Trampas y más engaños.
— ¡No tan rápido querido! Para que te ganes el derecho a extender ese trocito de carne en este asador, tienes que echarle más leña al fuego. —Melosa, moví mis labios rozando el caracol de su oreja derecha, retirándome lo suficiente de su rostro para observar como la sonrisa se le desdibujaba lentamente, apareciendo en su faz el gesto de lo inesperado.
—Jueputa vida. ¡Va a acabar conmigo! —Apesadumbrado exclama encorvado, sin delicadeza Camilo. Y la grosería que ha lanzado hacia las baldosas, –casi que en privado– susurrante la desdicha en sus palabras, rebota verdadera desde el frio suelo hasta mis oídos acalorados. ¡Continúa sin saber!
—Ya que dices sabértelas todas y las que no te las inventas, –obviando su pesar le sigo relatando– quiero que probemos algo novedoso y excitante. Una fantasía que no he podido llevar a cabo por la inamovible integridad de mi esposo, pero pienso que contigo ahora podré convertirla en realidad. ¿Te gusta la adrenalina provocada por el peligro, no es verdad? —José Ignacio asintió, pese a no entender mi planteamiento.
Y por la expresión de Camilo, –encogiendo las cejas, aguzando su mirada, y oprimiendo sus labios al echar la cabeza un poco para atrás– él tampoco ha captado mi idea. Por lo tanto es mejor continuar revelándole lo sucedido aquella vez.
—Pues entonces vamos a ponerle picantico a esta noche. Verás, Nacho. Me he dado cuenta de que no eres indiferente para estas mujeres y has coqueteado con cada una de ellas, en especial con la novia de mi cliente mientras bailaban.
— ¡Jajaja! ¿Se me puso celosita? —Engreído y burlón me respondió.
— ¡Para nada, querido! Precisamente como no me afecta, es que a mi cliente, para quién tampoco he pasado desapercibida, le permití que me diera una repasadita.
— ¿En serio, bizcocho? No me he dado cuenta.
—Obvio, Nachito. ¡Como esos ojitos tuyos no hacen más que fisgonear dentro de algunos escotes, te has desentendido de mí! —Le reclamé.
— ¿Quieres que lo pare? —Me preguntó con seriedad haciéndose el valiente, mientras que con su mirada lo buscaba entre la gente.
—Fresco, Nacho, no hay problema. Aprovechando que Kevin me está echando los perros, se me ha ocurrido proponerte que los dos asumamos un mismo reto. Veremos quién es capaz de hacer un levante aquí, esta noche. ¡Ahora mismo! Tu desafío será rumbearte a la morena aquella, la novia de mi cliente. Y mi desafío será hacer lo mismo con él. ¡Hasta cierto punto, claro está!
—Espera Meli, que no comprendo. ¿Acaso no me dijiste que para estar contigo, debía complacerte y no meterme con otras mujeres?
—No fue una orden, tan solo una sugerencia, para cuando no estés conmigo. Además, aunque te lo creas, no eres tan importante para mí, Nacho. Tú y yo somos fichas de dos puzzles diferentes, que por cosas de un diseño similar, encajan por uno de sus extremos; pero tenemos los otros lados con espacios vacíos por incompatibles. La normal tranquilidad de mi vida no es lo tuyo. Pero precisamente por ser este conyugal estado mío tan conocido, lo diferente en ti, tu frivolidad y picardía, esa insolencia y desfachatez tuya, es lo que me atrae hacia ti. Has logrado que descubriera una parte interior mía, quizás no desconocida, pero si adormilada.
—Y aunque puede que no la necesite a diario, al estar en casa reunida feliz con mi familia, si deseo poder disfrutarla por raticos, cuando puedo estar a tu lado y quiero que pongas mi mundo patas arriba. Eso sí, ten muy presente que esas sensaciones no son necesarias para seguir adelante con mi vida, y tan solo dulcifican el automatismo de mis días.
— ¿Entonces solo me has invitado aquí para jugar conmigo?
—Le he escuchado decir a varias personas, que para ser buenos amantes, hay que dejar de lado el amor para disfrutar del peligroso juego. Y en las demás ocasiones será el amor mismo, quien permita que aquellos, los que se aman en verdad, se reúnan después para permanecer por siempre juntos. Yo pienso igual y sí, ¡Quiero que juguemos juntos!
— ¿Y puedo saber a quienes les escuchaste eso? —Demostrando un súbito interés, me preguntó. ¡Pufff!
Mariana suspira quedamente, y me regala una de sus miradas de cielo, sin embargo es de un celeste macilento. Espera a que yo igualmente le pregunte como lo hizo su amante, pero no lo hago. No le hablo, pues tengo la sensación de la intervención de Fadia y Eduardo en esa instrucción.
Estira ambas piernas y con su mano izquierda hace lo mismo con la tela abierta de su bata para cubrirlas, sin embargo junta ambas manos por las palmas, y las incrusta en el medio de ellas, aprisionándoselas como para elevar su temperatura o compungida, encumbrar tal vez una plegaria rogando a Dios para obtener la suficiente valentía. Al parecer comprende qué mi silencio es la licencia que ahora le otorgo para que continúe desentrañando el misterio, pues gira su cara de ángel hacia este lado y me mira.
—Eso no es importante ahora. ¿Jugamos o no? –Lo desafié, cielo. – ¡Si consigues primero hacer que esa nena pierda los papeles contigo, después de que salgamos de aquí bien arrechos, tu y yo pasaremos un par de horas bien arrimaditos! Perooo… Si por el contrario logro provocarlo antes, permitiendo que me morbosee un poco, dejaremos todo como está y no podrás «enchocolar» tu cosito en mi rajita. ¡Jajaja! Me iré entonces para la casa, más caliente que el palo de un churrero, y será mi esposo el que pague los platos rotos. ¿Estamos?
— ¡Va pa’ esa, bizcocho! Será un placer ganarte esa apuesta para culiarte después, porque no quiero matarme a pajazos. —Me respondió con mucha seguridad y su característica vulgaridad.
Entreveo el desconcierto y la desdicha que habita en Camilo, al acariciar bruscamente con la mano derecha, demasiado pensativo su mentón. ¡Ojala mi amor, pudieras sentir como lamento hacerte sufrir, por ser ahora tan sincera!
—Bailar una tanda de vallenatos se convirtió en el oportuno momento para permitirle a Nacho amacizarme, acariciarme con ternura la espalda, rozarme con sus labios la frente, darle piquitos a mis pómulos y humedecer con su lengua los laterales de mi cuello, provocando a más de uno con tanta insinuación sexual. Era una emboscada muy usada, pero que funciona a pesar de lo clásica, lo sé.
