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El regalo: Un antes y un después (Duodécima parte)
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Tiempo de lectura: 22 minutos

Amaneció y estábamos abrazados, cómo nunca debimos haber dejado de hacerlo, tras años de agradecidas alboradas. El beso mío en su respingada nariz, la palmada en sus nalgas; aquel abrazo suyo por mi espalda, varios besitos en mi cuello, en mis hombros y obviamente, su infaltable pellizcó en el culo y luego los dos, comenzar con el trajín diario. Ella con los niños y yo a la cocina, algunas veces al revés.

—Mi amor, –me dijo cauta, mientras yo servía los cereales inundados de leche achocolatada– se me olvidó comentarte que concerté con el colegio la recogida de los niños en el transporte escolar. Luego en la tarde los dejan donde mi madre y pasamos allí por ellos al regresar del trabajo. De esta manera nos relajamos un poco. ¿Qué te parece?

—¿Pues por mi perfecto pero y el dinero de donde saldrá?

—Tranquilo mi amor, pues de mi aumento de salario. Lo empezaremos a pagar a finales del otro mes. Tranquilo mi amor, lo tengo todo calculado. Te amo… ¡Mucho!

—Bueno mi vida, entonces te encargas hoy de ellos, que tengo reunión a primera hora. —Le dije a mi esposa, para luego abrazar a mis hijos, y dándoles un besito de despedida.

—Que tengas bonito día y que les vaya a los dos muy bien en la presentación. —Le respondí a Rodrigo, para finalizar con una amorosa sentencia.

—Oye mi amor, recuerda tener esas manitas quietas ¡Ehh! —Y me abracé con fuerzas a mi esposo, dándonos un casto beso en la boca.

—Lo tendré en cuenta. Yo por ahora marcharé a trabajar, que te vaya bonito hoy mi amor. —Y antes de cerrar la puerta le pregunté a Silvia a modo de broma…

—Y tú mi vida… ¿Seguirás jugando a revivir historias pasadas? —Y Silvia terminando de acomodar las mochilas de nuestros hijos, me miró sorprendida.

—¡Bobito! Creo que anoche lo dejé muy claro. Tanto para mi jefe como para ti mi amor. Solo soy tuya y no tendré nada con nadie más que tú. Y espero lo mismo de ti. Chao.

Curiosamente, cuando llegué a la oficina, Paola ya se encontraba en la sala de reuniones, organizando sus apuntes y escribiendo en el blanco tablero en rojo una frase bien conocida por mí: «Separe las cabras de las ovejas» Y debajo en rotulador negro: Ventajas y Beneficios, con una línea vertical en rojo, trazada con nervioso pulso. Pobrecita, estaba frenética mi rubia tentación y en su rostro se le notaba el trasnocho. Pero sin duda, la barranquillera había realizado su tarea.

Realmente esa mañana solo tuve que intervenir en un par de ocasiones para aclarar los términos de la sociedad propuesta entre los conductores y los propietarios y un algo más en el tema de unas cifras del arrendamiento de las nuevas unidades. Por lo demás Paola estuvo genial y fue muy aplaudida. Y ella tan triunfante como siempre. No me miró, al igual que en toda la presentación, esquivando mi mirada. Rehuyéndome mentalmente.

Salí de aquella sala de juntas hacia mi escritorio con el fin de revisar la agenda del día. Una visita programada con la dueña de una gran ferretería y a la cual ya le había vendido en meses anteriores dos unidades de camiones de diversa capacidad de tonelaje y a la cual debía pasar revista a sus necesidades post-venta. Por lo demás, solo atender en planta el ingreso de nuevos clientes. Pensé en salir a tomar un café y fumarme un cigarrillo con Paola, pero ella estaba demorada aun en la sala de juntas. Tomé mi móvil para hacerle una llamada, cuando la vi salir acompañada de Iván el otro asesor y mis dos compañeras Ana e Inés. Adicionalmente, tomada del brazo de Federico, que se pavoneaba al caminar del lado de esa rubia belleza. Sonrientes y dirigiéndose todos hacia la salida.

—Oye Pao, le grité. ¿Vamos por un café y un cigarrillo antes de iniciar la jornada? Se dio vuelta, risueña para responderme cerca de las puertas de cristal.

—¡Y ajá Nene! Tal vez más tarde. Ahora voy a desayunar con ellos que me han invitado para celebrar mi llegada y la presentación del negocio. No te dijimos nada pues Federico dijo que alguien debía quedarse en la vitrina, por si ingresa algún comprador. —Y lanzándome un beso por los aires, se giró y se marchó, siguiendo a los demás.

—¡Rocky! Gritaron mi nombre haciéndome girar la cabeza en la dirección de la voz. —¡Estás haciendo un excelente trabajo con Paola, muchacho! Me alabó mi jefe desde la puerta de su oficina. —Sí señor, aprende rápido–. Y apretando su puño con el pulgar en alto, ingresó a su oficina y yo, solo en aquella vitrina de ventas, caminé en silencio buscando mi café, un cigarrillo y un espacio para pensar.

Después de dejar en el bus escolar a mis niños y confirmar con la profesora la dirección de mi madre para que en la tarde los dejaran a su cuidado, marché en un taxi hasta las oficinas, feliz por haber podido reconducir mi vida y confirmar el amor «de y por» mi esposo. En el trayecto pensé en mi jefe. ¿Sería posible que él también hubiera aprovechado la oportunidad de arreglar con su esposa, aquellos problemas? ¿Podría existir una forma de que le perdonara sus infidelidades y como yo con Rodrigo, lograran seguir juntos?

Me encontré con las muchachas ingresando al elevador. Un cuarteto de sonoros besos, dos abrazos y nuestras amplias sonrisas fueron el preludio de una agradable mañana, tan apacible y cálida como aquel 4 de julio, apretadas junto a otras ocho personas en aquel elevador, todas sin ganas de empezar a laborar.

