(…) Sentí como esa hermosa pija estallaba adentro mío, descargando una gran cantidad de semen, en el mismo instante en el que un orgasmo triple me paralizaba el cuerpo. De mi culo, la pija pasó directamente a la boca de mi masajista. Caí nuevamente rendida sobre la cama, totalmente extasiada, dolorida y mareada. Sentí como una boca tibia se metía entre mis nalgas y succionaba el cálido líquido que empezaba a desbordar. Luego de unos instantes, sentí un sonido atronador que me obligó a llevarme las manos a mis oídos, mientras un cuerpo caliente y liviano se desplomaba sobre mí.
“Cállate y quédate quieta”, dijo Camila, con una voz áspera y firme que jamás pensé que podría salir de su boca. Abigail, con todo el peso de su cuerpo sobre mí, comenzó a convulsionar. Cayó hacia un costado y pude ver un agujero en su cabeza, del cual emanaba un rio de sangre, tiñendo su rubia cabellera de rojo. Segundos después, se quedó quieta, con sus grandes ojos desorbitados. Totalmente desorientada, giré lentamente mi cabeza hacia el costado derecho de la habitación, en donde se encontraba un gran espejo. La imagen que allí vi me pareció algo totalmente surrealista: Camila desnuda, de pie frente a la cama, con ese hermoso pelo totalmente alborotado y una media sonrisa encantadora, con una gran pistola entre las manos, apuntando hacia mí. “Si te movés, perdés. ¿Me entendiste, bebé?”.
No dije nada, pero, obviamente, estaba muy lejos de entender esa delirante situación. Por un momento intenté auto convencerme de que, después de tremenda sesión de placer, había perdido el conocimiento y que lo que estaba sucediendo no era más que una escena de mi inconsciente totalmente perturbado. Pero el dolor en mi cuerpo se sentía demasiado real, como así también la imagen del cadáver de Abigail a mi lado. Intenté que mi respiración se calmase, para así bajar el ritmo de los latidos de mi corazón. Necesitaba estar lo más serena posible para entender lo que ocurría y volver la situación a mi favor.
Camila se acercó a la mesa de luz y tomó los celulares que ahí reposaban, para arrojarlos por la puerta de la habitación. Rogué que el golpe no haya sido tan duro. “Podes sentarte, si querés”, me dijo. Lo hice, cruzando mis piernas frente a mi cuerpo y tapándome con la almohada. “¿Ahora te tapas, boluda?”, preguntó en tono de burla. Arrojé la almohada lo más lejos que pude, la miré desafiante y le pregunté ¿qué querés? A lo que simplemente respondió: “venganza”. Y salió de la habitación, cerrando la puerta de un golpe.
No sé cuanto tiempo pasó. Quizás minutos, quizás horas, pero durante el tiempo en el que estuve sola en la habitación, imaginé millones de escenarios posibles. Tanto con respecto a que quería decir con eso de venganza, como a maneras de salir airosa de la habitación. Al final, ninguna conclusión sensata o productiva pude vislumbrar. Al abrir la puerta, el mundo volvió a caérseme encima: primero entró Jairo, mi cuñado, con rostro confundido. Lo seguía Juan Manuel, quien supe después, era uno de mis tantos lectores, quien me miraba como pidiendo perdón. Finalmente, entró mi hermana, fulminándome con la mirada, seguida por Camila, quien la apuntaba con el arma. Los cuatro, desnudos, se acomodaron de pie, delante de la cama. Los nuevos invitados posaron sus ojos con terror en el cuerpo de Abigail. Mi mirada iba de uno en uno, cada vez más asustada y confundida. Camila habló.
─Estamos todos, al fin. ¿Viste lo que lograste con tus estúpidos relatos? Te cogiste a tu hermana, a tu cuñado, y vaya a saber a cuantos parientes más. Pero no te alcanzaba con ser simplemente una puta familiar. Te metiste con Juan Manuel.
─Camila, pará con esto. Es la primera vez en mi vida que veo a estas personas –dijo el hombre aterrorizado.
No lo dejó terminar de hablar y le dio un disparo en la pierna derecha. Todos gritamos, Juan Manuel cayó al piso. La mujer le indicó a mi cuñado que suba al herido a la cama, en el centro, entre mi cuerpo y el de Abigail.
─Chupale la pija, o mato a tu novia ─le dijo a Jairo, mientras tomaba del brazo a Julia y le apoyaba el arma en la cabeza.
