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El jefe de su marido (tercer capítulo)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Silvia salió de esa casa y se sentía desconcertada, confusa, humillada. Cogió el coche y se fue a un parque.

Aún podía sentir la sensación del orgasmo que aquel odioso viejo le había provocado. Se preguntaba como aquel señor podía conseguir con su mano y con su boca, que ella perdiera el control de su cuerpo y le provocará orgasmos tan intensos.

Se avergonzó al recordar la barba el señor Gómez empapada por su eyaculación. Cuando vio la colcha toda mojada se quiso morir porque le había sido imposible ocultar a ese viejo lo que le había hecho sentir. Se sentía mal pensando que nunca había sentido esas cosas. Amaba a su marido, le atraía más que nadie y justo con ese hombre que se aprovechaba de su situación y que para nada le atraía…

Cogió el teléfono y nerviosa marcó el número del señor Gómez. Temía que se enojara con ella por haberse ido de su casa de aquella manera y le debía una explicación. Por nada del mundo quería que aquello afectara a su marido en la renovación de su contrato.

– Diga?

– S… soy Silvia – cada vez que escuchaba la voz de ese hombre se ponía muy tensa.

– Que quieres? – su voz era de enfado.

– Pedirle disculpas por haberme ido de esa forma

– Mira yo no soy un crío para que te comportes así. Si tu marido lo es y te lo permite a mi no me incumbe

– Es que nunca me había pasado eso – se avergonzó mucho de tener que darle aquellas explicaciones.

– Eso lo que? A que te refieres?

– A lo que me pasó – estaba segura que sabía a lo que se refería pero siempre conseguía humillarla.

-Te refieres a que te hice correrte como una cerda? Es eso lo que quieres decirme?

-…- sus mejillas se pusieron rojas al escuchar lo que ese hombre le decía y se quedó en silencio.

– No te escucho. Te refieres a eso?

Silvia respiró profundo.

– S… Si…

– Si, que?

– Qué nunca me había corrido así – odiaba tener que decir eso.

– Y ahora que harás para que me piense si perdonarte?

– Volveré a su casa mañana si quiere.

– Yo no estoy para perder el tiempo entiendes? Solo te digo una cosa. Como vuelvas a hacer lo de hoy despediré a tu querido esposo y será culpa tuya.

– No volverá a pasar. Deme una oportunidad por favor.

– Está bien. Mañana en mi casa a la misma hora – se iba a despedir cuando escuchó la voz de ese señor de nuevo – Silvia por cierto….

– Dígame.

– Mañana quiero que vengas con una falda más corta.

– De acuerdo – solo escuchar lo que le pedía la hizo ruborizar.

Cuando colgó la llamada sentía una mezcla de sensaciones. Nervios, vergüenza, humillación, rabia y ante su sorpresa se sentía contenta de que ese señor hubiera aceptado sus disculpas.

Pasó por casa de su cuñada a recoger a su hija y decidió aceptar el café que está le dijo de tomar juntas. Deseaba estar distraída con alguien y olvidar por unos momentos todo lo que le estaba pasando.

Conversaron de muchas cosas pero a Silvia le resultaba muy complicado disimular sus nervios.

– Silvia estás bien? Te siento rara, como distraída. Algo te preocupa?

– Estoy bien.

– Segura? – las dos se conocían muy bien y su cuñada sabia cuando le pasaba algo – Es por mi hermano? Sabes que puedes contarme lo que sea. Todos los matrimonios tenemos nuestras crisis, no te creas que Jaime y yo no las tenemos eh!!

– Es que no se explicarlo. – Silvia necesitaba desahogarse aunque no fuera contando todo lo que estaba viviendo – Me da miedo que el trabajo pueda afectar a nuestro matrimonio.

– Yo también siento a mi hermano mal de un tiempo para aquí. – apoyó su mano en la pierna de Silvia como animándola – No te atiende como debiera? Es eso?

– A qué te refieres?

– Ya sabes tonta… Jajaja

– Bueno… – se sonrojó de que su cuñada le dijera esas cosas. Como decirle a la hermana de su marido que un viejo cabrón le había provocado tres orgasmos de una intensidad que nunca había sentido? – Yo entiendo que esté cansado.

– Ni cansado ni nada – su cuñada siempre tan espontánea y natural – que lo hagáis menos vale, pero por lo menos que cuando lo hagáis te haga quedar temblando eh!! Que no me entere yo!!

