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Tiempo de lectura: 10 minutos

Después de clase de penal tenía que ir a los ensayos para el partido del sábado. La verdad es que con el calor que hacía lo último que me apetecía era ponerme a dar saltitos y brincos al ritmo de la música.

Si no queda claro soy animadora, cheerleader, porrista, bastonera, etc. Menos mal que el uniforme se había reducido mucho desde que mi madre hacía lo mismo en la misma universidad a principios de los sesenta.

Ella me había enseñado su uniforme tanto en fotos, como las prendas que aún conservaba en el desván. Llevaba una falda por debajo de las rodillas y un jersey que aunque ajustado marcando la forma que sus bonitas tetas tenían en esa época, le cubría hasta el cuello y las muñecas.

Estoy segura de que aún podría ponérselo y le quedaría estupendo, es más se pondría el mío y lo luciria tan bien como yo. Se conserva de maravilla.

En el mío en cambio la falda se había acortado hasta muy poco por debajo de las nalgas. Y al llegar la primavera calurosa de Florida nos poníamos la fina camiseta de tirantes con un buen escote para lucir la pechuga.

Además de ser corta por debajo, por donde se nos vería el vientre y el ombligo. En realidad se parecía más a un sujetador deportivo que a una camiseta, eso sí con el emblema del equipo bien visible entre las tetas.

Así animabamos a los muchachos a jugar mejor luciendo nuestros bonitos cuerpos como una promesa de goce sexual si alcanzaban el triunfo. E incluso parecía funcionar. Aquellos calentorros nos miraban babeando por poder tocarnos y daban lo mejor de sí en cada jugada.

A veces ganaban y otras perdían, pero creo que eso era lo de menos mientras la cerveza fresca corriera abundante por las gradas.

Bueno, a lo que iba. A mí personalmente me interesaban más mis compañeras que los chulitos forzudos que corrían por el campo.

Pero aunque en los ochenta del siglo pasado la homosexualidad se veía más normal que en tiempos de mi madre, que también se había cómido más de un xoxito en su época, yo aún no había salido del armario.

Llegaba tarde al entrenamiento, me había quedado charlando con una guapa profesora de derecho mercantil después de clase. Toda una milf ataviada con una falda de tubo ajustada a su cadera y una blusa blanca que trasparentaba parte de su lencería.

Pero a pesar de que el tonteo era evidente no me quedó más remedio que dejarla al ver la hora y echar a correr. El caso es que tuve que darme prisa, meterme en los vestuarios sin entretenerme más y cambiarme. Ya estaba a solas pues mis compañeras habían salido al césped practicando las cabriolas.

Me quité el short y la camiseta, el tanga y el sujetador. Por entonces los tangas aún no eran una prenda de uso muy común. En realidad era algo bastante nuevo en la moda, pero yo me encontraba en una etapa de experimentación.

Lo había visto en una película erótica en vhs y no paré hasta encontrarlo en una tienda de mercería. Había comprado media docena.

También me había fijado en como la protagonista llevaba el vello del xoxito recortado y me había afeitado los lados de los labios y dejado solo un triangulito de pelo por encima. Lo suficiente para que no saliera nada por los bordes de la prenda que pensaba usar.

Saqué de la bolsa la minifalda y la camiseta del uniforme y ahí me di cuenta de que había olvidado la lencería que usaba habitualmente bajo el puti-forme. Había olvidado meterla en la bolsa de deporte después de hacer la colada. Un sujetador deportivo y unas bragas grandes o un cullotte para que no se nos viera nada en las piruetas.

A la mierda, pensé, no es más que un ensayo y ni siquiera están los chicos para babear y decirnos burradas. Así que volví a ponerme el reducido tanguita que era lo único que tenía a mano. Pasé del sujetador que en realidad no necesito, pues mi figura es más bien delgada y fibrada y mis tetas pequeñas y duras.

Salí corriendo al campo bajo la mirada reprobadora de la capitana que sinceramente me importaba una mierda. La habían elegido más por su carácter rígido y desagradable, por su figura voluptuosa y su buen par de tetas, que por sus cualidades atléticas.

Por llegar tarde me pusieron a bailar con la más… nueva. Pensabais que iba a decir la más fea ¡Eh! Pero ninguna es fea. Una hermosa colección de chicas sexis que llevábamos esos pequeños uniformes.

Shannon, la nueva es una dulce y bella pelirroja pecosa que ha sido animadora durante todo el instituto. Así que ya tenía mucha experiencia y lo hacía tan bien como cualquiera de nosotras.

Pero por ser la más reciente incorporación y a mí por haber llegado tarde y por no aguantar el genio de la capitana era poco probable que nos dejaran actuar ese sábado.

