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La masajista (Capítulo I): Socios
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Juli trabajaba con el pseudónimo de Xiomara. Hacía masajes con final feliz en un departamento de Marcelo T. de Alvear, casi Callao, en el cual trabajaba sola. Se la veía linda en las fotos de la publicación. Flaca y alta, de buen cuerpo, tetas medianas y lindo culo. Decoraba su pelo largo castaño con reflejos claros. Como era habitual, no mostraba su rostro en el aviso, y me sorprendió lo linda que era cuando la conocí personalmente. Tenía entonces 28 años, ninguna novata, y una personalidad extrovertida y simpática.

– Un poco caro – le digo durante mi durante mi primer llamado telefónico.

– En el precio incluyo el oral, que es lo máximo que hago.

Esta modalidad del viejo oficio se había puesto de moda en los tempranos dos miles. Su trasfondo de prostitución baja en calorías creaba un ambiente más seguro las chicas, siempre en términos relativos, claro, y muchas optaban por esto. Y muchas también, aprendían a hacer masajes de verdad, los cuales yo disfrutaba.

Juli era de esas. Sus masajes eran buenos, y los hacía en tanga, cosa que me erotizaba. La mamada también, aunque la hacía sobre la camilla arrodillada entre mis piernas separadas. Un truco común entre las masajistas, ya que dejaba su cuerpo fuera del alcance de tus manos durante el trámite. El único problema es que hablaba bastante. Quizás demasiado. Muy gracioso resultó en la primera visita cuando ya me la estaba chupando y atinó a contestarme una pregunta con mi pija en su boca. “¡No se habla con la boca llena!” Le digo, y a ambos nos dio un ataque de risa. Me cerraba para mi rutina de relax semanal, repetí una segunda vez, y en una tercera me dice durante los masajes que ese día me tenía una sorpresa. Terminados los masajes me coloca el preservativo como era habitual, y me empieza a chupar. Cuando estaba bien dura interrumpe la mamada, se baja de la camilla, y me dice sorpresivamente "parate". Obedecí. Sin mucho prolegómeno dejo caer su tanga, me tomo la verga con la mano, se puso entre mi persona y la camilla, se inclinó sobre esta y apoyo mi glande en su entrada. Inmóvil en mi sorpresa, y fue ella quien empujo su cola hacia atrás y se penetró. Para cuando terminé de reaccionar ya estaba bombeando instintivamente.

– Tranquilo, es la misma tarifa. Solo que lo hago con quienes ya vinieron algunas veces y me caen bien.

Lo increíble es que no emitía ni un suspiro, y hablaba normal (si, seguíamos hablando), sin siquiera respirar agitada. Como si estuviera charlando en un café, más que cogiendo. Trate de estimularla de alguna forma, le acaricie su espalda, le sobé las tetas desde atrás. Pero nada. Y eso que sabía coger. Se movía bien, arqueaba la espalda para facilitar la penetración más cómoda y profunda, y alternaba movimientos de perreo con sus nalgas, con contracciones de sus músculos pélvicos estrujando suave y ocasionalmente mi verga. Casi como con un cronómetro, me hizo explotar justo cuando se acababa mi turno. Todo mientras continuábamos nuestra amena conversación.

Me hice un regular, y hacíamos la misma rutina con monotonía. Solo le pedí que se sacara la tanga de entrada. Hay algo que me erotizaba en especial de los masajes, y es que si uno ubicaba bien las manos en los bordes de la camilla, había momentos que la masajista tenía que apoyar su pelvis sobre ellas, para alcanzar bien tu espalda. La tontería de esos roces furtivos en una situación de relajación, por alguna razón me excitaba. El contacto con la tela de la tanga estaba OK, pero con la piel de su conchita depilada, mucho mejor.

Las conversaciones eran muy lindas, y pronto desarrollamos cierta relación, y nos contábamos cosas más íntimas.

– Xiomara… – comencé a preguntar en una ocasión

– Juli. Por Juliana. – me interrumpe.

Le confesé mis frustraciones por no conseguir pareja a los 38, mi timidez y mi dificultad en el levante con mi apariencia “techie”. De estatura mediana, algo excedido de peso, el gimnasio y el deporte no eran lo mío y se notaba en mi físico. Era amante de la música clásica y del modelismo naval, dos pasiones no precisamente útiles para ayudar en la seducción. Creo que mi único punto a favor era que no era pelado. Pero tenía un excelente pasar económico. Era empresario en sistemas, tenía dos empresas y me iba muy bien. También le confesé si bien el dinero no era un problema, las putas de alguna manera me intimidaban y que me sentía más cómodo con los masajes o simplemente con mi mano y pornografía

– ¡Como si yo no fuera puta! – exclamó.

