A los 18 años una es muy ingenua y no conoce ciertas cosas: términos, palabras clave, códigos internos; cosas que gente con más experiencia maneja.
Cuando escuchaba a algunas chicas hablar de que "en la estación de servicio cerca de la carretera, en el kilómetro 143, en el último cubículo hay un gloryhole", no entendía a qué se referían; pero tampoco quería preguntar y quedar como estúpida, así que quise averiguarlo sola.
Llegué al lugar me metí a ese cubículo del baño y esperé. Pasaron un par de minutos y nada raro ocurría, aparte del agujero ubicado a mi izquierda. En un momento, siento un ruido en la puerta, intento abrirla, pero había sido trancada desde afuera. Me asusté.
Aún más asustada quedé cuando por aquel agujero, ingresó una enorme verga negra, de unos 23 cm de largo y 18 de gruesa. No supe como reaccionar. La curiosidad me ganó.
Comencé a chuparla, motivada por lo sucio que se sentía todo, literal y figurativamente. Estar succionando el pene de un completo desconocido, en ese oloro lugar; se sentía como algo que jamás había experimentado antes. Sentía como que no era yo, era una persona distinta que se despertó dentro de mí y no pretendía parar hasta que esa pija gigante explote de placer.
Chupe y chupe, la metí lo más profundo que pude en mi boca, hasta mi garganta. La pajeé, la acaricié y cuando la sentí muy dura, me desnudé y me penetré la vagina con semejante armamento.
El enorme miembro estiraba mis tejidos hasta límites desconocidos, exploraba en mi placeres que no conocía, conectando el color con el goce. El portador de semejante monstruosidad me penetraba con fuerza, moviéndose con vigor mientras yo gemía como una puta en celo y trataba de responder a sus embestidas con movimientos de mi cadera.
Es un momento en el que me sentí poseída por un deseo impresionante de sumisión y aventura, lubriqué el enorme pene con mi saliva, lo dirigí hacia mi ano y lo fui metiendo poco a poco. Me dolía y mucho, lágrimas brotaban de mis ojos, pero por alguna razón, eso me gustaba. Cuando logré meterla toda, la sensación de dolor e incomodidad parecía no estar relacionada con algo negativo, sino todo lo contrario, por eso gritaba como endemoniada "cogeme, cogeme fuerte. Rompeme el culo"; mi amante anónimo no dudó en demostrarme toda su fuerza y brutalidad, descargando su energía sexual en mi hasta entonces virgen esfínter, que ahora se abría acomodándose a su tamaño digno de un caballo.
Apoyé las manos en la otra pared y fui moviéndome, tratando de replicar sus fuertes embestidas, haciendo que esa monstruosidad me penetre hasta lo más profundo. Sentía esa verga abriéndose paso en mis intestinos. El rebote de mis tetas, el sudor, mis fluidos y los suyos mezclándose, sentir la pared del cubículo en mis nalgas mientras sus huevos rebotaban en mi clítoris y su poronga me destrozaba toda; fue una experiencia única.
Mis alaridos de dolor y placer se debían escuchar a cuadras. Realmente estaba gozando algo que debía ser un sufrimiento. En un momento le pedí a aquel hombre misterioso que me dé una señal cuando estaba por eyacular, quería sentir su semen en mi boca y tragarlo todo.
Perdí la cuenta de cuantos orgasmos tuve, hasta llegué a tener un squirt. Finalmente él retiró su pene de mi ya destruido ano, entendí que era la señal de que estaba al borde del clímax. Me arrodillé y no necesité pajearlo tanto para que descargue una cantidad de leche digna de un semental equino. Su espesa descarga lleno mi boca y cayó en mis pechos. Me lo tragué todo. El sabor amargo y salado me encantaba. Se la seguí chupando hasta que él me terminó meando encima. Sentía que era el punto final a una jornada de entera sumisión a alguien claramente fuera de serie.
La caminata a casa apestando a sudor, semen y orina, ni el desgarro anal el cual me mantuvo yendo al hospital y requirió puntos de sutura; no fueron suficientes para que me haya arrepentido de tan grandiosa experiencia.