A mi cuñado no le quedó más que obedecer. A pesar de la tensión, pude notar que no era la primera vez que lo hacía. Busqué con la mirada los ojos de mi hermana, pero no me correspondió. Los primeros gemidos a causa del dolor por el disparo, comenzaron a mezclarse con los provocados por el placer. Comencé a sentir una incomodidad extraña, totalmente carga de morbo. La cosa empeoró (¿o mejoró?) cuando Camila empujó a mi hermana hacia adelante y le ordenó: “ayúdalo”. Julia obedeció. Parecía ser la más serena de todas. En sus ojos solo había enojo y resignación.
Desde la posición en la que estaba, era una espectadora de lujo. Apoyada sobre el espaldar de la cama, tenía Juan Manuel con su cabeza apoyada en el costada de mi vientre, entre sentado y acostado. Debajo, mi hermana y mi cuñado, chupándole la pija, como si alrededor no estuviese desarrollándose una pesadilla. Entre chupada y chupada, aprovechaban para besarse y tocarse. Era hermoso apreciarlos. Tan en esa estaba, que no noté el momento en el que Juan Manuel comenzó a tocarme las tetas. Si por un momento pensé que estaba sumida en una alucinación, en ese instante no me quedó más que obligarme a creerlo y dejarme llevar. Con una mano comencé acariciarle el pelo a Juan Manuel, y con la otra, tomé del pelo a mi hermana, atrayéndola a mi concha. No tuve que decir nada, ella sabía lo que tenía que hacer. De inmediato empezó a chupármela con suavidad, dando pequeñas mordidas que sabía que me volvían loca. Con una mano, mi cuñado empezó a acariciar la concha de mi hermana. En pocos minutos la habitación se convirtió en un concierto de gemidos cargados de placer e incertidumbre. Levanté la vista ante el movimiento de Camila, quien se acercó a la cama, tomó mi consolador y se sentó en un pequeño sofá que estaba al costado de la cama. Se abrió de piernas y se lo metió hasta el fondo, sumándose al coro de gemidos. Desde ahí, dirigió toda la situación.
─Jairo, 69 con Martina. Chiquita (a mi hermana) sentate en la pija de Juan. El que acaba primero, se muere primero.
Y así lo hicimos, quizás obviando un poco la última frase del mensaje. Mi cuñado me ayudó a levantarme y se acostó en donde yo estaba. Yo me acomodé encima de él, con mi concha en su cara mi boca sobre su pija. Estaba terriblemente dura y deliciosa, por lo que no pude evitar arremeter contra esa pija como si de eso dependiera mi vida. Quizás, así lo era realmente. El me la chupaba de forma apurada, algo bruto. Me hacía doler, pero al mismo tiempo me encantaba. En dos ocasiones me pidió por favor que lo haga mas despacio. Obedecí, aunque me gustaba tanto esa pija, que me costaba bajar la intensidad.
Mi hermana se acomodó delicadamente sobre la pija de Juan Manuel, de espaldas a él, moviéndose desde atrás hacia adelante con suavidad. La sangre que no dejaba de brotar de la herida del hombre parecía no incomodarle. Menos aún el cuerpo muerto, pálido y rígido de Abigail, que reposaba al costado. Mientras lo montaba, me acariciaba con delicadeza la espalda.
En ciertos momentos en los que la cordura aventajo al placer, traté de buscarle alguna explicación a lo que estábamos viviendo, pero era imposible. Si la parte del asesinato no hubiese existido, como tampoco la del disparo en la pierna de Juan Manuel, podría decir que estaba viviendo la mejor noche de mi vida. Pero el cadáver y las heridas estaba ahí, eran parte del escenario. Pero mi cuñado aceleraba el ritmo de sus besos en mi concha, y todo intento de coherencia se desvanecía de inmediato.
En un momento, veo como mi hermana cae de frente sobre la cama. Pensé lo peor, pero Camila seguía sentada en el sofá, muy atenta a darse placer con mi consolador. Todos volteamos a mirarla, pero estaba bien. Juan Manuel muy cerca del orgasmo, decidió quitársela de encima. Por suerte, no había olvidado la advertencia de Camila. Esta, se puso de pie y avanzó hasta la cama.
─Buen chico, buen chico. Ojalá hubieses sido así de bueno y no te hubieses cogido a esta puta ─dijo señalándome.
