Mamá rellenó las copas y brindamos por… nuestro amor. Me acababa de convertir, oficialmente, en el amante de mamá, de la hermosa Anaís.
– Ahora, ya de acuerdo en esto de la decisión, te puedo decir sin temor que me vestí y arreglé para ti, quería ver si podía seducirte. En el restaurante me devorabas con la mirada, te perdías en mi escote y en mis ojos. Pero veo que eres un hombre de sólidos principios y valores, aquí, conversando con la seriedad del caso, en ningún momento me has visto el escote o las piernas, solo me has mirado a los ojos. Así escuchan y toman las decisiones importantes los hombres de verdad, sin desviarse por razones de lujuria. Pero ya tomada tu decisión y si estás plenamente seguro, ahora si voy a seducirte… jajaja…
– Un momento, Anaís. Para mí será un honor y un placer poder servirte en lo que sea necesario, pero me resulta muy fuerte todo esto. Quiero tener mi conciencia tranquila. ¿Estás segura que es un hecho lo de la posibilidad de despelotarte si te falta sexo? Necesito saber…
– Mi amor, tu padre y yo sabíamos que preguntarías eso, ya yo estaba preparada… me temo que tengo que… te voy a contar algo muy personal, es algo muy fuerte… es vergonzoso y terrible, pero tú debes saberlo: …cuando Soli entró al Kínder, al poco tiempo tu papá tuvo que viajar una semana a Miami por unos certificados. Estuvo fuera de casa 7 días y justo la madrugada del domingo, antes de salir para el aeropuerto, hicimos el amor. Fue un polvazo, de esos que dejan huella. El martes por la mañana ya se cumplían las 48 horas y empecé a sentirme excitada, sin tener motivos aparentes. El miércoles, luego de dejarlos a ustedes en el colegio, ya no me podía aguantar, tanto era que al llegar al edificio donde vivíamos me encontré con un vecino que era medio patán, desagradable, que siempre me miraba con deseo. No voy a darte ciertos detalles, pero me metí con él en su apartamento y me lo cogí dos veces esa mañana. Yo a él, no al revés. Me echó dos polvos bastante mediocres y yo acabé poca cantidad de veces, no recuerdo cuantas. El tipo era desagradable, pero tenía un pene más o menos bueno. Nunca me he podido explicar cómo me pude coger a ese hombre tan desagradable, que me dejó a medio camino. Al día siguiente, después de dejarlos en el colegio, me encontré con el papá de un compañerito tuyo, que del colegio iba para su trabajo. Me encontraba encendida, el patán del vecino, lejos de aplacarme la calentura, me dejó peor. Me le ofrecí descaradamente a éste señor, me lo enganché, me llevó a un hotel y me lo cogí dos veces, dado que no había quedado satisfecha con el vecino, pero el pobre hombre estaba asustado, preocupado por mi actitud. Creo que por eso no me dio la talla. El viernes, tal era mi insatisfacción que seguía encendida y necesitada, después del colegio me fui al consultorio de tu tío Javier, cerré la puerta y me lo cogí en la parte de atrás, donde tiene la camilla. Javier, conocedor de mi condición, se dio cuenta de mi situación y de inmediato me hospitalizó en la clínica, para mantenerme sedada. Cuando tu papá regresó el sábado se encontró con mi cuadro de desastre, conmigo hospitalizada y sedada, para evitar males mayores. Me dieron de alta y Pablo me llevó a casa y llegando nos encerramos hasta el domingo. Ya por la tarde, teníamos nuestros sexos escocidos de tanto hacer el amor. Y volví a la normalidad – mamá hizo un alto para coger ánimo y continuó:
