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El pedo y la cogida
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Tiempo de lectura: 2 minutos

La claridad que se colaba por la ventana me despertó. A mi lado dormía Ana, una chica menuda y linda que había conocido hace una semana. Miré por la ventana, llovía y olía a tierra mojada.

De repente un sonido. Un trueno.

Lo único que ese ruido no venía de fuera, si no de dentro.

Solo éramos dos y yo no había sido.

Aparté la sábana.

Allí estaba el culito de mi compañera de cama medio cubierto por unas bragas bordadas de color rojo. La rajita, generosa y glotona, albergaba gran parte de tela asomando desnuda al final de la espalda.

Ana se movió estirándose, luego dobló la pierna llevándola hacia su pecho, sacando culo, y dejó escapar una nueva ventosidad.

Arrugué la nariz cuando me llegó el olor.

– ¿Qué ocurre? ¿qué miras? – Me preguntó dándose la vuelta

– ¡Estás despierta! – dije con asombro.

– Ya, ¿por? – dijo inocentemente, como si nada hubiese ocurrido.

– Pensé que había tormenta, pero no, todo indica que te has tirado no uno, si no dos pedos. – respondí sin rodeos.

Ana sonrió burlona.

– Me molestaba la tripita.- se excusó

Como si eso fuese una razón para hacerlo en público.

– ¿Qué cara pones, que pasa, que tu no tienes gases? Si anoche te metiste en el baño y menuda orquesta.

Me ruboricé, y eso que no había sido yo.

– Venga, no seas vergonzoso, te dejo que te tires uno aquí, en mi presencia.

– ¿Qué?

Ana se incorporó y me ordenó acostarme de lado, luego tiró de los calzoncillos descubriendo mi trasero, se arrodilló y poniendo su cara a la altura de mi culo, acercó su boca y me besó el ano.

– Venga, deja escapar ese que tienes ahí.

Y volvió a meter su rostro en mi trasero.

Todo aquello me excitó sobremanera. La imagen de su trasero travieso y al mismo tiempo sensual en mi mente, su atrevimiento, la humillación de mi culo expuesto. Mi pene creció y contraje las nalgas sorprendido por un repentino ramalazo de placer.

"Quieres esto cochinota, quieres esto… pues te voy a dar lo que te mereces guarrilla de pacotilla." pensé.

La mano derecha de Ana se acercó por encima de mi cintura y me agarró el miembro.

– Eres una cochinota, te vas a enterar. – dije en voz alta incapaz de mantener en secreto mis sucios pensamientos.

Y justo en el momento en que me lamía el ojete dejé escapar un sonoro pedo.

Ana se retiró, tosió y me dio un azote.

– ¡Guarro!

Me reincorporé dándome la vuelta y cogiendo su cara entre mis dos manos para sujetarla bien, la besé en la boca con pasión metiéndole la lengua. Luego la puse boca abajo, tiré de sus bragas descubriendo su trasero por completo y colocándome sobre ella, le metí el pene por la vagina por la puerta de atrás.

Embestí una y otra vez.

Ella gimió, jadeó y se tiró un nuevo pedete.

Saqué el miembro palpitante y henchido a punto de explotar y dando un grito de placer, con la vista borrosa, eyaculé sobre sus nalgas llenándolas de semen.

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