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El regalo: Un antes y un después (Octava Parte)
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Tiempo de lectura: 17 minutos

El sofá cama resultó ser un buen obsequio. Dormí relativamente bien. Al principio me costó conciliar el sueño porque hacía mucho tiempo que no lo hacía solo, también años sin discutir con mi esposa y menos sintiendo tanta decepción. Increíblemente me dormí sintiéndome mal por ella y no tanto por mí. No le había dado la oportunidad de hablar, de explicarse.

Me desperté más temprano que de costumbre, pensando primero en sí debería hablar con Silvia antes de irme a cumplir esa visita. Escuché el sonido del agua de la ducha en nuestro baño, como siempre, mi esposa ya estaba en pie, dispuesta para iniciar otra jornada.

Entré en la alcoba que había decidido abandonar la noche anterior y tomé del armario la ropa que me iba a poner ese día. En la mesita de noche estaba su celular, aun cargando batería. Tal vez por descuidada y por estar pensando en todo lo que nos estaba sucediendo, ella hubiera olvidado colocarlo a cargar más temprano. Nunca nos revisábamos los teléfonos, teníamos plena confianza, hasta esos días. Sentí la necesidad de revisarlo, lo tenía a mi alcance pero… ¡No lo hice finalmente! Quizás tuviera algo que no debiera ver y me hiciera sentirme aún peor.

En el baño auxiliar me duché con rapidez y terminé por arreglarme, afeitarme, peinarme usando un poco de gel fijador para el cabello. Destapé una colonia que pocas veces había usado, un regalo de mi suegra para un cumpleaños mío de años ya olvidados, pero lo hice para cambiar y no oler a lo de siempre.

Una camisa tipo polo amarilla con unas franjas naranjas a un costado. Unos Levi’s 501 originales de color azul neutro, también los elegantes mocasines camel con la característica hebilla plateada sobre el empeine, que solo utilizaba para eventos especiales y la chaqueta bomber de Ante sintético marrón que me había regalado Silvia para nuestro aniversario de casados. Finalmente mis gafas de sol Ray-Ban Dark Gray, muy al estilo de Neo el de Matrix. ¿Para impresionar? Sí, definitivamente esa era la intención. ¿A los clientes o a Paola? Me sonreí frente al espejo y salí en búsqueda de una buena y reconfortante taza de café negro con dos de azúcar.

En la cocina ya estaba mi mujer, preparando los platos de cereal y frutas para nuestros niños.

—Buenos días. —La saludé serio, mientras tomaba el café instantáneo y mi taza negra con el logo de la marca alemana rival, a la del automóvil negro de su… lo que fuera de Silvia.

—Buenos días. ¿Dormiste bien? —Me respondió, dándome la espalda y llevando hasta el comedor los dos platos de desayuno.

—Si claro, como un lirón. Es muy cómodo. —Metí la taza dentro del microondas y esperé frente a él, mirando a mi esposa por el reflejo del vidrio iluminado de aquel electrodoméstico. Mi esposa tan hermosa y una esmerada madre. ¿Por qué?

No entendía la aprensión de no poder vernos a la cara. Me sentía culpable y ella pues… Tantos años juntos y ahora una nueva manera de saludarnos por la mañana. Sin un beso, ni aquel usual abrazo lleno de cariño para evitar que se levantara de la cama tan rápido, pellizcarle las nalgas y tratar de retenerla a mi lado en la cama, jalándola de sus bragas. Sin acariciar su preciosa cara ni besar la punta de su nariz y cobijar sus mejillas entre mis manos. Temerosos ahora y los dos tan distantes.

—Rodrigo… –Carraspeó un poco antes de proseguir–. ¿Como ves este mes para ti? —Digo, en las ventas. ¿Crees que será bueno? ¿Podrás ganar buen dinero para el otro?

—¿Quieres un café también? —Le pregunté. Finalmente tuve el valor de observarla. —Sí, gracias–. Me respondió.

—El mes pinta bien Silvia, pero ya sabes que los negocios no están fáciles y se dilatan por diferentes motivos. Mucha competencia y rebajas en otros concesionarios. Me lo ponen difícil. De hecho salgo en un rato para la sierra a visitar a un cliente. ¿Por qué la pregunta?

—Mi vid… Amor, es que no podemos seguir así. Mi trabajo está formando obstáculos entre tú y yo. Prefiero renunciar antes que perderte, romper lo nuestro. —Y se fue acercando a mí. Despacio y en su carita, el temor al rechazo por mi parte.