─Pero Cami, yo no me cogí a nadie. Ya te dije, es la primera vez que veo a estas personas.
─¿Me vas a decir que no conoces a Martina?
─La conozco por fotos, por lo que escribe… pero nada más.
─Sí, claro. Y yo soy la reina de las pelotudas. Ponete en cuatro. Vos, novio de la chiquita, cógetelo.
Entre los cuatro cruzamos miradas cada vez más confundidas. Como nadie reaccionaba, Camila agarró del pelo a mi hermana, la sacó de la cama y le apoyó el arma en la cabeza. Me bajé del cuerpo de Jaime y él se incorporó. Se puso de rodillas detrás de Juan Manuel y lo penetro despacio. El hombre olvidó inmediatamente el dolor de la herida en la pierna, para ser invadido por la sensación como su culo se iba desgarrando ante el paso de la enorme pija de mi cuñado. Y como todo dolor intenso, una vez que te acostumbras, se convierte en algo placentero. Lo noté en sus gemidos, mezclados con llanto.
─¿Viste lo que conseguís con tus estúpidos relatos, Martina? Podías escribir misterio, drama, romance… pero no, la puta tenía que escribir porno. Y no convencida con eso, tenías que cogerte a todo lo que se te cruza en el camino, ¿verdad?
─¿Vos crees que me cogí a tu novio? ─le pregunté en un momento de lucidez.
─No solo que te lo cogiste, sino que se lo contaste al mundo entero en uno de tus estúpidos relatos. “Me siento de un golpe en tu pija. Entra hasta el fondo. Me decís que no podes más, lo que es súper entendible. Te pido que te calmes y empiezo a moverme muy suavemente, dibujando círculos con mi conchita. Acompañas mi ritmo mientras con una mano me agarras de la cintura y con la otra me apretás una teta. Me muevo cada vez más rápido. Se me hace imposible no gritar como una puta. Te golpeo el pecho con mis manos. ¿Te gusta que me mueva así? ¿Te gusta que sea tu puta? ¿Querés cogerme todos los días? Tus respuestas son vagas, pero me calientan cada vez más”. Me lo sé de memoria. Y seguramente él también.
─¿Crees que eso lo escribí por él? ¿Crees que es real todo lo que escribo? ─pregunté totalmente sorprendida.
─Creo que sos una puta que no tiene límites. La primera vez que supe de vos, supe que ibas a ser un problema. Hace años leemos relatos eróticos, pero jamás lo vi a él tan pelotudo. Y eso es por tu culpa, por lo terriblemente puta que sos.
Dijo esto y me tiro con el consolador. “Metetelo en el orto”, me dijo, mientras empujaba a mi hermana hacia el sofá. Se sentó y, apuntándola con el arma, le dijo que le chupe la concha. Julia obedeció. Y ahí estábamos. Mi hermana dándole sexo oral a una desquiciada, Jairo cogiéndose a Juan Manuel y yo dándome por culo con mi consolador, con una chica transexual muerta a un costado. La escena era una bizarreada total, algo que no podría salir de la imaginación ni del mas retorcido autor o autora de cuentosrelatos.com. Fueron varios minutos los que estuvimos así, hasta que Jaime acabó adentro del culo de Juan Manuel, desplomándose sobre él. Camila se acercó sin dejar de apuntar a mi hermana, para notar que, tiempo antes, su novio también había acabado.
─¿Ven por qué los hombres se van a extinguir antes que las mujeres? No son capaces de mantener la leche adentro, ni aunque su vida dependa de ello.
Apoyó el arma en la cabeza de Jairo, dispuesta a disparar y acabar con su vida, cuando de repente la puerta de la habitación fue abierta de un golpe. Ante la distracción de Camila, mi hermana se le tiro encima haciéndole perder el equilibrio. El arma cayó a un costado, para luego ser tomada por Juan Manuel, quien apuntó directamente a su novia. En la puerta, estaba Jorge, mi primer novio de la universidad, con un gran cuchillo en la mano. En su rostro no cabía mas sorpresa. Abrir la puerta de la habitación de tu ex novia, y encontrarte a cuatro personas desnudas e histéricas, alguien con un arma, alguien muerta, no es algo que suele pasar con cotidianeidad. En ese momento, note que todavía tenía a mi consolador en mi culo. Lo saqué y salte hacia sus brazos. Al sentir el contacto con ese cuerpo tan conocido, su aroma, su placidez, me desmayé inmediatamente.