Bueno, sí, la psique humana es compleja… Sin vergüenza le expliqué que lo de la intimidación en cuestión se trataba de que pasar directamente “a los bifes” con una persona que conociste dos minutos antes y solo saludaste, había hecho que mi amigo no quisiera funcionar en más de una oportunidad.

Me contó que ella eligió quedarse en los masajes, y que muchas chicas solo empiezan por ahí porque es la parte más tranquila del rubro. Principalmente porque el sistema les permite decidir si coger con un cliente por un “adicional” o sencillamente no ofrecer ninguna opción extra en el “menú”, terminar la sesión con la paja incluida y nada más. Muchas, me explicó, luego se hacen prostitutas tradicionales. Por más dinero, sí, pero muchas veces por presión. “Cuando arrancás,” me contaba, “hay lugares que tienen muchos gabinetes de masajes como si fueran cubículos de oficina y te los alquilan por hora – alguno habrás conocido – pero en varios casos los dueños son en realidad proxenetas, y te entran a perseguir para que labures para ellos de puta común. Lo ven como una suerte de rubro introductorio para las chicas.” Pero Juli había decidido ponerse por su cuenta, pudo alquilar el departamento donde estábamos y continuar de esa manera, buscando una clientela estable y tranquila.

– ¿Que porno mirás? – Me manda una vez.

– De todo, pero lo que más me gusta es la fotografía. De hecho, la fotografía en general es uno de mis hobbies. ¿A vos te gusta el porno?

– Si, un poco más los videos, pero sí.

Ese día volví a mi tema de conversación preferido, que eran las anécdotas con sus clientes.

– ¿Alguna vez desvirgaste a un pibe? Digo acá, no afuera.

– Si acá, y solo acá, no hace mucho. Vino un pendejo, medio nerd, dijo que tenía 18. Temblaba como una hoja, le hice los masajes y apenas se relajó. Cuando le indiqué de acostarse boca arriba ya estaba duro como el resto de su cuerpo. Se vino enseguida en mi boca. No le pregunte nada y se fue. Pero volvió a los pocos días. Igual de nervioso. Igual de duro. Le calzo el forro, amago a chuparlo y lo confronto: vos no cogiste nunca, ¿no? – se puso como un tomate y me dijo: nnn-no. Le digo: veni, parate, vas a coger. Y como ya te imaginás, lo tenía adentro antes que entendiera bien que pasaba. El pibe acabo ni bien me penetró, pero no dijo nada y me siguió bombeando, seguía duro como al principio, obvio. Y no demoró mucho para el segundo. Cuando se estaba vistiendo antes de que se cierre el jean, le meto la mano en la verga por sorpresa. Estaba al palo. “¿Por qué venís acá?” Le pregunto. “Vos lo que necesitas es una buena puta que te saque tres polvos al hilo, no masajes.” Y le paso el teléfono de una amiga que trabaja y que le ratonean los pendejos. Mas tarde la mina me cuenta que se lo había cepillado de corrido toda la hora. Y que había vuelto dos veces más en la misma semana. Medio que me arrepentí. Era buen cliente.

Así era Juli. Hablaba hasta por los codos. Otro día volvimos un poco al tema del porno, y nos entretuvimos con mi fantasía de hacer un sitio de esos si es que encontraba un nicho interesante, ya que había montones. Un poco más tarde cuando ya estábamos cogiendo en nuestra monótona y única posición, decidí intentar averiguar lo que más me inquietaba de Juli.

– ¿Te puedo hacer una pregunta íntima?

– ¿Más íntima? – ríe.

– ¿Nunca se te mueve un pelo? – dejo de bombear, como para poner énfasis.

– No entiendo – dice girando la cabeza y mirándome a los ojos.

– Claro, no te digo que acabes a los gritos, pero por muy profesional que fuera cualquier chica con la que he estado, es muy difícil no sentirles mínimamente un suspiro, o la respiración más agitada cuando garchan…

– Tengo el chip fallado, Edu. – dijo melancólica mientras volvía su mirada al frente y comenzaba a frotarme con sus nalgas en movimientos circulares, casi tiernamente. – Soy… soy frígida… o algo así. Quizás onanista. Solo me excito cuando estoy sola y me pajeo. No solo es mi única forma de acabar, sino también de calentarme. Soy irremediablemente fiel a mis dedos.

– ¿Por eso te gusta el porno?

– Si. O sea, no me entiendas mal, me gusta coger, me siento bien cuando cojo, cuando siento la piel del otro. Pero solo que no hay “fuegos artificiales”. Nosotros porque estamos con el lubricante del forro, pero si estuviéramos a pelo, estarías incómodo como mínimo. Y yo también. Lo habré hecho tres veces sin preservativo, de chica con un pibe que quería, y que me dejo por eso. Porque ni siquiera me mojaba.

