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La hermana de mi amigo (I)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Ana tiene cuatro años menos que yo, es la hermana menor de uno de mis mejores amigos. Hace unos cinco años atrás tuvimos una pequeña aventura, si es que se le puede llamar así a dos oportunidades en donde sólo nos besamos, luego de eso nada prosperó y seguimos encontrándonos en diferentes eventos sociales, siempre manteniendo la buena onda y cordialidad. Hoy en día yo llevo tres años de relación con mi pareja, mientras Ana tuvo diferentes parejas durante ese tiempo.

Un par de meses atrás, Ana y yo nos reencontramos en la casa de campo de mi amigo. Fuimos un grupo de cuatro compañeros del colegio con la intención de desconectarnos, por lo cual nuestras principales provisiones fueron alcohol, marihuana y hongos alucinógenos. No esperaba encontrarme con Ana (hoy de 27 y yo de 31 años) por lo que su llegada me causó sorpresa y también mucho gusto, ya que otorgaba un cambio en la dinámica en un grupo de solo hombres.

Tal vez fueron las sustancias ingeridas, pero en un momento de la noche, la música que ambientaba la velada, se convirtió en música para bailar en grupo, sin embargo, no podía evitar sentir que Ana se acercaba cada vez más a mí, me miraba y se reía coquetamente. Mi confirmación llegaría cerca de las cinco de la madrugada, cuando Ana y yo estuvimos solos unos minutos y me confesó sin tapujos que al estar bailando había sentido una gran atracción hacia mí y quería concretar “algo”. Aproveché el momento para también confesarme, decirle que era recíproco y, a la vez, complejo, por mi situación sentimental. A pesar de que el momento de confianza entre los dos dio paso a un coqueteo solapado y oculto de los otros participantes, todo quedó ahí, hasta ese entonces.

Dos días después recibí un mensaje de Ana, contándome que no ha dejado de pensar en mí y que no le importa ser “la otra”. Me hice el desentendido y le pedí que me explicara qué significaba todo eso. Me dijo que había quedado con ganas de mí, que hace tiempo no le pasaba y necesitaba concretar todo lo que en su mente se imaginaba. Quise ahondar en esos pensamientos y esta indagación resultó en días de conversaciones que, paulatinamente, iban subiendo de tono. Entre las promesas de mordiscos, besos mojados, fuertes agarres de cadera y embestiduras, surgió la fecha, hora y lugar para hacer todo realidad.

Llegado el día toque a su puerta, nos saludamos un poco nerviosos, destapamos un par de cervezas y sentados en su cama hablamos de nimiedades, dilatando lo inevitable, sin saber cómo comenzar. Tomé valor, la interrumpí y le dije “quiero hacer algo que siento necesario para romper el hielo”, tomé suave pero firmemente su cara con mis manos y la besé, primero lento, delicado, aumentando poco a poco la intensidad, moviendo mi mano derecha hacia su nuca, jugando de a poco con nuestras lenguas hasta llegar a la desesperación y finalizando con un mordisco en su labio inferior y un par de besos en su cuello. Al reincorporarme nos miramos y, en menos de un segundo, me devolvió el beso, un beso húmedo, caliente, apretado, desesperado, que nos llevó a acostarnos en la cama, yo encima de ella, agonizando de una calentura gestada días atrás. Sin perder el tiempo comencé a tocarla descaradamente, mientras acomodaba mi evidente erección entre sus piernas, presionando cada vez con más fuerza. Con una de mis manos fui aventurándome debajo de su polera y, gratamente sorprendido, sólo me encontré con su piel suave, tibia y sus exquisitos y firmes senos que carecían de sostenes que los cubrieran. Con una lujuria en aumento debido a este último descubrimiento, me apresuré a sacarle su polera, comencé a besar su cuello y fui bajando hasta encontrarme con sus pezones duros y erectos. Me quedé ahí un buen rato, besando, lamiendo, mordiendo, hasta que las expresiones de placer de Ana eran cada vez más evidentes. Entonces, seguí bajando recorriendo su vientre con mi boca, hasta que topé con sus pantalones, los que raudamente retiré para que no me estorbaran, dando paso a una pieza de ropa interior minúscula, con detalles de encaje y de un color magenta que contrastaba de hermosa manera con su piel color mate. Este último detallé terminó por enviar toda la poca sangre que aún circulaba por el resto de mi cuerpo hacia mi pene. Sentí la tentación de sacarle todo, despojarme de mi ropa y penetrarla de inmediato, pero quería que ese paso se dilatara lo más posible y me concentré en disfrutar la escena ¿cómo desaprovechar tan perfecto cuerpo luciendo tan excitante prenda? Me levanté para sacarme la ropa y quedar en igualdad de condiciones. Mi pene duro casi salía por un costado del bóxer. Volví a acostarme encima de Ana, esta vez rozando nuestras entrepiernas como preámbulo a lo que vendría después. Quería seguir maravillado por lo bien que lucía Ana en ropa interior, así que le pedí que se acostara boca abajo, me quité la ropa interior y, mientras besaba su espalda, frotaba mi pene entre sus piernas y su culo, lo que calentó notoriamente a Ana y aceleró su respiración. Luego de un par de minutos así, se dio vuelta, me besó nuevamente y me pidió que le sacara la ropa interior. Quise obedecer de inmediato, pero preferí volver a probar su cuerpo con mi boca hasta llegar a la prenda en cuestión, la cual comencé a mover usando mis dientes, mientras acercaba mis labios y lengua a las partes que iban quedando descubiertas.