– Cris!! No digas esas cosas!! – recordó al señor Gómez y que él sí que la había dejado temblando. – Bueno tenemos que marcharnos.

– Tu siempre tan tímida. Te adoro cuñadita

– Mañana puedes quedarme un ratito con la niña? – recordó que aquel señor le había casi exigido que fuera a su casa de nuevo.

– Uy tu no tendrás un querido, no? – al decirle esto Silvia se sonrojó mucho – es broma tonta!! Claro que te quedo con mi princesita las veces que necesites.

– Gracias cariño – se despidieron con un beso.

El resto del día se lo pasó en casa, pues estaba lloviendo y con ese día no quería ir con la niña por ahí. Varias veces fue a la habitación y abriendo el armario miraba su ropa pensando en lo que le había pedido ese hombre. Miró sus pocas minifaldas pues Silvia siempre había sido muy discreta y tímida vistiendo. Recordó lo mucho que odiaba a ese viejo y decidió llevar la más fea que tenía. Abrió el cajón donde tenía su ropa interior y mirando sus braguitas decidió que llevaría unas normalitas y algo gastadas. Ese hombre no se merecía que ella se pusiera guapa para él, eso solo lo haría para su marido.

Por la noche Mateo llegó un poco más tarde de lo normal y venía muy cansado.

– Es un cabrón!! Hoy como tenía un mal día lo tenemos que pagar nosotros.

– Tu jefe? Ayer dijiste que estaba de buen humor – Silvia se temía que ella el motivo del malhumor de ese señor.

– Si, ayer estaba de muy buen humor y hoy a primera hora también. Fue recibir una llamada e irse y cuando volvió venía con un humor de perros. – los temores de Silvia se vieron confirmados.

– Siento mucho que ese señor sea así cariño.

– Cariño tu no tienes la culpa. – su mujer casi se atraganta al escuchar a su marido decir eso porque sabía que si era culpa suya.

Esa noche Silvia intentó tener relaciones con su marido para volver a olvidar lo vivido esa mañana pero Mateo no estaba de humor y como siempre estaba cansado. Se durmió triste al sentir que ojalá su marido la deseara como antes.

Él despertador interrumpió su sueño y enseguida pensó que tenía que ir de nuevo a casa del señor Gómez. Al recordarlo se sintió tensa, nerviosa, pues ese hombre le generaba sensaciones que nunca había sentido.

Como el día anterior, al aparcar el coche, comenzó a sentir aquel temblor de piernas. Ya sabía donde era el edificio y fue directamente a él . Subió y se repitió la escena de encontrarse la puerta abierta y esta vez entró y la cerró sin que ese hombre le dijera nada.

Al pasar al salón no lo vio y escuchó desde la habitación su voz.

– Estoy en la habitación, ven aquí.

Se acercó nerviosa y al abrir la puerta lo vio tumbado en la cama con solo una toalla alrededor de su cintura como el día anterior. Apenas podía mirarlo por la vergüenza de volver a encontrarse con él.

– H… hola señor Gómez.

– Hola Silvia – la miró de arriba a abajo – Veo que me hiciste caso y te pusiste una minifalda.

– Si

– Súbela hasta la cintura.

Ella obedeció y subió su minifalda hasta la cintura dejando a la vista sus bragas algo gastadas.

– Esas bragas están viejas. Acércate

Se acercó por un lateral de la cama y ese señor le acarició las piernas de manera grosera. Él no podía ver su cara pero ella cerró los ojos. No entendía por qué esa manera de tocarla le provocaba esa sensación de repugnancia y a su vez la hacía excitar. Las manos de ese viejo agarraron sus nalgas manoseándoselas. Silvia intentaba dominar su respiración, no quería que ese cabrón notara lo que sentía. Un fuerte tirón de aquellas manos le rompieron las bragas quedándose ese viejo con ellas.

– Te crees que una mujer como tu puede ir por ahí con esas bragas? – ella se quedó quieta, asustada por la reacción de ese hombre – Crees que yo voy a tocarte con unas bragas así? Abre ese cajón!! – con la mano le señaló un cajón en una mesita de noche. Silvia lo abrió y se quedó alucinada al ver un montón de billetes de cincuenta y de cien euros. La mano de ese señor le acarició el coño y tuvo que morderse los labios para no suspirar. – Coge trescientos euros y que no me entere que este coño vuelve a ir tapado por unas bragas viejas.

