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Tiempo de lectura: 2 minutos

Marita, mi esposa de 35 años, es una mujer súper caliente y ratonera que me ha hecho la vida muy feliz en lo sexual.

Cierta mañana viajamos a Buenos aires por un trámite necesario y que no podía esperar. La oficina a la que debíamos ir se encuentra a dos cuadras de la estación terminal de subte en Primera junta. Si bien, estábamos citados para las 14 h, salimos con tiempo de sobra, y viajamos en tren hasta caballito. Primero fue ubicar el edificio en calle ramón falcón y luego, recorrimos el lugar, negocios y al entrar en una galería, Marita me tomó de un brazo diciendo:

— ¡Mirá, querido! -Señalando un cartelito que decía “Sex shop” – Local 8, por escalera.

Sonreí y pregunté:

— ¿Querés ir? Total, nos sobra el tiempo.

— ¡Sí, vamos!

Subimos la escalera y en el 1º piso ubicamos el local que tenía un gran vidrio oscuro y la puerta con vidrio, también oscura. Es decir, no decía nada por fuera. Manoteé el picaporte y la puerta se abrió. Ingresamos y detrás de un pequeño escritorio había un hombre de unos 70 años sentado en una silla giratoria.

Saludamos y él tipo se puso de pie preguntando qué andábamos buscando.

Mi esposa tomo la palabra y con su acostumbrada manera de decir, fue directa:

— Mi amor, mostrame algunos consoladores como para mí. Es decir, que sean bien grandes como para mi “chuchita jugosa”.

El tipo me miró de reojo, como pensando, bastante putita tu mujer. Yo sonreía.

Nos llevó a una sala detrás de otra puerta y nos maravillamos la cantidad de cosas que había. Marita observaba con los ojos enormemente abiertos y su gesto de grata sorpresa lo decía todo. El viejo le dijo:

— Señora, mire lo que quiera sin apuro. Y se corrió junto a la ventana dándole espacio a Marita para que agarrara cada chiche que le gustara y fuera preguntando los precios.

Mi esposa me mostraba con ansiedad todo lo que le gustaba y me miraba si aceptaba pagar ese precio. Yo asentía con la cabeza hasta que, por fin, luego de ver todo, agarró dos, uno largo y medio grueso y otro, casi como la de un caballo, enorme de color negro.

— Bueno decidite cuál querés. –Dije sonriendo.

Ella dudaba, cuando el viejo le dijo a mi esposa:

— Bueno, si quieren, me voy a la otra parte, cierro la puerta y que su mujer los pruebe a ver cuál lo siente mejor.

— Marita contestó que sí, que su chuchita se muere por probarlo cuanto antes.

El viejo me miró y nos dejó solos.

Mi esposa, ni lerda ni perezosa, se sacó la pollera y bombacha y empezó a metérselos y gozar con cada uno de los que más le gustaba.

Yo ya tenía la pija al mango, mirándola con su carita de putita ingenua, como se los enterraba en la concha. Cuando sus gemidos me anticipaban que estaba orgasmando, abrí la puerta y llamé al viejo para que no se perdiera el show porno de Marita.

El viejo se quedó perplejo sin perderse detalle de la putita de mi esposa que lamía un consolador y con la otra mano se pajeaba con otro. Cuando acabó, le dijo al viejo:

— Mi amor, me voy a llevar estos dos. Me cogieron muy bien.

— ¿Verdad querido? – Me dijo, mirándome con sus ojitos de carnero degollado, para que no me quejara por gastar en los dos consoladores. Reí asintiendo la compra.

El viejo los agarró y pasándole un trapito húmedo los limpió, los metió en caja y poniéndolos en una bolsita, se lo dio a Marita.

Yo, pagué sin chistar, pero feliz de su show y de lo que seguiría una vez llegados a casa, después del trámite que nos había traído a la ciudad.

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