—¿Y chabón? ¿Venís o juego solo?
—Pará un toque. ¡Qué impaciente la Diega!
—…
—Listo. Empecemos —dijo Pato sentándose en el sillón grande.
—¿Con quién chateabas?
—Lula.
—¿Lucía te escribió?
—Sí. ¿Por?
Como respuesta, Diego dio play al juego. No quería hablar. Perdió enseguida. Se fue a dormir.
A la mañana siguiente, Pato no apareció para desayunar. Había estado despierto hasta tarde, chateando con Lula.
—Buenas…
—…
—¿Qué comemos?
—Lo que quieras —respondió Diego levantándose de la mesa—. Yo ya almorcé.
—Ok.
***
Fueron tres días de incomunicación. La intrusa los había distanciado, se interponía entre los dos y había que resolver aquello.
—Entonces —arrancó Diego sin previo aviso— ¿Están saliendo?
— ¿Qué?
—Con Lula. ¿Están saliendo?
Pato respondió con una carcajada, pero viendo que su amigo no le seguía la corriente, agregó:
—Nada que ver, nabo. Volvió a escribirme. Nada más.
—Dale, boludo. Hace tres días que no me hablás. Estás hecho un pelotudo.
— ¡Salí! ¿Qué flasheás?
— ¿Hicieron cámara? ¿Videopaja?
— ¿Y a vos qué te importa?
—…
—Sí, hicimos.
—…
—Me mostró la concha y… nada. Pelé. Paja. Nada.
—…
—Decí algo, forro.
—¿Qué querés que te diga?
—No sé, me estás preguntando, te respondo, pero vos no me decís nada.
—…
—Ey, Diego…
—¿Qué?
—¿Sale paja?
Diego apartó la mirada sin poder decir una palabra. Estaba ofuscado, pero aquella invitación le devolvía el aire. Sin embargo, contestarle “dale” (que era exactamente lo que ansiaba responder) lo ponía en un lugar de mierda que no quería ocupar. ¿Lo estaba invitando a pajearse por lástima? “Que se vaya a cagar”, pensó, para agregar enseguida:
—No da, boludo. Te estás pajeando con ella por cámara.
—No sé, yo decía…
—No sé che, no me parece…
—…
—…
—Bueno —balbuceó Pato—, pero… No es lo mismo.
Un escalofrío cruzó por el cuerpo de Diego. “No respondas enseguida”, se dijo, pero ¿cómo contenerse? ¿Cuántos segundos esperar?
—¿Cómo que no es lo mismo? —preguntó al fin.
Pato tomó aire y buscando las palabras sentenció:
—Con vos… No sé. Es diferente.
“No hables. No hables. No hables”. Era lo único que Diego podía pensar. “Que hable Pato”. “No hables”.
— ¿Seguro no te va una cruzada? —preguntó Pato con una sensualidad en la voz que lo sorprendió a él mismo.
Pasaron dos segundos que fueron dos semanas, dos décadas, dos…
— ¿Con porno?
—Sin —respondió Pato con una mirada de fuego—. ¿Te hace falta?
***
Lula había desaparecido como por arte de magia; no era más que un ancla del pasado, de una sexualidad que seguía su rumbo por inercia, una fuerza que cada vez iba desacelerándose más para pasar a otro impulso, a otro tipo de deseo, a la intimidad entre dos hombres.
Al sexo entre machos.