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El concierto, la prima Yolanda
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Han llamado a la puerta y me han pillado saliendo de la ducha.

—¡Al diablo!

Pensé, me anudé una toalla a la cintura y sin secarme, con la piel húmeda fui a abrir. Hace tanto calor que las gotas que me cubrían podían ser de agua o sudor.

En la puerta, en medio del jardín delantero de la casa, entre las flores, como la más bonita de ellas, estaba mi prima Yolanda. La chica llevaba un vestido veraniego de tirantes, cortito y con un escote espectacular.

Hacía una temporada que nos veíamos, ella vivía en la capital y yo en el pueblo. Y lo último que esperaba era su visita esa calurosa mañana de verano. Menos aún vestida así.

Por el escote se aprecian unos senos bonitos, amplios, casi diría maternales y unas piernas largas y firmes saliendo de la corta falda. El entallado vestido marca su vientre plano y cuidado con largas horas de gimnasio.

Sinceramente no me importa la razón de su visita, tener delante de mí a una de mis musas de mis pajas de adolescente ya es lo bastante agradable. Aunque en esa época nunca conseguí hacer nada con ella evidentemente. Me sacaba quince años más o menos y ella me veía como un crío.

Su vista parece recorrer mi cuerpo unos segundos más de lo que habría sido educado. Eso no me importa. Le indico que pase delante de mí para poder echarle un vistazo a su culito. Lo menea bien, pienso, mientras la sigo hasta mi cocina.

Abro el frigorífico para sacar agua que le ofrezco y le pido que saque unos vasos del armario que tiene a su espalda. Al estirar el brazo su axila depilada recibió un rayo de sol y el perfil de un pecho perfecto dejó su sombra sobre la puerta blanca de la nevera.

Incluso me pareció durante un segundo ver el pezón marcado, duro, saliente. Los míos al descubierto empiezan a destacar también duros por la excitación.

Y entre mis piernas algo reacciona. Veo los ahusados muslos que puedo contemplar casi hasta las duras nalgas al estar ella inclinada sobre la encimera y gracias a lo corto de la falda de su vestido. Cogió los vasos y se giró y la vista de su escote y su bonita cara es aún más impresionante.

Me distraigo con la visión de su cuerpo y apenas prestaba atención a lo que me decía. Ella se da cuenta de ello porque también me mira a mí. Porque se recrea en mis pezones erizados, en los pectorales y en el vientre plano, en la consistencia que mi polla empieza a tomar bajo la toalla y en donde están clavados mis ojos.

Sonríe, se toma mis atenciones como un halago, por suerte. Un movimiento del hombro y el tirante resbala por su hombro liberando un poco más de su pecho de la liviana tela. Esa teta con la que hasta ahora sólo había podido soñar.

Sin tocarlo mi pene empieza a levantar la toalla, el nudo se está aflojando, si no hago algo quedaré desnudo en un momento. Elijo no hacerlo, dejar que la poca tela que me cubría hiciera lo que quisiera.

A contraluz su cabello rojizo rodea su rostro enmarcándolo en un halo brillante. Al resbalar la toalla por mi vientre despacio se descubre mi pubis depilado. Sin un pelo para comodidad de quien me la chupe.

Un poco de agua se deslizaba por su barbilla y unas gotas cayeron sobre su escote. Se arrodilla frente a mí en el momento en que la toalla se desliza al suelo y toma mi pene en su mano acariciando con la otra mis huevos pelados. Reculé hasta apoyar las nalgas en la fría encimera. Por suerte no estaba lejos o puede que hubiera dado con mis huesos en el suelo de la impresión.

Mirándome a los ojos con una sonrisa lasciva se inclina un poco más hasta que sus carnosos labios tocan mi hinchado glande. Es un beso, tierno y suave, pero lo noto recorriendo mi columna hasta el cerebro como un escalofrío.

Mi suspiro de excitación llenó toda la cocina reverberando en los armarios y los electrodomésticos blancos. No esperaba una acción tan expeditiva por su parte, sobre todo porque me gusta hacer disfrutar a la chica antes de empezar con mi placer.

En ese momento pensaba en arrancarle el vestido y el tanga y deslizar mi lengua por todo su cuerpo. Pero no podía reaccionar paralizado por su mano sujetando el tronco de mi rabo. Parecía que ella tenía claro lo que quería pues no me soltaba. Apenas habíamos cruzado unas pocas frases y tenía el nabo en su boquita.

Lo que hizo fue terminar de bajarse los tirantes y el escote para dejarme ver sus senos plenos voluptuosos. Y terminar de recoger su falda en las ingles lo que me dejaba ver desde arriba sus muslos al completo casi hasta el tanga. Sus rosados pezones apuntando duros hacia mis muslos.

Cuando por fin deslizó la lengua por el escroto sin dejar de mirarme a los ojos casi me fallan las rodillas. Estaba en la gloria, toda mi piel erizada. De cada terminación nerviosa llegaban olas de puro placer a mi cerebro. Yolanda se estaba esmerando con la mamada.

Tras ensalivar y chupar mis testículos a su gusto empiezo a subir con la lengua pegada al tallo de mi polla, usando sus labios también para besar la piel. una de sus manos seguía acariciando el escroto.

Se estaba dedicando por entero a mí sin ocuparse de ella. Al poco metía el glande en la boca jugando con la lengua en el frenillo. La mano que acariciaba mis huevos pasaba entre los muslos buscando el ano entre las nalgas.

Con el dedo índice se dedicaba a acariciarme el agujerito metiendo incluso un poco el dedo en mi interior. Al fin y al cabo acababa de salir de la ducha y toda la zona estaba bien limpia, prístina diría yo.

Ni en mis sueños más lascivos de adolescente hubiera podido imaginar que Yolanda tendría esa maestría y que un día la dedicara a mi disfrute. La tuve que avisar que me corría.

Después de todo el placer que me estaba dando por nada del mundo querría que se enfadara conmigo por eso. Pero se limitó a sacar el glande un segundo de la boca y dedicarme un gesto de pura lascivia.

Con el glande bien alojado en la boca y masajeando el tronco arriba y abajo y un dedo bien clavado en mi culo ya no pude resistir más y me derramé al completo en su boca.

No lo tragó, pero abriendo los labios me la enseñó depositada sobre la lengua. Sonriéndola le hice un gesto con dos dedos para que se pusiera de pie. Ayudándola incluso tirando de sus brazos.

Frente a mí conseguí abrazarla por fin. Mis manos recorrían su voluptuosa anatomía mientras nuestros labios ser juntaron. Busqué con la lengua dentro de su boca mi propia lefa y jugamos con ella en un lascivo beso. Nuestras lenguas se cruzaban dentro y fuera de nuestras bocas, cuando terminamos con mi semen seguimos con las salivas.

Con esfuerzo conseguí deslizar una mano bajo su falda y sacarle el tanga. Pero ella juguetona puso las manos en mis hombros y me separó. Con cara de vicio y una gran sonrisa me dijo:

—Eso te lo regalo como un recuerdo. Otro día seguimos y me devuelves el favor.

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