—Fue Kevin precisamente, quien finalizando una canción de Iván Villazón, me extendió la mano para bailar con él, primero un tema de Silvestre Dangond, y enseguida otra de Jorgito Celedón. Las miradas entre él y yo fueron sugerentes, continuando con su retahíla de piropos –ya embriagados– a mi oído izquierdo, que apenas si entendí; no solo por lo tartamudas, si no por el alto volumen de la música alrededor. Más que la razón, en él joven abogado imperó el sentido del gusto y del tacto, por la manera de bailar conmigo, restregándome con descaro su… su pedazo de anatomía. Todo hombre pasado de tragos se siente más valiente y seductor, el mejor bailarín, el macho más conquistador.
— ¿Y él no fue la excepción? —Por fin interviene Camilo, imaginando con razón, parte de lo que sucedió.
—Uhum. ¡Exacto, mi vida! Pero también José Ignacio había aprovechado para entrar en acción. De hecho, bailó con la novia y la hermana, arrimándose bastante a las dos. Con una tras dos vueltas y un brazo, con la morena y el otro, tres vueltas más durante la misma canción. Él debía sentirse muy deseado, causando envidia en los demás hombres del grupo, y las dos hermanas por igual a las otras tres nenas que compartían un similar gusto, pero eso sí, muy compinches todas cuidando de que mi nuevo pretendiente, no se diera por enterado.
—Yo debía mantener la calma. Evitar beber de más y los reclamos de su novia, la hermana o alguna amiga entrometida, sin permitir que su excitación y las ganas de tenerme a escondidas para él, se le bajaran. Así que acalorada, me separé de Kevin y fui hasta la mesa para descansar las piernas, sobarme el pie izquierdo tras un pisotón, pegarle un buen sorbo a mi cerveza y pensar de qué manera podría adelantar mi plan de acción. Y a Dios gracias se me apareció la virgen, mejor dicho, llegó la gordita afanada, para nada sudorosa, pero sí muy animada.
— ¡Chicas! Qué les parece si nos vamos a dar una puti-vuelta al primer piso que hay un ambiente del carajo. Hay muchos manes disfrazados de viejas, simplemente espectaculares; y un travesti de esos bien grandes, cantando un remix de reguetón. Aprovechemos que abajo vi buen ganado para «perrear» un rato. Es que tanto vallenato seguido ya está «mamón». ¿Qué dicen? ¿Vamos? —Por supuesto que no fue difícil convencerlas, tampoco a varios de los hombres que igual la escucharon y se animaron a bajar, incluido José Ignacio.
—Sígueme la cuerda e improvisa algo para que les parezca que disgustamos por mis celos, así yo me alejo con él y ella se queda contigo. Le dije a José Ignacio cuando se acercó para llevarme con él. —Enseguida comprendió mi idea y me guiñó un ojo.
— ¿Sabes qué? ¡Vete a la mierda Nacho! Deja tus traumas para otro día. —Le grité, asustando a la muchacha y captando el interés de Kevin.
—Gracias por tu invitación, pero de hecho te puedo decir que vengo de allá. ¡Es más, pedazo de estúpida, para tu información nací entre plastas de mierda y vahos de orines! —Me respondió con enojo, –apretándome el brazo– y su habitual ramplonería.
—Me separé de su agarre simulando un gran enfado, que por supuesto llamó poderosamente la atención de la pareja de novios, acercándose a nosotros dos para enterarse de lo sucedido. Kevin, caballeroso se interpuso entre aquel que me insultaba y yo, la ofendida e indefensa. Su novia mientras tanto, tomándolo por el antebrazo y la cintura, se alejó con Nacho hacia la otra esquina para hablar con él y calmar los ánimos.
—Tras unos minutos alejados, en los cuales lo miré con fingida furia, respiré hondo y aparenté necesitar el baño. Me acerqué al grupo donde estaba Kevin bebiendo más trago, y tocándolo por el codo, –disculpándome de antemano con sus amigos– al oído le dije con el tono de voz más sensual que pude…
—Voy al tocador un momento, pero cuando regrese me encantaría que me enseñaras a bailar bachata, ya que me pareces un parejo formidable. ¡Eso si tu novia no se irrita! —Vanidoso me respondió en un embriagado trabalenguas, que encantado me enseñaría.
—Sentada dentro del cubículo, mientras orinaba y tras la mampara metálica podía escuchar como alguna mujer se juagaba las manos, le envié a Eduardo y al magistrado, el mismo mensaje informándoles como estaban las cosas y dándoles a entender que había una posibilidad de cumplir con nuestro convenio. Y en otro mucho más corto, le escribí a José Ignacio, dando inicio a nuestro desafío. Estaría impedido para escribir pues por respuesta me envió tan solo, el risueño y morado emoticón del diablito. ¡Me ilusionó pensar que ya estaría al acecho!
Camilo se remueve nervioso en la silla, y aúpa las manos hacia los costados de su cabeza. Las entrelaza con los dedos sobre la coronilla y exhala con fuerza su disgusto. Trago saliva y continúo esclareciéndole lo que oculté esa noche.
—Regresé a la mesa y de inmediato Kevin vino a mi encuentro. Me fijé que solo estaban tres muchachos de su grupo, los demás se habían marchado, incluidas las chicas y su novia. Tan solo me dejó acomodar mis cosas a un costado del sillón y me ofreció su mano. Miré para ambos lados y él comprendió lo que yo buscaba con la mirada.
—Por ella no te preocupes, Melissa, pues ha bajado con sus amigas para ver el show de ese poco de maricas. ¡Ven, que te debo unas clases de bachata! —Me dijo engreído, y nos acercamos a la tarima donde le hizo una seña con su mano al Dj. A continuación la «puberfonía» de Romeo Santos nos arrulló.
—Con cada giro en la pista de baile, y los roces osados de sus dedos, muy por debajo de mi estrecha cintura cuando me recibía de espaldas, creyó que conseguiría seducirme para al final de esa canción, finalmente concederle la oportunidad de tener un poco de sexo, rápido y escondido, con una mujer abandonada por su amante y que se olvidaba de su marido. Cuatro dedos mucho más arriba, se internan entre mis cabellos y los utiliza como un tenedor para desenredar lo sedoso de mi melena y acercar su boca a la mía.
—No se percató mientras me besaba, que la incitación la había puesto en marcha yo, cuando aceptó quedarse conmigo y no bajar a la primera planta con su novia y su combo de amigos, dejando peligrosamente libre en otras manos a su prometida. El resto era hablar mientras me acompañaba a fumar en una de las terrazas que daban al exterior, la más lejana, la que nos ofrecía mayor intimidad.
