Capítulo 1. Repasando mi indoblegable actitud de cónyuge fiel durante la última semana.
Apenas Rogelio, mi amado esposo, salió para la oficina, salí del departamento, casi pisándole los talones. Yo tenía una cita en la confitería a media cuadra de su empleo. Fernando ¨el japones¨, su compañero, me había citado allí, y yo consideré que esa era mi oportunidad para aclararle sobre mi virtud de mujer fiel a mi marido. No tuve tiempo de arreglarme bien, pero mejor así; demasiado atildamiento podía darle ideas erróneas sobre las razones de mi asistencia a la cita. De modo que acudí con tan sólo mi faldita cortona y mi remerita dos números más chica, que me marca quizá demasiado la forma de los pechos y los pezones. La única concesión que hice al buen vestir fueron los tacos aguja. Claro que cuando camino con esos tacos altísimos, todas mis cosas se bambolean: los tetones y mi gran culo, provocan demasiadas miradas y comentarios masculinos en mi tránsito por la calle. Pero yo no me inquieto por ellos. Las mujeres fieles no hacemos caso de las miradas y comentarios lujuriosos, simplemente los ignoramos.
Yo iba pensando en ¨el japones¨, y en como encararía la cosa con él. Fernando es un muchacho con muy poco roce, aunque quizá la expresión no sea muy exacta, ya que en nuestros encuentros anteriores me había rozado más de la cuenta, y por todos lados. Lo que yo quiero decir es que este japones no sabe como tratar a una mujer fiel y enamorada de su marido. La primera vez que nos quedamos solos, no vaciló en intentar abusar de mí. El es un hombre intensamente atractivo, pero yo consideré que era una prueba que me enviaba Dios, para probarme en mi fidelidad. ¡Y vaya si fue una prueba! Como Rogelio se había ido a un velorio, le pidió a su compañero que me hiciera compañía, así no pasaba toda la noche solita. Pero Fernando ¨el japones¨ trató de propasarse. Y cuando sacó de su pantalón su enorme pija erecta y me pidió que se la chupara, yo sentí que me estaba mojando. Pero le aclaré bien claro, que yo era una mujer fiel que no hacía esas cosas. Y Fernando me metió la punta de su verga en la boca. Y eso me confundió, ya que no era la respuesta que esperaba. También me confundió el fuerte olor a virilidad que salía de ese tremendo miembro nippon. Pero creo que las dos cosas que más me confundieron fueron el sabor de su glande, y el enorme tamaño de esa poronga, que era más larga que mi cara, mucho más que la de mi Rogelio, y también mucho más gruesa.
Como Fernando me tenía la cabeza sujeta, no podía protestar, sino tan solo chupar y lamer. Y el japones no cesaba de decirme cosas soeces como que siempre había pensado que mi trompita era la de una puta mamavergas, y que bien se la mamaba, y cosas así. A mi se me había nublado la mirada, y cuando con su tranca en mi boca, levantaba la vista me encontraba con la sardónica sonrisa y esos ojos rasgados en la cara algo desenfocada de Fernando. Y yo quería sacar esa suculenta verga del interior de mi boca, para reprocharle el lenguaje irrespetuoso que esta usando conmigo. Pero en vez de eso acabe enloquecida. Y para no perder el equilibrio, tuve a agarrarme con ambas manos a esa chota que parecía de hierro.
Yo sabía que nada de esto alteraba mi firme sentimiento de fidelidad conyugal, ¿pero lo sabía él? Me parece que no. Creo que mal interpretó mi inesperado orgasmo y creyó que era un permiso para que él continuara abusando de mí. No es cuestión de que te cuente todo lo que me hizo, pero baste decirte que no hubo hueco ni agujero mío que su tranca no visitara.
Cuando nos citamos en esta misma confitería en que nos veríamos ahora, yo me sentí algo incómoda porque en otras mesas había compañeros de mi marido que me reconocieron y me miraban con sorna. A mi me dio bastante vergüenza porque supuse que ellos pensarían que le estaba siendo infiel a mi Rogelio. Pero no pude seguir prestándoles atención porque Fernando, con sus fuertes manos, había tomado las mías a través de la mesa, y atrapado mis ojos con los suyos. Y todo desapareció a mi alrededor.