– Con respecto al vecino, pocos días después el tipo le dijo a tu papá, cínicamente, que su mujercita estaba muy buena y desesperada. Ya yo le había contado lo que había pasado y entonces tu papá le dio una pescozada que le fracturó la quijada. Luego, ya en el suelo, le dijo que a partir de ese momento, cada vez que lo viera o se lo encontrara, volvería a golpearle. El hombre no le creyó y cuatro días después, con su mandíbula ya alambrada y aun doliéndole, se tropezaron en la entrada del edificio y recibió otro coñazo, esta vez en la boca del estómago, que lo dejó sin aire, de rodillas en el piso. El asunto se repitió otras dos o tres veces. Al final, el tipo se mudó. Como puedes ver, ya lo hemos vivido. Del vecino nunca volvimos a saber, pero al padre de tu amiguito lo veía a diario en el colegio, con mucha vergüenza de mi parte. Él era un señor muy respetuoso, por lo que un día me armé de valor y le pedí que nos viéramos en una Fuente de Soda cercana al colegio, para explicarme con él. Él aceptó y le conté mi caso y le dije lo avergonzada que estaba por lo que había pasado. Que mi esposo estaba enterado de todo, porque no tenía secretos con él y que la vida debía continuar. Él, muy respetuoso, todo un caballero, aceptó mi explicación y mis disculpas y me dijo que no tenía nada de qué preocuparme. Con el tiempo, ese hombre conoció a mi esposo y hoy día son buenos amigos. Tanto que él y su esposa y papá y yo hemos tenido nuestros encuentros de intercambio de parejas con ellos – me explicó.
– ¿Intercambios? No me imaginaba que ustedes… ¿Puedo saber quién es ese señor? – le pregunté.
– Bueno… yo… este… no sé… si, está bien, mi amor, ese hombre es Raimundo, el padre de tu amigo Raymond.
No salía de mi asombro. Mamá me estaba contando sus vergüenzas, a mí, a su hijo. La noté muy apenada, pero en definitiva ella buscaba que comprendiera lo cruda de la situación. Si no quería ver sufrir a mis padres, debía hacer mi mejor esfuerzo. Eso me llevaría a tener sexo con mi madre. Era algo fuerte, muy fuerte, pero yo la amaba con toda mi alma, así que esto sería para mí una oportunidad de servirles a ambos, especialmente a ella. Los convencionalismos sociales, a la mierda. Ya nada me importaba, solo ella. Mi familia era lo primero para mí. Una vez escuché una frase hecha, de esas que la gente repite: Dios, Patria y Hogar. Particularmente pienso que debería ser al revés, si tienes Hogar o Familia entonces buscarás tener lo siguiente, una Patria y si todo confluye, entonces te dará el tiempo para creer en un Dios. De menor a mayor. Mi familia, por tanto y en concordancia con mi forma de pensar, era lo primero. Mi padre, Pablo, era un buen hombre, buen padre y buen marido. Mi madre, Anaís, era la mujer más maravillosa de la tierra. Hermosa como ella sola, buena madre, buena esposa, buena persona. Mis hermanas, Bea y Soli, dos amores de seres humanos, cada una mejor que la otra. Y hermosas como nuestra madre. Juntos hacíamos una familia de marca mayor, porque en casa se respiraba amor, comprensión, empatía, éramos leales y francos. No teníamos secretos entre nosotros. Por todo eso, creí y concordé con mamá que mi papel en esta coyuntura familiar sería trascendental. Debía asumirlo como un reto mayor y llevarlo a feliz término.
– Bueno, mamá, ya en este punto, luego de tu explicación tan clara y convincente, no me queda más que rendirme a tus pies. Puedes seducirme, como me dijiste hace un rato. Me harías muy feliz… jejeje.
– De acuerdo, mi cielo, pero nada de mamá, ¿Heee? Anaís para ti en los momentos de intimidad. Ya sabes, para quitarle un poco de morbo a la cosa. Voy a seducirte… – me respondió ella indefectiblemente.
– Pero si el morbo lo hace más interesante, imagínate, no me voy a acostar con cualquier mujer, sino con mi madre… ¿Cuántos mortales pueden decir que tienen una madre tan hermosa como la mía y que además se acuestan con ella?
– Te sorprendería saber que hay muchas personas en esta situación, solo que no se atreven a declararlo. Y yo, por supuesto, tampoco. Jejeje.
