No me extrañó para nada cuando Lourdes me dijo que le gustaba ese chico. Era el más lindo de la clase; él era simpático, amable, muy comprador con su actitud y tenía unos ojos que desnudaban el alma con solo una mirada. Si fuese supersticiosa, creería si me hubieran dicho que era un brujo, porque la magia de sus ojos verdes cautivaba en solo un momento. Por otro lado me daba curiosidad saber por qué ella estaba interesada en él, si sentía la misma magia, o era otra cosa la que le generaba esa atracción.
— No te ilusiones, está en otra liga — le dije, intentando hundir un poco sus expectativas —. además, se dicen muchas cosas de él ¿Por qué querrías estar con alguien así?
Y era cierto. En la universidad los rumores corrían a cada rato, y él no se escapaba. El más fuerte de ellos es que era un mujeriego, que siempre estaba con alguna chica distinta y que era una persona extremadamente superficial. No me extrañaba para nada, seguramente tendría facilidad con las personas; carisma no le faltaba.
Había, por otro lado, quienes comentaban que Diego no se sentía atraído por las mujeres, después de todo, nunca lo habíamos visto con novia y nunca supimos de alguna de las chicas que hubiese estado con él. Fuese cierto o no, me gustaba que sabía mantener su vida privada como tal.
Había sido una clase aburrida, la profesora habló por horas sobre un tema irrelevante y que ya muchos conocían. Casi me había quedado dormida, pero me despertó el bullicio del salón vaciándose. Lou y yo caminamos juntas, aunque ella parecía decidida. Se separó de mí con una sonrisa y fue directo a encarar a Diego. La miré desde mi posición, todavía intentando despertarme, un poco incrédula de la confianza que había tomado en ese momento y celosa de que hubiera dado el primer paso.
Para mi sorpresa, él le respondió con una sonrisa. No podía escuchar lo que decían, pero parecía muy alegre. Ella se dio vuelta y levantó la mano para saludarme, claramente se iba con él.
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No sé lo que pasó entre ellos ese día, pero fue casi una semana después cuando me enteré que habían empezado a salir. Ella me lo contó con una sonrisa, muy alegre e ilusionada. Por mi parte pasé por una sensación muy agridulce, aunque no me podía sentir traicionada porque nunca le confesé a ella mi atracción por Diego.
La clase pasó sin penas ni glorias. No hubo mucha comunicación entre nosotras ese día y no volvimos a hablar hasta el sábado, cuando hice una videollamada a Lou.
— Shhh no digas nada — le dije y enfaticé con un dedo sobre mis labios —, quedate callada
Silencié la videollamada y puse el celular en la mesita de luz, apuntando la cámara hacia mi cama. Me senté en la cama, le guiñé un ojo y dejé de prestarle atención al celular por un rato.
Diego abrió la puerta de mi habitación y entró con dos vasos. Estaba hermoso, como siempre, sus ojos verdes parecían faroles que resplandecían ante la tenue luz del velador de mi mesita de luz. Me paré y caminé hacia él, no sin antes voltear a ver el celular con una sonrisa bastante atrevida. Me mordí el labio y lo miré directamente a él.
— Estás muy lindo hoy — piropeé sin temor alguno —, siempre estás lindo, pero no sé, hoy estás más lindo
Se río ante lo dicho. Seguramente recibía piropos bastante seguido, y lo que le había dicho no era la gran cosa. Aun así, lo correspondió con una sonrisa. Dejó los vasos sobre la cómoda y sin darle tiempo a nada más, puse mis manos en su pecho y avancé hacia él para darle un beso en los labios.
Sentí como sus brazos me rodeaban y recorrían mi espalda. Me acerqué un paso más a él e hice presión en su cuerpo. Estaba tan caliente y se sentía tan bien en mí que no pude evitar apurar un poco las cosas. Profundicé el beso metiendo mi lengua en su boca, él lo aceptó y me siguió, sus manos recorrieron mi espalda Y se aventuraron a posarse en mis nalgas. Empecé a desabotonar su camisa, dejando ver unos pectorales muy definidos que se asomaban por cada botón que decidía sacar.
— Ay boludo no sé qué me pasa, nunca me había pasado algo así — mentí — es que vos me podés.
Me separé de él y levanté mi remera para mostrarle mis pezones duros y la piel erizada alrededor de estos. Completamente excitada. Él se sonrió, pero sus manos traviesas traicionaron el comportamiento tan estoico que había tenido hasta el momento, y se abalanzaron hacia mis tetas, empezando a masajear mientras sus índices jugaban con mis pezones.
Mis manos bajaron mientras él se entretenía. Tenía experiencia en desabrochar cinturones, y lo hice sin mirar, sin sacar la vista de sus ojos mientras lo veía perderse en mis formas. Su pantalón cayó y mis manos tocaron una tela muy suave que ocultaba un miembro muy duro que palpitaba pidiendo salir.
— Me alegra no ser la única que está así
Esta vez fui yo quien hizo la sonrisa pícara que él ya me había repetido dos veces. Le di un piquito en los labios, muy suave, y me arrodillé frente a él. Lo miré fijamente a los ojos cuando mis dedos agarraron el borde de su bóxer y bajé la mirada para ver como poco a poco salía a medida que se lo iba bajando.
Frente a mí, saltó como una bestia al acecho y se quedó dura, esperando. No esperé mucho, agarré su pija con mis dos manos y me relamí mientras le di una última mirada a los ojos antes de meterla en mi boca. Él terminó de sacarse la camisa y yo empecé a chuparla, de más lento a más rápido. Me había agarrado con fuerza a sus nalgas para tener estabilidad, él puso una de sus manos en mi nuca y acompañaba mis movimientos, aunque a veces presionaba para que la metiera más adentro en mi boca. Cada vez que la soltaba, podía ver como estaba más y más empapada de mi saliva, y eso parecía excitarlo muchísimo.