Y mientras me las acariciaba sensualmente, comenzó a hablarme de un modo tan irrespetuoso y soez, recordándome las cosas que habían pasado entre nosotros aquella noche, y yo comprendí que él no había entendido que yo era una mujer fiel a su esposo. No sólo eso, sino que sus caricias y sus palabras fueron haciendo su efecto, y la vista comenzó a nublárseme. E inesperada, e ineluctablemente, tuve un orgasmo, muerta de vergüenza.
El japones parecía creer que tenía algún dominio sobre mí, lo que es un error de su parte, ya que yo soy una mujer muy fiel a su marido. Pero Fernando persistía en su error y pagando la consumición me sacó del lugar casi a la rastra, yo dando saltitos para acomodarme a su paso, mientras los conocidos de las otras mesas se sonreían. Yo lo seguí para evitar un escándalo. Y, no sé bien como, de pronto encontré que me había llevado a una pieza de hotel. Bueno, pensé, ahí podríamos hablar tranquilos.
Pero no, Fernando me bajó la cabeza hasta la altura de su bulto, y yo, comprendiendo la situación decidí que no era buen momento para discutir, y se lo comencé a chupar a través de la tela del pantalón. Este hombre debe haber interpretado mal mi gentil docilidad y buena disposición, porque se puso a repetirme que era una perra chupapijas, Yo recordé que estaba allí para aclararle sobre mi virtud marital, pero el sabor de esa verga tomaba toda mi concentración. Y sin saber bien como, acabe, teniendo que abrazarme a sus piernas para no caer.
Y Fernando peló su enorme miembro nippon fuera del pantalón y me ordenó mamársela. "A qué discutir", pensé yo y decidí esperar un mejor momento para hablar con él, y agarrándole la poronga con ambas manos, para que no saltara tanto, metí el glande dentro de mi boca y comencé a hacerle los honores. Debo reconocer que no me desagradó tanto, ya que su sabor a macho era muy rico. Pero él interpretó mi entusiasmo como agrado, y siguió llamándome puta mamona y diciéndome que yo por una buena garcha me perdía, y que él me iba a dar poronga para que tuviera y guardara. A mi la respiración se me había acelerado, seguramente por los nervios, pero disimulé mis sentimientos y lamiendo y succionando esa maravillosa pijota. Hasta que vi que se venía. El primer chorrazo de semen se me fue directo a la garganta, pero no tuve tiempo de tragarlo completamente, porque vino el segundo, que se me desbordó por la nariz. Y el tercero me dio tan fuerte en la cara, que me caí de culo. Y ahí me siguió regando por toas partes, chorro tras chorro. ¡Nunca había visto tanta producción de semen! Y recordé la mucho más pequeña verguita de mi marido, y sus mucho menos abundantes chorros, y para mi sorpresa, me acabe otra vez en medio de temblores y estremecimientos, mientras me seguían llegando los chorros de Fernando.
Pero cuando se acabaron los chorros de esta tremenda poronga aún seguía rígida. Esto me impresionó mucho, ya que mi Rogelio necesita al menos una hora u hora y media para reponerse. Estaba comenzando a sentir respeto, por ese japones.
Así que cuando me ensartó con esa cosa tan gorda y dura, y me la hizo sentir hasta la garganta, luego de dos o tres enterradas volví a correrme, lo cual me dio bastante vergüenza. Pero, que remedio, esa tremenda tranca seguía moviéndose dentro mío, como si recién comenzara. Y siguió cogiéndome durante por lo menos quince minutos, en los cuales comencé a ver torbellinos de colores y en un estado de semi conciencia sólo era capaz de gemir, jadear y seguir recibiendo. En esos quince minutos juntó tanta leche como en el primer polvo y cuando en una enterrada final de su verga me hizo sentir como sus chorros me iban llenando, fue tanta la impresión por lo que estaba recibiendo, que me corrí en medio de jadeos y alaridos.