—¿Y bien corazón, que has pensado para esta tarde de chicas? —Me preguntó alegre Magdalena. En seguida se acercó Amanda, quien traía en sus manos dos tazas de Té. Una para ella y la otra para mí.

—Muchachas la verdad no he pensado en nada. ¿Qué se les ocurre a ustedes? —Les respondí con honestidad.

—Vamos por ahí a mirar vitrinas, después a la peluquería para quedar bien monas y salimos a tomarnos algo en un antro desconocido y quizás Amanda consiga liarse con algún chico que sea bien majo. —Magdalena como siempre activa y con ganas de marcha, ya tenía en mente nuestro actuar–. ¡Vamos niñas, no me miren así! No es una mala idea. —Y las tres terminamos riéndonos de aquellas locas ideas, cuando a la oficina llegó un hombre y todas nos quedamos completamente… ¡Boquiabiertas!

—¡Buongiorno! ¿Signora Silvia? ¿Tu sei? —Lo puedo jurar, si no tuviera puestos esos pantalones bien ajustados a mi cintura con aquel cinturón Gucci, –obviamente una buena imitación– se me hubieran caído las bragas hasta los tobillos. A mí y a mis compañeras.

El hombre que me hablaba con extraño acento, era un joven apuesto, de buena estatura y de cuerpo trabajado con brazos fuertes, que vestía tan… ¡Tan vanguardista! Muy distinguido a su vez. De ojos claros del color de las aceitunas, su rostro varonil, piel blanca y de rasgos afilados, adornada por una barba de dos o tres días que apenas si la sombreaba, cubriendo un poco el hoyuelo en su barbilla. El hombre perfecto y la cereza que adornaba aquel pastel… ¡Italiano! —Uhm, uhm–. Carraspee como una idiota tragando saliva.

—¡Sí señor! Buenos días. Soy Silvia, la asistente del señor… —Y me detuvo aquel apuesto joven con un… ¡Lo so, lo so! —Le tendí mi mano, la cual fue tomada por la suya, firme y de suave piel. Su fragancia a madera, especias y frutas cítricas, invadió todo mi entorno, aromatizando su arrebatador encanto.

—Disculpe usted, no hablo italiano. —Le comenté un poco ruborizada, a lo cual el guapo muchacho me respondió…

—No se preocupe, yo también hablo español. —Pues que bien, yo igual–. Le respondí como una completa idiota, hasta que un dedo por detrás, pinchó mí cintura.

—Ahhh, disculpe usted. Estas son Magdalena y Amanda, mis compañeras de oficina. Y ellas ni cortas ni perezosas, al mismo tiempo se acercaron para saludarlo tan emocionadas como yo. También vi a la señora Dolores desde la puerta de la cocina, con un dedo en su boca, embobada admirando aquel monumento de hombre.

—¿Y usted es? Le pregunté.

—Francesco, mi padre es Alessandro Bianco, el nuevo inversor. Somos de Turín y vengo a entregarle estos informes para que usted los revise y analice con Hugo, si todo está en orden o debemos reestructurar alguno de los departamentos. —E inmediatamente tomé los folders y le invité a seguirme hasta mi escritorio.

—¿Desea usted tomar algo? —Le consulté.

—Muy gentil. Un café podría ser y un poco de agua. —Y llamé a la señora Dolores para solicitarles dos cafés y una botella de agua. Obviamente ella presurosa nos alcanzó las bebidas en un santiamén.

—¡Es usted muy joven! me comentó. —Creí que me iba a encontrar con una Signora matura, quasi vecchia de gruesos lentes y figura regordeta, llena de arrugas y canas. ¡Che bella sorpresa! —Y me regaló una hermosa sonrisa blanca como para comercial de TV. ¡Pufff! No supe que pronuncio en italiano, si un piropo o un insulto. Pero igual si fue lo segundo, con esa dulzura de voz y su acento, ni me importó.

En fin, que retomando mi compostura, me dediqué por completo a darle un vistazo a cada hoja, cada cifra y cada cuadro impresos en aquel, muy completo dossier. Tardé un poco, treinta o cuarenta minutos y no porque algo estuviera mal o incompleto, sino demorando la estadía de aquel precioso hombre sentado frente a mí. ¡Tanta carne y yo a dieta!

—Muy bien, Francesco. Veo que todos los informes están completos. Tan pronto regrese mi jefe se los entregaré para su revisión. —Le dije con seguridad y mis fantasiosas ganas de verme perdida en ese verde mirar.

—Perfecto Signora Silvia, creo que Hugo no se equivocó al recomendarla para colaborar conmigo en la nueva sede de Turín. Tenemos un conglomerado de empresas vinculadas al sector automotriz, componentes y repuestos para las grandes fábricas de automóviles. Pero necesitamos ejercer un mejor control y de ser necesario ajustar algunos departamentos. —Francesco acomodó su pierna derecha sobre la izquierda y entrecruzó los dedos de sus manos, posándolos sobre su rodilla. Para luego comentarme algo que me dejó en shock.

—Ya casi están adecuadas las nuevas instalaciones. Sera un placer verla de nuevo la próxima semana en la inauguración. Y espero que mi novio termine pronto con la decoración de su oficina. Tiene una bonita vista hacia los jardines exteriores y al fondo, las hermosas montañas nevadas que bordean mi ciudad. — Y yo… Me quedé pensando en lo último que me dijo. «Su oficina» y en ese… «Espero verla en la inauguración próxima semana».

—Ahora con su permiso me retiro, tengo al chofer esperando hace media hora. Salgo para el aeropuerto pero mire, aquí está mi tarjeta por si encuentra necesario consultarme algo. Muchas gracias y hasta pronto. —Se puso en pie y rodeo mi escritorio para inclinarse un poco, tomar mi mano y depositar en ella un delicado beso. Y tan elegante como llegó, así mismo se fue, no sin antes despedirse de igual manera tan galante y caballerosa, de Magda y Amanda.

—Por Dios Silvia ¡Que calladito te lo tenías! —Me dijo Magdalena risueña, acompañada de la sonrisa cómplice y maliciosa de Amanda, sacándome de mis pensamientos.

