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La peor o mejor decisión de mi vida, aún no lo sé
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Mi esposa y yo somos de una pequeña comunidad, donde la gente vive sujeta a tradiciones y es muy conservadora.

Duramos dos años de novios y nos casamos, ella de 19 años y yo de 20 siendo ella virgen, tal como se acostumbra en estos lugares.

El primer año de casados lo vivimos en casa de mis padres, ya que era muy grande, pero esto nos quitaba mucha privacidad, así que, aprovechando mi trabajo me puse a buscar casa en renta en la ciudad.

Yo trabajaba en una pequeña ciudad a 8 kilómetros del pueblo. Trabajaba como chofer vendedor de una marca de refresco de cola muy conocido. En poco tiempo encontré un pequeño departamento que, para mi fortuna estaba ubicado dentro del recorrido de mi ruta de venta. No era muy grande, pero suficiente para los dos. Era un módulo de 10 departamentos, dos líneas de cinco, una frente a otra separados por un jardín central; cada uno constaba de una cocina comedor, una habitación muy grande que hacía las veces de recámara y sala a la vez, un patio de servicio lateral y su baño con entrada por el patio y por la habitación, eso era todo, pero estábamos protegidos por una reja de entrada y un portero pagado por todos los inquilinos que nos garantizaba la privacidad.

De inmediato nos mudamos y, por decirlo así, ahí comenzó nuestra vida de casados, ya que por fin teníamos privacidad.

Cuando yo entré a esa empresa, inicié como ayudante de chofer a mis 17 años; así que ahora a mis 21 ya era jefe de ruta y la empresa me proveía un ayudante. A los ayudantes le daban rotación enviándolos un par de meses en cada ruta para que las conozcan todas.

En ese tiempo traía de ayudante a Leonardo, un individuo un poco mayor que yo; un individuo muy bien parecido que se sentía irresistible con las mujeres.

Cada martes, jueves y sábado en mi recorrido pasaba cerca de casa y, para no gastar en desayuno llegábamos a desayunar a la casa e invitaba a mi ayudante Leonardo y de esa manera se conoció con mi esposa Elena.

Todo estaba muy bien, hasta que cierto día las cosas cambiaron. Para que me entiendan les explicaré que yo no era muy tomador y mucho menos mi esposa, pero si nos gusta el fútbol a ambos y los sábados como terminábamos la jornada más temprano que el resto de la semana, varios compañeros íbamos a ver el fútbol a un centro botanero cercano a la embotelladora y ahí conocí a ciertas mujeres con las que tuve relaciones, claro de esto mi esposa no sabía.

Pero sucede que las autoridades cierran un tiempo ese lugar por un desorden que ocurrió, y se me ocurre invitar a Leonardo a mi casa a ver el fútbol. No llevamos algunas cervezas y veíamos el juego. Esto le agradó a mi esposa pues ya llegaba temprano los sábados y nos acompañaba.

Cierto sábado se nos acaban las cervezas y voy por más a la tienda. No tardé ni 20 minutos y al regresar muy serios y en silencio. Mi esposa sentada hasta el otro extremo de la sala. Se me hizo muy sospechoso, pero yo confiaba en ella, así que no dije nada, pero ya que se fue Leonardo si le pregunté la razón de su actitud.

Ella me dice: "No pasa nada, solo que tú compañero se puso muy galante y me propuso ser más que amigos".

Esto me sorprendió y me enfureció contra él, pero Elena me tranquiliza diciéndome: "No te alteres, no vale la pena, yo lo puse en su lugar. Le dije que para llegar a ser más que amigos, primero tendríamos que ser amigos y para mí el es solo tu compañero de trabajo y no mi amigo. Se sintió ofendido, pero ni modo"

"Bueno, a ver cómo lo veo el lunes. Y me da mucho gusto que sepas darte tu lugar, es que este siente que todas se derriten por él”. -Fue mi respuesta. Pero nunca imaginé lo que Elena me diría.