Se sintió humillada al tener que coger ese dinero y pensar que lo tenía que gastar en ropa interior estando pasando tantas dificultades económicas. Cuando lo estaba guardando la mano de ese hombre le manoseó el coño y tuvo que taparse la boca para no gemir. Se sintió frustrada cuando esa mano se apartó de su coño.

– Joder Silvia, te mojas muchísimo cuando te toco – él le mostraba la palma de su mano totalmente mojada. – Ves como me gusta tocar ese coño tan suave que tienes? – con la cabeza señalaba hacia su cintura y ella vio la toalla levantada debido a la erección que al tocarle le había provocado.

Ver esa imagen le sorprendió mucho. Le impactó saber que un hombre de su edad pudiese sentir una erección así y con sólo tocar su coño.

– Súbete a la cama y quítame la toalla.- obedeció lo que ese señor le dijo y se subió a la cama, muy nerviosa le quitó la toalla. Miraba hacia la pared evitando mirar el sexo de aquel viejo. – Mira mi polla. – poco a poco bajó la cabeza y miró aquel sexo varonil. Era de tamaño normal pero se quedó asustada al ver su grosor y su color más oscuro que el resto de su cuerpo – La ves? – Silvia solo pudo afirmar con la cabeza – Te gusta?

– A mi solo me gusta la de mi marido.

– Estoy seguro que tu marido ni sabe tocarte. Por que crees que te has corrido como una cerda conmigo?

– No diga esas cosas por favor.

– Has sido tú la que me dijo que nunca te habías corrido como ayer. Acaso miento?

– No. No miente – odiaba tener que reconocerle esas cosas pero no quería enfadarlo y sabía que ella se lo había dicho.

– Agarra mi polla – la mano rodeo aquel sexo tan grueso y estaba totalmente duro. Sus dedos no podían rodearla toda debido a su grosor. – La de tu marido es así de gorda? – ella negó con la cabeza. – Hazme una paja Silvia.

Comenzó a mover su mano con timidez masturbando aquella gorda polla de la que sentía sus gruesas venas en sus dedos. Estaba durísima y muy caliente y mientras la masturbaba no podía quitar la mirada de ella. Cuando bajaba la mano se quedaba absorta mirando asomar su grueso glande y le asombraba lo oscuro que era y como brillaba por la humedad.

Con mucha vergüenza sintió que aquella polla de aquel viejo le llamaba la atención. Se negaba a sentir eso obligándose a recordar que esa polla no era la de su marido, sino la de un viejo odioso que la humillaba por sus necesidades económicas. Pero su coño no entendía de amor ni del carácter de las personas, no entendía de edades y estaba mojándose muchísimo como cuando ese cabrón lo acariciaba, su coño sentía que esa persona que lo había hecho estallar en unos orgasmos inexplicables estaba allí al lado y sentía que ese señor lo estaba mirando en esos momentos y ajeno a su dueña deseaba hacerle saber a ese hombre que deseaba ser tocado de nuevo por él. Silvia sintió como su sexo ignoraba sus súplicas porque no sintiera aquello. Cerró las piernas al sentir que sus flujos se derramaban gota a gota sobre la colcha de esa cama, pero era inútil ese acto de ocultar lo que le estaba pasando a su cuerpo porque ese hombre no había dejado de mirar entre sus piernas en ningún momento.

– Abre las piernas.

– No por favor

– Ábrelas o vístete y no vuelvas.

Silvia abrió sus piernas y se sintió de nuevo humillada de que ese hombre se diera cuenta de lo que le estaba pasando.

– Ahora mismo somos una mujer y un hombre. Olvida todo lo que pase en el exterior, olvida quién soy y haz lo que desees.

– No soy capaz – ella seguía masturbando aquella polla que generaba en ella tantas sensaciones encontradas.

– Si que eres capaz Silvia. Haz lo que desees. Olvida por unos instantes quien soy.

Silvia se movió un poco y ese hombre se quedó expectante para saber los deseos de aquella mujer. Vio como esa mujer acercaba la mano hacia la suya y agarrándola se la llevaba hacia sus piernas abiertas.

– Que quieres Silvia? Dilo…

Aquel viejo era un cabrón y la hacía humillarse de nuevo.

– Tóqueme

– Que quieres que te toque?

– El coño… – lo había dicho, le había pedido, casi rogándole, a ese viejo que le tocara el coño.

– Te gusta como te toco el coño, verdad?

– Si – ni ella misma se reconocía con lo que ese señor conseguía que dijera.

– Te lo tocaré… – un dedo de él rozó sus labios vaginales y ella no lo esperaba y gimió-… solo si eres sincera conmigo.- aquel dedo siguió rozándola mientras le hablaba.