Bajé una de mis manos y la metí por debajo de mi pollera para empezar a masturbarme mientras se la chupaba. Él puso su otra mano en mi nuca y me empezó a coger la boca sin piedad. Me la metía hasta el fondo y la sacaba por escasos momentos para darme un respiro. La tenía dura como una piedra, y sentía más evidente esa dureza cada vez que la sacaba y me pegaba con ella en la cara.
No aguanté más, me puse de pie y mi remera cayó al piso cuando finalmente me la saqué. Arañé su pecho con mis uñas y me di vuelta para arrodillarme en la cama, quedando de cara al celular, aunque evité mirarlo. La llamada no se había cortado.
Movía el culo de un lado a otro para tentar a Diego e invitarlo a venir. Él se acercó, me manoseó las nalgas por un momento, pero sus manos me agarraron y me empujaron para darme vuelta. Quedé con la espalda apoyada al colchón, y sus manos empezaron a masturbarme por encima de la tanga. Me miró fijamente, mordí mis labios para demostrarle que me gustaba lo que hacía.
Mi primer gemido de la noche se escapó cuando sentí el hormigueo de sus dedos acariciarme suavemente. Hizo un comentario sobre lo mojada que estaba, pero tan distraída por el placer, no recuerdo exactamente qué dijo. Me volvió a dar vuelta, otra vez en cuatro. Escondí mi cara entre los brazos y paré el culo, lista para él, que no tardó en bajarme la tanga y empezar a tentarme al apoyar esa pija tan dura sobre mi conchita empapada.
Un profundo gemido salió acompañando el momento en que me penetró. La sentí recorrerme por completo hasta que su vientre chocó con mis nalgas. Él la tenía tan empapada por mi saliva y yo estaba tan lubricada que entró como un guante. Me empezó a coger de a poquito. Sus ojos estaban perdidos en mis nalgas, y entonces alcé la mirada para ver al celular. Lourdes estaba atónita, pero podía notar que miraba con demasiada atención. No puedo decir que sentía, porque no lo se, pero tampoco me preocupaba mucho en ese momento.
Diego me había agarrado por la cadera y me había empezado a coger más fuerte. Sentía como nuestros cuerpos aplaudían al chocarse y cada intento mío por respirar, era acompañado por un gemido de placer, y es que´a pesar de no tenerla tan grande, la tenía tan dura que la sentía en cada terminación nerviosa de mi cuerpo.
Me agarró de los pelos y me levantó hacia él. Mi espalda chocó contra su pecho desnudo mientras él seguía parado al lado de la cama, empujando y sacándola constantemente. Me respiraba en el oído, calentándome todavía más.
Llevé mis manos hacia las de él y lo hice agarrarme las tetas, me incomodaba como rebotaban con cada una de sus embestidas, y al mismo tiempo sentí el placer de sus dedos cuando inmediatamente pellizcó mis pezones y me mordió la oreja. Levanté mi pollera y empecé a masturbar mi clítoris mientras él seguía cogiéndome sin descanso. Empecé a sentir sus jadeos cada vez más fuertes, producto del cansancio y la excitación que generaba en él.
Me dio vuelta otra vez, lo miré a la cara y me mordí un dedo mientras lo esperaba, aunque él tuvo la misma intención, porque sacó mi dedo de mi boca y puso el de él, el cual mordí inmediatamente y lo llené de mi saliva.
Sus manos abrieron mis piernas, mi vagina odiaba la brisa de la ventana en su superficie mojada por cada segundo que él la tenía afuera. Pero su sufrimiento acabó cuando su verga volvió a recorrerla por completo para llenarla. Abrí bien mis piernas y dejé que siguiera cogiéndome como él quisiera. Me estaba haciendo completamente suya en mi cama, y yo no podía disfrutar más la manera en que me cogía.
— ¿Cómo se siente? ¿Mejor que la de Lourdes? — pregunté provocándolo, y sabiendo que ella me estaba escuchando — ¿Se moja igual que yo?
Mi sorpresa fue cuando su respuesta fue un «no», pero no por el simple hecho de la palabra, sino por la explicación que la siguió: Él todavía no se la había cogido. Fue un golpe de adrenalina muy duro el que sentí, pero eso me llenó de placer.
Levanté la mirada para ver el celular y burlarme un poco de ella, aunque la sorpresa volvió cuando vi la imagen en la pantalla. Ella se estaba masturbando, y podía ver su cara de placer, sonrojada y jadeante mientras sus hombros evidenciaban el movimiento de sus manos. Fue una acumulación de sensaciones que finalmente me llevaron al orgasmo. Mi cuerpo tembló, mis piernas aún más, y lo acompañé con un gemido intenso que Diego recompensó con embestidas más rápidas y profundas.
Se detuvo por un momento, me dio un respiro y un tiempo para recuperarme, pero inmediatamente después me puse de rodillas en el suelo, juntando mis tetas con ambas manos mientras él se masturbaba frente a mí. Hasta que finalmente toda su leche blanca y caliente cayó sobre mi piel.
Respiré profundo al calmar la calentura, y me senté descansando la espalda contra la cama. Me di vuelta una vez más a mirar el celular, la llamada había terminado. Diego se sentó junto a mí, habló, pero mis oídos no escucharon nada de lo que decía, mi mente tenía muchas cosas que procesar.
Fue entonces que lo entendí. Lejos de molestarla, me di cuenta de que mi amiga era una cornuda, de esas que se excitan siendo cornudas y viendo a su pareja con otras personas; y yo, era la que se cogía a su novio y satisfacía ese particular morbo. Seguramente sería motivo para una larga charla entre las dos…