Finalmente quedamos desnudos los dos y, en un gesto de invitación, abrió sus piernas y con sus ojos entreabiertos me susurró “ven”. Me abalancé encima de ella en un beso que denotara la calentura que me embargaba, permitiéndole sentir ni erección, sin hacer intento de entrar. Quería que desesperadamente me implorara que la penetrara, por lo mismo, me detuve y comencé a jugar con mi pene pasando el glande suavemente sobre sus labios vaginales y luego en su clítoris, el cual fui masajeando de a poco y cada vez con más fuerza. En ese punto mi pene ya se encontraba muy mojado, y con esos masajes, la vagina de Ana rápidamente se fue empapando, hasta que en un momento fue a agarrar mi pene y yo, juguetonamente, le dije “aún no”. Su única respuesta fue un “¿ah sí?” que derivó en un rápido movimiento donde se acomodó para comenzar a hacerme sexo oral, el sexo oral más rico que me habían hecho hasta ese momento en la vida. Me besó, lamió, masturbó y acarició como queriendo hacerme acabar y creo que notó la efectividad de sus acciones, porque cuando se detuvo me dijo “quiero que te vayas dentro mío” ¿Cómo negarme luego de tan placentera confesión? Coloqué la punta de mi pene en la entrada de su vagina, me acomodé encima de ella y la penetré firme y profundamente y esa primera embestida la coroné con un beso desesperado, como queriendo devorarme su boca y mientras seguía penetrándola lenta pero profundamente no dejé de besarla. Qué exquisitez más grande fue estar dentro de Ana, su vagina empapada y estrecha se sentía como estar en el cielo y sus gemidos, primero ahogados y luego libres y escandalosos, me invitaban a llenarla de semen, pero quería hacerla acabar, quería que disfrutara tanto o más de lo que yo estaba disfrutando. Se me hizo casi imposible mantener un ritmo lento y comencé a entrar más fuerte y aún más profundo, hasta que en un momento, casi sin aliento, me pidió que se lo metiera bruscamente y hasta fondo y dejará mi pene ahí. Por supuesto que obedecí y añadí un mordisco de uno de sus pezones. Su respuesta fue una serie de espasmos de su cuerpo acompañados por un gemido exquisito y sus manos enterradas en mi espalda.

Gocé su orgasmo casi como si hubiese sido mío, pero yo no había eyaculado, así que le pedí que me montara. Ana ni siquiera titubeó y se subió a mi pene, mientras yo disfrutaba la escena. Ver su cuerpo esbelto, su piel hermosa, sus senos y sus piernas meciéndose encima de mí me tenían en éxtasis. No sabía donde dejar mis manos, quería poseerla por completo, tocarla entera. Me incliné hacia ella para morderle sus pezones, sus ricos pezones que seguían firmes y duros. Después la atraje hacia mí para besarla. Pude darme cuenta que nuestros besos mientras la penetraba nos calentaban mucho más, ayudaban a llegar al orgasmo, así que la tomé firme de sus piernas y cadera, comencé a subir aún más mi entrepierna y la besé, la mordí, la miré de cerca a los ojos y le dije “vámonos juntos, avísame cuando pueda acabar”, así pasó menos de un minuto cuando escuché entre gemidos “¡ahora!”. Sentí como si litros de semen fueron expulsados desde mi pene hasta la vagina de Ana, quien al sentir el líquido caliente en sus entrañas expresó deliciosamente “¡qué delicia!”

La noche acabó en un par de horas más, horas que aprovechamos al máximo haciéndolo tantas veces como nuestros cuerpos lo permitieron. Sabíamos que era un juego, lo que desconocíamos, es que era un juego que nos iba a llevar a tener el mejor sexo de nuestras vidas y que se repetiría, por lo menos tres veces más.

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