Tampoco es que fuera un gran desengaño. Me hacía más ilusión prácticar esa tarde con la pelirroja. Nos apartamos un poco de las demás que estaban realizando una coreografía de grupo. Nosotras estábamos con una de parejas. La cogí de la mano y la llevé un poco más lejos todavía. Quería mantener algo de intimidad.

Sinceramente me había olvidado de que bajo la falda solo llevaba un tanga muy pequeñito. Así que la primera vez que apoyé las manos en el suelo e hice una pirueta levantando los pies hizo efecto la ley de la gravedad. La falda cayó alrededor de mi vientre.

En resumen puse el culo desnudo justo ante la bonita cara de mi compañera, mientras ella sujetaba mis tobillos. Las piernas estaban algo abiertas y el pubis situado bajo su barbilla.

Podía habérselo tomado a mal, pero cuando me levanté y quedé frente a ella lo único que ví fueron las pequitas que cubrían su pecho casi hasta el nacimiento de las tetas y su precioso rostro en el que sólo había una sonrisa pícara.

– Es bonito lo que he visto. ¿Qué es?

– Mi culo.

– Eso es precioso. Pero me refería a lo que llevas puesto.

– ¿Te ha gustado?

Le pregunté con doble sentido.

– Las dos cosas. Pero sigues sin responder.

– Se llama tanga y lo vi en una peli.

– ¿Pero qué tipo de películas ves tú?

– Las más picantes que pillo y puedo. Pero me da que a tí también te han llamado la atención.

– No soy de piedra.

– En absoluto. De preciosa carne, nena. ¿Quieres probarte uno?

– ¿Tienes más? Creo que sí. Me gustaría ver como me queda.

– Con tu cuerpo y esas nalgas, fantástico. Y a mí también me gustaría verlo. Tengo más en mi cuarto de la fraternidad.

Seguíamos practicando los bailes y las posturas. Y yo no perdía la ocasión de enseñarle todo lo que tenía bajo la minifalda. O de pegar mis tetas sin sujetador a su firme cuerpo.

Shannon también empezó a animarse y a ponerme el culo y el pubis frente a la cara en cuanto el baile lo permitía. Aunque sus bragas eran mucho más grandes y solo me dejaban vislumbrar la preciosa forma de los labios y de las nalgas. Bueno y ver que ya las tenía mojadas.

Al poco tiempo empezaba a dejar mis manos en sus pechos o en su culo más tiempo sin que eso la molestara. Ella también aprovechaba para sobarme, tímidamente al principio, lo que me encendía.

En un momento dado siguiendo el ritmo de la música puso las manos en mis tetas. Yo tenía los pezones como pulidos guijarros de río y desde luego lo notó.

– Tampoco llevas suje.

– No, se me olvidó toda la lencería en la secadora. Así que llevo todo lo que tenía en la bolsa.

Las faldas eran tan cortas que en cierto momento apoyé mis desnudas nalgas en sus muslos que tampoco tapaba nada en ese momento. Tenía la falda recogida en su cadera. Aproveché para frotarme desde luego. Y ella no lo rechazó en absoluto.

Recibía mis avances con placer e iniciaba los suyos al poco rato. Cogió una de mis manos y la llevó directamente a una de sus duras y perfectas, pétreas peras. Teníamos que ser discretas pues las compañeras aún estaban por allí. Pero eso le añadía algo más de morbo al juego.

Un momento más tarde pude incluso sujetar los dos pezones entre el índice y el pulgar durante unos segundos. En ese momento Shannon tenía apoyada la espalda en mi pecho y mirábamos hacia el lado contrario al resto del grupo.

Ya le tenía cogidas las tetas así que el húmedo beso que le di en cuello no le sorprendió. Y no lo rechazó en absoluto. Apoyé la cadera en su duro culo y apreté mi cuerpo contra el suyo. Ella cogió mis manos y cerró aún más el abrazo, con más fuerza.

En la siguiente vuelta era Shannon la que estaba a mi espalda. Como hacía un rato ya me había sobado las tetas ahora aprovechó para levantar mi falda y deslizar un dedo por el suave tejido del tanga.

– ¡Estas mojada!

– Por supuesto, me has puesto muy cachonda.

Pasó la lengua por mi cuello, humedeciendo mi piel y provocándome un escalofrío. Me clavó las duras tetas en la espalda, pegada a mí como con cola.

– Tú también me has calentado a tope. ¿Me invitas tu habitación?

– No te voy a dejar escapar. Pero mañana tenemos clase.

Entre tanto el resto de las compañeras estaban terminando su entrenamiento y recogían sus toallas y el equipo de música. Tuvimos que separarnos para no escandalizar, aunque pensaba que la única que podría tener esa reacción sería la capitana. Las demás lo asumirían o incluso lo compartían.

