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Tiempo de lectura: 4 minutos

Debo hacer una confesión.

Una de mis amigas después de un largo y tormentoso matrimonio, por fin logró separarse.

Estuvo casada mucho tiempo, fue madre de muy joven, en fin, su vida de casada, desde temprana edad, fue una vida llena de preocupaciones, responsabilidades, hijos…

Cuando por fin tomó coraje y valor, alquiló una casa y se mudó con sus hijos a una nueva ciudad.

Por primera vez en muchos años se sentía libre y estaba dispuesta a todo.

Me llamó por teléfono como todos los días, pero esta vez me pidió ayuda con la mudanza.

Sin dudarlo, después de organizar mis labores y responsabilidades viajé esa misma noche.

Nuestro reencuentro fue mágico, muy emotivo. Con ella hacía más de tres años que no podíamos abrazarnos, la distancia y su esposo lo impedían.

Libre de ataduras y prejuicios estaba decidida a divertirse y quería compartir ese momento conmigo.

Llegué a la ciudad de destino. Acomode como pude, mis cosas, reinaba el caos en la casa. Muebles en la mitad de las habitaciones, cajas con adornos, con vajilla, libros. Bolsas con ropa, juguetes, electrodomésticos. El camión de la mudanza había llegado hacía ya un buen rato pero el orden aun no aparecía.

Nosotras no podíamos dejar de abrazarnos, nos habíamos extrañado mucho, pero también sabíamos que estábamos a salvo. Nueva ciudad, nueva vida, nuevas aventuras.

Ordenamos y reacomodamos la casa durante todo ese día y parte del día siguiente.

Al terminar con la mudanza, nos duchamos, nos pusimos lindas, y salimos a festejar a un bar céntrico en la nueva ciudad.

Éramos como turistas, recién llegados, nadie nos conocía. Mi amiga hacía muchos años que no disfrutaba de un trago en un bar, pues su ex esposo era bastante aburrido, además de abusivo, celoso y mala vibra entre otras cosas.

Era viernes, estaba ya entrada la madrugada, el bar estaba repleto de gente y nosotras reíamos sin parar, estábamos felices por la nueva soltería de mi amiga.

Desde la barra dos muchachos no dejaban de mirarnos y propinarnos sonrisas.

En un momento de la noche nos llegan a nuestra mesa, dos tragos que nosotras no habíamos pedido, desconcertadas miramos hacia la barra y allí estaban más sonrientes aún, los dos muchachos esperando nuestra invitación a sentarse a nuestro lado, en agradecimiento por los tragos.

Obvio que no los invitamos y pasamos nuestra noche sentadas solas, mirando a muchachos, poniéndonos al día con la charla y tomando.

Al momento de retirarnos del lugar, mi amiga, pícara, les agradece por los tragos, por lo que los dos muchachos que habían estado toda la noche tratando de conquistarnos por fin se animaron y se acercaron.

Se llamaban Matías y Juan.

Mati, rubio, pícaro y simpático camino a mi lado hasta el auto.

Al llegar al estacionamiento nos recostamos en su auto.

Mientras hablábamos para conocernos mejor veo que mi amiga se recuesta en el asiento trasero del auto, con Juan, su conquista.

Rápidamente los veo besarse y tocarse en la parte trasera del auto. Ella estaba dispuesta a todo esa noche.

Con Mati nos divertía verlos tan apasionados, pero también nos excitamos viéndolos.

Pronto la temperatura de nuestros amigos subió al nivel de gemidos, Mati, incómodo por la situación, mientras manejaba me propone alejarnos un poco del auto para tener un poco más de intimidad.

Nos ubicamos con el auto debajo de unos árboles que con sus copas unidas simulaban una cueva.

Casi de inmediato comenzamos a besarnos, súper apasionado, teníamos muchas ganas de sexo, ambos y los sonidos que salían de la parte trasera del auto solo aumentaban nuestras ganas.

Era tan intenso, pasional y rápido todo que casi sin darme cuenta estaba sentada sobre su pene, cabalgando sobre él, compartiendo miradas con mi amiga, que hacía lo mismo en el asiento de atrás del auto.

-Vamos a otro lado?- propuse.

Acomodando nuestras ropas, pero sin dejar de tocarnos y besarnos nos apoyamos en el capot del auto.

Con su ayuda quite mi ropa interior, con la misma pasión, sujetó mis caderas y comenzó a practicarme sexo oral.

Yo estaba perdida de placer!! Era una aventura sexual que nunca había pensado en vivir, pero me encanta romper las reglas. Era muy excitante estar sobre el capot del auto de un desconocido, compartiendo la noche con mi amiga que estaba cogiendo dentro del auto, festejando su divorcio.

Mati era muy lujurioso, su lengua recorría mi vagina, sus manos sujetaban mis caderas y las mías su cabeza.

Cuando llego al orgasmo, Mati, que me tenía sujeta de las caderas me arrastra hasta el borde del auto y comienza a penetrarme mientras llevo sus manos a mis pechos para que los apriete como lo había hecho con mis caderas.

Bajo del capot y propongo recostarnos contra uno de los árboles del lugar.

Seguimos jugando con nuestros cuerpos y comenzó a penetrarme mientras besaba mi espalda, yo apoyaba mis manos sobre el árbol y escuchaba sus gemidos en mis oídos y los gemidos de mi amiga y su conquista en el auto.

Sentía su pene duro penetrarme y por mi mente solo pasaba la idea de probarlo con mi boca.

Me coloqué de rodillas frente a él y comencé a practicarle sexo oral. Estaba realmente duro, y yo realmente caliente. Con mis manos apretaba sus nalgas, con mi boca saboree su pene, su semen.

Escuchaba el placer, los gemidos y sonidos que generaba en él.

Me pongo de pie y le digo que aún no terminamos, apoyando mis manos sobre la ventanilla de la parte trasera del auto, le entrego mi culo, dilatado, lubricado por la excitación, para que termine en mí.

Las miradas de placer de los cuatro se cruzaron en ese momento, llegando nuevamente al orgasmo, puedo recordar ese momento de placer donde las miradas se cruzaban y se perdían, donde los espasmos del orgasmo movían nuestros cuerpos casi al unísono, donde los gemidos y jadeos eran compartidos.

Recuerdo las sensaciones, la humedad de los cuerpos.

Al recuperar el aliento, nos reencontramos con mi amiga, volvimos a su nueva casa y juramos no contar esta historia, juramos no volver a ver a estos muchachos. La aventura había sido extrema y nadie debía enterarse.

Pero la vida es humorista, y como le gusta reírse de nosotros, nos preparó una sorpresa, dos días después de esa noche de pasión y lujuria compartimos un almuerzo familiar en la casa de la abuela de mi amiga organizado para recibir a la nueva divorciada y a su amiga (o sea nosotras) y al presentarnos a toda la familia, encontramos a Juan y Matías sentados en un rincón, al lado de sus esposas.

Nunca nos dijeron que estaban casados, y menos que eran los maridos de las primas que mi amiga hacía muchos años que no veía.

Es nuestro secreto. Esta es mi confesión.

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