—Tomé mi bolso y prácticamente lo arrastré hacia la zona de fumadores. Caminamos sin prisa, esquivando a las personas que bailaban cerca de otras mesas, sin tomarnos de las manos. Entramos a la segunda de las terrazas, la más apartada y angosta, solo lo suficientemente ancha para albergar tres mesas cuadradas de madera con dos sillas plegables a cada lado y su respectivo parasol, separadas un poco para ofrecer un espacio innecesario entre los fumadores, sin mezclar conversaciones privadas, pero sí el humo de lo que cada quien fumaba.
—Sus ojos recorrieron mi cuerpo, con la misma fascinación que tiene un adolescente al subirse por vez primera a la montaña rusa del parque de atracciones. Tan pronto como encendí mi cigarrillo, sentí como deslizaba sus dedos entre mis cabellos, justo por detrás de mí cuello y luego se cobijaba juntándose contra mi costado en un tímido abrazo, imaginando que yo deseaba algo así, más cariñoso y romántico. Una charla alegre y fluida surgió, con comentarios sueltos sobre el color de mis ojos, la sonrisa angelical y mi manera de bailar; extrovertidos me llegaban sus cumplidos, yo se los devolvía con doble sentido y una pervertida mirada al bulto que le crecía en su entrepierna.
Separa las piernas y sobre los muslos desnudos posa sus manos. Recta su pose le impide a la cadena de oro danzar sobre su pecho. Menea la cabeza, negando de nuevo lo evidente. Le escucho suspirar profundamente dos veces, y tras ese coro de inspiraciones y exhalaciones, se levanta del sillón dirigiendo su tormento hacia la terraza. Camilo agarra de su cajetilla un cigarrillo y lo enciende. Observa el horizonte mientras expulsa el humo, pero no se demora mucho y se gira para verme.
Al parecer, contemplar la lejanía ya le aburre, centrando su interés en mí y en lo malo que presume convertirse en realidad, aunque la verdad de aquel pasado engaño, la desconozca. Todo lo hace en silencio, analizando mis remembranzas, asumiendo con amargura mi nuevo logro, otra entrega no tan forzada, y por supuesto una puñalada adicional, producida por mí culpa.
—Eres una mujer… ¡Intrigante!
— ¿En serio, Kevin? ¿Y por qué tienes esa impresión de mí?
—Haber Melissa, además de bella eres inteligente y culta. Tienes mucho carácter y seguridad al expresar tus pensamientos. Es realmente muy fácil quedar impresionado contigo. Te ganaste la confianza de mi padre por tu don de la palabra, y eso es sumamente complicado, te lo aseguro. Pero tienes como todas las mujeres un punto débil.
—No creo tener uno. ¡Jajaja! Pero igual, ¿podría saber cuál es?
—Tienes debilidad por la apariencia.
— ¿Qué tiene de malo querer verme bien?
—No es la tuya, que de hecho no necesitas adornar con ropa costosa o maquillaje estridente. Es tu mal gusto por escoger salir con… Ese tipo que te acompaña es un presumido. ¡Creo que no te merece!
—Es solo un arrocito en bajo. Nada especial. Un bombón que quiero morder un poquitico esta noche y ya. —Le contesté.
— ¿Entonces me dejarías raspar esa olla? —Su propuesta para nada me sorprendió, pero obviamente me hice la ofendida en un principio.
— ¿Acaso te gustan las sobras? —Le indagué.
—Entonces… ¡Podemos adelantar tu cena! —Me respondió.
— ¿Y tu novia qué? ¿Le piensas poner los cachos conmigo? —Contraataqué.
— ¡Un huevito al año no hace daño! Si nos apuramos, ni ella ni tu amigo se enteraran. ¿Qué dices?
—Un, ¡Puede ser!, mío a su invitación para enredarnos por ahí en algún insospechado lugar, pasando inadvertidos para los otros amigos, –él para su novia y yo para mi amante de turno– fue la respuesta que él esperaba escuchar para terminar de emocionarse.
— ¡Por ahora es imposible!, concluí sonriente con la conversación. Ante mi inocente resistencia para salir del aparente apuro, su alcoholizada insistencia se interpuso entre la barda enladrillada, –con las dos macetas a mis espaldas– y el acceso abierto al oscuro espacio tras la de él, donde con seguridad nos aguardaban los demás.
— ¡Esta bien! Déjame ver cómo me le escapo, no vaya a ser que le dé por irme a buscar. Y tú, ve pensando a donde nos vamos a meter para pichar. —Con el móvil en la mano, frente a él le escribí a José Ignacio.
— ¡Ya lo tengo listo, querido! Creo que por esta vez, lo corto de mi falda le ha ganado a lo largo de tu labia. —Y me sonreí con picardía.
Con Camilo fumando bajo el umbral del puerta ventana, leal a su promesa de escucharme, deshecho la comodidad de esta cama y me pongo en pie para caminar hacia él, no para enfrentarlo pero si para imitarlo, al pasar por su lado derecho, rozándolo sin querer, pero queriendo fumarme uno de los míos.
—Sin recibir respuesta, –aspiro, retengo y expulso la primer bocanada– llegamos a nuestra mesa y solo nos esperaban bebiendo, los tres amigos costeños de su universidad. Kevin alejado de mí, habló con ellos y uno le pasó las llaves de algún automóvil. Casi enseguida recibí un sexteto de miradas lujuriosas, con tres bocas sospechosamente complacientes.
—Recuerdo que Shakira cantaba junto a Prince Royce, «Deja Vu», cuando pisaba el inicial escalón de las escaleras metálicas hacia el primer nivel de la discoteca, sin tomarnos de la mano por supuesto, pero una suya por detrás manoseaba la redondez de mi nalga, la más cercana a su cadera. Yo, con mi bolso del otro lado colgando del hombro, y el teléfono celular en mi mano izquierda, entaconada descendía con cuidado de medio lado, esperando a que se iluminara la pantalla con aquella respuesta que tanto esperaba.
—La rumba allí ciertamente era incomparable. Mucha gente saltando, otras parejas bailando, pero no reggaetón sino música salsa. Bastante adrenalina flotando en el ambiente, pero en la tarima principal ya no estaba la artista cantando, ni sus espectaculares bailarinas. Sería muy fácil escaparnos sin ser vistos, aunque el miedo de que nos pillaran se reflejaba en la precavida manera de caminar y estirar el cuello del joven abogado, tal si fuese una jirafa buscando alcanzar las ramas altas. En ese instante tan solo, buscando con la vista divisar la melena crespa de su amada novia.