—¿Perdón? ¿De qué hablan? Haber muchachas es la primera vez que lo veo. No tenía ninguna cita programada hoy salvo recibir los documentos. ¡Mierda! yo pensé que los traería el muchacho de envíos, el de siempre. —Le respondí, a las dos.

—Bueno, bueno menos mal que los trajo este guapetón para alegrarnos las vistas por lo menos. Y ahora… Vamos a ponerte al día con los documentos para poder viajar a Italia. ¡Qué envidia! Ayyy Silvia, no te ves emocionada para nada. ¡Vamos! Mi niña, que este será un motivo más para celebrar esta tarde. —Me dijo Amanda totalmente emocionada.

—Por cierto tesoro… ¿Ya hablaste con «el ogro» para que podamos salir hoy un poquitín más temprano? —Esta vez fue Magdalena quien desde la puerta del baño me preguntaba.

Humm, eso no lo había pensado, pero igual don Hugo debería estar en reuniones a esas horas, lo único seria esperar su llamada y primero le preguntaría cómo le fue en las oficinas de Lisboa y después la segunda pregunta que le haría sería para que me aclarara el tema de Turín y la famosa inauguración. ¿Por qué no me había hablado de eso? ¿Sería otra encerrona de don Hugo? O… ¿Sencillamente se le olvidó? ¿Y cómo se lo iba a contar a mi esposo? ¡Mierda! Muchas preguntas y tan pocas respuestas, por ahora.

Después de beber mi café y aspirar el tabaco de un cigarrillo, hablando con el guardia de seguridad y la señora que hacia el aseo de las instalaciones del concesionario, me concentré en mis labores diarias, adelantar el CRM, revisar correos y preparar nuevas propuestas. Tan ocupado estaba en mis cosas que no me di cuenta de que Paola no había regresado del desayuno con los demás compañeros.

Cuando reparé en que nadie interrumpía mi cotidianidad con la algarabía carnavalera de ella, cuando todo estaba en calma, me di cuenta de que Paola me hacía falta. Me puse en pie y caminé hasta el escritorio de Federico para preguntar por ella. «Pidió un permiso, dijo que estaba algo indispuesta». Esa fue la única respuesta que obtuve de su paradero.

Pasadas las diez de la mañana recibí la llamada habitual de mi esposa.

—¿Hola mi amor como estas? —Le respondí.

—¡Bien mi vida!… —Se hizo un corto silencio y solo escuchaba la respiración de mi esposa–. ¡No! Miento, no me siento bien amor. Estoy un poco sorprendida y angustiada.

—¿Y eso? No me digas que tu jefecito siguió insistiendo en conquistarte.

—No mi amor, ya te dije que se encuentra de viaje. Pero si tiene que ver, indirectamente con él. —Me contestó.

—Ok. Bien. Respira profundo y cuenta hasta cinco, luego me dices exactamente qué es lo que sucede. — Uno… ¡Cinco! Suéltalo ya–. Le solicité.

—Mi amor, te hablé de los nuevos inversores. ¿Lo recuerdas? —Si claro, respondí. Los que se suponía que te habían entregado los nuevos vestidos. ¿Qué pasa ahora con ellos? —Le pregunté.

—Pues hoy me he reunido con el hijo de uno de ellos, los del grupo italiano, que tienen sede en Turín. ¡Humm! Mi amor, me vas a perdonar pero casi, casi te fui infiel.

—¡Qué! ¿Cómo así Silvia? —Respondí algo alterado.

—Jajaja, pero solo con el pensamiento y fue un poquitico, mi amor. ¡Ufff! Es que lo hubieras visto mi vida, es un monumento de hombre, ¡Cómo me lo recetó el doctor! Toda una obra de arte pero en carne y hueso. Alto, fornido, elegante, con un rostro divino…

—¿Sí? Pues Silvia, te felicito. Se te hizo agua la boca y se te mojaron los calzones, Ok, Entiendo y entonces me vas a abandonar por irte detrás de él. —Le hablé tratando de centrar la conversación en lo verdaderamente importante.

—Jejeje, ya quisiera y brincos diera mi amor. No todo podía ser tan lindo. Siempre hay un pero. Primero que es un «sardino», creo que por acá les dicen «yogurines» y segundo y lo primordial… ¡Es gay! Que desperdicio mi amor. Sera conformarme contigo esta noche. ¡Jajaja! —Y se empezó a reír burlonamente.

—Vaya decepción para ti, supongo. —Dije yo, mientras tomaba nota de un mensaje en mi correo empresarial de una antigua cliente solicitando mi visita.

—Un poco sí. Bueno el caso mi vida, es que me comentó algo sobre las nuevas instalaciones en Turín que están adecuando para el funcionamiento del holding y me habló acerca de mi nueva oficina y de una inauguración la próxima semana adonde me esperan. —Se hizo un vacío en mi estómago y una especie de corto circuito aconteció, desconectando mi cerebro, mi razón y mi corazón, mis sentimientos y nació en mí nuevamente la desconfianza.

¿Turín? ¿Su nueva oficina? ¿Inauguración? No, no quería dudar de mi esposa, aunque ella fuera la presa. Pero sí, en las reales intenciones de su jefe y la estrategia suya de adularla, aumentar su salario y todo con la finalidad de separarla de mí en ese viaje y quien sabe cuántos más para hacerla… ¡Puff! suspiré, no dije nada. Me quedé callado, sopesando las opciones.

—¿Cielo? ¿Amor? ¿Mi vida? ¿Rodrigo estas ahí? ¿Te desmayaste? —Escuché a Silvia preocupada al otro lado de la línea.

—No Amor, aquí estoy. La verdad Silvia no me extraña para nada. Ya lo veía venir. Como bien dices, no todo lo que brilla es oro. Estoy seguro que tu jefecito está detrás de todo esto. Pero está bien mi vida. Sé que es importante para ti y voy a confiar plenamente en ti. Oye Silvia, de casualidad… ¿No conoces de algún almacén donde pueda conseguir un cinturón de castidad?