En ese momento tomé a Anaís de la cintura y la estreché contra mi cuerpo, para bailar de forma muy romántica una bella canción que comenzaba a sonar: Bárbara Streisand – Woman in love. Era un lujo sentir su adorable cuerpo compenetrado con el mío en un abrazo idílico, su aliento acariciar mi oreja, mis manos sobar su nuca y su cabello, su ingle fundidas con la propia en un placentero juego de amor, seducción y de erotismo, con una mujer de 40 años en la plenitud de su belleza. De 1.62 de estatura y 58 kg de peso, piel morena clara de sol de playa, unos preciosos ojos color miel que enamoraban, unos labios carnosos y sensuales, ni muy grandes ni muy chicos, un torso suave y perfecto, sus senos una locura, su cinturita un delirio y su magnífico trasero, de nalgas en forma de corazón invertido, que quitaban el aliento a cualquiera. Sus piernas torneadas y fuertes y sus pequeñas manos y pies de muñeca, esta mujer valía lo que pesaba en oro, o quizás en platino o en diamantes. Algunas veces le vi las tetas y poseía unas areolas grandes y rosadas, coronadas con tremendos pezones resultado de haber amamantado a sus tres hijos, entre ellos un bárbaro -yo- que se los rompió e hizo sangrar de lo duro que mamaba. Si, estaba enamorado de esa maravillosa mujer y de ahora en adelante sería mía. Al menos por un tiempo, 6 meses o quizás más. El tiempo lo diría… mi mejor fantasía hecha realidad.
Después de bailar dos o tres canciones más, la miré a los ojos y de seguidas la besé en los labios, tiernamente al principio, sintiendo la calidez de sus labios, luego sentí sus labios entreabiertos e incursioné con mi lengua en la dulce boca de Anaís. Mis manos comenzaron a arrobar la espalda de ella, con pasión, con amor. Nuestras respiraciones ya lucían entrecortadas; por los besos y las caricias nuestras temperaturas corporales se dispararon a cotas impensables media hora antes y ambos sucumbimos a la entrega total. Le desabotoné el vestido en su totalidad, lenta pero inexorablemente, con una mezcla de respeto y de amor, tratando de descubrir las maravillas que éste encerraba, poco a poco. Lo dejé caer al suelo, mientras ella, a su vez, desabotonaba mi camisa y me mesaba los vellos pectorales, con cariño, ronroneando como una gatita, con una de sus manos, mientras la otra pretendía tapar de mi vista sus hermosas ubres. Me agaché y le besé el ombligo, redondo y tentador, algo que siempre había admirado de ese cuerpo de diosa que tenía frente a mí. Luego metí mis dedos por las tiras laterales de la tanguita que ella exhibía coqueta y la bajé despacio, mientras observaba el tesoro que destapaba. Era una vista sublime del sexo más hermoso que mis ojos hubieran visto nunca, la vulva de Anaís, de mi madre. El portal por donde vine al mundo.
Ella levantó levemente un pie y luego otro, facilitando la labor de su ahora amante, para retirar totalmente la tanga. La llevé instintivamente a mi nariz y me emborraché del maravilloso aroma de mujer que desprendía la pieza de lencería y le dije que me la quedaría como trofeo. Ella rio y me dijo:
– Lo sabía, sabía que te la quedarías, por eso me puse la mejor, la más bonita que tenía, pero no nueva, no. Usada, para que oliera a mí.
– ¿Y eso? – le pregunté, un poco perdido…
– Bueno, ya sabía, por ciertas personas, que acostumbras quedarte con las pantaletas de la primera vez, con cada una de tus… chicas… así que pensé que harías lo mismo conmigo… y la guardarías junto con las otras que tienes en la caja…
– ¿Sabías lo de la caja? ¿Me espías? – le solté, asombrado, casi indignado.
– Nunca la he abierto, por respeto a ti y a tu privacidad, pero me han hablado de ella. Y supongo que es una caja azul que está en tu closet, arriba.
