Cuando la universitaria abrió la puerta, su padrastro la estaba esperando.
La chica le miró con miedo. Había preparado un pequeño discurso, había albergado esperanzas y era optimista. Pero al verlo allí de pie, alto, imponente, con la frente perlada por el sudor, los ojos amenazantes, la camisa arremangada y en sus manos el cinturón, toda esa determinación ensayada se vino abajo como un castillo de naipes.
Ana, que así se llamaba la estudiante, tembló y se formó un nudo en su garganta y en su estómago que le impedía hablar y moverse.
El hombre tampoco medió palabra alguna, simplemente señaló la mesa.
La chica, mecánicamente se dirigió hacia el sitio indicado y se inclinó.
Luego desnudo su trasero. No sentía vergüenza, no en ese momento.
Apretó los dientes y contrajo las nalgas.
Unos segundos después el golpe, el primero de una docena, acompañado de dolor.
Lágrimas, impotencia y resignación.
Minutos después, tumbada sobre el estómago, en su cama, el recuerdo.
El culo rojo escocía y palpitaba.
Y esa sensación de calor que la había hecho llorar, poco a poco tornaba en algo más animal y placentero.
Las bragas mojadas, la electricidad recorriendo su cuerpo, el latido de sus gluteos moviéndose hacia su bajo vientre. Tenía ganas de orinar, pero esa sensación se mezclaba con la de placer.
El momento se acercaba.
Agarró la almohada con las manos, contrajo el esfínter como si se preparase para un azote. Notó como que le faltaba el aliento, aguantó y aguantó hasta que su vista se nublo y finalmente, se dejó ir.
El orgasmo tomo posesión de su ser y perdió el control de su cuerpo.
Los espasmos venían una y otra vez.
Su entrepierna se llenó de fluido vaginal.
Quería parar, tener un momento de respiro pero, cuando parecía que todo había acabado, que no tenía más energía en su cuerpo, el episodio se repetía.
La espalda arqueada, los gemidos que se confundían con gritos y el sistema nervioso a mil.
Finalmente todo paro.
Era el momento de dormir pero entonces las ganas de orinar volvieron. Torpemente, casi contra su voluntad, se levantó y de alguna manera llegó al baño y acomodo su culo en la taza.
El pis tardó en salir, pero cuando lo hizo, lo hizo con fuerza, chocando contra la taza.
Ana tiró de la cadena amortiguando el sonido de una ventosidad.
Luego se quitó las bragas, abrió el grifo del bidet, y se lavó temerosa de frotar el punto G e iniciar un nuevo orgasmo.