– Lo seré. Seré sincera

– Te gusta mi polla? – Silvia no era capaz de responder a eso. Ella se quedó en silencio, su moralidad le impedía responder. – Está bien, dejaré de tocarte.

– No por favor. No deje de tocarme. – sintió que ese hombre apartaba la mano y se sintió desesperada. – Si, si…

– Si, que?

– Me gusta tu polla.

– A mi me gusta tu coño. – la mano de ese hombre abarcó su mojado coño y se lo empezó a manosear. Ella gimió excitada, cachonda. – Te gusta más que la de tu marido?

– Si… Me gusta más.

– Haz lo que desees Silvia.

Aquella mano magistral en el arte de acariciarla como a ella le gustaba, comenzó a masturbarla. Silvia se volvía loca con aquella manera de tocarla y sucumbió ante ese viejo. Se sintió vencida, era humillante pero aquellas caricias y la visión de aquella polla en su mano doblegó todos sus principios de mujer casada que amaba a su marido. No pensaba lo que hacía, solo sentía y deseaba, y ese deseo la hizo acercar su cara a aquella polla y sin ningún tipo de beso o caricia bucal abrió su boca y con dificultad por su grosor, se metió la polla en la boca chupándola con esa ansia de la mujer que venera el sexo de su amante.

Sintió como los dedos de ese viejo la estaban enloqueciendo y como ya había sucedido en las otras ocasiones, un orgasmo intenso la hizo eyacular sobre la colcha. Escuchó los gemidos de ese hombre producto del placer que le estaba dando con su boca. Estaba muy cachonda.

– Quieres sentir mi boca? – ese hombre sabía lo que en cada momento necesitaba y ella deseaba sentir de nuevo la boca de ese señor amorrada a su coño – No saques la polla de la boca. Si quieres ya sabes que hacer.

De nuevo se sintió vencida moralmente cuando pasó su pierna por encima de la cabeza de él dejando su coño encima de su cara. Esperaba ansiosa sentir esa barba arañar su coño y que aquella lengua la lamiera entera.

– Si lo deseas debes ser tu la que ponga el coño en mi boca – a ese señor le excitaba derrotar los principios de esa mujer casada – y si quieres eyacular como ayer en mi boca ya te aviso que yo me correré en la tuya. Tu lo decides. Yo dejaré de comerte el coño cuando tú quieras. – y Silvia apoyó su coño en la boca de ese señor.

Se volvió loca. Cuando sentía que los gemidos de ese hombre podían indicar que se iba a correr, ella disminuía los movimientos de su cabeza y lengua. El en respuesta dejaba de comerle el coño y ella desesperada se movía alocada sobre la cara de ese señor. Sólo cuando volvía a chuparle la polla con ansia, sentía la lengua y boca de ese hombre y se retorcía de placer con lo que le hacía. Ella disminuía la mamada y él la privaba de ese placer inexplicable. Era una guerra de egos que cada minuto que pasaba, Silvia sentía que flaqueaban sus débiles defensas.

– Te mueres de ganas por correrte como una cerda en mi boca. De ti depende…

En ese momento la lengua de ese señor se empezó a mover de una manera diferente, sus labios bien abiertos abarcaban la totalidad del coño y Silvia se sintió desfallecer de placer. Sus piernas empezaron a temblar y sólo suplicaba que ese señor no detuviera aquello. Sabía que dependía de ella. Y aceptó. De nuevo ese señor había ganado. Chupó su polla con ansia, era la señal de su derrota. Chupó con avidez, movió la lengua desesperada. Y sintió como la lengua de ese hombre abría la llave de su coño para comenzar a eyacular sobre su boca. Y ella sintió como ese hombre comenzaba a eyacular dentro la suya. Entre temblores se estaban haciendo eyacular uno al otro. Sentía la boca de ese hombre totalmente abierta recibiendo los chorros de su coño, se estaba tragando sus líquidos. Ella hizo lo mismo y asombrada permitió que el semen de aquel viejo traspasara su garganta y se lo tragó todo.

Se quedó así tumbada como estaba, con la cara apoyada en el muslo de él. Su cuerpo temblaba por el placer que había sentido. Se sentía avergonzada y no sabía ni como mirar a la cara a aquel señor después de todo lo que había hecho y las cosas que le había dicho.

Poco a poco fue apartando su coño de la cara de él y se echó a un lado quedando tumbada mirando hacia los pies de la cama. Sintió la humedad en la colcha y miró como la había dejado de mojada.