– Bueno, la caja existe, la has visto y si, contiene las pantaletas de la primera vez de cada chica con la que haya estado, pero la tuya no va a ir a parar a esa caja. No. Tendrá un estuche particular, único. No voy a mezclar mi mayor tesoro con otros inferiores, jejeje. Tal vez mi manía por quedarme con las pantaletas te parezca fetichismo, pero es algo que empecé como una broma y que me ha gustado seguir. Sin embargo, nunca las reviso ni las veo, ni siquiera sé cuántas tengo. Pero ésta, ah… ésta si la recordaré por siempre, su aroma, su textura…
– Eres un amor, pero para recordar mi aroma no tendrás que buscar esa tanguita, siempre tendrás acceso directo al origen, sin restricciones – me dijo con cara de lujuria, de deseo, mientras con su otra mano tapaba su pubis.
Esa noche Anaís y yo nos fundimos en un abrazo carnal, llenos de pasión, de deseo, de sexo, pero del bueno. Pasamos casi toda la noche uno en brazos del otro y viceversa, nos amamos con pasión, con entrega total. Una sesión interminable de caricias, desde su cuello hasta sus pies, pasando extensamente por sus adorables tetas, sus pezones. Luego me dediqué a comerme su vagina, con mucha maña, dedicación y pasión. Su clítoris crecía en mis labios, gracias al tratamiento que le di. Enseguida nos posicionamos, ella sobre mí, para un 69 de campeonato mundial, donde ella se dio toda su maña con mi pene, dándome una mamada de antología, mientras yo me comía, literalmente, su deliciosa vagina, labios mayores y menores y clítoris incluidos. Luego, desgraciadamente, el primer polvo fue un desastre, a este servidor se le fue el tiro rápidamente, por la emoción que conllevaba el momento; me avergoncé y pedí perdón, pero Anaís no le dio importancia y me permitió seguir adelante y demostrar mis buenos artes amatorios… y se convenció. Dos polvos más, cada uno superior al anterior en sensaciones tan increíbles que me dificultan su narración, nos hicieron subir al Olimpo. Al amanecer, ella aún dormida parcialmente sobre mi cuerpo, la habitación olía a sexo, a los fluidos de ella y al semen mío, pero la luz del sol que penetraba por las persianas nos anunciaba un nuevo día, trascendental para la existencia de ambos.
Cuando nos miramos a la cara, ella parecía estar aún en otro estado, uno etéreo, mientras yo la observaba embobado, enamorado. Ambos habíamos quedado satisfechos de nuestras primeras experiencias como pareja, al punto que ni siquiera nos habíamos levantado de la cama para higienizarnos. Estábamos embriagados de amor, de sexo, de placer, de lujuria, de satisfacción plena.
– Buenos días, mi amor ¿Cómo amaneces? – le pregunté a la hermosa mujer que yacía a mi lado, desnuda, con una pierna sobre la mía y la cabeza recostada sobre mi pecho.
– Buenos días, mi cielo, mejor que nunca. Creo que anoche dormí con un príncipe que me dejó derrengada de tanto amor que me dio. Me parece que es incansable ese señor, si así va a llover de ahora en adelante, no quiero que escampe. Estaré disponible para él, siempre, con mucho amor… que gusto… que gustazo…
– Gracias, mi bella dama, yo tampoco quiero que escampe. Anoche fue la mejor de mi vida, me has hecho muy feliz, escogiéndome como tu pareja. Hacer el amor contigo me llevó al cielo y aún no bajo. Quiero quedarme allá arriba, pero contigo.
– Yo también subí al cielo y pensé en un momento dado, que me iba a quedar allá. ¿Sabes lo que es la “Petit Morte”? Anoche, cuando acabamos juntos la última vez, creí que moriría, casi me desmayé. Es algo que solo he sentido con Pablo, tu padre, con nadie más. Debe ser la especialidad familiar, digo yo…
– Yo me asusté, pensé que te había bajado la tensión o algo así, casi te desmayaste. Gracias a Dios que al poco rato reaccionaste. Ya estaba pensando en sacarte para una Emergencia. ¿Qué es eso de la Petit qué… pequeña muerte? No lo había escuchado nunca… – le dije, intrigado.
