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La masajista (Capitulo 2): El estudio
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Un pequeño departamento de dos ambientes en Belgrano iba a oficiar de “estudio”. Era de mi propiedad, y tenía más de uno que había comprado como inversión para alquilar. Ese estaba desocupado y publicado, y lo retiré del mercado para esta aventura. Pequeño, pero ideal. Era al contrafrente y sus ventanas daban a un patio interno, no era muy luminoso, y su puerta si bien daba al palier de acceso común con otros departamentos de esa planta, estaba apartada y al fondo de un pasillo. En definitiva, discreto. En la sala se ubicaron luces y difusores, una lona blanca para fondo infinito y algún mínimo mobiliario: una banqueta redonda, y una silla. Todo sería minimalista, no habría espacio para escenarios, al menos al principio. Si en cambio pusimos en el único dormitorio un sofá cama. Eventualmente serviría allí, o moviéndolo a la sala. También en esa habitación colocamos un pequeño escritorio, como para trabajar con alguna notebook de manera de descargar el crudo de las cámaras. Y solo eso, la edición la haría en mi casa con una estación de trabajo poderosa que yo tenía. Mi Nikon D2X era cámara más que suficiente el proyecto, pero debimos comprar una de video de mejores características, ya que la que tenía era muy hogareña.

Nos llevó un par de semanas poner todo eso en orden mas los detalles y amenidades. También le enseñe a Juli principios básicos de fotografía y practicaba bastante con la videocámara. Hicimos algunos posteos en ciertos foros que yo conocía, en los cuales se intercambia pornografía y demás. “Modelos masculinos 18-21 años para fotografía erótica softcore hetero – NO porno.” O algo por el estilo, y pedíamos enviar foto de rostro y de cuerpo entero en ropa interior y demás datos de rigor a una dirección de mail que levantamos al efecto. Como era de esperar, llovieron respuestas, las cuales fuimos filtrando. Pero nos llevó unos cuantos días, ya que el tiempo que le dedicábamos era a la tarde, antes de ir nuestras casas. Que nos quedaban cerca de ambos, ya que como supe en esos días, Juli alquilaba también en el barrio. El departamento del centro era solo para trabajar.

Y por supuesto quedaba el tema de la chica. Juli propuso no innovar y empezar con Majo, la amiga que protagonizó la anécdota que desató todo esto. Le contó brevemente por teléfono y arregló que pasara por el estudio el siguiente viernes a las ocho de la noche, para charlar en detalle y aparte para conocerme. Ese día, me fui relativamente temprano de la oficina, y a las cinco ya estaba revisando los correos de los candidatos, y haciendo una primera preselección. Llegó Juli un rato más tarde y en una hora ya nos habíamos decidido por dos pibes, y les escribimos para tratar de entrevistarlos la siguiente semana. De uno en particular, a Juli no se le pasó el detalle del bulto en el calzoncillo. “O se puso una media, o está muy bien dotado” opinó.

– Tenés pinta de cansado – me dice Juli, apoyando sus manos en mis hombros. Estaba de pie detrás de mí, mientras yo terminaba de enviar los correos de los candidatos sentado en el pequeño escritorio. – y hace más de dos semanas que no tomás masajes. Pensaba que me “engañabas” con otra, sintiendo tu contractura veo que no.

– Mucho estrés Juli. Es el karma de hacer empresa en este país. Fue una semana de locos. Esta huevada que estamos haciendo me pone la cabeza en otro lado, al menos. Como cualquier cosa que te sube la libido, tiende a abstraerte.

– Bueno, ahora es buen momento para unos masajes entonces. Todavía falta para que llegue Majo.

– ¿Sí? No tenés ni crema acá.

– Error. Ponele que yo también te tendí una trampa. Vení.

En el placard, que había estado acumulando cosas de manera desordenada, Juli me mostró unos elementos que había dejado sin que yo lo notara. Extendió en el piso de la sala una colchoneta fina y amplia, la cubrió con una sábana y alguna toalla, y preparó una serie de frascos de aceite que no le había visto antes.

– ¡Que producción! ¿Y esto?

– Dale, en bolas y boca abajo – ordenó mientas se sacaba su jean y su remerita sin mangas. – tatami se llama. Pero voy a probar algo que no hice nunca. Espero que me salga bien.

– Que sería… – inquirí mientras me recostaba ya desnudo.