Así que pusimos unas pulgadas entre las dos mientras las compañeras se encaminaban hacia los vestuarios. Entre tanto me dediqué a pensar donde podía tener un rato de intimidad y de promesas con ella.

Un sitio más discreto que en medio del césped del estadio donde podían vernos desde las gradas. Eso fue lo que me dio la idea. Ya había oído a los jugadores que si conseguían alguna chica la llevaban debajo de los asientos del estadio. Más de una había quedado preñada en una de esas excursiones.

Por fin las perdimos de vista aunque alguna giró la cabeza con algo de entre curiosidad, morbo y envidia en su mirada. De inmediato apagué la música, la cogí de la mano y la llevé hacia el andamio que sostenía los bancos de los espectadores.

Nunca había acompañado a ninguno de los jugadores, así que no conocía las condiciones del sitio. Enseguida me di cuenta de mi error. Aquello estaba lleno de condones usados y otras inmundicias. No sabía que tipo de chica con tan baja autoestima se dejaría follar en un lugar así.

Desde luego no lo haría allí con Shannon, mi pelirroja, ni borracha. From lost to the river. A la mierda el madrugón. Sin soltar su manita la conduje al aparcamiento previa visita muy rápida y discreta a los vestuarios a recoger las mochilas con nuestra ropa.

Esquivando el interés de las rezagadas, que probablemente lo hacían adrede para dedicarse a los mismos juegos que yo estaba buscando, conseguimos salir del estadio. Aunque si pudimos echarles un vistazo rápido a ellas y a sus diferentes estados de desnudez.

No quería ni que se duchara, ni se cambiara. Me daba cierto morbo hacerle el amor con el uniforme y quitárselo yo. Sería una de mis fantasías, ¿por eso yo misma me hice animadora? No estudio psicología y no podía responder a eso.

Sin más incidentes alcanzamos mi VW Rabbit de última mano. Era regalo de mi hermano que pocos años antes había sido uno de esos cachas que correteaban por ese mismo césped. Pero que esa tarde-noche me iba a prestar un servicio heroico.

– ¿Donde me llevas?

– Podemos buscar un sitio tranquilo para aparcar o nos vamos a la fraternidad. Tú eliges.

– Quiero que sea algo especial. Mejor en una cama.

Impaciente ya por tanta dilación arranqué el coche y creo que batí mi propio récord en ese trayecto que conocía bien. Aún así ninguna de las dos podíamos estarnos quietas y deslizabamos las manos muslos arriba de la otra.

Shannon, metió la mano bajo mi corta falda e hizo a un lado la escasa tela de mi tanga. Por fin pudo apreciar la suavidad de mi pubis bien depilado. Cuando yo intentaba llegar al suyo la amplitud de su braga me impedía alcanzar el ansiado tesoro con comodidad.

– Estoy deseando comérterlo, así suave y sin vello, tiene que ser delicioso. Espera un segundo.

Y sin decir más, se limitó a bajar la prenda por sus largos y blancos muslos hasta sacarla por los pies aún calzados con las deportivas del ensayo. Se la dejó olvidada bajo el asiento y yo tuve que recuperarla antes del fin de semana. Me encantaba esa mezcla de inocencia y perversión que demostraba por momentos.

Sentada a mi lado separó las piernas y levantó la falda casi hasta la cadera, provocándome. Deslicé la mano por la cara interna de su muslo subiendo hacia su coñito.

Tuve que buscar los labios de entre la mata de pelo rojo que lo adornaba. Ella solo se afeitaba la línea del bikini, detalle que había podido apreciar duarte las cabriolas del ensayo.

La única forma de que alguien pudiera ver a lo que nos estábamos dedicando sería parar en algún semáforo al lado de una pick up. Pero ya tenía yo buen cuidado de evitarlas y a sus conductores paletos.

En el momento en que alcancé su clítoris ella empezó a gemir y suspirar con una locomotora de vapor del viejo oeste. Con el calor reinante y un viejo Rabbiit sin aire acondicionado llevábamos las ventanillas bajadas y empecé a temer que alguien la oyera, o que me oyeran a mí.

– Sigue, no pares.

Sus dedos juguetones consiguieron que me corriera antes de llegar a la casa de la fraternidad y el trayecto no era muy largo. Si era capaz de eso en el asiento viejo de un coche y sin quitarme el tanga, estaba deseando comprobar lo que podía hacer en una cama.

Las de primero venían fuerte este año. Al menos cuando yo estaba en ese curso me había dejado seducir.

Por fin aparqué en mi plaza. La veteranía y haber sido amante de la anterior presidenta me había dado ciertos privilegios, como un cuarto para mi sola y un sitio donde aparcar. Claro que en ese momento me importaba una mierda si todas las chicas de la casa se hubieran puesto a mirarnos, tan cachonda iba.