– La Petit Mort o pequeña muerte es un estado de seminconsciencia que se alcanza durante el orgasmo, un orgasmo de esos espectaculares… no cualquier orgasmo. Tiene que ser uno grandioso, arrollador, que te corte la respiración. En mi caso, solo con tu padre, que es un amante prodigioso, lo he logrado. Con nadie más, hasta anoche contigo. Es que eres tan bueno como tu padre o cuidado si mejor.
– ¿Y tú has estado con otros varios hombres, antes? – le pregunté, inocentemente, desconcertado por su confesión.
– Si, amor, si, con varios hombres. Ya anoche te expliqué que con el vecino, con Raimundo y con tu tío Javier. Pero ha habido otros varios más. Tu padre y yo hemos sido muy liberales siempre y nos permitimos nuestras aventuras, muy controladas por ambos, especialmente compartiendo parejas con amigos especiales, como por ejemplo Raimundo y Olga. A tu papá le encanta Olga y a mí él, así que desde aquella desventurada fecha y luego que Pablo lo conoció a él y ambos a Olga, hemos tenido unas cuantas sesiones juntos y no juntos. Hace unos tres meses, Raimundo y yo estuvimos juntos una noche, mientras Pablo estaba trabajando y Olga se encontraba de visita en casa de su mamá, con los muchachos. Pablo me dio permiso y listo. Con tu tío Javier y tu tía Milagros, es casi que una costumbre ya, al menos una vez al mes. Ha habido otros hombres, que tú no conoces, que me han gustado y provocado y tu padre me los ha permitido. Y él acostumbra aplacarle las calenturas a varias amigas mías, porque para varón, él. Todo con mi beneplácito, por supuesto. Entre Pablo y yo no hay traiciones ni secretos. Nuestro amor es infinito, da para mucho. Y ahora apareces tú en mi cama y espero que sea para bien de la familia y provecho para ti y para mí. Anoche me demostraste de qué estas hecho. Eres un digno hijo de tu padre. Él se va a encantar con “mi informe”, porque la verdad, está bastante preocupado por la situación. No le resultó fácil decidirse por la opción de su hijo, le parecía muy perverso. Pero aceptó intentarlo al darse cuenta que no teníamos otra salida y yo lo deseaba. Sí, mi amor, te deseaba desde hace unos años. Te veía crecer y convertirte en hombre, muy apuesto, alto, fuerte, atlético y con una herramienta poderosa. Eres mi hijo, pero también un hombre y yo tu madre, pero también una mujer y muy ardiente, por cierto, según dice tu padre. Y los convencionalismos sociales y religiosos siempre nos han tenido sin cuidado, pura hipocresía. Te deseaba tanto como tú a mí. Punto. Y aquí estamos. Voy al baño a asearme y luego… luego… ¿Me harías feliz, como anoche? Estoy muy caliente, la conversación me ha alebrestado un poco, necesito un bombero que me apague el fuego, pero ya nada de hacer el amor, ahora quiero follar, duro… – y se levantó de la cama y se fue al baño, moviendo coquetamente su hermoso trasero.
Yo, por mi parte, me fui al otro baño a cepillarme y orinar, antes de entrar a su baño con ella, con la mejor de las intenciones de ducharnos juntos. Le di su tiempo para su intimidad y cuando escuché que abría la llave de la ducha, entré. La encontré desnuda, en su plenitud, arrebatadora. Una diosa del sexo, lista para que este simple mortal la enjabonara y la acariciara a placer. El de ambos, por supuesto.