Desperté dos días después en la sala de una clínica. A mi lado, estaban Jorge y mi hermana, con rostros entre aliviados y alegres. Julia intentó contarme la situación. Resulta que Camila eran pareja desde hacía cinco años. Se conocieron en un chat en una página de relatos eróticos. Eso mismo que los unió al principio, terminó separándolos. El detonante, además de la salud mental de la chica, al parecer, fui yo y mi relato “La chica de los relatos aparece en tu casa”. Al parecer, Camila se obsesionó con la idea de que eso sucedió realmente y que el protagonista de esa historia era su novio, desatando la locura que acá les conté. Para ello, desde hacía varios días deambulaba por mi edificio (todavía no sabemos cómo supo mi dirección). La noche en la que todo sucedió, interceptó a la masajista real que había contratado esa noche y ocupó su lugar. ¿Qué papel tiene Abigail en esta historia? Años atrás, cuando aún se llamaba Fabio y no había iniciado su transición, habían sido novios. Camila lo encontró con otro hombre, algo que le destrozó el corazón e inyectó en su ser las ansias de venganza. Se tomó su tiempo, pero finalmente lo hizo.
Jorge llegó de sorpresa a la ciudad. Me llamó muchas veces esa noche, pero no respondí. Se presentó ante mi puerta, desde donde volvió a llamar y escucho que mi teléfono sonaba adentro de departamento. Presintió que algo malo sucedía, por lo que, utilizando su llave ingresó. Los teléfonos tirados en la puerta fueron un claro indicio de que algo malo sucedía. Escuchó tras mi puerta y confirmó sus sospechas, por los que decidió llamar a la policía y esperar. Ante la demora de la ayuda, decidió actuar, salvando la noche. Mi hermana y mi cuñado llegaron atraídos por Camila, quien les escribió desde mi celular que necesitaba ayuda. Al menos no mintió en esa parte.
─Creo que, si estabas buscando darlo un final a tu serie de relatos, no hay mejor que este ─comentó Jorge.
─¿Final? ¿Sabes cómo va a aprovechar esto para conseguir lectores? ─preguntó molesta Julia.
─Me niego a creer que lo que pasó es real ─dije en tono cansado.
─Una muerta, un herido y una loca presa. Cinco personas traumadas de por vida. Es lo más real que te va a pasar es tu estúpida vida, Martina ─dijo enojada y ofendida mi hermana.
Jorge intento mediar, pidiéndole por favor a Julia que vaya por algo para tomar. Estuvimos un largo rato mirándonos, sin poder hablar. Sentía una gran necesidad de pedirle disculpas, de decirle que me sentía muy mal por todo, que jamás pensé en que escribir relatos pudiera traer tanta tragedia. Pero no fueron necesario las palabras.
─Quédate tranquila. Vos, Juli y Jairo están bien. Conmocionados, pero bien. Sos buena mina, nada de lo que pasó fue tu culpa. Quizás la pifiaste con dejar entrar a una supuesta masajista desconocida, pero a cualquiera nos puede pasar.
─En serio, te juro que no caigo. No puedo creer que todo eso haya pasado de verdad ─dije sin poder contener las lágrimas.
Jorge me tomó de la mano, primero, para luego abrazarme. Busqué sus labios, los besé, pero me apartó. “No es por ahí, tini”, me dijo. Lloré con más intensidad, lo que aumentó también la intensidad de su abrazo. En eso volvió mi hermana, con tres cafés y galletitas. Nos separamos, traté de tranquilizarme.
─Amargo para ustedes, con leche y súper dulce para mí.
─Gracias Juli ─dijo Jorge
─Me escribió Clarita. Quiere que la acompañemos a visitar a la tía.
─¿Qué la acompañemos? Necesita chofer esa boluda. Tengo el carnet suspendido, así que conmigo no cuente.
─Puedo manejar yo ─dijo mi hermana.
─¿Vos? Estas locas.
─¿Por qué no? Varias veces manejé a Córdoba con Jairo. Además…
─¿Además qué? ─pregunté.
─Además, ─interrumpió Jorge─ no te vendría nada mal alejarte por unos días y descansar.
─Sí, boluda. Además, te encanta la vida pueblerina. San Nicolás, la tía, los primos, tus amigas de Villa Constitución… ¿qué podría salir mal? ─comentó Julia entusiasmada.
Absolutamente todo salió mal, como para variar.