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Mi amiguita
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Por fin, desde hace varios años que me quería coger a mi amiguita (así le digo porque ella a todos les dice así: “amiguito”), hasta hoy se me hizo.

Ella conoció primero a mi hermano, y “él quería con ella”, según sus palabras. Al poco tiempo se casó y tuvo dos hijos. Sin embargo, quedó viuda muy pronto. No era muy agraciada de la cara, pero el cuerpo estaba en excelentes condiciones, “cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento” decía un compañero de trabajo. Yo no supe que anduviera con alguien más, incluso, alguna vez conoció a un sujeto en un bar y la pasó divertida y bailando toda la noche con él, pues ella es muy alegre, pero al final, pasó muchas dificultades para cortarlo pues él quería que se fueran a coger y ella se negó. Tuvimos que auxiliarla ante su petición de llevárnosla nosotros.

De cualquier manera, ella me buscaba frecuentemente, lo que provocó unos celos enormes en mi amante, quien no la bajaba de “puta buscavergas”, aunque tampoco le constaba que lo fuera. Una vez me invitó a tomar un café en un centro comercial. Fijamos día y hora. La razón que manifestó fue que quería saber si era cierto que me despedirían en el trabajo, dados los recortes que se harían. Le platiqué que yo sí quería que me liquidaran pues me tocaba una buena indemnización, además de que ya tenía otras ofertas de trabajo, pero que algunos de los directores se oponían a que me fuera.

Al terminar nuestra plática, salimos por nuestros respectivos vehículos al estacionamiento y, dada la oscuridad, la forcé a un abrazo y la besé, pero respondió con titubeos. Una de mis manos que posaban en su espalda fue hacia sus nalgas y en el intento por deslizar la otra hacia su pecho fue interrumpido por sus palabras “No te quedaste con las ganas” despertando a mi razón, que había estado adormecida por los deseos que disparó el aroma de hembra que logró escapar por encima de la fragancia del perfume que mi amiguita traía. Pero de inmediato ella se separó de mí para que yo no continuara. La respuesta que le di, ya consciente, cuando la razón volvió a imponerse al olor de la esencia que usaba, fue “Sí, seguro que me quedaré con las ganas”, porque veía que no había razón más allá que la de los sentidos.

Al día siguiente me buscó telefónicamente

—¿Cómo estás amiguito? —me preguntó después de que pronuncié el tradicional “¿Bueno?”

—Bien, y tú, ¿cómo estás? —inquiero

—Estoy muy buena, como siempre, o ¿qué opinas tú?

—¡Claro que sí! —confirmo y me vienen a la mente las curvas de tu cuerpo, especialmente las que tienes de la cintura para abajo. Me imagino recorriéndolas sobre la ropa.

—Amiguito, quería disculparme por lo de anoche, me porté como una quinceañera.

—No tienes por qué, al contrario, perdóname a mí por haberte hecho sentir mal —dije atajando sus palabras.

—No. Sí me gustó, a ver cuándo lo repetimos —corrigió.

“Sí, a ver cuándo” dije y cambié el rumbo de la plática. Charlamos de otras cosas y al finalizar reiteró la pretensión de repetir lo que habíamos hecho. “¿Será posible?”, me preguntaba yo, resistiéndome a embrollarme o embrollarla en algo que seguramente no le convenía.

Las semanas pasaron, intenté llamarla varias veces al celular y, a pesar de que nadie contestaba, yo quedaba muy tranquilo por no haberme acercado a la tentación. Un día me buscó en la oficina donde trabajo.

—¿Por qué no me has hablado, amiguito? ¿Qué te hice? o mejor: ¿qué no te hice? —me preguntó inmediatamente después de sentarse en la silla que le ofrecí.

Al acomodarse en el asiento, me dejó ver por un momento sus exquisitas piernas y al final un pequeño triángulo de la tanga donde se traslucía la raja y el clítoris por su depilación. A pesar de todo, seguí mostrándome imperturbable.

La despedí pronto, aduciendo que yo tenía que hacer algo del trabajo. Pocos segundos antes de que me despidiera, ella levantó el brazo para recargarse sobre un estante y miré su axila, rasurada, con la grasa exacta para mostrarse como un remedo de labio exterior de su vagina, además mostró el inicio de su pecho y mi presión subió. Quise lanzarme hacia ella para lamerle la axila, pero sólo se la acaricié mientras la besé en la mejilla para despedirme.

Una ocasión nos topamos en la calle y a bocajarro me reclamó “¡Ay, amiguito, ya supe que anduviste con María, tu secretaria!” y la interrumpí “No sé quién anda con ese chisme. ¿Acaso ella te lo dijo?, obviamente no”. Ella contestó “Me lo dijo una amiga a quien ella se lo dijo”. “Y tú te crees todo”, retobé para continuar, “Si tú y yo cogiéramos, ¿lo andarías diciendo a otra?”. Ella se ruborizo y permaneció en silencio. “No hagas caso de chismes”, ella está casada, tiene como veinte años menos que yo y no andaría divulgando algo así”, concluí. Quizá fui convincente, quizá no, pero ya no insistió.