El tono de un ding-dong sintetizado, de un mensaje entrante en el teléfono de Camilo interrumpe mi confesión. Con demasiada calma se dirige hasta el escritorio y lo levanta. Lee primero, se gira y regresa con el móvil en su mano. Me muestra la pantalla y leo los interrogantes de William.
—Bro, ¿Cómo van las cosas? ¿Se reconciliaron?
Sin preguntarle o pedir su permiso, me hago con su móvil y le respondo a su hermano holandés… — ¡En esas estamos! Le muestro mi respuesta y mi esposo apenas si menea su cabeza. No se lo devuelvo pero lo dejo encima de la mesa redonda, sin sonar de nuevo. Así que para no perder el hilo, prosigo relatándole…
—Al lado de la tarima, vi destellos plateados en un vestido demasiado corto para esas piernas tan largas, y las altas plumas lisonjeando su belleza, danzaban alborotadas por el contoneo de unas caderas estrechas con un caminar sensual pero exagerado, al alejarse por un pasillo estrecho –justo al lado del escenario– reclamando mi atención. Allí divisé a la hermana de la novia y amiga gordita, muy animadas charlando con el amigo de José Ignacio y otro Drag Queen, igual de alto a él. Al irnos acercando a ellas, suponiendo que estarían enteradas del paradero de José Ignacio, se me aceleró el pulso por la cara que puso la hermana cuando nos vio, e intuí con quien estaba la novia. Sentí mucho alivio, cielo.
—Las dos negaron nerviosas saber la ubicación, pero Fabio sin comprender, miró con inocencia hacia la puerta que se hallaba cerrada tras la espalda de las dos mujeres, cuyas cabezas no alcanzaban a ocultar por completo las puntas de una estrella dorada y encima de esta, el aviso iluminado del vestier.
—Y un agudo campanazo, le anunció a todos los presentes que me había llegado un mensaje. Sin palabras me quedé al ver que en la pantalla de la aplicación, que en lugar de letras se descargaba sin prisa un video corto enviado por José Ignacio. Pocos segundos después, ya retirada por lo menos tres cuerpos de todos ellos, le di al play.
—Con el pulso inquieto, mantenía el móvil en lo alto, a la altura de su pecho, grabando el movimiento de la melena castaña y ensortijada de la novia del abogado. Arrodillada, evidentemente succionaba con ganas la verga de José Ignacio y de inmediato supe dos cosas. Una, que él había ganado la apuesta. Y la otra fue que sin entregarme, por mi plan y su ayuda, había concretado otra venta. Solo era cuestión de hacer entrar en escena, al hombre que sería el dueño de esa casa.
—Puse la mejor cara que pude, de malamente sorprendida, y me dirigí hasta la puerta del vestier para abrirla de par en par, pero con cautela. Kevin y su amigo barranquillero, –aquel cómplice que le entregó las llaves donde debería consumarse mi sexual felonía– siguieron tras de mí. A mitad de aquella habitación, recostado contra el borde de un mesón con espejos iluminados por bombillas ambarinas, y un sinfín de kits de maquillaje, cepillos para el cabello, rulos plásticos, secadores y pelucas por doquier, estaba José Ignacio con los ojos cerrados.
—Entre sus dientes, la tira trasera de un tanga rojo que oscilaba suavemente por el movimiento, y todavía el móvil en su mano, inmortalizando las imágenes de su atrevimiento. La nena morena, sentada en una silla frente a él, reclinada y con el top fucsia arrugado, arremangado alrededor de su cintura desnuda, no se había percatado de nuestra presencia. Ensimismada en su placentera labor, al parecer para nada le incomodaba mantener una teta gorda de areola marrón, –como una galleta maría– colgando por fuera de la copa del brassier.
— ¡Eche no joda! Cule vaina jopo. —Escuché exclamar al amigo barranquillero del abogado ubicado detrás de mí. Entretanto Kevin, a pesar de tener la boca muy abierta, no emitía ningún sonido. ¡Johanna! Gritó su hermana y entonces la acción se paralizó. Ella sorprendidísima, dejó a la vista de todos un baboso pene albo y alarmada, –con el rímel corrido y el brillante gloss en sus labios, diluido por sus propias babas– nos miró asustada mientras se recomponía la ropa y José Ignacio se guardaba la verga con rapidez, sin soltar el teléfono ni abrir la boca para liberar aquella prenda que le había entregado su dócil presa.
— ¡Estúpido! ¡Infeliz! –Grité. – Jamás vuelvas a dirigirme la palabra en tu maldita vida. Y tú, perra asquerosa, ¡Ojalá hayas disfrutado de mis sobras!
—Kevin tras escuchar mis insultos también reaccionó lanzándose contra José Ignacio para pegarle, pero su amigo y los dos Drag Queen reaccionaron con rapidez y se interpusieron para evitar una pelea que ya no tenía sentido que se iniciara. ¡Todo se había consumado! No sobra aclárate que mi cliente también la mando a la mierda, y alzando la voz todavía descompuesto, profirió su sentencia.
—Ni sueñes con casarte conmigo. Se acaba todo ahora mismo. Mis amigos si me habían advertido que eras una «casquisuelta». Y usted, cara e’ queso, lo podría mandar desaparecer pero sabe una cosa, a la larga me ha hecho un favor. Pero eso sí, no se me vuelva a cruzar por el camino, porque si lo vuelvo a ver le juro que lo hago empapelar, para que pase unos añitos metido en la «guandoca». ¡Usted no sabe quién soy yo! —José Ignacio ni se movió, pero sí dejó que la muchacha, recuperara de entre sus dientes, la prueba de aquella traidora rendición.
—En medio del llanto de la novia, la palidez exagerada y asustada en la tez de José Ignacio, salí de aquella habitación simulando un gran enojo, pero contiendo en verdad la felicidad que me causaba haberlos pillado en esa situación. Erótica para ellos, dolorosa para mi cliente, pero afortunada para mí. Aquella visión tan patética para él, fue muy productiva para mí. Me ofrecí para llevar a Kevin hasta la casa de sus padres, pero sus amigos lo escoltaron con rapidez hasta la salida y apenas si me pude despedir de él a la distancia.
—Tenía el video en mi teléfono empresarial, que por obvias razones no lo compartí, y tan solo al llegar hasta mi auto y recostarme sobre la puerta del conductor, les envié al magistrado y a Eduardo, el mismo mensaje…
—Misión cumplida. ¡Por mi parte, todo salió perfecto! Como acordamos el cincuenta por ciento lo necesito para la próxima semana y la otra mitad, para cuando Kevin lo haya superado. Antes del fin de mes, si no le molesta.