—Ha, ha, ha. ¡Bobito! Óyeme mi vida, sabes que puedo negarme a ir, aunque eso implique mi despido, pero si quiero que quede claro que la decisión final será tuya. Déjame lo hablo bien con don Hugo y despejo un poco todo esto de mi mente y aclaro el panorama. ¡Te amo!

—¡Yo también te amo! Pero todo será decidido por los dos. Bueno te dejo que tengo unas llamadas pendientes por realizar. Más tarde te llamo. Un beso. Y colgué la llamada, la verdad con un poco de preocupación.

A mediodía, al poco de salir a almorzar recibí la llamada de don Hugo, lo atendí delante de las chicas para no causar en ellas alguna suspicaz intriga.

—Hola Silvia, ¿ya terminaste de almorzar o te interrumpo?

—No se preocupe don Hugo hace un momento terminamos. ¿Cómo le ha ido en sus reuniones Jefe? ¿Todo en orden?

—Todo bajo control, hace una hora concluimos el almuerzo y ahora estamos tomando una copa en el hotel. Silvia, ¿quería saber cómo te fue con Francesco? ¿Te entregó los documentos? ¿Están completos?

—Pues don Hugo, los informes los veo completos, aunque solo los vi por encima. Me gustaría hablar con usted de dos temas que me dejaron pensativa, pero ahora no. ¿Podríamos discutirlo en la noche, por favor? —Le pregunté

—Por supuesto Silvia. ¿Te parece bien si te llamo a las diez?

—Me parece bien jefe. ¿Jefe?… Lo noto más tranquilo, supongo que anoche pudo hablar con su esposa. —Hummm, Silvia te cuento esta noche pero sí, estoy mejor.

—Perfecto, sí señor. Hasta más tarde entonces. ¡Ahhh! don Hugo, una consulta final… —¿Sí? Dime Silvia–. Me respondió.

—Jefe, las chicas… Ehhh, bueno hoy es jueves y ellas como yo, quisiéramos salir a la peluquería y hacer unas compras en el centro comercial y nos preguntábamos si no le incomoda dejarnos salir una media hora antes. ¿Por favor?

—Jajaja, solo con una condición Silvia. —¿Y cuál sería don Hugo? Le respondí.

—Que esta noche por video me dejes ver lo hermosa que te han dejado en la peluquería.

—¡Puff! Está bien don Hugo, por supuesto. Feliz tarde. Y terminé la llamada para girarme y darme cuenta de que tanto Amanda como Magdalena estaba justo a mi lado, inquietas por conocer la respuesta.

—¡Dijo que sí chicas! —Les comenté y ellas me abrazaron efusivamente.

—Buenas tardes Rodrigo. ¿Le queda fácil reunirnos por la zona de la Universidad Complutense? Digamos… ¿Cómo en dos horas? Hay por allí cerca una terraza muy acogedora y tiene unos excelentes Brownies que son una delicia, unas infusiones dulces de ataque y obviamente, el café que le adeudo. Creo que le va a agradar. —Perfecto Martha, a esa hora estaré por allí. Respondí.

—Debo cumplir una cita, pero creo que no me demoraré. Nos vemos al rato y gracias por llamar. Y colgué la llamada, dirigiéndome hacia la dirección de mi antigua clienta.

Al llegar al almacén, se me acercó una joven muchacha, que salía del fondo del local, con la clara intención de atenderme.

—Buenas tardes señor. ¿Le puedo colaborar en algo? —Si por favor, necesito hablar con la señora Teresa, tengo una cita con ella. Le respondí.

—La señora Teresa está en una reunión en este momento. Seguro que se le olvidó la cita con usted. Permítame le aviso que está usted aquí. —Y ella se volvió hasta el interior del almacén para no volver a salir.

En su lugar salió un joven, un poco más alto que yo pero mucho más delgado. Parecía un poco descuidado con su manera de vestir y en su rostro una insipiente barba mal cuidada. Con una mirada poco amigable me habló.

—Disculpe usted señor… —¡Cárdenas, Rodrigo Cárdenas! Le contesté. —¿Y usted es?–. Le pregunté.

—Soy Carlos, su hijo menor y estoy a cargo ahora de las compras, señor Cárdenas. Y bueno, sé que tenía una cita con mi madre pero ya no es necesario. Estamos reunidos con otra persona que de ahora en adelante nos va a proveer de los camiones y otros vehículos que podamos requerir en un futuro. Mi madre le agradece por toda su atención. Muchas gracias. —Y se dio vuelta, dándome la espalda y dejándome allí en ascuas y sin articular palabra.

Abandoné aquella Ferretería, maldiciendo mi suerte, pues no me gustaba para nada perder clientes, a ninguno. Pero aún más a aquella señora, quien era muy conocida en el sector de la construcción y estaba por comprar nuevas unidades. Era una perdida grande para mí. Miré mi reloj y pues comprendiendo que tenía suficiente tiempo por delante, me detuve unos metros más allá de la puerta del almacén. Tomé del bolsillo interior de mi chaqueta y del pantalón el encendedor. Me sentía enojado, frustrado y solo.

No tenía noticias de Paola, quizás sí estuviera enferma, aunque en principio sospeché que lo único que le sucedía era que había dormido mal y se había retirado para descansar todo el resto del día. Un cigarrillo a la boca, zippo en mano y candela lista. Una, dos y tres caladas. Humo azul expulsado en chorros, y el móvil en mis manos. Decidí llamar a mi rubia tentación y marqué. Timbró y timbró hasta que se fue al buzón de mensajes. Colgué, Tal vez no lo habría escuchado, decidí esperar y marcar unos minutos después.

Otra aspirada más, haciendo tiempo para no llegar tan temprano. Miré la pantalla del teléfono y tampoco tenía mensajes no leídos. Otra calada y una nueva marcación. Una, dos, tres y no respondía, sin embargo a mi espalda pude escuchar a la cuarta o quinta, el sonido de entrante de una llamada, me giré y allí estaba ella, tomada de la mano de él. Colgué la llamada y dejé de mirarla. Me fui tirando la colilla por los aires, despreciada por mis dedos, como yo lo fui por aquella mujer.

