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Un día diferente
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Era un día como cualquier otro, Johana se preparaba para su rutina habitual, esa que muchas veces la hacía sentir de cerca el agotamiento, la falta de interés, la depresión.

Se preparó cómo siempre para comenzar el día, desayunó, saludó a su hijo que era su gran amor y a su marido, aquel que no cambiaba sus rutinas ni la hacía sentir cosas nuevas, aunque siempre amó y respetó.

Se peinó su pelo lacio y arregló su flequillo, se miró al espejo casi con desprecio producto de su baja autoestima y se fue a trabajar.

Parecía un día normal, solo la lluvia torrencial diferenciaba el día de aquellos anteriores. No tardó en llegar y sorprenderse por lo que vio, una patrulla policial llamo su atención. Preguntó lo ocurrido y al escuchar la respuesta, el mal humor la invadió. Un grupo de sus estudiantes había causado destrozos en el establecimiento donde se desempeñaba y un oficial exigía su declaración.

Inmediatamente acompaño a aquel oficial que la escoltó hacia una de las oficinas del lugar. Tomaron asiento y comenzaron las preguntas. El ruido de la lluvia en el techo dificultaban la charla, así que el oficial se acercó a ella, tenía una figura algo intimidante, de gran estatura, gesto adusto, cabello prolijo y su clásico uniforme.

El interrogatorio transcurría normalmente y la tímida profesora empezaba a tener prisa por volver a su trabajo, pero aquel oficial llamaba su atención. Ella sentía una atracción desde siempre por los uniformes y él una atracción natural por aquella profesora que mezclaba muy bien la delicadeza con la sensualidad.

Las miradas eran cada vez más penetrantes y ella sentía una mezcla de culpa por su marido, con la emoción de lo nuevo y de verse pretendida por otro hombre.

El trámite terminaba, solo faltaba una firma, ella pregunto dónde y el policía se puso por detrás para indicarle. En ese momento Johana sintió una cálida sensación en todo su cuerpo, su cara era lo suficientemente expresiva para que él lo note y sienta lo mismo.

Parecía la despedida, pero ninguno de los dos quería que eso suceda y fue él quien tomó la iniciativa, la tomó de la cintura, puso una de sus manos en la nuca de la mujer y comenzó a besarla, ella sabía que debía negarse pero sentía la erección del oficial entre sus piernas y ya no hubo vuelta atrás. Él la hizo voltear, ella quedó sobre la ventana, y el por detrás levanto su ropa y empezó a tocar sus pechos, estaban muy excitados, ella rápidamente puso sus manos en su pene, bajó el cierre del pantalón para sentirlo mejor, él la tomo del pelo y la besaba, la ventana hacia el patio y la posibilidad de ser vistos aumentó la tensión. El jean de la profesora duró poco en su lugar y rápidamente terminó en el suelo como su ropa interior. Ella dejó el pene del hombre por fuera de la bragueta para no quitar ese uniforme que tanto la excitaba.

La mujer se sentó en el escritorio que estaba a su lado y abrió sus piernas y el la tocó, estaba mojada, rápidamente comenzó a besar su clítoris, movía su lengua con suavidad al principio y luego aumentó la intensidad mientras ella presionaba su cabeza hacia su vagina, mientras tocaba sus senos. La sensación era muy intensa, cómo nunca antes vivió, los dedos de sus pies se entumecían, se mordía los labios mientras se miraban a los ojos entendiendo con esa mirada que el placer era compartido, la lengua de aquel desconocido amante se movía tocando los labios de su vagina y por momentos su clítoris mientras continuaba tocando los pezones duros de la extasiada mujer.

Unos segundos bastaron para que la mujer bajara del escritorio para lamer su pene, lo hizo de una manera que ambos disfrutaban, ella lamía toda extensión de su duro miembro desde la base hasta la parte final mientras lo tocaba con una mano y con la otra se tocaba a sí misma. Él tomaba su pelo acompañando su movimiento mientras lo introducía y lo sacaba de su boca, también de miraban con la sensación de que los dos buscaban complacerse y complacer al otro.

Algunos segundos más tarde decidieron pasar al siguiente nivel y esta vez fue Johana la que tomo la iniciativa, con un lenguaje alejado de su correcta expresión de profesora, con un lenguaje soez producto de su excitación, le pidió la inmediata penetración.

Ella se paró, sentó al policía en la silla y se puso encima. Se besaron cómo a ella le gustaba, con su lengua muy dentro de su boca, con profundidad y luego la posición facilitó que él besara sus pezones a esa altura muy duros. Se mantuvieron así unos minutos, con algo de suavidad, pero con mucha intensidad, hacia adelante, hacia atrás con las manos de su amante acariciando sus nalgas, hacia arriba y hacia abajo mientras él la tomaba con fuerza de sus hombros para hacer más intensa la sensación en su posición preferida, hasta llegar al orgasmo.

Lejos de conformarse, siguieron de muchas formas, parados uno enfrente del otro mientras se tocaban, también era una posición que a ambos les gustaba. Se besaban con intensidad mientras ella lo tomaba de su cuello tratando de que no pierda su característico gorro. El la penetraban con diferentes movimientos, ella con una pierna sobre el piso y la otra alrededor de su cintura, con una mano ahora sobre su pecho y la otra sobre el escritorio haciendo movimientos que se complementaban con lo de él. Por momentos la lengua del policía estaba dentro de la boca de la mujer, luego bajo hacia su cuello, duro allí unos segundos y continuo bajando hacia sus pechos, las manos callosas del hombre intercalan entre los senos de la mujer presionándolos con fuerza, sus piernas y sus nalgas.

Finalmente, ella se inclinó sobre el mueble para que el policía la penetre por detrás, metiendo y sacando su pene lentamente primero y después con más vigor, sosteniendo con fuerza su pelo y tomando con una mano sus pechos. Las palabras que utilizaban eran de un lenguaje muy vulgar y el ruido del choque de sus nalgas contra la ingle de su amante producían el sonido que acompañaba el momento de manera ideal. Las manos del hombre sostenían la cintura de la mujer y sus hombros, ella por momentos permanecía sumisa sintiendo el rose de sus pechos sobre el metal del inmueble y por momentos se levantaba para girar y besarlo hasta que el cosquilleo en su interior les indicó que el orgasmo era inminente, y así sucedió.

Ya no hubo tiempo para nada más que un suspiro profundo y el recuerdo de que ambos estaban en horario de trabajo.

Del aquel momento solo quedó la sensación de que su día ya no sería una rutina, una normalidad y de sentir que el uniforme ya no era algo fantasioso en su imaginación, ya había sido realidad.

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