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Tanga de chico
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Un tanga en el escaparte de una tienda de lencería, discretos, como si los escondíeran. Un único tanga de chico estaba colocado al lado de boxers y slips. Al otro lado del escaparate la lencería de chica era mucho más llamativa.

Una mañana de un martes de agosto. Hacia tanto calor que parecía que las aceras se derretirian de un momento a otro. La ciudad estaba casi vacía, la gente repartida entre la playa y las fiestas de los pueblos. Parecía el escenario de una película post apocalíptica, una dystopia cualquiera.

Me llamó la atención la prenda por que normalmente yo usaba slips pequeños y ajustados. Pensaba que no habría tanta diferencia entre eso y lo que yo llevaba puesto en ese momento.

La tienda era pequeña, las prendas estaban casi amontonadas se diría. Entré esperando encontrar una chica tras el mostrador. En cambio había un chico como de mi edad bastante guapo.

No sé como reaccionaría una mujer que entrará en la tienda buscando unas bragas al verlo. Hasta a mí me pareció algo machista ese pensamiento. Cuando me saludó pensé que era algo amanerado, pero puede que fueran ilusiones mías.

No me perdió de vista a pesar de que estábamos solos en la tienda. Quizá pensaba que le iba a robar o puede que fuera otra cosa. Claro que yo no era el sumun de la elegancia, con mis chanclas, unas bermudas muy reducidas y una vieja camiseta de tirantes.

De vez en cuando le echaba una ojeada y la verdad es que lo encontraba bastante bien, con sus vaqueros y su camiseta ajustada, delgado y tan rubio. Sus bonitos ojos azules seguían mis evoluciones por el local.

Estaba mirando la estantería buscando las prendas que me habían llamado la atención. La verdad es que bastante perdido. Sabía que existían esos tangas y suspensorios de forma intelectual, por haberlos visto en películas mas o menos pornográficas, televisión o revistas.

Pero hasta ese momento no me había dado cuenta real de ello. Y allí los tenía delante de mí en una gran variedad de colores y formas. Métidos en bolsitas con un cartón en el que había una foto de un macizo musculoso llevando una prenda como la que había dentro del envase.

Percatándose de mi desconcierto el chico se acercó a mí:

– Me llamo Mario. ¿en que puedo ayudarte? Te veo un poco despistado.

Le respondí:

– Yo soy Juan y me encantaría tu ayuda para saber más de estas prendas. No las he visto más que por la tele.

Le pregunté sobre la lencería que me había llamado la atención, más en concreto tangas y suspensorios.

– Me extraña de que nunca te hayas probado algo de esto tienes buen cuerpo para lucirlo. Un cuerpo precioso diría yo.

Me contó sonriendo y ampliando los datos.

– Aparte de lo evidente, la tira por el culo te podría molestar o excitar. Dependiendo de otros factores aparte de la tela, son sorprendentemente cómodos. Ya lo verás.

Curioso le pregunté:

– ¿Tu los llevas? ¿los usas?

Sonriendo me dijo:

– Me los pongo de forma habitual y ahora llevo un tanga puesto.

– ¿De verdad?

– ¡Pues claro!

Se bajó un poco el pantalón y tiró de la cinturilla de la prenda. Solo una gomita negra francamente estrecha. No sabia como algo tan fino podía sujetar nada. Evidentemente debajo solo se veía su piel bronceada. Me pareció que tomaba el sol desnudo.

– Me gusta.

Le dije sonriendo, dejando en el aire lo que me gustaba en concreto. Pero me quedé pensativo. Ya era un coqueteo descarado.

– Me has dejado intrigado, con las ganas de ver mas.

Le sonreí.

– ¿De verdad te gustaría verlo todo?

– Claro, ver como te sienta. Eso me animaría mucho para comprame algunos y usarlos yo.

– Vaya que exigente.

Aunque no parecía molesto y también sonreía pícaro.

– Hagamos un trato, yo te enseño como me queda a mí y tu te lo pruebas delante de mí.

– Me parece perfecto.

Le contesté.

– Pero necesitamos algo de intimidad.

– No te preocupes, ahora mismo echo el cierre, al fin y al cabo no espero a nadie mas. Vista la hora.

Al pasar a mi lado ya no esperé mas, le cogí de la cintura y lo besé en la boca. Mordisqueando sus labios con los míos con suavidad. Respondió sin dudar, abriendo la suya y dándome la lengua. Agarrando mi culo como si fuera ya suyo.