— ¡Meliiii, espera por favor! —Gritaron mi nombre tras de mí.
— ¿Y ahora qué quieres Nacho? Tremenda cagada la tuya.
— ¡Bahh, tampoco fue para tanto! Ese par terminará arreglándose en unos días.
— ¡Pues ojala te equivoques, querido! —Le respondí.
— ¿Cómo así, bizcocho?
—No me pares bolas. El caso es que te pasaste de la raya y ahora es probable que se me dañe la venta. —Le mentí.
—Nos dejamos llevar un poquito por la emoción. El caso Meli, es que vengo para reclamar mi premio. ¿A dónde quieres ir?
—Yo no sé en cual mundo vives, Nacho. A mí, con todo esto se me han caído las ganas a los talones. Además mira la hora. Prefiero irme ya a descansar. Después miraré cuando me cae bien entregarte el premio.
—Obviamente hizo mala cara y en frente de él te llamé para avisarte que ya salía para nuestra casa. Un timbrazo, otros dos y al quinto respondiste.
— ¡Hola cielo! ¿Te desperté? Ayyy, perdóname. Es que acaban de echarnos de la discoteca. Estuvo genial la rumba y apenas si me tomé dos cervezas. Por la mañana te cuento los detalles. Estoy bien, así que no te preocupes. Nos vemos más tarde, mi vida. ¡Te amo!, dije antes de finalizar nuestra corta conversación y a él… Con un beso lo despedí.
—Entonces no sucedió lo que le… ¡Mierda casi la embarro! Mariana me mira con extrañeza y antes de que maquine algo termino por preguntarle…
— ¿No ocurrió lo que imaginé? ¿Con ninguno de esos dos tipos?
Apenada, Mariana agacha la cabeza y lleva la mano hasta la muñeca de la otra. Se la acaricia y juega con el cordel rojo a estirarlo un poco, haciéndolo girar. Y en mi mente, –con los ojos abiertos– retrocedo en el tiempo. En el informe constaba resaltado, que existió una confabulación entre Eduardo y Mariana para concretar la venta de una casa para un abogado, a cambio de un favor sexual. ¿Leí mal? ¿O todo fue un mal entendido? ¿A quién debo creerle? ¿A las personas ajenas que lo redactaron, o a la mujer con la que coexisto desde hace varios años atrás? Extrañas en este instante, ambas partes.
Ahora me mira con serenidad y mucha calma en ese par de cielos. De un azul claro… ¿Todo despejado? Respira suave, antes de responderme…
—Te lo puedo jurar por la memoria de mi papá que así sucedió todo, y nada más pasó. Llegué a la casa sola, hummm. Serían las tres y media de la madrugada. Me quité todo y ni siquiera me coloqué el pijama de lo cansada que estaba.
— ¿Y pudiste dormir bien, después de todo el caos que provocaste? Destruiste una relación para conseguir cerrar otro estúpido negocio. ¿No sentiste vergüenza de eso? ¿No pensaste en el dolor de ese abogado o en las consecuencias para esa muchacha?
—No existió espacio para el arrepentimiento, pues un amoroso tsunami, de poco más de un metro de alto, cimbró el colchón de nuestra cama. Mateo saltó encima mío muy emocionado y me despertó con sus gritos y muchos besos. Si soñé con ello o no, la verdad no lo recordé. Llegaste con la bandeja del desayuno, te acomodaste a mi lado y te conté lo más básico. Lo que querías y podías saber.
—El resto del día, entre almorzar en el centro comercial, el recorrido habitual con nuestro hijo al parque de atracciones, y la visita posterior de Iryna y Natasha finalizando la tarde, por fortuna todo eso me distrajo de pensar en lo sucedido. Fue después, al iniciar la semana laboral que me sentí mal. Eduardo me pidió detalles en privado, José Ignacio una fecha para recibir su pago, Diana chismes sobre mi viaje con La Pili a Peñalisa y K-Mena una cita para hablarme de su amor. ¡Un culo de día, para una mierda de persona, obviamente!
—Pero sabes una cosa, Camilo. También me sentí bien después de analizar lo bueno y lo malo. No tuve que traicionarte, acostándome con nadie más. Eso fue lo más importante. Evalué igualmente que con mi supuesta entrega, favorecería el incremento en la confianza que Eduardo depositaria en mí. Me dejaría decidir qué hacer, como hacerlo y con quien. Todo para obtener reconocimiento y poder, al igual que él. La excelente discípula, su esmerada… ¡Puta!
—Naty nos puso al tanto del próximo receso escolar, –a los dos se nos había pasado por alto– e Iryna nos extendió la invitación para pasar el siguiente fin de semana en una casa de veraneo que habían alquilado en los llanos orientales, con el fin de celebrarle la mayoría de edad a su hija en compañía de su padrastro, que por cuestiones de su trabajo en los pozos petroleros no alcanzaba a bajar a Bogotá.
—Aceptaste de inmediato sin consultarme, y por supuesto te llevaste un chasco cuando te informé que no podría acompañarlos. ¡Ya estaba planillada para pasar, desde el sábado hasta el siguiente lunes festivo, laborando en Peñalisa! Y aunque intenté persuadir a Eduardo para que me concediera esos días, la salida a vacaciones de Diana, hicieron imposible reprogramar mi cronograma de trabajo.
— ¿Preparo dos cocteles más? —Objeta mi esposo sin mirarme, pues su atención se centra en extinguir el cigarrillo comprimiéndolo contra el fondo del cenicero.
—Pues si quieres, hazlo. ¿Te encuentras bien, cielo? –Y ahora si me mira. – Te veo nervioso amor, pero si es por eso… —Camilo hace un gesto de consciente temor, en la que sus labios se comprimen y su tez palidece al verse enfrentado a esos recuerdos.
—En verdad, no tienes por qué estarlo. Como ya te dije, lo que hiciste en aquel viaje no fue tu culpa, cielo. Tan solo el resultado del complot que planeé para que Naty diera los primeros pasos para conseguir de ti, la atención que deseaba.
— ¿Cuándo lo planeaste? —Le respondo mientras adiciono un poco de tequila al zumo de naranja en su vaso y un tris más en el mío, para deshacer el letargo de este nuevo día.
