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Tiempo de lectura: 7 minutos

Desde luego él era mi profesor favorito. El más joven del instituto, con la universidad recién terminada el más guapo y con mejor cuerpo. Me pasé el último año suspirando por ese duro culito que se marcaba en sus vaqueros.

Pero estaba convencido de que él también miraba mi culo o mi torso cuando llevaba camisetas ajustadas.

Durante el verano y los primeros días de universidad, ya con diez y nueve años, he ligado con chicos e incluso he llegado a follar. También ha caído alguna chica, por qué no. Pero no me he olvidado de mi profe preferido.

El otoño está siendo especialmente cálido. Todo el mundo sigue vistiendo ropa de verano. Ligera y luciendo el cuerpo. Así que yo, como todos, ando cachondo todo el día.

Aún recordaba los días de tutoría. Por que no iba a hacer una visita a mi viejo instituto. Sobre todo ahora que había cumplido los diez y nueve y ya no era alumno. Podía visitarlo a una hora en la que sabía que estaría solo. Casi nadie iba a esas tutorias.

Él estaba tan concentrado corrigiendo unos exámenes que ni siquiera levantó la cabeza de la superficie de la mesa. Estaba aún más guapo de como lo recordaba. Intenté bromear.

Di unos golpecitos en el marco de la puerta y le hablé desde allí.

– Profe, no estoy conforme con la última nota. Creo que merecía algo más.

Aún sin levantar la cabeza puso una expresión de fastidio. A nadie le gusta que le lleven la contraria en una decisión que ha tomado.

Por fin me miró. Y entonces al reconocerme su bella sonrisa iluminó el aula.

– Mario ¡eres tú!. Pensaba que no volvería a verte. Al terminar los cursos casi nadie vuelve por aquí.

– Bueno a mi me apetecía volver a verte. Digo volver a ver este sitio. Hubo buenos momentos y tenerte a ti delante eran de los mejores.

– Vamos, no soy tan bueno.

Le estaba coqueteando descaradamente a ver si entraba al trapo. Así que me lancé del todo.

– Pero sí que estas muy bueno y muchos nos dábamos cuenta. Y la tuya era mi asignatura favorita.

– ¿En serio pensabas así?.

– Pues claro. Y no era el único, muchas perdían las bragas por ti. Se te hubieran echado en los brazos solo con chascar los dos.

Le puse la mano en el antebrazo en un gesto de confianza. Y esperaba que de algo más sin tardar mucho.

– No exageres.

– No seas modesto. Has tenido que darte cuenta antes de como todos te miramos con ojos de cordero degollado.

– Bueno, tengo ojos en la cara. Claro que se nota pero nunca me atrevería a hacer nada con un alumno y menos aún menor de edad.

– Lógico. Pero yo ya no soy tú alumno, y me sigues gustando. Estás aún mejor que cuando en clase te miraba el culito en tus apretados vaqueros.

Podría darle la opción de rechazarme de una forma educada. Pero eso no es o que quería. Deseaba comérmelo a besos. Así que seguí con la presión sin soltar su brazo y alagándole.

-Tú también estás estupendo. Me gustaba cuando llevabas tus camisetas ajustadas marcando el torso.

– ¿Como esta que llevo ahora?.

– Justo como esa.

No hacia falta decir mucho más. Él seguía sentado en su mesa y yo a su lado apoyando el culo en el borde. Así que me incliné y lo besé. Todavía hubiera podido rechazarme pero me correspondió con sus labios cálidos, gruesos y sensuales.

Besaba mejor de lo que había imaginado. Mordisqueaba mis labios con los suyos y no se apresuró con la lengua. La deslizó en mi boca en el momento justo en busca de la mía.

Podían habernos pillado aunque sabía que en todo el edificio solo quedaría el personal de limpieza y estaría en la otra ala.

– Así que, señor Rodríguez, piensa usted que debería haberle puesto más nota.

Me dijo con una sonrisa pícara.

– Creo que esto lo compensa profe.

– Me parce que tuviste la nota más alta de tu clase, pero si llego a saber que besas tan bien te hubiera puesto matrícula.

– Entonces no hubiera tenido excusa para venir y volver a verte.

Mi mano había subido por el brazo acariciando el bíceps y llegando a su cuello. Hasta alcanzar su mandíbula y guiar su rostro en nuestro beso.