Ahí sí sentí vergüenza, porque él iba a pensar que a mi me estaba gustando lo que me estaba dando. Pero no debía preocuparme, ¡el nabo seguía al palo! Y dándome vuelta como si fuera una milanesa me lo metió en el culo, sin pedir permiso ni nada. Claro, este muchacho parecía creer que con su polla era todo poderoso, y a mi me hubiera gustado darle una lección, pero estaba hecha un estropajo y no tenía con qué resistir a esa chota tan dominante. Así que dejé que me hiciera el culo a su gusto. Y yo empecé a pensar que en este japones había algo que me agradaba, quien lo hubiera dicho, lo viriles que son los nipones.
Pero no era tan superhombre como parecía pretender. Cuando se descargó en mi culo, la cantidad no fue tan copiosa como las anteriores, apenas el doble o el triple de la que descarga mi Rogelito la primera vez. Y luego se quedó dormido, el pobrecito, y cuando se despertó yo traté de aprovechar para hablarle de mi fidelidad, pero no me dejó: me pidió que le chupara la polla y me picó la curiosidad: quería ver cuanto podría descargar ahora, y se la mamé con ternura y consideración, durante más de veinte minutos, hasta que se vino. Y fue bastante cantidad.
Debo reconocer que en el camino a casa, las emociones y sensaciones vividas volvían a mi mente una y otra vez. Y llegué a la conclusión de que no podía negar que Fernando me gustaba un poquitito, aunque eso no significara que yo fuera infiel a mi esposo. Eso jamás. Pero igual llevaba el sabor de su pija en mi boca, y el gusto de su semen, y recuerdos suyos en todos mis agujeros tan abusivamente abiertos, y el olor de su piel en mis fosas nasales. Así que estuve bastante nerviosa esperando a mi Rogelio, y tuve que tranquilizarme varias veces en el resto de la tarde. Cuando llegó mi esposo lo arrastré literalmente hasta la cama y le hice el amor con ganas y tanto entusiasmo que enseguida acabó. No sentí gran cosa, porque la polla de Rogelio entraba demasiado cómodamente en los agujeros dejados por el japones, y su acabada me pareció demasiado breve. Y ahí constaté que lo amaba, ya que definitivamente la lujuria había estado ausente. Y me dormí bastante más tranquila, aunque tuve que acariciarme varias veces. Rogelio, a mi lado, dormía como un angelito.
Y yo sentí, aliviada, que nuestro matrimonio estaba salvado.
A la mañana siguiente pude recibir la visita del viejo lujurioso del segundo piso que me lamió la conchita a su antojo, pero era ya tan cotidiano que ni me sentí vejada.
Tampoco me sentí vejada cuando el portero me arrastró hacia el sótano para cogerme por todos mis agujeros. Lo dejé hacerlo, sin quejarme, a lo sumo gimiendo y jadeando. Y cuando salí para mi encuentro con Rogelio en el cine, ni los muchos orgasmos tenidos aquella mañana, ni el recuerdo del viejo sátiro lamiéndome, ni el entusiasmo del portero, pudieron apartarme de mi sentimiento de esposa bien portada.
Lo que sí me descolocó un poco fue verlo llegar a Fernando a mi cita en el cine con Rogelio. Mi intimidad se humedeció un poco, pero lo atribuí a la sorpresa.
Bueno, no les voy a aburrir contándoles las cosas que pasaron en el cine. Salvo decirles que fueron cosas que escaparon a mi control. Por suerte Rogelio absorto con la película no advirtió los orgasmos que me produjo el japones con sus dedos, primero en mi culo y luego en mi concha, ni tampoco advirtió cuando sacó su falo al aire y me hizo pajeárselo y finalmente, bajándome la cabeza, me descargó toda la leche dentro de mi boca. Ni cuando me fui al baño, siguiendo los pasos de Fernando, mi esposo perdió la concentración en la película.
Y yo tenía bien claro que nada en mi conducta podía calificarse de infidelidad, ya que hasta los orgasmos se me producían sin buscarlos. Aunque debo reconocer que sentí cierto placer, pero bueno, una no es de fierro.