Subí a mi auto y mi teléfono vibraba, sonaba. En verdad también me molestaba. Ni siquiera intenté mirar o tomarlo para responder. Arranqué desanimado en dirección a la universidad. ¡Primero el uno, luego el dos!

Al dejar el coche en el aparcamiento cercano a la plaza, caminé sin prisa buscando el sitio establecido por Martha. Una vez ubicado, pensé en fumarme otro cigarrillo y tomarme una cerveza ya que debía esperar bastante hasta la hora acordada. Sin embargo, aún con la cajetilla de Marlboro rojo dispuesta en mi mano, dirigí mi visión hacia una terraza cercana, distinta a la acordada, y allí estaba Martha acompañada de dos mujeres. Una rubia, de melena larga y lisa. La otra me dio la impresión de ser mayor, con su cabello corto y peinada de medio lado, dándome las dos la espalda. La alegre rubia se notaba joven, la otra, la pelicorta, era… No estaba seguro, parecida sí, más el cabello era de un tono azul platinado.

Agaché mi cabeza para llevar mi boca hasta la flama del encendedor, tuve que usar mis manos para amainar la brisa que soplaba suave aquella tarde en la plaza. Y al volver a erguirme para observarlas, ya Martha estaba sola y de hecho, percatada de mi presencia, vino hacia mí. De las otras dos, nada. Se habían esfumado.

—Rodrigo ¡Holaaa! Pero que caballero tan puntual. —Me saludó estirando su mano hasta abrigar la mía. Tan suave la suya, tan tersa y cálida su piel. Y nos dimos los usuales besos en la mejilla como complemento. Iba a tirar la colilla al piso pero una mano suya alcanzo la mía y tomó el cigarrillo que aun tenia media vida apagada y dio una calada suave primero y posteriormente otra ya más profunda. Luego me tomó del brazo, tiró el sobrante tabaco al piso y nos dirigimos así, hasta la terraza prevista. Tomamos una mesa a mitad del local aprovechando que no estaba tan concurrida como yo supuse. Y empezamos nuestra esperada conversación.

—Es curioso Martha, no tiene usted pinta de docente de una universidad. Le falta la bata blanca, los lentes gruesos y de pasta negra, ahhh también la barrita de arcilla blanca en sus dedos.

—Nooo… Rodrigo ¡Jajaja!, se equivoca conmigo corazón. Sucede que vivo por esta zona y muy cerca de aquí está el Gym, donde me ejército. —Listo, no hay problema, le respondí con amabilidad.

—¿Y entonces Martha, a que se dedica usted? —Le pregunté mientras nos terminábamos de acomodar, yo colocando su bolsa de deporte justo en una silla que nos distanciaba.

—A ver, niño preguntón ¡Jajaja! Digamos que por ahora soy una mujer con mucha disponibilidad de tiempo. —Y diciendo esto, se apartó de su rostro un rebelde mechón de su castaño cabello, colocándoselo por detrás de su oreja derecha.

—La verdad mi caballero andante, es que soy una mujer casada, con dos hijos que ahora no están junto a mí, por voluntad expresa de su padre y que desea mucho recomponer el camino —En su respuesta noté tristeza, soledad y amargura.

—Entiendo, estás separada entonces. Y los usuales motivos son el trabajo, la falta de tiempo para la pareja, el aburrimiento… —Me miró fijamente y colocó su mano sobre la mía, para luego mover su cabeza en clara señal de que me había equivocado en algo o… ¿En todo?

—No es tan así, Rodrigo. Seguimos casados, por ahora. Él trabaja y yo no. Pero en lo demás si has acertado. —Martha se acomodó en la silla apoyando de manera firme, su cuerpo contra el acolchado espaldar.

—Mi historia es algo complicada, larga y puede ser tediosa para usted escucharla. —Tengo suficiente tiempo, me han traicionado antes de venir, así que me sentaría bien escucharla, despejar mi mente y con suerte, algunas dudas.

—Vaya, lo lamento mucho. ¿Tu esposa? ¿O tu joven amiga? —Tan solo sonreí sin confirmar o desmentirle nada. —Bueno, pero primero tu café. —Y con calma, se puso en pie y se dirigió a la barra, caminando a pasos lentos, contoneando aquel culo firme y bien moldeado, de tanto esfuerzo físico en su gimnasio. No demoró mucho, la atendieron rápido y se giró hacia nuestra mesa, dejándome observar con mayor detenimiento sus bonitos senos bamboleándose al compás de sus caderas al caminar con cuidado de no derramar los dos cafés que traía en sus manos en una bandejita con los postres. Y desvié un instante mis ojos, hasta el arco del triunfo en su entrepierna, bien marcada su vulva con aquellas mallas negras y de diagonales franjas rosadas, trazando sus largos muslos.

—Bueno y con este café queda saldada mi apremiante deuda. Espero que sea de su agrado Rodrigo. ¿Brownie o Muffin? —El Brownie si te parece bien, le respondí arqueando un poco mis cejas y en mi rostro, aquella cara de niño consentido.

—¡Jajaja! Está bien, como negarme ante esa solicitud tan tierna. —¡Éxito!

—Bueno en realidad no sé porque te pienso contar mi vida Rodrigo. —Y tomando un sorbo de aquella bebida caliente y un pequeño trozo de su Muffin, me miró intranquila.

—¿Será porque te parezco un chico dulce y confiable? Aparte de que este caballero posee ciertas habilidades para… ¿Reparar problemas? —Dejó su taza de café en la mesa, y el pequeño tenedor terminó clavado en la mitad del sobrante postre.

—Puede ser Rodrigo ¡Jajaja!, Solo espero que no me mal interprete ni me juzgue sin conocer mis pensamientos. —No se preocupe que no formo parte de ningún jurado, puede confiar en mi buen juicio. Le respondí con amabilidad.