Él en cambio había puesto la suya en mi cintura y empezaba a tirar de mi cuerpo buscando más contacto entre nosotros.

– Deberíamos cerrar la puerta.

– ¿Te da miedo que te pillen follando con un chico?.

– No con uno tan guapo como tú.

Para entonces ya había empezado a subir mi camiseta desnudando mi vientre. Seguía sentado, solo se inclinó para pasar la lengua por mi vientre.

Terminé de sacarme la prenda y la arrojé a la misma silla en la que me sentaba el curso anterior. Cuando tenía el culo en esa tabla nunca pensé que conseguiría aquello que tanto deseaba. Y allí estábamos.

Me acerque a la puerta y eche el pestillo. Pero si alguien quería vernos eso no sería un gran problema. Tenía un cristal trasparente, vertical y estrecho junto al picaporte. Así que de todas formas nos verían.

Volví despacio hacia su mesa. Luciéndome. El no me pedía de vista mirando mi cuerpo y sonriendo con una mueca lasciva que me encantaba y que nunca le había visto.

– Quiero ver más de tí. Llevo dos cursos deseándolo. ¿Por qué no te quitas la camisa?.

– ¿Por qué no vienes aquí y me la quitas y tú?.

Así que lo hice. En vez de arrancar los botones de un tirón me o tome con calma. Le puse de pie y empecé a soltarlos uno a uno. Fui yo el que me senté en su silla, la del profesor en la que nunca había apoyado mi culo. Besé cada centímetro de la piel que iba descubriendo.

Separé la tela un poco más hasta dejar sus pezones pequeños, oscuros y muy duros al alcance de mi lengua lasciva. Le dediqué un buen rato a lamerlos y besarlos, oyendo sus jadeos.

– Tenía que haberte suspendido, para verte así mucho antes.

– No hubiéramos podido hacer esto. Por mucho que yo lo deseara.

Bajé por su vientre. Me entretuve un rato metiendo la sin hueso en su ombligo. Estaba jugando con él y me encantaba. Cuando terminé a abrir la camisa seguí con sus pantalones. Abrí el cinturón, el botón y la cremallera.

Deslicé la mano entre la tela hasta agarrar la polla por encima de la licra de sus boxers. Estaba ya bien duro, lo había excitado. Me mataba la anticipación y eso era aún mejor.

Por fin le di un tirón a su ropa, lo dejé a medio muslo y el bonito rabo dio un salto apuntando justo hacia mi cara. Ni siquiera me molesté en usar las manos.

– En mamadas tendré que ponerte un sobresaliente.

– Pues vamos a por la matrícula, profe.

Acerqué la cara a su pubis y empecé a lamer desde los huevos. Los chupé un momento y seguí lamiendo el tronco. Me interrumpía para darle besos y continuaba hacia el glande.

Me esmeré en esa mamada. Lamía el pubis bien depilado. Volvía a los testículos y luego al glande que me metía en la boca pasando por el tronco. Mojaba su piel con mucha saliva. Usaba la mano para seguir acariciando su piel. O la subía hasta su pezón y pellizcarlo.

Alguna vez tuve que apartar su mano de mi nuca. Me gusta hacerlo a mi ritmo, sé que se me da bien. No quiero que me obliguen a tragar más de la cuenta. Pero captó la indirecta enseguida. Se puso a acariciar mis hombros y cabello sin intentar forzar más la situación.

Lo miraba a los ojos y cuando separaba la cabeza ponía cara de vicio. Aunque no hacía falta excitarlo más. Notaba que estaba a punto de correrse. Tenía las dos manos en sus nalgas, prietas como talladas en mármol. Las amasaba y separaba. Deslizaba un dedo hasta el ano acariciándolo.

Yo tenía la polla como una estaca aún encerrada en mis vaqueros. Pero no importaba quería su lefa. Se inclinaba y llegaba a alcanzar mis pezones y pellizcarlos con suavidad.

Al fin se corrió en mi boca. No tenía por qué tragarlo. Dejé que su lengua lo buscara en mi boca. El beso fue lascivo, guarro, la saliva y el semen pasaban de una boca a otra removido por las sin hueso.

Sin dejar de acariciarnos, la manos e ambos recorrían la piel desnuda del otro. Él notaba mi polla dura y el tubo de lubricante en el bolsillo.

