Laura se despidió de Alfredo con un pico rápido y cerró la puerta. Estaba cansada, pero en general el sexo había sido bueno. Aquel hombre era un poco rudo, ciertamente no era un experto en caricias, pero sabía meterla. Habían jadeado y sudado, y ese placer inigualable cuando el pene llegaba hasta el fondo la había vuelto loca. Luego habían adoptado la posición del perrito, envestidas acompañadas, de manera esporádica, con nalgadas.
Laura miró el calendario antes de ir a cama, era lunes, el jueves tocaba con Miguel. Un hombre más joven y más diestro con las caricias y los besos. Se quitó el sostén y quedándose solo con las bragas se metió en la cama. De manera distraída se llevó la mano al cuello, notó picor en la garganta y por un momento se le pasó por la cabeza tomar un paracetamol.
"No hace falta." se dijo a si misma poco antes de caer en brazos de Morfeo.
La mañana amaneció con un sol de primavera radiante. Laura hizo un esfuerzo por abrir los ojos. Le molestaba la garganta. Se tocó la frente y notó calor. Dos minutos después el termómetro digital que se puso bajo la lengua pitó y anunció fiebre.
– ¡Joder! – dijo en voz alta.
Aguantó la mañana sin medicarse confiando en que la miel y la leche caliente obrasen el milagro.
La fiebre subió.
Tomó una pastilla con el almuerzo y se metió en la cama.
A la media hora rompió a sudar. Le dolía la cabeza y le molestaba… le molestaba todo el cuerpo, incluida la tripita.
Se tiró un pedo.
Y luego se le escaparon dos más.
Estaba enfadada con el mundo, pasado mañana esperaba Miguel pero a este paso tendría que cancelar. Pensó en tomar más leche caliente y pastillas y… no, definitivamente las pastillas no eran buenas, le producían gases. La idea de llegar al jueves llena de aire y soltar uno mientras. Solo de pensarlo se le subieron los colores.
El miércoles, para su sorpresa, la fiebre había desaparecido. Sin embargo el catarro o lo que fuese se había agarrado a la garganta. Se levantó a orinar. Sentada en la taza del váter se tiró un pedo que olía mal y pensó que las malditas pastillas la estaban matando, quizás unas inyecciones. Contrajo el trasero involuntariamente pensando en una aguja exageradamente grande. Dejo escapar un nuevo cuesco y un chorrito de pis. Tras secarse con un trozo de papel higiénico con aroma a rosas, se levantó y se subió las bragas. Frente al espejo observó su rostro y se decidió.
La farmacia estaba escondida al final de la calle. Una muchacha de contundentes nalgas pedía un jarabe para la tos. El farmacéutico, un varón de mediana edad y rostro amable, la atendió con diligencia y en nada de tiempo Laura se encontró frente a frente con él. Tardó unos instantes en ordenar las palabras en su mente, pero al fin habló mostrando su sonrisa más social.
– Sí, tenemos unas inyecciones intramusculares que van bien. – dijo el hombre con una voz sorprendentemente cálida sacando la cajita.
– ¿Necesitas jeringa y aguja o se va a administrar el medicamento en algún centro de salud?
"Joder no había pensado en eso." se dijo Laura.
El farmacéutico la miró un momento y añadió.
– También ponemos inyecciones aquí.
Por algún motivo Laura se ruborizó.
– Esta bien, creo que es lo más práctico. – dijo al fin.
Pasó dentro siguiendo las indicaciones del farmacéutico. Junto a un armario lleno de medicamentos había una camilla.
La mujer paseó la vista alrededor. Estaba nerviosa. Luego, para distraerse, inició una conversación.
– ¿Cómo te llamas?
– Manuel. ¿Y tú?
– Laura.
– Bonito nombre y bonita chica.
– Gracias.
– No te preocupes, será un momento.
– Ya. – respondió Laura sin mucha convicción.
– Bájate los pantalones y apoya los codos en la camilla.
Laura obedeció.
– Un poco más abajo. No te de vergüenza.
La mujer se ruborizó doblemente. No le gustaba que la regañasen ni que pensasen que era demasiado puritana.
– ¿Así está bien? – dijo descubriendo todo el trasero.
– Perfectooo – contestó Manuel frotando la nalga derecha con el algodón humedecido.
– ¿Lista?
Antes de que Laura respondiese notó el picotazo. Luego el líquido entrando con dificultad.
– Relaja el culete.
– Una cosa es decirlo y otra hacerlo. – se quejó mientras aguantaba el tipo.
– Ya está. ¿Qué tal?
Laura, sin saber muy bien el motivo, golpeó en el brazo al hombre.
– ¿Qué tal? Ya ves, con medio culo dormido. Cojeando.
Manuel la miró divertido, lo que indignó más a la paciente.
– ¿Qué quieres?
– ¿Y tú?
Manuel respondió con sinceridad.
– Te besaría aquí mismo. Pero estás malita.
Laura fue a quejarse pero…
– El sábado estoy libre. Si quieres puedes venir a mi casa y… – acabó diciendo.
– y jugamos a médicos y enfermeras
Laura sonrió.