—Está bien. ¡Pufff! —Suspiró y prosiguió su declaración–. Tengo mi matrimonio de varios años, de toda una vida pendiendo de un hilo. Le fui infiel a mi esposo, desde hace unos meses atrás en verdad. Solo que me deje pillar, pero no por estúpida o poco precavida. Lo hice con la clara intención de que se enterara esperando con ello, cambiar los dos a las buenas o a las malas, sin terminar separados. —No me lo esperaba, En serio. Algo así relatado en aquel momento de esa manera tan directa y descarnada me removió las entrañas.

—Aún sigue usted aquí, lo cual quiere decir que puedo proseguir. Escúcheme primero Rodrigo y luego como hombre que es, quiero conocer su sincera opinión. —Perfecto, seré todo oído, me encantará saber que la llevó a traicionarlo. —Y también reposé mi espalda contra el asiento, dejando mis dos manos entrelazadas sobre el blanco mantel y mis piernas las estiré por debajo de la mesa, sin llegar a rozar los pies de Martha.

—¿Por qué lo hice? Buena pregunta. Podría hablarle de varios motivos. Cansancio, o que lo hice por la falta de atención de mi marido. Hastío, inconformidad. Pero Rodrigo, creo que la verdad de todo esto es que estaba tan incómoda con mi perfecta y acostumbrada vida social, que me fui quedando como dormida o atrapada sin vivirme plenamente. ¡Sí, eso es! El mundo a mi alrededor avanzaba y yo me quedaba rezagada, retozando dentro de mi perfecta burbuja. Se puede decir que desperté. Más no fue de madrugada ni una mañana. Rodrigo, la verdad es que pasó una tarde, una de esas tan rutinarias en mi vida. —El brillo acaramelado de sus ojos se apagó súbitamente y Martha se sumía ya en las profundidades de sus recuerdos. Diría que aquella tarde abría ante mí, la congoja dentro de su alma.

—Vine a tomar algo. –se sonrió un poco– Sí Rodrigo, en esta misma terraza pero en la mesa de allí, la que queda justo frente a la ventana. Estaba con dos de mis mejores amigas. Ya sabes, una tarde cualquiera de chicas. Una loca recién divorciada, la otra soltera y yo, la «feliz» ama de casa. —Martha entrecomilló con sus dedos las últimas palabras. Me hablaba sin apartar su mirada de aquella mesa y su cristalino anochecer. Jugaba distraída con un mechón de sus cabellos, lo tomaba entre sus dedos, deslizándolos hasta llegar casi a su extremo, revisando las puntas sin prestar realmente atención a mi presencia. Vagaba ella en sus recuerdos y yo me sentía como un cura de iglesia, escuchando a la confesión de una elegante y atractiva pecadora. ¿Debería yo, darle algún absolución?

—Mis amigas hablaban como siempre de su cotidianidad y yo observaba en el exterior, la despedida afectuosa de una pareja de enamorados, felices los dos, tomados de las manos y con esa mirada de complicidad, haciéndome recordar mis momentos de felicidad junto a mi marido. Esa etapa de la conquista, del enamoramiento y de perder el miedo a todo. Comernos el mundo, explorar y viajar con lo que llevábamos puesto, sin necesitar nada más. Ese tiempo del ¡Podemos con todo! y a la mierda lo que digan o piensen los demás. Sobre todo mis padres tan conservadores. Vaya, acabaste tu café. Quieres otro o tal vez ¿algo un poco más fuerte? —Me preguntó sonriente y yo allí expectante ante el desarrollo de los acontecimientos y la revelación de sus verdades.

—Vale Ok, está bien. ¿Qué deseas tomar? ¡Oops perdón! Debo parecerle muy atrevido. Apenas si nos estamos conociendo. —Y Martha, la elegante y atractiva esposa del jefe de mi esposa, me tomó del hombro, se acercó lo suficiente hasta hacerme percibir su aroma a Channel y obsequiarme un suave y lento beso en mi mejilla para decirme posteriormente…

—Por fin, me costaba romper el hielo de la formalidad contigo. No sé qué tienes tú, pero me agradas, me generas confianza. —¿Sera mi extranjera personalidad latina? Le respondí y los dos empezamos a reír.

—Un Gin-tonic me sentaría genial. ¡Mi caballero sin armadura!–. Me respondió. —Perfecto y para mí una cerveza bien fría. ¡No te me pierdas, voy y vuelvo!

La barra estaba congestionada y delante de mí permanecía un grupo de jóvenes universitarios bastante animados, en su juvenil algarabía. Como pude me hice un hueco y llamé desde allí a la bartender…

—Ehhh… ¡Rosario, Rosariooo! —Grité, hasta que por fin capté su atención.

—Disculpe usted señor, no estoy sorda. Ya le escuché y para su información Rosario no es mi nombre. —Me dijo ella algo ofuscada, indicándome con su dedo sobre la pequeña etiqueta en su pecho, su verdadero nombre. «Irene».

—Bueno preciosa, pues con esa elegancia sevillana que te gastas al servir las copas y al caminar la gracia flamenca que se te desborda por los poros de la piel, más la sabrosura de tu acento andaluz, por mi cualquier nombre que empiece por «I» y termine en una «E», de seguro que te sentará bien. —¡Puff! tras ese suspiro, acerté con el originario terruño de mi interlocutora y ya con su atención puesta hacia el café de mis ojos, le solicité con suavidad el orden exacto de las bebidas que requería.

Irene, atentamente me entregó al momento la orden y cuando fui a cancelarle las bebidas, se acercó un poco inclinándose sobre la barra y con su dedo índice me hizo la señal de que me acercara más. Y al hacerlo me tomó ágilmente con su otra mano de mi corbata y me jaló hasta estar mi rostro muy, muy cerca del de ella.

—Me gusta tu forma graciosa de ligar. ¿Colombiano cierto? —Pues sí, le respondí algo asustado. —¡Bien! Me encanta el sabor de los latinos. Salgo a las doce y sí, soy sevillana, pero tampoco mi nombre es Irene. El real es este. Y me pasó un papelito donde estaba un número telefónico escrito y debajo en cursivas letras… ¡Eva!