Otras veces más, cuando concluíamos alguna reunión de trabajo o la encontraba con sus hijos en algún lugar, al despedirme le acariciaba el pecho con discreción y ella sólo sonreía, o me decía “No…”, apretándose más a mí para que no vieran los demás mi maniobra, y mientras ellos seguían entretenidos en sus asuntos yo completaba la caricia en su par de chiches; las estrujaba y sonriéndome ella se separaba. “No te quedas con las ganas…”, volvía a repetir. “¿No te gusta?”, le preguntaba y como respuesta sólo suspiraba y volvía a sonreír. Al retirarse veía sus nalgas que pronunciaban su movimiento pues ella sabía que la veíamos. “Está bien la señora”, me dijo una vez uno de los compañeros quien también se extasiaba con su caminar. “Sí, lástima que ella no me lo pida”, le contesté y él sonrío por la ingenuidad de mi comentario.

Así pasaron algunos años. Yo dándole indirectas por Whatsapp o Messenger y ella correspondiendo sólo con sonrisas de gifs o memes de “Eres terrible”.

Por fin, me hizo una llamada para invitarme a comer a su casa, con pretexto de mi cumpleaños. Acudí. Sólo estaríamos los dos pues su hijo mayor había ido a una entrevista de trabajo a otra ciudad y su hija menor regresaría hasta el día siguiente de un paseo.

Charlamos y bebimos muy a gusto. Después bailamos y en el baile traté de besarla, pero ella se separó abruptamente.

—¿Ya me vas a calentar como siempre? —dijo como reclamo.

—Perdón por mi atrevimiento, no lo vuelvo a hacer —dije volviéndola a tomar de las manos para continuar el baile.

—¿Cómo, por una vez que no quise seguir ya no lo vas a hacer? —preguntó dejándome perplejo— Sí me gusta, hasta que me manosees las tetas, ¿no te has dado cuenta? —volvió a preguntar y me puso la mano en su pecho antes de darme un beso.

—Entonces, aquella vez que comentaste ante todos que tú también “necesitabas una sacudidita”, en una fiesta donde yo barría los restos de un vaso que se cayó. ¿te referías a mí?

—¡Claro! pero ahora seré más directa: ¡quiero que me cojas! —dijo moviendo su mano sobre mi pene, que estaba notoriamente queriendo escapar de mis ropas.

Seguí bailando, pero empecé a desnudarla y ella hizo lo mismo conmigo. Bailamos una pieza más desnudos y nos fuimos a su cama.

Ella retiró la cobija y yo contemplaba sus hermosas nalgas.

—¿Te gustan? —me preguntó alejándose moviéndolas tentadoramente.

No hubo más, me fui sobre ella y me hinqué para besárselas mientras con mis manos acariciaba su coño depilado y sus chiches. Entre jadeos ella sólo pudo decir “En la cama…”, por lo que la cargué y la acosté para admirar su cuerpo. “Ven acá, amiguito” dijo abriendo las piernas. “Sí, voy, y me vengo, allí” contesté antes de extenderme sobre ella, quien diestramente tomo mi verga y se la metió. Parecía que no había tenido sexo en mucho tiempo, pues gritó y lloró con tanto orgasmo acumulado. La cama quedó mojadísima de tanto flujo que le escurría. “Sí, gracias…” dijo entre resuellos. Sin sacarle mi tranca, que seguía firme, pues no quise venirme ya que aún quedaban varias horas antes de que me retirara a mi casa, le besé la cara, el cuello y los hombros para que se calmara poco a poco. Ella estaba tranquilizándose y mostraba una sonrisa radiante, feliz y satisfecha.

Manteniendo el pene crecido dentro de ella, seguí con las caricias: lamiendo los lóbulos de las orejas, después las tetas. Al fin se lo saqué para seguirla besando y lamiendo desde su ombligo hacia abajo. Después le di vuelta y la besé por atrás. Cuando metí la lengua en su ano ella se retorcía de placer.

—Estas nalgas invitan a metértela por aquí…

—Si quieres, sí, pero con mucho cuidado y despacito, porque sólo mi marido lo hizo —me aclaró.

—¡Claro que lo haré!, pero al rato que te repongas —advertí.

—¿Tú ya te repusiste? —preguntó volteando a ver mi pene —¡Tan pronto! ¡Ya estás listo otra vez! —exclamó yéndose de boca a la verga para darme una mamada.

Fue delicioso como ella lo hacía y me vine muy pronto, pero ella siguió al sentir la primera descarga y me vació el resto del amor con el que quería complacerla. Se irguió y me dio un beso con los residuos de lo que aún no se había tragado

—Eres único, con razón todas quieren contigo —me dijo.