— Ella estaba emocionada por el viaje y se entusiasmó de más, cuando le comenté que me sería imposible viajar. Le recomendé cuidar de ti y estar pendiente de mi Mateo. No estaba segura de que entre ustedes dos pasara lo que sucedió, pero si esperaba que Naty aprovechara la ocasión para lucir su cuerpo como pretendía frente a ti. Realmente no la creí capaz de llegar hasta ese punto y… ¡De provocar tanto a su amor platónico y seducirlo un poco más!
—En la noche del jueves, cuando ustedes dos tenían programado conectarse con sus amigos para jugar hasta tarde una partida de aquel juego de policías y ladrones, que les emocionaba tanto, al fracasar consecutivamente la misión de asaltar un banco, ella fingió desespero y me buscó para pedirme consejo sobre la manera en la que una mujer se debe insinuar al hombre que nos gusta, sin que parezcamos unas ofrecidas. Le enseñé algunos trucos, con poses sugerentes y maneras de expresar deseo al mirar de soslayo, diciendo sin palabras lo que una quiere que suceda.
—No creí que pudieran llegar a nada, lo juro. Los ojos de Jorge y de Iryna estarían encima, y la compañía de Mateo un obstáculo para su… ¡Diversión! Aunque para ser sincera, cielo, puede que tuviera deseos de que finalmente entre ustedes pasara lo que tenía que pasar. Sufría por esos días de angustia y remordimiento.
— ¿Angustia? Seguramente por dejarnos marchar a esa celebración de cumpleaños sin ti. ¿Remordimiento? Tal vez debido al reconocerte como la herramienta utilizada para destruir la felicidad de una pareja, y colaborar con la carrera política de ese corrupto magistrado. ¿Me equivoco, Mariana? —Me acerco y le ofrezco su vaso.
Ahora, por el temblor en su mano diestra al recibir de la mía su coctel, y la rapidez para girarse hacia la baranda de madera del balcón, sin mirarme a los ojos, estirando y contrayendo repetitivamente los finos dedos de la siniestra, es ella quien parece más incómoda que yo.
—Contener, fue el verbo que conjugamos por aquellos días. Tú, frente a Naty el puente festivo no lo tuviste tan fácil, y yo, de lunes a jueves la semana antes de tu viaje, frente a K-Mena y José Ignacio, fui más afortunada por la llegada de la menstruación, y así extendí el plazo a lo que esos dos pretendían hacer conmigo.
Mi interés por saber, crece más. ¿Ahora un trio? Bebo un sorbo, ignorando que mis pasos me acercan a su espalda y al momento que preveo, sucedió aquel fin de semana, entre ella, su amiga, y ese maldito siete mujeres.
— ¿Aplazaste entre semana con tus amantes, para disfrutar con ellos todo el fin de semana? ¡Puff! Qué esfuerzo tan tenaz el que tuviste que hacer. —Casi que en su cara le restriego con ironía, la desazón que estoy sintiendo.
— ¡No! –Exclamo ofendida. – Por supuesto que… A medias te equivocas, pero tienes razón con la otra mitad. Mierda, cielo, yo… No me siento bien. Déjame sentar un momento. —Le pido tiempo, pues para resolverle la inquietud que tanto lo atormenta, debo decidir entre si le cuento todo como lo sentí, o apenas le esbozo el ambiente que junto a Nacho, yo viví.
—Sabes algo cielo, a pesar de saber en mi interior lo que tanto te afecta, no alcanzo a comprender… ¡Por qué putas quieres sufrir más! —Y tras elevar el volumen de mi voz, silenciosamente brotan de nuevo desde mis lagrimales, gruesas gotas saladas, que ruedan por mis mejillas y se precipitan al vacío lanzándose desde mi barbilla, para estamparse contra el vidrio martillado de la mesa.
—Los mártires mueren felices en su fe, sin importarles quien decida el momento y su manera de morir. Como yo no soy uno de ellos, preciso que seas tú, la mujer que me otorgó los días más felices mi vida, la que justo ahora me los arrebate contándome, por gusto o con dolor, la verdad de lo que… ¡¿Te lo hizo más rico?! Fuis… ¿Gozaste más al hacerlo con él?
— ¿Quieres escuchar finalmente lo que tras todos estos meses solo, la incomprensión te ha carcomido la razón? Lo haré entonces, pero no para matarte mi amor, si no para que encuentres tu paz y entre mis malditos recuerdos el motivo verdadero de lo que tanto te ha lastimado, para que finalmente puedas deshacerte de mí. Detéstame. ¡Ódiame tranquilo, cielo, pero yo no dejaré de amarte!
—No veo otra manera de pasar la página. Necesito escucharte decirlo, para poder aceptar que todo entre los dos, ya no tiene remedio. Compláceme otro poco más, Mariana. Dame ese gusto, concluye tu labor.
—Entonces lo haré, para que puedas imaginarme como la mujer infiel que fui, aunque en realidad al venir hasta aquí buscando tu perdón, ya no veas en mi nada de la mujer leal que antes de todo eso fui para ti.
Mariana con las palmas se limpia las mejillas, y recorre con ellas ambos lados de su rostro hasta juntarlas nuevamente en su mentón. Sorbe la humedad de su nariz, dos veces, y en seguida una calada profunda anticipa lo que va a rematar el amor que le tuve.
—El viernes por la tarde me llamaste para saber si al final podría acompañarte a comprarle ropa nueva a Mateo para el viaje, y unas zapatillas en tela para ti. Ya había pactado con todos, que esa noche en el bar le ofreceríamos la bienvenida a las merecidas vacaciones de Diana, tomándonos unos tragos y cantando karaoke, por lo cual mimosa me negué, y por el contrario te comenté el motivo, mencionándote de paso que me demoraría un poco más de lo habitual, para despedirme bien de mi compañera. Te enojaste e insististe. Molesta persistí.
Por el rabillo del ojo observo como Camilo le da un buen sorbo a su mezcla de tequila y jugo de naranja. De medio lado se recuesta sobre la baranda y para huir de mis recuerdos, dedica su mirada a observar el más allá, quizás buscando menguar su estrés al ver como la brisa con suavidad mece la mar, alcanzando de paso los mechones semi ondulados de su melena.
¿Cómo voy a lograr que me perdone de verdad, si no consigo que todavía amándolo, mi esposo a pesar de todo, me deje de adorar?
—Sabía perfectamente lo que iría a suceder más tarde, inclusive que temprano se aparecería Sergio por allí, para recoger a K-Mena e irse a una reunión familiar. Diana no podía acompañarnos mucho tiempo, pues su madre enferma de gripe no le podía cuidar hasta tarde a su hija. Eduardo y Carlos no importaban tanto, pues mediante mensajes de texto habíamos cuadrado con él, la dirección del motel en chapinero en donde nos encontraríamos para pagar aquella apuesta que perdí, pero que gracias él, sin saberlo obviamente, había ganado una venta para superarlo en el tablero a fin de mes. Salió él, luego lo hice yo.
