La adaptación erótica de una de las historias de los mitos clásicos de la mitología griega.
La fiesta es grande y las personas se están divirtiendo, comían y bebían en cantidades, brindaban en honor a los novios, pero la celebración iba más allá de festejar el amor de un hombre y una mujer porque esos pequeños anillos de oro forjaban una alianza que evitaría el choque de mucho hierro. La unión de los jóvenes herederos es el contrato de paz entre las dos naciones, un acuerdo que acaba con la tensión constante y la sobra amenazante que caía sobre los ciudadanos, trayendo nuevas oportunidades de colaboración y comercio. Por esa razón es que toda la aristocracia está hoy aquí presente, la dicha se siente en el aire, la alegría inunda los salones, ríos de vino y bandejas de comida son repartidos por los sirvientes y la melodía de los instrumentos corona la cálida noche.
En medio de la juerga una mujer que llama la atención de todos entra al salón, portadora de gran belleza camina con seguridad entre los invitados, viste un quitón negro que lleva de una forma muy provocativa, dejando caer un prominente escote que revela sus hermosos pechos, con el lado abierto atado con una cuerda sobre la cadera, flojo, de forma tal que se aprecia su cintura y deja escapar su pierna en cada paso, sostenido en sus hombro por delicados prendedores de plata al igual que los adornados que sostienen su cabello oscuro y ondulado, que cae voluptuoso por su espalda hasta alcanzar su cadera. Hombres y mujeres la recorren con la vista por igual, desde los brazaletes que adornan sus finos brazos, hasta los collares también plateados que cuelgan de su cuello largo y terso.
Se acerca a una de las mesas con comida para coger la manzana más roja del lugar, le da una lenta mordida abrazándola con sus labios, pero aun así el jugo se escapa por la comisura de su boca y recorre su mejilla. Al mismo tiempo sus ojos del color del abismo, con la profundidad del cielo nocturno, se clavan directamente en los del novio en una mirada penetrante que él puede sentir por el escalofrío que recorre su espalda, su corazón que da un salto y sus palmas que se empapan, lo que provoca que la copa de bronce se le escurra entre los dedos y caiga al suelo derramando el último sorbo de vino. El sonido del metal vuelve a hacer marchar el tiempo que parecía ralentizado por la llegada de la inesperada invitada, los sirvientes inmediatamente limpian, los músicos continúan tocando y el festín retoma su alegría.
Susurros saltan de oído en oído sobre la inesperada invitada, que se pasea por el lugar solitaria sin dar importancia a las docenas de ojos que la observan. Nobles de todas las estirpes se consultan curiosos sobre la identidad de la dama, al parecer nadie está relacionado o la ha visto nunca. Su presencia imponente intimida hasta a los más atrevidos mujeriegos que ven este tipo de eventos sociales como su campo de caza, ni las arpías más venenosas osan aproximarse con sus afilados comentarios para averiguar su procedencia. Los anfitriones se ponen intranquilos por la pérdida de atención sobre su descendencia empujan a los invitados a bailar, gritan hurras a los novios e incitan que el agasajo continúe. Poco después la extraña no está más en la mente de los visitantes y todos sigue su curso.
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La noche avanza con alegría, la joven heredera conversa con otras damas sobre su rol en la política y la influencia de su opinión, su esposo aprovecha para tomar algo de aire en uno de los patios vacíos lejos de la música, algo mareado por el alcohol al que el muchacho no está acostumbrado. Apoyado sobre un cantero mira las estrellas refulgentes en el cielo despejado, sin mucha preocupación en su mente habituado a una vida de comodidad y sin necesidades. Su meditación es interrumpida por la dama de negro que se aproxima de frente, él no sabe bien de donde salió, pero aún se encuentra algo confundido, ella se detiene a un palmo de él y vuelve a asentar su poderosa mirada.
─Quería darle mis felicitaciones en persona mi señor. ─la melodía de su voz invade por completo al mozo.