—Nombres, nombres… —exigí y ella soltó una carcajada.

—Ay, amiguito, después de leer tus relatos pornográficos, todas nos preguntamos si tú lo harás así de rico como lo cuentas. Y no… —dijo jalándome los huevos. Yo me iba a justificar con alguna pendejada, pero ella continuó—, ¡lo haces mejor! —terminó diciendo y me sonreí.

—No te lo van a creer —expresé.

—Ni yo lo voy a andar diciendo, como otras…, aunque sí sea cierto —dijo en alusión a María.

Me invitó a tomar un vino delicioso, pidiendo que lo descorchara mientras ella cortaba unos quesos y carnes frías. Terminé antes y lo dejé aireando, mientras recogí los trastos que habíamos usado para la comida y comencé a lavarlos.

—¡Amiguito, deja eso! —gritó al verme lavándolos —¿No sabes que a los hombres se les caen los pantalones si hacen cosas de mujeres? —dijo mostrando sus valores caducos.

—Lo bueno es que no traigo pantalones, ni calzones —dije mostrándole mi verga aún en reposo —además, ¿quién me las va a hacer en casa, si vivo solo? —rematé.

—Pues vives solo porque quieres, con estas dotes, muchas estaríamos dispuestas a hacerte el quehacer de la casa.

—Sí, pero van de entrada por salida y quieren que se les pague doble —dije, acordándome de la señora que me hace el aseo y demás servicios, incluida la bañada.

—Pues yo cobro el triple, pero puedo estar de planta —me sugirió jalándome el pene.

—Ya tuve una que le pagaba en líquido, al menos tres veces al día —señalé acordándome ahora de una bella mujer con quien viví en amasiato.

—¿Y qué pasó? —me preguntó tomando la fuente de bocadillos y dos copas.

—No sé, a lo mejor encontró una mejor oferta, como mi primera esposa, pues un día me dijo adiós —mencioné encogiéndome de hombros y tomé la botella para seguirla y ver su delicioso caminar.

—¡Qué pendejas! ¿Cómo van a dejar algo así? —expresó, colocando la fuente sobre la cama y las copas en el buró.

La plática continuó sobre nuestros respectivos matrimonios y derivó en las prácticas sexuales que más nos gustaban. Cuando la botella se acabó, nos pusimos a cantar, pero con sus caricias ya traía otra vez mi aparato bien parado y goteando presemen.

—Vamos a ver si te gusta cabalgar en este potro —le dije y me acosté bocarriba, en alusión a que esa era una de las posturas que, según dijo, más había disfrutado con su difunto esposo.

De inmediato se subió en mí y dijo “¡Arre caballito!” para empezar a moverse. Algunos pelillos del pubis le estaban empezando a crecer y con la fricción quedé algo irritado, pero aguanté hasta que ella se desplomó sobre mí, y sólo movía la grupa un poco mientras lloraba, evidentemente con tristeza. “¡Qué rico, gracias!, estoy bien, pero no pude evitar acordarme de mi marido al tercer orgasmo”, me dijo como explicación por sus lágrimas.

La abracé y la besé en la cara para reconfortarla, pero sin sacarle el falo de su encharcada panocha. Sólo unos cinco minutos después me salí.

—Quiero recordarte otra vez a tu marido, ponte en cuatro —le pedí y ella obedeció sonriente.

Me puse a lamerle el ano y darle lengüetazos viajando una y otra vez desde el clítoris, siguiendo el periné y terminando en el ano, donde le metía la lengua, pero también un dedo, luego dos y cuando cupo el tercero los saqué para meterle mi verga. “Despacio”, me pidió. Poco a poco iba metiéndosela mientras le acariciaba las hermosísimas nalgas. Ella soportaba en silencio, aunque eventualmente hacía una mueca de dolor. Tardé como quince minutos para tenerla completamente empalada y me moví poco a poco hasta ver que su boca cambiaba la mueca de angustia por una sonrisa y comenzó a darme el ritmo con su movimiento. Cuando éste fue rápido le grité “Yo también quiero nalguearte, aunque no te guste” y como respuesta tuve “¡Dale Ramiro (el nombre que tenía su marido), nalguéame como a ti te gusta!” y empecé a golpearla hasta que me vine y quedé jadeante sobre su cuerpo al venirme. Procurando que no se saliera mi verga, ella fue estirando los pies para quedar extendidos uno sobre la otra.

—¡Ay, amiguito, lo hiciste mejor que él! Nunca me había gustado, pero me dejaba porque lo amaba, pero ¡sí es delicioso hacerlo así! No cabe duda que eres un experto en cuestiones sexuales.

Sólo hubo un palo más esa noche, pero la posibilidad quedó abierta cuando al despedirnos me dijo “Puedo ir a tu casa de entrada por salida cuando me lo pidas, aunque sólo me toque una vez”.

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