Mariana respira hondo y yo, acongojado volteo para mirarla. Bebe un poco y aspira mucho de nuevo, hasta agotar el tabaco útil en su cigarrillo. Retiene dentro de su boca entreabierta el humo y lo paladea. Cierra los ojos y parece relajarse. Ahora los abre de nuevo, para que su par de topacios, logren ubicarse en este espacio y dejar caer dentro del cenicero, la colilla.
—Preciso al oprimir el botón de arranque del auto, a mi celular personal se le iluminó la pantalla y tu voz al responderte me preguntó afanado por la talla de zapatos de Mateo. Te di el número que calzaba sin saludarte tampoco, y al fondo pude escuchar a mi hijo, gritando para que lo escuchara… ¡Mi papito me iba a comprar una gorra de Mickey Mouse, pero tengo la cabeza muy chiquita por no tomarme la sopa y me quedaba muy grande!
—En lugar de responderle algo a él, me preguntaste con razón donde estaba, pues no se escuchaba la bulla típica ni la habitual música de fondo.
— ¡Me pillaste en el baño haciendo pipi! Y eso que tan solo me he tomado una jarra de cerveza y apenas le he pegado un sorbo al «Orgasmo» que me invitaron.
— ¿Un qué? y ¿Quién? —Me gritaste con zozobra.
— ¡Jajaja! Un coctel, mi vida. Me lo invitó Eduardo. No te imagines otra cosa. Y por favor, no te dejes sobornar por sus pucheros y exageres con los dulces, no vaya a ser que más tarde a Mateo se le revuelque el estómago. ¡Los adoro! Cuídense mucho. ¡Bye! —Finalmente pude avanzar según las indicaciones del navegador, reteniendo en mi mente tu voz tenue, al despedirte de mí con ese ¡Te amo!, tan apagado.
—Relámpagos iluminaron la desolada avenida, y poco después un torrencial aguacero mojó las ramas de los árboles, las fachadas de los locales comerciales, el pavimento de las calles y los truenos, uno detrás del otro, le anunciaron al vigilante del hotel con el paraguas abierto, que me urgía escampar entre los brazos de aquel hombre que se hallaba recostado sobre el cofre de un sucio Honda blanco, desesperado por cobrarse una apuesta bien ganada.
Lo detallado de mi narración, transmuta la calma anterior en el rostro de mi esposo, hacia una faz de inequívoca angustia, pesadumbre y dolor. Pero ha insistido tanto en compararse con él, que yo… ¡Al que no quiere el caldo, se le dan dos tazas!
—A medida que iba ingresando a la recepción, sus palabras cariñosas me perseguían por detrás. Apenada, mis ojos los mantuve bien clavados en el brillante mármol veteado del suelo, imaginando su sonrisa y ese caminado vencedor, tras de mí. De pronto, una mano suya se apoderó de una de mis tetas en frente de la chica que nos esperaba detrás del mostrador. Arrimó su pecho contra mi espalda, con la otra recibió la llave de la habitación y tres dedos por debajo de mi oreja, mi cuello la humedad de su lengua recorriendo un tramo. No fue su atrevimiento, si no la mirada sonriente de la muchacha la que consiguió ruborizarme.
—No quería mi vida, rememorar ese pasado. Hace meses, desde que nos abandonaste, me prometí hacer de todo por olvidarlo. Pero como dices siempre para no discutir conmigo. ¡Como quieras, quiero!
—No alcanzo a calcular el tiempo que transcurrió, entre que se abrieron las puertas del elevador, recorrer el pasillo del cuarto piso y alcanzar al puerta de la habitación, pero a su excitación le bastaron cinco segundos para comenzar a besarme con ansias, estamparme contra la pared, meter una mano precipitadamente bajo el ruedo de mi falda arremangándomela, y con la otra intentar sacarme a la fuerza por el brazo, el blazer de mi traje.
Camilo gira el torso, no para sacudirse la pormenorizada sinceridad de mis recuerdos, si no para buscar entre las tupidas copas de los árboles de Watapana cercanos, al mimetizado turpial que amanecido, trina sin pausa captando su atención. Yo no me muevo de mi lugar ni pestañeo, pero me pregunto si será el mismo pájaro madrugador. ¿Habrá recuperado a su hembra perdida? En fin.
—A pesar de conocer lo pactado, –le sigo revelando– mientras recibía sus besos y varias caricias apuradas, me sumergí en una íntima analogía, al ver a mi alrededor el mobiliario dispuesto para consumar lo retrasado y pagar mi deuda, mientras en mi interior una sensación ya conocida, –experimentada contigo– me estrujaba el corazón.
—Yo… Camilo… Amor, ¿En serio es necesario? No creo que te haga… Que nos haga ningún bien rememorar lo que pasó con él. —Sin responderme, avanza tres pasos y se acomoda en la silla, frente a mí. Sus ojitos cafés ya los tiene húmedos y sus ganas de sufrir acompañan el llanto en los míos.
—Continúa Mariana. Por favor. —Trémula le ha sonado su petición y da otro sorbo a su tequila con poca naranja. Nervioso juega con el encendedor.
—Ufff, Ok. Recuerdo que me hizo dar la vuelta, quedando de espaldas y a su completa disposición, con mi mejilla acalorada pegada a la refrescante pared. Supongo que te estás imaginando como fue. –Camilo asiente. – Pues así, todo tosco y «atarbán» como lo conociste, fue que aquella cita pecadora comenzó.
¡Dios mío! ¿Cómo hago para complacer su malsana manera de querer aborrecerme, sin que me duela hacerle sufrir todavía más, contándole la pura verdad?
—No podría decir con precisión, si fueron sus manos las que empujaron mis caderas hacia él, o si… Si fui yo quien restregué con el culo su entrepierna, –Camilo bufa, mientras junto mis párpados. – pero cuando giré mi cabeza, vi en aquella mirada profunda, la avellana intensidad del deseo con el que José Ignacio pretendía consumirme y pues…
… «Lo cierto es que sus ojos expresan la aberrante lujuria que le provoco, al sentir como con la firme redondez de mis nalgas le fricciono, de arriba para abajo, su pene excitantemente erecto, midiendo con mis ojos cerrados toda su extensión y en círculos muevo mi culo tanteando el grosor, mientras le concedo a sus dedos la dicha de subirme por completo la falda, arremangándola en mi cintura, sin que me importe un pito que al siguiente día, las arrugas puedan atestiguar mi falta.»