Ella me contesta: "Es cierto, tu compañero no me atrae nada. Tal vez si fuera del tipo que me gusta o que me gustará un poco, quizás me atreviera a darme un resbalón, pero no, no me gusta ese hombre".

Yo me quedé helado, nunca me hubiera imaginado esa respuesta, así que le dije muy disgustado: "¿Que estás diciendo? ¿Me estás diciendo que si un hombre te gusta te atreverías a meterte con él?".

Si su primer respuesta me dejó helado, lo que siguió diciendo me derrumbó: "¿Y por qué no? Ustedes tienen mujeres a espaldas de nosotras, y se supone que somos iguales y tenemos los mismos derechos. ¿Por qué ustedes si pueden y nosotras no?".

Ya muy violento le digo: "No te das cuenta lo que estás diciendo? Yo me case con una mujer decente, no con una aventurera. Y a mí no me puedes señalar de que ande con mujeres, yo me dedico a ti”.

Ella insiste: "Mira, yo no te estoy diciendo que ande deseosa de hombre. Solo te dije que si me hubiera gustado 'quizás', porque considero que tenemos los mismos derechos. Pero no te preocupes, ni siquiera sé si algún día me atreva".

No quiero hacer tan largo el relato, pero ya se imaginarán que discutimos mucho más, pero ella quiso dejar claro que si yo tenía derecho a una aventura, ella también. Además me dijo que sabía cosas de las cuales nunca me había querido reclamar.

La relación con mi ayudante siguió normal, no quise dar a sospechar nada debido a la revelación de mi esposa, aunque sentía un fuerte antipatía contra él. Luego, todo se complicó más. Me cambian de ayudante y me dan a un recién ingresado. A Leonardo lo colocaron en otra ruta y mi nuevo compañero era un hombre de más de 40 años que debido a su situación económica no tuvo reparos en trabajar de ayudante. Fue un cambio favorable para mí, porque este hombre era muy eficiente y una compañía agradable y se ganó mi confianza.

Cerca de tres meses después del incidente con Leonardo y mi esposa, éste dejo el trabajo, no sin antes hacer alarde de sus dotes de conquistador. Le platico a otro compañero que, aquella ocasión, aprovechando mi salida momentánea, el tuvo tiempo de echarle un rapidin a mi esposa. El compañero me aseguro no haberle creído sabiendo lo engreído y pedante que era, pero los celos hicieron presa de mi, aunque me controlé un poco y nuevamente interrogué a Elena.

Como es lógico, mi esposa se molestó y me dice: "Mira, el día que yo decida hacer eso de que me acusas, no va ser a escondidas como tú lo haces, yo te lo voy a decir. Yo ya había olvidado eso y como te dije, ese tipo no se me antoja para nada. El único hombre con quién he estado eres tú. Pero te doy sincera, estoy tranquila y no tengo nada que me inquiete, pero si algún día tengo una tentación, ¿Por qué no darme un pequeño gusto? Tú lo has hecho ya varias veces y yo no te he reclamado nada. ¿Crees que no estoy enterada de lo que haces?".

Nuevamente sentí que el mundo se me vino encima y tuve que aceptar mi culpa. Ella no fue cruel conmigo y me dijo algo que me obligó a cambiar mucho mi actitud de celos con ella: "No te preocupes, yo entiendo que para ustedes los hombres a veces la rutina en casa los enfada, lo sé por lo que viví en casa de mis papás y hermanos, yo te entiendo y no te voy a estar cuidando; pero si quiero que un día, no sé cuándo, si algo se me llega a antojar y me atrevo, no quiero que me juegues mal ni me vayas a hacer pleito. Yo no te lo estoy haciendo".

Tuve que aceptar ese convenio con ella, porque me aseguro que tal vez eso nunca ocurriera. Pero lamentablemente ocurrió más pronto de lo que yo me esperaba.

Se que esto que les platique no tiene nada de emocionante ni erótico, que es lo que todos buscamos, pero es el preámbulo de lo que sigue y lo relate de esa manera para que entiendan lo que sigue, ya que todo es totalmente real y esperaré sus opiniones.

Continúa…

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