—Encantado, soy Rodrigo y le pasé mi tarjeta de presentación–. Pero mis amigos me llaman ¡Rocky! Ahora estoy con una persona, un cliente, ya sabes, tratando de concretar un negocio. Pero te llamo un día de estos que tenga libre y salimos por ahí, donde quieras llevarme y matarme del gusto. Seguro. Y Gracias por tu servicio.

Antes de darme la vuelta vi la desazón en su rostro por mí recatada salida, sin embargo se guardó mi tarjeta por dentro de su blusa, metiéndola bajo su sostén. ¡Que de buenas aquel rectangular papel! Y regresé a la mesa donde Martha me esperaba, revisando su teléfono móvil, ojeando las stories del Instagram.

—Disculpa por tenerte tan abandonada pero es que la bartender andaba un poco ajetreada. Ehhh, ¿pasó algo mientras no estaba? ¿Una llamada o Un mensaje? No me vas a dejar aquí plantado con esta copa. ¿Verdad?

—Jajaja, para nada Rodrigo. Solo me retocaba el maquillaje en el reflejo de la pantalla. —¡Ufff! pues no te hace falta, en serio. De verdad que tienes un rostro sensacional, sobre todo ese par de ojazos color miel–. Le respondí.

—Por favor Rodrigo, que cosas dices y deja ya de mirarme así que me haces ruborizar. Mejor ven. Ven y siéntate para poder continuar. Veamos… ¿Por dónde me quede? —Mirabas a una pareja de novios a punto de despedirse, fuera de aquí–. Le ayudé a acordarse. Llevó su mano hasta la frente y se dio con ella unos dos o tres golpecitos para luego continuar.

—Efectivamente, que tonta soy, disculpa. El chico este, bastante guapo por cierto, después de darle un amoroso beso, tomó camino hacia el norte y la muchacha se quedó allí, sacó de su bolso una cajetilla de rubios y se llevó uno a la boca. Más no lo encendió, pues en ese instante tomó su móvil y lo pegó a su oreja, sonriente. Empezó con alguien una conversación. Reía, bastante. Y nerviosa miraba hacia el lugar por donde su novio había marchado. No pasó más que un momento y entonces por detrás se acercó a ella un hombre, algo mayor en edad, no mucho creo yo pero si de más años que el joven que se acaba de despedir de ella. La abrazó y ella se asustó un poco. Se dio vuelta y el hombre le retiró el cigarrillo de los labios para luego darle un beso que terminó en un morreo en toda regla. —¡Jajaja!, no jodas Martha, ¿en serio? Fuiste testigo de una infidelidad ¿Era el amante o el traicionado? —Le pregunté. Pero Martha negaba con su cabeza y empezó a reírse. ¿De mí suposición?

—No corazón, yo pensé igual que tú. Casi enseguida vi parquear frente a ellos, una de esas camionetas 4×4 pequeñas, las que solo tienen dos puertas. La mujer y el hombre, que ya estaban abrazados por la cintura, se giraron y la puerta del acompañante se abrió, permitiéndome observar que quien estaba al volante era el joven anterior. La mujer ascendió a la parte posterior, ayudada por el nuevo acompañante y luego este hombre estrechó la mano del chico que le sonreía, para luego proceder a subir en la parte delantera. Los tres felices y sonrientes emprendieron la marcha. —Martha detuvo un momento la conversación, para dar un lento sorbo a su bebida y a mi entraron unas enormes ganas de fumar.

—Disculpa Martha, tu historia está muy interesante, y en serio quiero saber más pero tengo ganas de… —O no te preocupes, déjame darle otro trago a esta copa y salimos por ese cigarrillo tuyo, de hecho quiero uno para mí. —¿Pero cómo?… —¡Jajaja!, no soy tan bruja ni adivina, menos de Scotland Yard como tu antepasado. —Me respondió.

No paraba de reírse hasta que unos segundos después por fin respiro y se calmó un poco.

—¡Jajaja! Rodrigo es que llevas más de cinco minutos jugando con ese zippo entre tus dedos y puedo sentir la tensión cada que mueves tus dos piernas bajo la mesa. ¡Vamos tesoro! O es a mear o a fumar. Y perdóname por lo de «mear», pero me inclino más por lo segundo. —Y aquella mujer, cada minuto me gustaba más.

Tomé su bolsa de deportes y ella colgó de su hombro la cartera, con su mano la chaquetilla de la sudadera y yo salí junto a Martha, caminado unos pequeños pasos para poder sentarnos en un banco de madera, justo a la entrada de la plaza. Le brindé un cigarrillo y yo puse el mío entre mis labios. Mi zippo lo tomó ella entre sus dedos y con gran agilidad me ofreció su fuego y posteriormente su rostro se iluminó.

—Gracias, si mi esposo y mi instructor me vieran, seguro que tendría más problemas que los de ahora.

—Un día hace muchos años atrás, ¡Jajaja! Rodrigo no me hagas esa cara, que tan poco soy tan añeja. —Y es que me sonreí pues me acordaba de los cuentos infantiles que les leo a mis hijos y la mayoría comienza así. —Le respondí, restándole valor a mi rostro de burla.

—Lo siento Martha, es que soy muy de cuentos infantiles y de esas películas que hablan de… «Y en un reino muy, muy lejano, una bella princesa»… Ehhh, lo lamento. Continúa por favor.

—Bien, como te decía, algún tiempo atrás, –y achinando sus ojitos de miel, sacó la punta de su lengua para burlarse de mí y luego posar su mano izquierda sobre la derecha mía– junto a mi apareció alguien con una caja envuelta en papel de regalo. Como toda joven ansiosa, procedí a destaparlo, rasgando la envoltura sin cuidado alguno. Y me vi sorprendida por aquel obsequio que la vida me entregaba. Me sentí feliz, pero también intimidada. Un rompecabezas gigante para armar, es una gran responsabilidad y obviamente precisaba ayuda. —Los dos al mismo tiempo aspiramos el tabaco y lo dejamos salir lentamente. Yo por la boca, ella por su nariz.

