Con Clara, mi esposa, llevamos 37 años de casados. Yo tengo 67 y ella 62 años. Tenemos un hijo de 36 años, profesional, pero aún vive con nosotros. En cada reunión ya sea por cumpleaños o fiestas de fin de años, nunca falta quien le diga:
— Y Tato… ¿para cuándo los confites?, porque que yo sepa, todavía no tenés novia.
Él siempre respondiendo con una tímida sonrisa.
Cierto día, a la hora de la siesta, mi esposa dormía y yo me levanté a tomar jugo de la heladera, cuando lo vi a Tato que estaba sentado llorisqueando. Me alarmé y sentándome a su lado, lo abracé y pregunté qué le estaba pasando.
Tato gemía tratando de cortar el llanto y mirándome a los ojos me dijo:
Papá, todos me preguntan cuándo me voy a casar o cuándo voy a tener novia, pero tengo que confesarte algo que te puede lastimar, pero sos al único que se lo puedo decir no quiero lastimar a mamá. ¡Perdoname!
La verdad, me quedé preocupado pensando que padecía de alguna enfermedad grave que nunca nos confesó y esperé a que se abriera y lo contara.
¡Papá, soy gay! No me gustan las mujeres y sí, tengo relaciones sexuales con hombres.
Lo abracé conteniendo las lágrimas y dije:
— Mirá hijo, es tu decisión, si vos sos feliz así, te apoyo.
— Sí, pero no dije lo peor.
— Decime sin miedo alguno, hijo.
Él me miró a los ojos casi con miedo y ante mi insistencia, me abrazó fuerte y lo oí decir:
— Lo peor es que, siempre estuve enamorado de vos. Desde chico y en la adolescencia me masturbaba fantaseando con tu pija y me calentaba mucho. No sabés lo triste que es esto y tengo miedo de tu rechazo y si no querés verme nunca más, lo entenderé. Buscaré alquilar lejos para no verte.
Me quedé pasmado. Nunca hubiera esperado tal confesión, pero recordé las veces que se metía en el baño cuando yo estaba orinando y se paraba mirándome la pija. Yo lo corría para que no viera. Claro, cómo no entendí el mensaje. Pude corregirlo, pero, guardé silencio por vergüenza, porque yo fui abusado por un amigo de mi padre y fui su “hembra” cuando se daba la ocasión. Primero lo sufrí mucho, pero con el tiempo era nuestro secreto y esperaba que llegara ese momento para estar con él. Quizá, los genes homosexuales se lo transmití a mi hijo y sentía culpa.
Abracé fuerte a mi hijo, pues, ahora teníamos un problema más grande. Cómo hacía para que ese chico que lleva mi sangre, no sintiera ese “amor” hacia mí. Debía pensar algo rápido para ayudarlo.
Tato seguí abrazado a mí, llorisqueando. Tal vez no se soltaba esperando un rechazo y asco de mi parte, pero, recordando mi pasado, tuve que contarle mi gran secreto para que dejara de sentirse tan mal.
Tato me soltó y miró a los ojos como preguntándose si era verdad cuanto le contaba y se lo confirmé.
Me abrazó con más fuerza y dijo:
— ¿Entonces no pierdo la esperanza de tener relaciones con vos, papá?
Guardé silencio por unos segundos y sin pensarlo, respondí:
— Todo puede ser, pero dame tiempo para asimilarlo. Confieso que nunca dejé de sentir esas ganas de volver a estar con un hombre y si se tiene que dar de esta manera, la acepto con mucho orgullo que sea con vos.
Tato me miró y sin darme tiempo a nada, me dio un beso de lengua que casi me ahoga. Respondí enseguida y nos trenzamos en una franela impresionante. Me manoteó el bulto y dijo:
— ¡Por favor, dame esa verga, te la quiero mamar!
Me bajé el calzoncillo y me entregué a una estupenda mamada. Yo lo miraba y disfrutaba, aunque no era lo correcto, debí tratar de que abandonara esa fantasía, pero lo frené y le dije:
— ¡Vamos a tu cuarto!
Una vez allí, cerro con llave la puerta y se desnudó. Yo me quité el calzoncillo y no tiramos a franelear en la cama. Me sentía que volaba de calentura. Necesitaba hacer esto, aunque sea con mi hijo.
Luego, hicimos un 69 y acabamos el uno al otro en la boca y tragamos el semen con placer. Tato quería que lo cogiera y yo le dije lo mismo, es decir que él me penetrara, pero ante el temor de que mamá nos descubriera, mejor lo dejamos para otro momento. Lo principal es que, ya habíamos roto el obstáculo de ser padre e hijo, para ser “amantes” de ahora en más.