Le dejé llegar hasta la puerta. Lo esperaba a la vuelta, agarrándome de la mano me llevó hasta los probadores equipados con una gruesa y cómoda moqueta. Aunque no olvidó coger un par de tangas y otro par de suspensorios por el camino. Creo que eligió adrede los más pequeños y sexis.

Mario es un vendedor nato, ademas de venderlos quería vérmelos puestos. Ver mi cuerpo desnudo con la mínima prenda, y yo esperaba que no solo eso. No pensaba hacer nada hasta no haberme lucido delante de él. Me estaba gustando ese juego.

Me metí en el probador pero no le dejé entrar, le dije:

– Solo mírame y dime que tal me queda.

Con la cortina abierta me fui desnudando despacio luciendo mi piel morena. Sacándome la camiseta y los pantalones cortos. Durante un momento, para provocarlo más, me dejé el ajustado bóxer que llevaba ese día y veía como él se relamía los labios mirándome.

Mi polla a esas alturas ya muy dura se marcaba perfectamente en la lycra. Torcida hacia la izquierda y los huevos debajo. Sin mas esperas lo bajé y me lo saqué del todo quedando en bolas.

El rabo depilado y suave saltando cada vez mas duro. Así era difícil calzarme uno de aquellos mínimos tangas pero eso no me impidió intentarlo.

El que me había dado era negro, con la tela justa y apenas una goma de dos centimetres de ancha rodeando mi cintura. Lo subí despacio por mis muslos recreándome. Abrí mis nalgas para colocar la tira posterior y luego intenté colocar mi pene duro en la poca tela que debía contenerlo.

– Me encanta como te queda. Es precioso y no me refiero al tanga.

– Si, creo que tengo algún problema para colocarlo todo.

Fue entonces cuando lo llamé solo con un gesto de la mano y como había hecho yo, se acercó despacio tirando de su camiseta. Y descubriendo su pecho lampiño, de piel clara, con unos pezones pequeños rosados pero que parecían muy duros y erizados.

– Así va a ser todavía más difícil que me entre. Le dije con cara de lascivia.

– Creo que puedo ayudarte con eso.

Nos besamos con furia y apresé su cuerpo fibroso entre mis brazos. Su lengua entre mis labios y mis manos apretando su culo firme.

Le bajé el vaquero para ver por fin el tanga que él usaba, aún mas pequeño que el que yo tenia puesto. Era azul, con brillos, apenas un triángulo de tela sujeto con dos cordones negros. Y que desde luego ya no ocultaba ni la mitad de un rabo precioso, fino, cabezón, con las venas marcadas. Y perfectamente depilado.

– Esto también parece muy duro.

De inmediato lo agarré y metí la mano por dentro del tanga buscando sus huevos. Eso era lo único que el pequeño trozo de tela tapaba. Con su escroto colgando, suave y depilado.

Su primer gemido resonó en mi cuello, junto a mi oreja que en ese momento él lamía. En la suya dejé caer:

– Estoy deseando sacártelo, al tanga me refiero.

– Seguro que quieres más que este trapo. Por cómo la agarras.

Él tiró del mío dejándolo resbalar por mis muslos y agarrando también mi polla, la acarició con suavidad.

Empezó a bajar lamiendo y besando mi piel, mis pezones, las axilas, mi pecho, el ombligo. Cuando se metió mi polla en la boca el que soltó un gemido gutural fui yo. Le daba largas lamidas a mi tronco, de abajo arriba lentamente.

Pasaba toda la lengua por mi piel hasta meterse el glande en la boca. También los huevos chupandolos como caramelos o haciéndome levantar un muslo. Apoyando el pie en un taburete para pasar por el perineo entre mis piernas pasando hacia mi culo.

– Esto está muy sabroso.

– Rico lo que me estás haciendo tú.

En cuanto noté sus fuertes manos abriéndome las nalgas supe lo que seguía, su lengua clavándose en mi ano acariciándome hasta lo mas dentro que podía.

Abrí las piernas lo más que pude para que pudiera lamerlo cómodamente y me fui inclinando. Me tenía muy burro, muy caliente y mientras seguía hurgándome el culo con la lengua.

