados, tus ojos tontos dejando caer los párpados con lentitud. Vestías algún detalle para enmarcar mi deseo. Durante el día entero pensé en ti, en cómo te dejé en la mañana, extenuada sobre las sábanas, entre suspiros, aún con las piernas vibrando tras el orgasmo mientras sentías gotear la firma de mi esperma por tus glúteos. Eres mía. Lo sabes, Lucie. Lo recordarías el día entero.

Te extraño, Amor, ay, no tienes idea cuánto. Y acaricio mis labios confesándolo.

Me acosté dando vueltas en mi cabeza, imaginándote aún en mí. Cómo tu erección me despertaba palpitando contra mi rostro, tus manos posesivas apretando mis senos. Eso es lo que haces conmigo. Me enloqueces de ganas de ser llenada hasta no aguantar más. Y me besaste intensamente separando mis labios con suavidad, haciéndome gemir cada caricia, relamer cada dedo. Frotaste mis pechos mezclándolos con las sábanas y mis manos, mi entrepierna con la almohada y tu pulgar. Dándome golpecitos. Recordándome a quién pertenezco, prometiendo la fuerza que merecía.

Me agarraste la cola con violencia para empujarme el miembro hasta el fondo y me obligaste a morder la almohada perdida en embestidas, cada una más fuerte que la anterior. A veces no quieres oírme. ¡Pero yo quiero que me escuches! Que tomes mis pechos y mires mis ojos y digas mi nombre. Desde que soy tuya tengo muchos nombres, algunos me gustan, otros no. Cuando no eliges uno sé que soy sólo una muñeca, sé que lo merezco. Ser una esclava que tu miembro tenso lleva al orgasmo sin parar.

Y no parabas. Me tenías con las piernas en tus hombros abriéndome con un pijazo tras otro, aceptando mi destino. Soy tuya. Mi concha es tuya.

Cuando me agarraste del pelo, me pusiste sobre mis rodillas sin separarte de mí sexo mojado. Mis piernas temblaban. Me arremetías fuerte, más fuerte, más. Te sentía y chorreaba, gemía, gritaba. Me embestías enloquecido, gruñendo a mi oído y tirando del cabello para morder mi cuello. Te caliento, lo sé. Te encanta cogerme. Te gusta mi concha y quería que lo demuestres, que me llenaras por completo.

¡Me cogías tan fuerte! Mi cuerpo se estremecía. ¡Me cogías tan duro! ¡Dios! ¡Me hiciste venir tan fuerte! Pero yo necesitaba que acabaras, que vaciaras todo en mí.

Y me arqueé para hacerte ver cómo sacudías mis tetas con tus movimientos. Las agarraste tan duro, mis pezones tan duros estaban por ti. Me quitaste tu pija sólo para vaciarla en mi cola. Estabas tan lleno, me duele cuando lo estás, cuando no dejas de liberar esa leche que recuerda mi desatención. Sentía chorrear mi vergüenza caliente por los glúteos. Y tú continuabas rígido liberando las últimas gotas cuando yo escondía la primera lágrima. Pero por un momento fuiste mío. Todo lo tuyo fue mío… Ahora sólo te extraño.

Te extraño tanto, amor…

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