Se silencia. Percibo en esta breve pausa que se toma Mariana, un poco de arrepentimiento, pues parte de la piel de su antebrazo, funge como textura absorbente para limpiar su enrojecida nariz.
—No existieron oberturas exquisitas ni concienzudos preámbulos, pues se pegó a mi espalda con desbordadas ganas, como si deseara no dejarme escapar de su brazos, mucho menos volver a salir de esa habitación para regresar a mi hogar, y cobijarme entre los tuyos. Nos besamos durante un tiempo, allí de pie…
… «Su boca se encarga de humectar mi cuello, lo ensaliva con cierta pericia y retira mis cabellos para pasear su lengua por la nuca, de un lado al otro. Me provoca un delicioso escalofrío, similar al que he experimentado con mi esposo. ¡No es igual ni debo inmiscuirlo ahora!».
—Me giré por completo. No para enfrentarme a él y detener sus apresuradas ansias, si no para incrementárselas al retirarme el blazer de mi traje, seductoramente frente a él y provocarle un gesto de admiración exagerándolo con un silbido extenso, al ver como desabotonaba mi blusa, temiendo que por desaforado me arrancara los botones y llegara a casa con ella hecha jirones y tu…
… «Le cierro la boca con uno de mis besos atornillados, y hago que mi mano zurda le sirva de lazarillo para que la suya encuentre mi muslo y pueda recorrer sin afán el barroco encaje de mis medias veladas. Siento hormigueos cuando sus dedos, escalando por las tiras colgantes de este recién estrenado liguero, pellizcan mi cintura y hunden mi ombligo. Con la otra no tengo apremio, pues el mismo se encarga de tatuarme los cinco dedos y su palma, con una nalgada que me toma por sorpresa. Me duele y chilló, pero me tapa la boca con un beso. Puedo sentir como arde la nalga diestra, pero curiosamente logra hacerme subir abruptamente la temperatura y las ganas en otras partes de mi cuerpo».
—Si tú me esperabas despierto como usualmente lo hacías, sin poder descansar e irte a dormir, con seguridad escrutarías mi fisonomía de cabo a rabo, para verificar que tu esposa se encontrara en una sola pieza. Por eso también me deshice de la falda, quedando ante su mirada, entaconada y con mi tanga brasilera a juego con el brassier de encaje transparente y ribetes rojos sobre un fondo negro.
Desprecia la incomodidad de su silla y se encamina al interior. Se planta un instante frente a la bandeja y se regresa, tomando por el cogote la botella de tequila, y se le olvida o deja abandonado lo que resta del zumo de naranja. ¿Tan intenso y excitante fue lo que vivió Mariana con ese triple hijo de su puta madre, que necesita ingerir mayor dosis de alcohol? ¿Y yo? ¡Es probable que igualmente necesite de ese otro trago!
—Puede que para continuar con todo esto, tanto tú como yo, requiramos envalentonar con más alcohol mis revelaciones y tu desangrado corazón, soportando así un mayor dolor. ¿Te sirvo más o estas bien así? —Me consulta pero no se espera. Vierte más tequila en mi vaso, sin aguardar por mi opinión ni mirarme.
— ¿Me desvisto o me desnudas? —Preguntó temeroso. Y aunque no me gustó su indecisión, le perdoné su novato nerviosismo, pues no deseaba que te me atravesaras mentalmente al tener la curiosa necesidad de compararlos, pues muy dentro de mí tenía la certeza de que él saldría perdedor.
El ardor de este trago ya lo siento deslizarse garganta a abajo. En la nuez de Adán hay movimiento por igual, y en sus labios apretados me percato de su escozor.
—Con… Contigo ya no era necesario resolver con palabras los cuestionarios para procurarnos placer. ¡Con nuestras miradas nos ha sobrado y bastado! —Camilo se encoge de hombros y sonríe incrédulo. Comprendo que me mire de esa manera burlona, pero es verdad lo que le estoy diciendo.
—Sus dos… Con los dedos presionó sobre mi vulva, por encima de la tanga y excesiva brusquedad. Fue el primer avance suyo para excitarme, manoseando el exterior de mi vagina, de arriba para abajo unos instantes y…
… «Sus dedos aprietan con mayor decisión la tela de mi tanga, la mete entre mis labios no muy lubricados y la estira hacia arriba por completo. Me provoca una insólita sensación de incomodidad, seguida de un dolor suavecito que rasga y encoje, a la vez que el placer de la justa presión, tosca y novedosa, consigue que por un espasmo me empine y lo bese para absorber su lengua, y buscar de paso con más ansias, acomodar desesperada el bulto de su verga desubicada contra los mechones recortados de mi pubis, zarandeándome de lado a lado».
—Me aferré a su cuello con mis manos, cuando me pidió que alzara una pierna. La icé y me la sostuvo por la corva. Luego tuve que curvar mi espalda al sentir que con dos dedos me comenzaba a penetrar. Gemí, lo hice cercana a su oreja izquierda y luego se la mordí, cuando ya me hacía sentir corrientazos de electricidad y los retiró de mí… mojado interior. Me enderecé para verlo deslizar la cremallera del pantalón con una sola mano y bajarse el bóxer liberando su pene, pues la otra ya hacia piruetas y malabares para esquivar el aro de mi sostén, soltar el broche y liberar mis tetas de la opresión. Luego se dedicó a sobarme un seno con fuerza y desespero…
… « ¡Ufff, que par de tetas tan bonitas! Lo agarra con animal admiración, y yo a él por la nuca, para conducir sus labios por el lateral de mi cuello, quiero que me lo unte bien de su saliva y que su lengua se deslice fácilmente hacia el interior de mi oreja derecha, mientras jadeo y chupo sin reparos, mis flujos en los dedos que me hacían delirar un instante antes, percutiendo dentro de mi cuca encharcada».
Ahora bajo de la nube de mis recuerdos, y adolorida por saber que le estoy causando un gran daño, caigo en cuenta de que mi esposo llora, pero lo hace con su boca muy abierta, para con su discreto silencio no atormentarme, negándome el derecho a consolarlo, si no como su esposa, al menos hacerlo como su amiga incondicional.
—Cómo vamos, ¿Vamos bien? O prefieres que pase por alto sus maniobras de Don Juan experimentado, y mis pasos de entregada esposa infiel, para de una vez por todas, llegar hasta ese final que tu… ¡A lo que en realidad deseas llegar!
— ¿Hummm? Perdón, me elevé. Deja voy al baño y cuando regresé, quiero continuar escuchándote. ¿Estamos?