—Y entre los dos destapamos aquella caja y regamos las miles de pequeñas y coloridas piezas sobre el suelo de un hogar nuevo, que apenas si empezábamos a formar. Día tras día, dedicamos nuestras horas para buscar por dónde empezar, colocando dos o tres muy bien y otras tantas que no parecían encajar, esas las tuvimos que retirar. Buscábamos un inicio, tomábamos un rumbo por una de las esquinas los dos. En alguna de las tantas tardes, el encontró otra pieza y emprendió el armado por la esquina opuesta. Le rindió más que a mí, tal vez porque no se me dan muy bien las relaciones espaciales y esas figuras irregulares. Sin embargo entre los dos fuimos culminando el proceso de juntar y colocar, ya con más de medio tablero armado, en su mayoría por el esfuerzo y la dedicación de mi esposo. Faltaba muy poco pero ya podíamos percibir el paisaje nocturno impreso en el cartón. Con todo casi resuelto, ocupados en otros pensamientos, aquel rompecabezas fue quedando en el olvido, por los dos. Tiempo después volví una tarde y lo observé, pocas piezas faltaban por colocar y completarlo. Podía hacerlo sola más las piezas no estaban por allí a la mano. Se refundieron en nuestras vidas con el paso del tiempo. Decidida las busqué yo, solamente yo. Revisé cajones, despensas y armarios, sin ubicarlas. Y aquí donde estamos vine a hallar dentro de mis recuerdos las pequeñas piezas faltantes, después de tantos años de empezar. —Espera Martha, un momento. El tal rompecabezas es… ¿La historia de tu vida? Ósea, de tu matrimonio. ¿No es verdad?

—Efectivamente así es, mi querido Sherlock. —Y terminó su cigarrillo, colocándolo en el piso para luego apagarlo yo con el tacón de mi zapato. La recogí y con la mía aún entre mis labios, me acerqué hasta el cubo de la basura para dejarlas allí. La sentí justo detrás de mí, pasando su brazo por debajo del mío y entregándome de nuevo su bolsa grande.

—Ven, demos un paseo por aquí. ¿Quieres? —Por supuesto, vamos. —Le respondí, agradecido por su compañía y la confianza que sentía ella hacia mí.

—¡La novedad! Rodrigo, esa adrenalina que sientes ante lo nuevo y desconocido, esa era la pieza que había perdido años atrás. Y allí por la ventana de aquella terraza, lo entendí. —Me respondió de manera clara y serena.

—Quieres un cambio en tu relación matrimonial y eso lo comprendo. Sin embargo la forma, tus decisiones afectaron a tu esposo. No lo debió tomar muy bien, supongo. —Así es, ahora quiere el divorcio y no me quiere escuchar–. Me respondió.

—Aunque no lo parezca, yo lo amo. Es el hombre de mi vida pero no comprende que me hacía falta vivir esas experiencias. Tener sexo con otros hombres. Disfrutar de nuevo de lo prohibido, de la emoción que posee un comienzo. Sé que es incomprensible, que tomé un camino sola, sin su compañía, sin su consentimiento. Pero ya lo viví, lo probé y ahora no lo quiero perder. Quiero compartirlo con él. Volver a nuestros enamorados inicios. No sé si tú me entiendas, si puedas comprender lo que siento. —Y empezó a llorar desconsolada.

—Aunque no lo comparta Martha, entiendo que tu relación estaba pasando por la monotonía y deseabas cambiar eso. Solo que tu actuaste de manera egoísta e individual. No tomaste la mano del hombre que dices amar y te fuiste sola a experimentar nuevas sensaciones. Desde mi posición de hombre casado te puedo decir que estuvo mal, aunque para ti fuera perentorio hallar una solución al aletargamiento de tu matrimonio. Y ahora… ¿Qué piensas hacer? ¿Se van a separar? ¿Ya hablaron?

—No ha querido escucharme. Me amenazó con quitarme todo, hasta dejarme sin ver a mis hijos. Me rehúye, se aparta y creo que… Rodrigo me parece que tiene en mente tener algo con una de sus secretarias. Anoche sin que se diera cuenta lo escuché en nuestro portal hablando con ella. No sé cuánto tiempo llevaban hablando aquellos dos. Es bonita, la alcancé a observar unos instantes. Parecen muy cercanos y no sé qué le diría o que le pidió esa mujer, pero lo escuché decirle que aún me amaba. Ayúdame, Rodrigo ¡Ayúdame! Necesito saber qué hacer, como arreglar mi matrimonio. ¿Cómo lo recupero? Tu opinión como hombre.

—Pero Martha yo que puedo hacer. No sé cómo ayudarte. —Le dije mientras la abrazaba reconfortándola, sintiendo como ella se ahogaba en el llanto y sufrimiento.

—Rodrigo, estará bien si… ¿Estará bien si provoco que mi esposo se acueste con su secretaria con mi consentimiento para que me comprenda? ¿Sera esa la solución? ¿Dime tú qué opinas?

—Pero que solución es esa. ¡Por Dios! Martha. ¿Y si se enamoran? ¿Qué tal que te deje por esa mujer? ¿No has pensado en eso? Y si esa secretaria tiene una relación, un matrimonio. ¿Estarías dispuesta a destruir algo por recomponer lo tuyo? Me parece otra estupidez. —Y súbitamente me aparté de su abrazo, pensando en que ahora tenía más problemas que antes.

—Es tarde, Martha, debo ir con mi esposa. Te acompaño hasta tu auto.

—¿Rodrigo? No te enojes. Por favor, ayúdame a ordenar mis ideas. Piénsalo esta noche y dime mañana si será una buena idea, abrir mi matrimonio invitando a su secretaria a tener una relación con mi esposo.

¡Mierda! ¿Y ahora?

Continuará…

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