– Y no probaste terapia? Tiene que ser de la cabeza. Si masturbándote funcionas…

– Si, puede ser… no, nunca me animé.

La agarré de las tetas y la incorporé hacia mí. Pero más por las ganas de abrazarla y darle un beso en su cabeza. Se movió un minuto más con su gracia sublime y me hizo acabar.

Días más tarde cuando vuelvo a estar con ella, y ya se había arrodillado entre mis piernas y se aprestaba aponerme el preservativo; le comento una idea que me daba vueltas.

– Se me ocurrió un nicho para un sitio porno. – me miro con intriga sosteniendo mi verga rígida en su mano. – chicos debutantes. Se me prendió la lamparita con tu historia del virgen.

– ¡Es genial. ¡No hay de eso! ¿Ves porque vos sos un tipo de guita y yo una chica pobre? Pero debe ser difícil conseguir pibes vírgenes mayores de edad. Y que se les pare frente a una cámara. Y aparte ¿cómo sabes que no la puso?

– Perfiles nerd. Si la pusieron o no, no importa. Si son tímidos e inexpertos va igual. Licencia poética del sitio.

– Si pones alguna suerte de aviso te van a aparecer 500 millones. Y sigue estando el tema de que tienen que poder con las luces, las cámaras y la gente filmando.

– Hay que pensarlo bien. Quizás alguna cosa con alguna suerte de simulación. Como que piensen que es una sesión de softcore, por ejemplo.

– ¡Buena! y la modelo, si el pibe se le para, como espontáneamente y de caliente se pasa la de la raya y se la manda adentro.

– ¡Genia! Así entonces: el pibe viene para una sesión de fotos softcore, que no es lo principal para nosotros, aunque después también nos sirva. El video lo filmas vos tipo “backstage”. La chica lo estimula hasta ponerlo al palo en poses calientes de sexo simulado. Luego el fotógrafo, o sea yo, pide una pausa por la pelotudez que sea, y nuestra amiga, como por calentura, se lo monta de verdad mientras vos seguís filmando.

– ¿Yo? – caí en cuenta de que en mi entusiasmo, la había subido a mi proyecto… No hay mal que por bien no venga.

– Bueno…. No sé. Es para hacer en ratos libres, al menos míos. Y tengo ganas de poner una moneda en eso a ver si anda… Estaría bueno si te prendés. Claro que no solo por amor al arte. Si funciona y da guita… ¿Te va?

– ¡Me re-va!

Conversamos largo rato sobre los detalles, absortos. Casi sin darnos cuenta durante todo este tiempo ella seguía pajeando muy suavemente mi verga, que no había perdido la dureza. Mas por lo que me erotizaba el proyecto que por el estímulo de su mano. También se había sentado en el lugar, estirando sus largas piernas y acomodando sus pies a los costados de mi pecho, cuando la duración de la charla le pidió estar más cómoda. Su mano izquierda la tenía en su concha, y por un instante hubiera jurado que se pajeaba. En un punto hicimos silencio, miró mi verga.

– ¡Nos olvidamos de tu amigo! – dijo, y reímos. Con el índice empezó a untar mi glande con el abundante liquido preseminal me había salido. Me estrujo hacia arriba y salió aún más. – que linda lubricación Edu….

Sin decir nada, torció un poco mi pene hacia abajo y levantó la pelvis. Se acarició suavemente la concha con mi glande. Luego se puso en cuclillas sobre mí, y empujo muy despacio la cabeza dentro. Entro quizás un centímetro, pero se sentía seca y molestaba. Se levantó un poco, volvió a intentarlo y luego si, mi glande entro completo. Repitiendo eso varias veces y muy de a poco, sus ojos cerrados y respirando hondo, ella pudo agregar algo de flujo y entrarla hasta el fondo.

– Gracias por no empujar como una bestia. – dijo mirándome a los ojos.

Se inclinó sobre mí y me beso la boca con los labios cerrados. Se recostó sobre mi pecho, y le comencé a acariciar la espalda y la cola muy suavemente, con erotismo.

– Vos te lo mereces. – recién ahí respondí.

– No te entusiasmes. No voy a acabar.

– Yo sí. ¿Todo bien si es adentro?

– Si.

Se incorporó a horcajadas y comenzó a cogerme a caballito, con los movimientos de cadera más sensuales que haya visto. No eran rápidos, ni fuertes, ni apasionados, pero si muy sensuales.

Pocos minutos y acabé en su interior. Se levanto un poco y saco mi verga, y su vagina chorreó algo de mi acabada. Luego, volvió a penetrarse, ya más fácilmente por mi semen, y volvió a sacarla entera. Esto lo repitió unas cinco o seis veces, hasta que mi rigidez remanente no le permitió seguir.

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