No había soltado mi polla o mis huevos con su mano. Me estaba sobando y dando saliva cantidad y se había sentado en el suelo con su pene bien duro apuntando al techo.

– ¿Me dejas?

– Como pares ahora me jodes.

– Eso es exactamente lo qué pretendo, después de que me jodas tú a mí.

Yo inclinado, lo alcanzaba con la mano y también le echaba de mi saliva en su glande, dejándola caer desde mi boca. Así, no tenía mas que doblar las rodillas y clavarme yo mismo su estupenda polla, despacio, dilatando mi ano súper excitado con su rabo.

Él me sostenía por las nalgas, no dejando que cayera demasiado deprisa y nos hiciéramos daño. Me lo fui tragando centímetro a centímetro hasta que apoyé el culo en sus muslos y mis huevos se rozaban con los suyos.

Se me escapó un gemido de gusto y empecé a moverme arriba y abajo despacio al principio sintiendo toda la longitud de su durísimo nabo en mi interior. Él me ayudaba, sujetando mis nalgas a la vez que lamía y mordisqueaba mi nuca. Yo apoyaba las manos en sus rodillas.

Fui acelerando el ritmo una vez que mi ano consiguió asimilar su tamaño. Y así ya no paré de sentir placer hasta que se corrió en mí. Noté todos los trallazos calientes en el culo y él me levantó solo para volver a acercarme a su cara y lamer mi culo de nuevo rebosando su propio semen.

Fue en ese momento cuando me corrí sobre su pecho y vientre. Los goterones de semen caían desde mi glande a su cuerpo febril. No le importó mucho, se limitó a recogerlo con sus dedos y llevarlo a su boca. Así pude girarme y compartirlo de su boca en un nuevo beso.

– Ya tengo una tienda favorita donde comprarme ropa interior. Siempre que la atención sea tan personalizada como la actual.

– ¿No decías que querías follarme?

-¿Tenemos tiempo?

– Depende de lo rápido que se te vuelva a poner dura.

– ¿Contigo? No creo que tarde mucho.

Claro que lo decía sin que él dejara de acariciar mí polla y sobar mis huevos. Con sus besos y su lengua lamiendo mi piel desde luego que mi rabo volvía a coger consistencia.

En cuestión de minutos estaba apuntando al techo de nuevo y Mario escupía en mi glande para lubricarlo. Como si tuviera prisa, con ganas de tenerme en su ano.

Meneando ese culito que me tenía loco se levantó luciendose para mí. Se me ocurrió una locura.

– Vuelve a ponerte el tanga.

Se puso el suyo, el que tenía las cuerdas más finas. Y se fue agachándo despacio lascivo y sinuoso hasta quedar a cuatro patas en la moqueta. Se que dejamos manchas de semen sobre ella antes de terminar.

Ahora escupí yo en la raja de su culo y lo extendí con mis dedos. Empecé a meter uno de ellos en su ano para dilatarlo, al mismo tiempo que él empezaba a gemir.

– Ahora me toca a mí.

Apoyé el glande en el ya no tan estrecho agujerito y empecé a hacer fuerza, a empujar. No le costó mucho entrar, ni a mí empezar a moverme mientras sujetaba su estrecha cintura.

Ver como se abría su culito al empuje de mi polla y sentir como él la apretaba. Estaba viendo las estrellas y toda la Vía Láctea y creo que a Mario le pasaba lo mismo a juzgar por cómo gemía.

– Cógeme el rabo, me decía.

Y yo me inclinaba sobre su espalda, besando su hombro y lamiendo su piel, además de meter la mano por debajo de su cadera para pajearlo despacio. Ahí fue donde dejamos la mancha de lefa en la moqueta.

Él se corrió incluso antes que yo y no tardé mucho más en llenarle el ano con mi semen. Gimiendo y bufando los dos como animales en celo.

Caímos derrumbados en el suelo, Mario debajo de mí y yo aún besando su hombro, cuello y nuca con todo el deseo que me inspiraba.

Tenía que volver a abrir la tienda y ambos nos habíamos quedado sin comer. Pero viendo que esa tarde tampoco tendría muchos clientes me acerqué con mi tanga nuevo puesto a un bar cercano a por dos bocatas que nos comimos tras el mostrador.

Estaba claro donde me iba a comprar la ropa interior a partir de entonces. Y a compartir con él muchos ratos como ese.

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