La conduje a mi habitación sin cruzarnos más que con una de las chicas, que ataviada únicamente con un reducido camisón bajaba a la cocina. No tenía muy claro por qué se había puesto el camisón pues habitualmente andaba por la casa sólo con las bragas.

Una vez cerrada la puerta me lancé a por su boca que estaba deseando devorar a gusto. Durante el ensayo los besos habían sido, fugaces, suaves y sobre todo, muy discretos. Ella también debía desearlo pues enseguida noté su lengua, dentro de mi boca, buscando mi campanilla.

Mientras jugábamos con las sin hueso ya en una boca ya en la otra mis manos recorrían la piel suave de su cintura entre la falda y el top. Una subiendo en busca de sus pechos una o dos tallas más grandes que las mías. Pronto me hice con uno de sus pezones retorciéndolo con suavidad entre dos dedos. Solo me limité a subir su ropa.

Acariciaba la cara interna de su muslo subiendo despacio la falda. La humedad corría por su piel y pronto la yema de mis dedos se mojaron con sus jugos. Como sus bragas se habían quedado en mi coche enseguida llegué a rozar los labios de su vulva.

Ella también investigaba por debajo de mis prendas. Pellizcó con suavidad uno de mis pezones mientras la otra mano ya estaba apartando el tanga. No dejábamos de comernos la boca con ansia, con verdadera hambre.

Un segundo más tarde me estaba sacando el top por encima de la cabeza. Con mis brazos levantados se inclinó a lamer mi torso, las axilas y al fin las tetas y chupar mis pezones. Su lengua me provocaba escalofríos que recorrían mi columna haciéndome jadear.

– Déjate el tanga.

La falda cayó al suelo un momento después. Se apartó un poco de mí para verme ataviada solo con el tanga y las zapatillas. Parecía que le gustaba el espectáculo, su cara tenía una expresión de lujuria que nunca le había visto.

Me empujó a la cama para descalzarme y empezar a lamer mis pies y chupar los dedos. Había dado con uno de mis puntos débiles y allí me tenía espatarrada en mi cama y jadeando. Empezó a subir lamiendo la piel de mis piernas, la cara interna de la muslos.

– Eres preciosa.

Llegó a mi xoxito que empezó a besar sin siquiera apartar el tanga. Si que le había dado morbo la prenda. Yo tiré de su top y su sujetador deportivo, me parecía lasciva solo con la minifalda plisada.

– Me voy a correr solo con mirarte.

Estaba haciendo un trabajo genial en mi coñito proporcionándome un orgasmo tras otro y haciéndome gemir y jadear. Y eso solo con apartar el pequeño trozo de tela que lo cubría a un lado.

Empezó a empujar mis muslos hacia arriba. Veía a donde quería llegar y estaba deseando dárselo. Así la húmeda pasó por el perineo camino del ano. En esa postura mis nalgas se separaban solas y le ofrecían el cerrado agujerito a su ávida lengua.

– Tienes un culo espectacular. Ya sé por que te queda tan bien esta cosa.

La pelirroja me estaba haciendo disfrutar como pocas chicas lo habían conseguido antes que ella, y ningún hombre. Era una máquina de follar. Estaba deseando devolverle todos esos favores.

Yo la puse a cuatro patas y tiré la tela de su falda por encima del culo a su espalda. Le hice separar las rodillas todo lo que pude. Toda su preciosa grupa ofrecida a mi lengua y mis caricias.

– No te voy a quitar la mini.

Empecé besando las plantas de sus pies, pensabais que iba a ir directa a por su xixi, pero favor con favor se paga. Tenía cosquillas pero lo estaba disfrutando. Creo que nunca he besado una piel tan suave como la de la parte trasera de sus muslos, camino de su blanco y duro culo.

Estaba deliciosa. Sus jugos me sabían a gloria cuando por fin los probé de su fuente. Sus jadeos llenaron la habitación cuando clavé la lengua en su ano. Se estaba corriendo como una fuente y lo estaba consiguiendo yo. Sin dejar de lamer su culo la fui penetrándo con dos dedos.

Sin sacarlos de su vulva y follarla con el índice y el medio subí lamiendo su torneada espalda, la nuca y buscaba sus labios con su sabor en los míos. Ahogaba sus gemidos con mis besos. Mi lengua recorría sus dientes y hasta el paladar, cruzándose con su lengua en el camino y jugando con ella.

Terminamos derrumbadas en el colchón, jadeando y contentas de habernos encontrado.

– ¿Te quedas a dormir?

– Si me invitas, claro.

Las dos teníamos clase al día siguiente así que ya no podíamos entretenernos mucho más. Pero estaba impaciente por que llegara el fin de semana y encerrarnos en ese mismo cuarto de la fraternidad.

Allí nadie se sorprendería por mí invitada. La mayoría por que también participaba en mayor o menor grado de nuestros gustos.

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