– ¿Esto es tu móvil o es que te alegras de verme?.

– Me alegro mucho de tenerte así desnudo. ¿Me quieres hacer el examen de follar?.

– Por supuesto. Tengo el culo deseándolo.

Terminó de sacarse la ropa. Y se apoyó en su mesa, se inclinó poniendo el culo en pompa. Volví a sentarme en su silla para poder comérselo a gusto.

Le dediqué un buen rato a lamerlo, besar sus nalgas. Era el culo que veía cubierto en las clases por sus pantalones y ahora estaba desnudo ante mí. Lo estaba disfrutando y haciendo que él gozara conmigo.

Clavé la lengua en su ano. Estaba claro que yo no iba a ser el primero en penetrarlo. Se dilataba solo al roce de la húmeda. Él mismo se separaba las nalgas para que yo pudiera lamer todo su culo.

– Se ve que usted ha aprobado este curso. Profe. Parece que ha estudiado mucho.

Se le escapó un gemido. Le puse gel con dos dedos dilatando un poco más. Sus jadeos me decían que lo estaba haciendo bien. Me puse una buena cantidad en mi mástil.

Me levanté con la polla como el acero y los pantalones por los tobillos. Apoyé el glande en el aro rugoso de musculo y apreté. Hice fuerza y empujé. Un poco más dentro hasta que mis huevos dieron con los suyos.

Me movía despacio. Sin prisa deslizándome en su recto, buscando el placer de ambos.

– Quiero verte la cara. Quiero mirarte a esos preciosos ojos azules mientras me follas.

– Déjame hacer sitio en la mesa y gírate.

Los exámenes no terminaron en el suelo por centímetros. Pero conseguimos sitio para que él se tumbara boca arriba con el culo justo en el borde de la tabla.

Volví a arrimar el instrumento a su agujero donde entré sin problemas. Volví a empujar dentro de su cuerpo. Esta vez podía agarrar su polla que empezaba a ponerse dura de nuevo, despacio pero cada vez más firme.

Acariciaba sus huevos y el vientre. Me puse sus piernas en el pecho. Agarrando sus muslos para poder hacer más fuerza. Justo al lado de mi cabeza tenía sus pies. Solo tuve que girarla un poco para pasar la lengua por la planta de uno de ellos.

Hasta eso me apetecía. Lamer todo su cuerpo. Él me miraba a los ojos con la expresión ida de quién está gozando sin complejos. En ese momento levanté la vista y me di cuenta de que alguien nos observaba por el cristal de la puerta.

– Estás para matrícula. Pocas veces me han follado así.

Yo no podía distinguirlo a la distancia de la puerta que estaba. Pero quien fuera debía tener una vista perfecta del espectáculo y tenía que estar gustándole mucho. Pues no había hecho ni un ruido y no parecía que fuera a montar un escándalo.

Eso me daba aún más morbo. Salió mi vena exhibicionista y me esmeré tanto en darle placer a mi profe preferido como un buen espectáculo al mirón o mirona.

– Folláme.

A ponerme lascivo y morboso. No tenía manos suficientes para acariciar toda su piel. Seguía lamiendo y besando sus pies. Ya no dejé de moverme hasta que me corrí dentro de su cuerpo.

– Eres un vicioso.

Empujé más las piernas hasta su pecho. Y me incliné a volver a comer su culo. Le clavaba la lengua hasta donde podía recogiendo mi propio semen. O subía por sus huevos y me volvía a meter la polla en la boca. Mi profe seguía gimiendo con el rabo bien duro.

– Quiero follarte yo, pero la de la limpieza estará a punto de llegar aquí. ¿Por qué no te vienes a casa el sábado?. Pasaremos un buen día.

– ¡Profe! Qué escándalo. Quieres seducir a un chico como yo.

Le contesté riendo. Me acerqué a sus labios y le volví a dar un jugoso morreo. Y luego pasé a lamer su oreja y decirle muy bajito.

– No me lo perdería por nada. Y supongo que la mirona que hemos tenido todo el rato también querría venir.

A punto estuvo de tener un esguince en el cuello de lo rápido que giró la cabeza hacia puerta. Pero la sombra ya no estaba allí.

– Tranquilo, creo que le ha gustado el espectáculo. No dirá nada pero igual le gustaría participar.

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