Tras magrearnos y morrearnos entre los tres, bastante sudorosos, nos fuimos a duchar con Diego y Gonzalo, el camarero y dueño de casa.
El baño era de palacio, a mi modesto criterio. Muy amplio, dos lavabos con un gran espejo panorámico, inodoro y bidé separados, bañera para dos personas, con duchas y duchadores en cada extremo, generosamente provistas de gel de baño, champú y crema enjuague para el pelo.
Nos metimos los tres a ducharnos enjabonándonos mutuamente los cuerpos, principalmente metiendo mano en las nalgas y los genitales, para horadarnos los culos y sobarnos las pijas y los huevos alternativamente, lo que nos puso bien cachondos de nuevo.
Yo no podía parar de pajearlos afanosamente, mientras ellos me metían sus dedos enjabonados en el culo que los recibía generosamente dilatado por sus respectivas cogidas previas. Decidido a pedir y ofrecer más sexo, una vez que nos lavamos el pelo, empezamos a besarnos apasionadamente, dando y recibiendo lengüetazos profundos que nos quitaban el aliento.
Generosamente, Gonzalo apoyó sus manos en la grifería de un lado, dejando su precioso culo en pompa a disposición de mi poronga nuevamente dura y palpitante, por lo que no vacilé en tomarlo de su estrecha cintura y apoyarle mi glande enjabonado en la entrada de su ano rosadito y anhelante. Muy suavemente fui empujando para penetrarlo sin que le doliera, lo que conseguí con relativa facilidad casi enseguida, llegando hasta el fondo de su cavidad que envolvía ansiosa y cálidamente mi pija y arrancándole gemidos de placer.
Me quedé quieto y me apoyé sobre su espalda para lamer y besar su cuello y luego darle un chupón de lengua bastante prolongado, mientras él empezaba a menearse muy lentamente, dilatando y contrayendo su ano a un ritmo enloquecedor, empujando su cuerpo hacia atrás y haciéndome inclinar a mí también hacia el lado de Diego.
Éste no desaprovechó la ocasión, me abrió los glúteos y hundió su miembro erecto en mi culo como un cuchillo caliente en un pan de manteca. Lo recibí gustosamente con un estremecimiento de placer que me obligó a empujar más mi pija dentro del culo de Gonzalo y Diego empezó un rítmico meta y saca que acompañé hasta llegar a acompasar la cogida suya con la mía a Gonzalo, que movía su pelvis y su cintura como una bailarina oriental, llevándome a un éxtasis casi insuperable.
Pensé que nos íbamos a correr enseguida, pero las anteriores cogidas y mamadas, nos permitieron más de diez minutos de acometidas más placenteras que furiosas, besándonos continuamente, mientras arqueábamos nuestros cuerpos para atrás o nos inclinábamos hacia adelante para alcanzar la boca de nuestros amantes.
Yo sólo había acabado una vez esa noche y aunque no quería que se terminase nunca ese trío lujurioso, fui el primero en notar el cosquilleo de la inminente eyaculación, grité con voz ronca
-¡Voy a acabar! ¡Voy a acabar!
y tras varias estocadas más en el precioso culo de Gonzalo tuve varios espasmos y lancé chorritos de esperma en su interior, mientras él seguía meneando su cuerpo como un contorsionista y Diego jadeaba por las contracciones que la eyaculación provocaban en mi ano, dándome más y más pija hasta el fondo.
Cuando me calmé y recuperé mi aliento, mi poronga se fue retirando del ano de Gonzalo, que se dio vuelta para besarme apasionadamente, mientras yo inclinaba mi cuerpo para recibir más adentro la poronga de semental de Diego.
Cuando recobré un poco de lucidez, me separé de la boca de Gonzalo para besar su cuello, lamer sus pezones y besar sus pectorales y abdominales hasta llegar a su pija húmeda y recta como una estaca para empezar a chuparla al ritmo de las estocadas que Diego me propinaba. Siempre primero el glande en mi boca, para saborear la suavidad increíble de esa piel delicada y rosada y la dulzura del líquido pre seminal, para luego engullirme el tronco hasta que mi nariz tocaba su pelvis.
Lo lamí, chupé, mamé y tragué rítmicamente al compás de la cogida de Diego tomándome de sus glúteos para sostenerme e instarlo a que me cogiera nuevamente por la boca. Lo hizo con suavidad que agradecí mirándolo a los ojos con deseo, sin dejar de comerme ese manjar de los dioses que me resultaba su maravillosa pija.
Me cogieron varios minutos más hasta que Gonzalo aceleró un poco su ritmo, y acabó en mi boca algunos chorros de leche un poco más líquida que la primera vez en el vestuario, que tragué saboreándola con deleite, mientras oía los bufidos y jadeos del semental Diego que eyaculaba nuevamente en mi ano sin dejar de embestirme una y otra vez, como si no hubiera un después, gritando con voz sofocada hasta que se calmó y se quedó quieto en mi interior, dejándose atrapar su pija por mi ano contraído que no la quería soltar.
Muy lentamente nos fuimos recuperando, nos enjabonamos y enjuagamos una vez más, casi agotados por el frenesí sexual que se había apoderado de nosotros. Nos besamos de nuevo, con más dulzura que lujuria, hasta que Gonzalo dijo que tenía hambre y que debíamos pedir comida al bar.