Nos duchamos juntos, ella me enjabonó primero y luego yo a ella. Nos dimos especial gusto en tratar las partes nobles, con esmero, con cariño, con lascivia. Ella acabó en mis manos, luego de enjabonarle su vagina con mucho arte. Su clítoris casi explota entre mis dedos. Me demostró ser una hembra ardiente de verdad. Luego su turno para darme placer, se arrodilló y empezó a masturbarme suavemente, aplicando gel de baño a mi pene, dulcemente, luego más rápido, hasta que decidió meterlo en su boca. Primero el glande, que ya estaba totalmente inflamado, rojo. Luego empezó a tragar carne, hasta tener las dos terceras partes de mi falo dentro de su hermosa boquita. No adivinaba cómo podía tragar tanto, hasta que tosió y se lo sacó. Ya lo había metido hasta más allá de su campanilla, toda una garganta profunda, pues. Así siguió, hasta que al rato, me hizo acabar. Se fajó con mi pene, para no perderse una sola gota de mi esperma. Me mostró su boca llena de mi semen y luego se lo tragó, con gusto y placer. Entonces me dio un beso en la boca, como para darme a saborear mi propia esencia.
– Anoche me diste a probar mis flujos, luego de la comida de cuca que me diste. Ahora es tu turno de saborearte a ti mismo – me dijo con cara de niña mala.
– La verdad, anoche probé por primera vez a que sabe mi madre y quedé enviciado. Nunca una mamada de cuca me había parecido tan especial. Te probé por allí por donde salí de ti, de tu cuerpo, hace veintidós años. Y eres realmente deliciosa. Algunas mujeres tienen un poder tan grande allí entre las piernas, que hacen que un hombre haga lo que ellas quieran. Con razón dice el dicho que “Mas jala un pelo de cuca que una yunta de bueyes”. Mami, por ti yo tumbaría un gobierno. Eres deliciosa.
– Pues tú no te quedas atrás, mi amor, por ese pene tuyo yo mataría. Creo que es tan grande y grueso como el de tu padre, que ya es bastante decir. Si él me vuelve loca con su enorme pedazo de carne, no sé qué va a ser de mí con el tuyo. Solo te digo que lo vamos a pasar muy pero muy bien. Seré tu hembra desde ahora en adelante y no creas que esto se terminará cuando tu padre regrese de su obra. Tendrá que compartirme contigo. No habrá de otra.
Salimos del baño para el cuarto y la tumbé sobre la cama, luego la hice ponerse en cuatro y la penetré profundamente por su maravillosa vagina. Ella gimió y hasta lanzó un gritico, porque no esperaba que lo hiciera tan rápidamente. Pero luego de la sorpresa inicial, comenzamos un bombeo frenético, lleno de pasión y deseo. Yo le daba duro, desde atrás, en presencia de ese trasero espectacular que asemejaba un corazón invertido. Ella aguantaba estoicamente mis embestidas, el choque de mi pubis contra sus magras nalgas, con cara de estarlo disfrutando. Gemía y jadeaba, se agarraba a las sábanas, como si ellas pudieran detener los bombazos que desde atrás le propinaba. Así estuvimos largo rato, fornicando como salvajes hasta que tuvo dos orgasmos seguidos, algo nuevo para mí, ya que nunca había sentido que una mujer acabara seguido. Hasta que, ya sudando copiosamente debido al esfuerzo, ambos acabamos casi que juntos. Ella primero, un orgasmo apoteósico y luego yo otra eyaculada de pronóstico. Cuando me desacoplé, de su vagina salía una mezcla de fluidos vaginales y semen que empapó rápidamente las sábanas. La muestra de la pasión desarrollada en ese campo de batalla sexual.
Ese día follamos y fornicamos varias veces, en todas las posiciones imaginadas por nosotros. Al anochecer salimos a comer unas hamburguesas y regresamos pronto al apartamento, pero ya no podíamos continuar con nuestro desenfreno sexual, porque estábamos agotados, así que nos recostamos abrazados en uno de los sofás cama en la sala y nos quedamos dormidos. Allí amanecimos el domingo, derrotados, pero felices. Luego de desayunar, recogimos todo y nos fuimos de regreso a Caracas, a nuestra casa.
Continuará…