– Que vergüenza!! No se que decir señor Gómez.- hablaba sin mirarlo con la cara entre sus brazos.

– No tienes que decir nada Silvia. No te preocupes por la colcha.

– Es que como le dije, nunca me había pasado.

– Tienes un coño muy sensible y creo que nadie te ha tocado como yo.

– Es que no lo entiendo – sabía que ese maldito hombre tenía razón con lo que le decía.

– Que es lo que no entiendes.

– Usted me toca de manera brusca y en cambio… – al decir esto sintió la mano de ese señor que le agarraba el coño. Su voz se entrecortó al sentirla – No por favor…

– Continua… te toco de manera brusca y en cambio te pone cachonda – la estaba volviendo a tocar como a ella le gustaba. – Es eso?

– Si… – su voz estaba delatando lo que estaba sintiendo de nuevo.

– Quieres que pare?

– No. – Silvia cerró los ojos y se dejó llevar.

– Tu marido no sabe tocarte. – la comenzó a masturbar de nuevo y ella gemía excitada – Prefieres que te toque yo. Verdad?

– Si… – cada vez gemía más excitada y cachonda – prefiero que me toque usted.

– Te gusta mi polla?

– Si, me gusta su polla – los gemidos de Silvia hacían ver que estaba a punto de correrse de nuevo y ese estado le hacía confesar lo que tanto le avergonzaba.

– Te gustó que me corriera en tu boca, verdad? – los dedos magistrales la estaban volviendo loca. Estaba a punto de eyacular de nuevo.

– Siii… – su cuerpo comenzó a convulsionar- Me gustó que se corriera en mi boca… – y su coño comenzó a eyacular de nuevo sobre la colcha de aquella cama.

Ella aún temblaba cuando sintió que el señor Gómez se levantaba de la cama y lo vio desaparecer por una puerta lateral de la habitación. Enseguida se dio cuenta que era un cuarto de baño cuando escuchó el sonido de una ducha recién abierta.

– Recoge tus cosas y cierra la puerta cuando salgas – escuchó la voz de ese hombre desde la puerta del baño – Me voy a dar una ducha que quedé con tu marido ahora.

Era un ser despreciable, sabía como hacerla sentir humillada y decirle que iba a ir a junto de su marido después de haberla hecho tragarse su semen era repugnante. Se levantó de la cama y se bajó la falda, le temblaban las piernas. Cogió su bolso y al ir a cerrarlo vio los trescientos euros. Se sentía una puta. Vio sus bragas rotas en el suelo y las guardó en el bolso. Se fue de aquella casa sin despedirse.

Ya en la calle se acercó a una papelera y mirando a los lados y asegurándose que nadie viera lo que hacía, sacó sus bragas rotas del bolso y las tiró.

Se sentó en un banco aturdida. No entendía lo que le estaba pasando con ese viejo al que tanto despreciaba. Intentó recordar los hombres con los que había estado antes de empezar de novia con su marido, deseaba darse cuenta de algún chico de los que habían pasado por su vida y que la hubiera hecho sentir algo parecido al mantener relaciones sexuales. Sabía que era inútil ese esfuerzo mental porque ninguno le había hecho sentir nada ni siquiera parecido. Ni sus ex novios, ni su marido y se sintió mal, sorprendida y sucia, muy sucia.

Se fue al coche apurada, deseaba correr. Necesitaba llegar a casa y lavarse el cuerpo. Necesitaba borrar cualquier vestigio en su cuerpo del encuentro que acababa de tener. Pasaría después por casa de su cuñada a buscar a la niña. Sentía que su cuñada podría darse cuenta de su estado. Al sentarse en el coche recordó que ni siquiera llevaba bragas, jamás en su vida había estado fuera de casa así sin ropa interior. Con aquella minifalda casi podía ver su coño así como estaba sentada. Lo sentía sensible y acercó su dedo y al tocarlo sintió un estremecimiento. La necesidad por llegar a casa se convirtió en un deseo.

Llegó a casa y se fue al baño directa. Se desnudó y se observó frente al espejo. Tenía el pubis y el coño enrojecidos y recordó lo sucedido. Sintió una punzada de excitación rememorando aquella mano intrusa y tuvo que masturbarse desesperada.

Se sintió frustrada cuando alcanzó el orgasmo y se dio cuenta que ni ella misma era capaz de provocarse un orgasmo parecido a los que ese señor le hacía alcanzar.

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