– “Body Massage”

Puta que sonaba bien. Puso música bajita en su iPod con unos parlantitos. Jazz cantado por una voz femenina, muy tranquilo.

– ¿Diana Krall?

– Shhh. Silencio. Vos no podés hablar hasta que yo te diga. Relajate y poné la mente en blanco.

“Mierda” – pensé – “¿Juli me va a hacer masajes en silencio? Esto si que es raro”. Ya desnuda, comenzó sus masajes por mis pies y pantorrillas, con abundante aceite, arrodillada atrás mío. Siguió a mis muslos y mis nalgas, para lo cual seguía de rodillas, pero ahora con mi pierna derecha entre las suyas, con lo cual ocasionalmente rozaba su entrepierna en mi tobillo. Roces furtivos que, como dije antes, me erotizaban. Pero el contacto piel a piel se volvió mas intenso cuando se acomodó a horcajadas sobre mi cola, para trabajarme la espalda, magnificado por la sensación resbalosa que proporcionaba el aceite denso que estaba usando en cantidades abundantes. Sus manos recorrieron mi espalda con habilidad y fuerza. Me hizo cruzar alternativamente mis brazos en la espalda, levantado el hombro correspondiente hacia atrás con fuerza para elongarme. Como si fuera con una toma de lucha libre. Su cuerpo desnudo, se quedaba con parte del aceite que había volcado en el mío, convirtiendo el proceso en una extraña combinación de terapia descontracturante y caricia sensual.

Se sentó frente a mi cabeza en posición de loto, y me masajeó las sienes con sus dedos, luego mi cabeza, mi cuello y mis hombros. Estiró sus piernas, y mis brazos por sobre ellas, como si estuviera en una brazada de natación estilo mariposa, para trabajar mis antebrazos y estirar mis brazos hacia arriba. Mi cabeza a pocos centímetros de su entrepierna. Mas nada intenté, seguí centrado en esa sensualidad egoísta, que me era entregada sin expectativas de retribución.

Volvió mis brazos a los lados de mi cuerpo, se puso de rodillas e hizo una pausa. Larga. Interminable. En silencio se agachó, y apoyándose sobre sus manos comenzó con sutileza extrema a acariciarme los omóplatos con la punta de sus cabellos largos. A ellos pronto sumó sus pezones, apenas rozando mi piel. Separó mis piernas, y desde allí repitió lo mismo desde mis nalgas y subiendo hasta mi espalda, para quedar finalmente recostada sobre mí, masajeándome con todo su cuerpo desnudo, y resbaloso. Sus tetas sobre mi espalda, su pelvis contra mi cola, y su boca, respirando sobre mi oreja.

– Boca arriba. – únicas dos palabras que dijo cuando se incorporó.

Se arrodilló de nuevo entre mis piernas separada y esparció una buena cantidad de su producto en mi vientre, mi pija y mis huevos. Con sus manos, que evitaron mi verga erecta como nunca, esparció el de mi abdomen. Siguió con los músculos de mi pecho y se fue estirando hasta quedar, como antes, con su cuerpo sobre el mío. No intentó besarme. No intenté besarla. Sus pechos frotaban mi pecho. Su vientre, mi pene. Se movió hacia adelante y abrió sus piernas por fuera de las mías, y con su concha terminó de untarme el líquido, moviendo su pelvis adelante ya hacia atrás. Sin siquiera tocarla con sus manos, comenzó a jugar con ella. Alternativamente conseguía que quedara con el glande hacia su ano, y luego la haría de nuevo descansar en mi vientre para frotarla desde arriba.

No sé bien en que momento me hizo entrar en ella. Tal era mi confusión sensorial en ese torbellino oleoso, suave y cálido. Y mi entrega, a lo que Juli dispusiera para mi goce, era completa. Los movimientos de sus caderas eran lentos y sinuosos. Sensuales. Su vagina sostenía mi verga mejor que mi propia mano. La estimulaba con mas destreza, cambiando cadencia y profundidad. Me acercaba al borde, y luego me hacía retroceder. Solo cuando quiso, y supo que había madurado el orgasmo mas intenso de mi vida, me dejó pasar al éxtasis. Mi cuerpo bajo ella vibró y tembló largos segundos. La pelvis empujando fuerte hacia arriba. Hacia el punto nodal en el cual mis entrañas derramaban lo que su mandato más primitivo indicaba y premiaba con el soberbio placer que sentía.

Luego silencio en la penumbra.

¡Ring! – Sonó el timbre de la puerta.

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