Adriana es una buena amiga mía. Estudiamos juntas todo el colegio. Luego nos distanciamos, pues se fue a estudiar a Argentina. Cuando volvió retomamos la amistad y ya estando ambas casadas, seguimos manteniendo contacto e invitándonos a algunas de las reuniones que organizábamos.
A pesar de sus estudios en Argentina, nunca pudo conseguir un buen empleo. Se casó con un ingeniero (como mi esposo) pero él tampoco tuvo mucha suerte y ambos tenían empleos medios, y siempre, la veces que nos reuníamos, se quejaban de lo económico. Yo dejé de trabajar permanentemente a los pocos años de casarme y apoyaba como consultora proyectos que me resultaban interesantes. Con esos trabajos como consultora, que podían durar en total 3 o 4 meses al año, ganaba bastante más que ella en todo el año. Mi esposo ni que decir, le iba súper bien en su empleo.
Cuando el esposo de Adriana cumplió 35 años, organizaron una fiesta en un club en el barrio donde vivían. Un sitio algo peligroso. Pero era un almuerzo y decidimos ir con mi esposo. Fuimos en taxi pues mi esposo se sentía inseguro de dejar el auto en la calle o en una cochera de esa zona. Desde que llegamos la pasamos bien. Mateo, el esposo de Adriana es rockero (como mi esposo) y la fiesta era temática. Todo decorado con posters de grupos de rock y la música casi solo rock.
Todos los hombres estaban felices. Las mujeres no lo estábamos tanto. Pero ellos, en su onda de rockear y beber. Mi esposo que suele ser moderado al tomar, ya estaba ebrio en pocas horas, como casi todos. Mateo, estaba muy mareado, pero no llegaba a estar ebrio.
Bailé varias canciones con Mateo. Me decía. desde la primera canción que bailamos, que estaba muy linda, muy sexy, que era muy bella. Conforme pasaban las horas y él se mareaba más, me decía ya cosas más subidas que tono hasta terminar diciéndome que me deseaba, que era una mujer muy sexy y provocadora y que me deseaba mucho.
Yo trababa de ponerle freno y distancia. Era esposo de mi amiga y no era un tipo que me gustara mucho. No era feo, pero tampoco del tipo de hombre que me pone loca.
Bailamos una balada rock y me pegó a su cuerpo. Sentí en ese momento el tamaño de su miembro. Mis reticencias se fueron y me llené de deseo. Él se dio cuenta. Fue directo y me dijo ¿lo quieres? No le respondí nada. Terminó la canción y volví al grupo donde bebía mi esposo.
Unas dos o tres canciones después, Mateo me volvió a sacar a bailar. Estaba ya loco de deseo y al volver a tenerlo cerca me sentí también con ganas de hacer una travesura allí mismo. Me propuso encontrarnos en el baño. Me daba vergüenza y miedo, pero eso acrecentaba mi morbo y mi deseo. Con tanta gente en la reunión sería algo riesgoso, pero sabía que sería algo muy excitante. Acepté.
Al rato, él fue al baño desde su grupo. Yo un par de minutos después desde el mío. La zona de baños tenía un acceso muy privado, luego de un pasadizo largo. Sólo estaba él en el pasadizo. Nos metimos a uno de los baños para hombres, que felizmente eran individuales, y cerramos la puerta. Sabíamos que no teníamos mucho tiempo y mientras nos besábamos yo le desabrochaba el pantalón y él me manoseaba debajo del vestido. Sentir sus manos sobre mis nalgas me puso ya dispuesta a ser cogida en ese instante. Sólo tenía una muy pequeña tanga, muy fina, muy cara, que me había regalado mi esposo y estrenaba esa tarde.
Cuando le saqué la verga del pantalón y el bóxer, ya la tenía casi erecta. La cogí con ambas manos y sentí como se ponía muy tiesa. Si era grande, como me gustan. Quería mamársela, pero era imposible. No me iba a arrodillar en ese piso tan sucio de baño. Sólo lo masturbé un poco y disfruté sentirla gruesa y dura en mis manos.
Me dio vuelta. Me inclinó sobre el lavabo. Me levantó el vestido y me quedó mirando.
-Que puta tanga tienes. Debe ser muy cara.
-Me la compró mi esposo
-¿el cornudo?
-Si, el cornudo
-Y eso haces siempre, ¿coges con lo que él te compra?
-Sí, me excita hacerlo con lo que él me compra
-Pues te cogeré con la tanga comprada por el cornudo
Con sus piernas separó las mías. Con sus manos puso la tanga sólo de costado. Me empujo más sobre el lavabo y me quedé muy inclinada hacia adelante.
Me siguió mirando por un instante y me dijo, “pero que rica pituca eres. Con esa tanga cara te voy a coger. Te voy a mandar con mi leche donde el cornudo fino de tu esposo”.
Me excitó más escucharlo decir eso. Sentí que envidiaba a mi esposo. Y sentí que cogerme era una forma de resarcirse del no tener el éxito que mi esposo tenía en el trabajo. Sólo quería ser cogida en ese momento. Sentirme un instrumento o un juguete, me hacía sentir más sucia y, por cierto, más caliente.
Con sus dedos puso saliva en mi coño. Y en una sola empujada me la metió toda. Sentí como avanzaba cada centímetro de su pene grueso y largo en mi coño jugoso. Fue delicioso ser poseída en ese baño. En ese momento, justo en ese instante, tocaron la puerta del baño. Él respondió calmado “estoy cagando”.
La tocada de puerta y su respuesta, su pene moviéndose, entrando y saliendo, me hicieron llegar en dos o tres minutos. Él lo disfrutó mucho “así me gustan las perras, muy calientes”. Siguió moviéndose muy rápidamente, cada vez más acelerado y repitiendo “pero que puta pituca que eres”. Volví a acelerarme. Lo quería atrás. Lo quería tener dentro de mi culo. Me incliné más para que mi culo le quede disponible. Pero no se dio cuenta de lo que yo quería. Siguió y siguió y cuando sentí su leche dentro de mí, volví a llegar.
Cogió papel higiénico y se limpió. Me dio un poco. Me limpié. Era mucho semen y chorreaba. Decidí limpiarme muy bien. Lo hice con más papel y unos paños húmedos que tenía en la cartera.
Cuando estuvimos listos, se puso a escuchar que pasaba afuera. No había nadie. Abrió la puerta y miró a ambos lados. Sin moros en la costa. Salí raudamente. Él se quedó y salió unos minutos después. Como para que nadie sospeche que habíamos estado juntos.