─Gra… gra… gracias. ─titubea al responder consumido por los nervios. ─Le agradezco su… su presencia. Disculpe que no la reconozca… que no sepa… quiero decir, bienvenida ¿Desde dónde nos honra con su presencia?
─Bueno, siempre estuve presente en estos dos estados, sobre todo en sus relaciones. Por eso es que no podía faltar hoy y traerle mi obsequio.
─Ah, claro. Si. Tiene entonces parte en alguno de los acuerdos comerciales.
─Podría decirse que me gusta hacer negocios. Proveo cierto… servicio. ─la mujer se acerca mucho y toca al joven desde el pecho al hombro.
─Tú quie… ¿Quién eres? ─él tartamudea sin control mientras los nervios se apoderan de sus rodillas.
─Digamos que soy una hija de la noche. ─la dama le murmura al oído dejándolo sentir su aliento.─ Y vine a darle un regalo.
La mujer se separa apenas para desprender su ropaje con un sutil movimiento, las telas se precipitan al suelo y ella completamente expuesta muestra su seductora figura al joven, quien poco acostumbrado a mujeres de tal belleza se paraliza sin poder reaccionar. Ella aprovecha que no puede resistirse para apoyar su cuerpo sobre él, aprieta sus senos contra el pecho, recorre su cuello con la lengua hasta morder el lóbulo de su oreja izquierda, finalmente cuela su muslo entre las piernas de él para confirmar lo que esperaba, una involuntaria erección jovial, firme y poderosa lista para la acción.
Empuja al jovenzuelo hacia una de las bancas de piedra, le arranca la ropa en el mismo movimiento para igualar la situación. El chico cae sentado, ella de inmediato se posiciona sobre la banca, con una rodilla a cada lado de él coge su pene y lo coloca en su vulva, dejando luego caer su peso para llevarlo a su interior. Ya sin voluntad el muchacho no opone más resistencia, disfruta como es montado por la sensual mujer con la que jamás podría ni haber soñado, apenas puede tomarla de la cadera para acompañar su movimiento cuando no puede resistir más y está listo para venirse. Ella se arquea sobre él para llevarlo al éxtasis y en ese momento despliega unas inmensas alas de plumas negras como el carbón que reflejan la luz de la luna. El heredero libera su simiente obnubilado por lo que está viendo, hipnotizado por la imagen sobrenatural que se yergue sobre si.
En un parpadeo las alas ya no están, mientras sus piernas siguen temblando con los últimos resabios del breve acto, la mujer se incorpora con el fluido corriendo por la cara interna de sus muslos y al observar a su alrededor nota las miradas horrorizadas de los testigos, todos los invitados observan el acto de traición, la infidelidad pecaminosa e indudable a instantes de su compromiso, su prometida con lágrimas cayendo por sus mejillas y sus labios tiritando de la angustia, su madre negando con la cabeza muestra su desilusión, su suegro con la furia personificada toma a su hija del brazo y la arrastra fuera del lugar, su padre persigue al otro regente con explicaciones que sabe son inútiles y las consecuencias inevitables.
El joven se para de un salto y corre tratando de justificarse, sucio con las pruebas de la traición ni siquiera puede hablar con claridad, recorre el patio bajo el juicio de los comensales que saben que su estúpido flaqueo echará en balde los avance diplomáticos por lo que tanto esfuerzo hicieron. Aprovechando la confusión la mujer se viste y abandona el lugar con disimulo por una puerta trasera, orgullosa, con una sonrisa dibujada en su rostro.
Afuera del lugar un hombre de imponente presencia, grandes músculos y aspecto rudo la espera sujetando un yelmo dorado.
─Ya veo por que no te invitan a las bodas. ─le dice a la mujer que acomoda los broches de su ropa. ─siempre encuentras la forma de sembrar la discordia.
─¿Sembrar? No, sólo me encargo de brotar la semilla de lo que ya estaba sembrado. ─replica con seguridad. ─Ahora no tienes que hacer nada más que esperar que dé frutos y es tu trabajo cosecharlos.
─Por eso eres mi favorita querida Eris.
─Ya lo sé Ares, que sería de ti sin mí.