—Solo que nos hace falta el dinero y tenemos encima los pagos de los servicios, del colegio y pues andamos un mes retrasados en el alquiler también, ya sabes. No quisiera tener que acudir a mi mamá. —Me tomó de la mano sin saber que era la que tenía lastimada y me quejé, apartándola por el ardor de la mordedura.

—¿Qué te pasó? —Me preguntó angustiada y sus dedos pasándolos con suavidad sobre la herida–. No es nada, tranquila. Ya pasará. Tengo tiempo para llevar hoy a los niños, tú termina de arreglarte.

—Voy a preparar unas tortillas, pareces hambrienta y te veo ojerosa ¿Será que no dormiste bien? —Le terminé por decir mientras me daba vuelta hacia el mesón para tomar la cubeta con los huevos.

No me dijo nada y se fue por el pasillo, seguramente a terminar de lidiar con el no querer despertar de nuestro par de terremotos. Yo acabé de preparar el desayuno para Silvia y para mí, lo dejé en la mesa y fui a la sala para arreglar mis cosas y dejarlas junto al maletín. Silvia llegó ya arreglada y con los niños tras ella. Todos nos sentamos a la mesa, apurando a nuestros hijos con su cereal y Silvia presurosa, dio buena cuenta de su tortilla y el café.

El sonido de mi móvil se antepuso al tenedor y el trozo trinchado en dirección a mi boca. Era una llamada de Paola. Silvia extrañada me observó en silencio, pues a esas horas no era usual recibir llamadas.

—Buenos días, en una hora pasó a recogerte. Voy de salida. Nos vemos en un rato. Bye. —Contesté a modo de un viejo telegrama. No dejé que Paola me contestará. Silvia me observó disimuladamente, sin embargo siguió desayunando con prisas y finalmente no me dijo nada.

—¡Bueno me voy, no quiero llegar tarde! —Besos para mis hijos, abrazos apretados para ellos y para mí un simple… ¡Hasta la noche! —Abrió la puerta y saliendo se giró, tras un breve silencio, mirándome apenada, me soltó unas pocas palabras…

—Rodrigo, te amo… A pesar de todo.

—¿A pesar de qué?… ¿Silvia? —Pero no me respondió nada. Cerró la puerta. Se fue.

—¡Estúpido, idiota! Rodrigo esa noche en que se suponía que tendríamos que hablar, me había cerrado la puerta en mi cara, sin darme la oportunidad para… ¿Mentirle? Sí, aún más. Tratar de mantener ocultas las situaciones de los últimos días entre mi jefe y yo. ¿Por qué? Juro que le pensaba ser sincera, contarle todo, decirle la verdad y lo que me estaba sucediendo. Pero perdí el valor, me acobardé tras encontrarme de regreso de la farmacia con nuestra vecina y su pequeña mascota en el primer piso…

—Buenas noches Silvia querida. Tiempo sin verte corazón.

—Señora Gertrudis… ¿Qué tal está usted? ¿Cómo sigue del dolor en sus rodillas?

—Ayyy tesoro, caminando con paciencia y tomando mil medicamentos. ¿Y tu esposo cómo sigue?

—¿Cómo sigue?… Pues bien Gertrudis, trabajando mucho, como yo. —Le terminé por decir.

—Ese muchacho es tan servicial. ¡Es un encanto! Cuídalo mucho querida, pocos hoy en día como él. Un caballero. Estoy tan apenada con Rodrigo, pobre chico.

—Hummm si es muy atento. Pero… ¿Por qué apenada con él?

—¡Ahh! ¿No te lo mencionó? —Estaba desconcertada, no sabía que había sucedido entre ellos la noche anterior.

—Pues verás, anoche como a esta misma hora, –y miré mi reloj… 10:33 P.M- Rodrigo bajó a tirar la basura y me vio angustiada llorando, pues este travieso, se me soltó de la mano y salió corriendo detrás de un gato, uno de esos callejeros que se meten a buscar comida en los desechos y pues tu marido se ofreció para ir a buscarlo a la calle. —Y mi corazón empezó a palpitar y mi mente a hilvanar momentos de la noche anterior.

—Y mira que Toretto no muerde a nadie. Pobrecito Rodrigo, le ha mordido en el dorso de su mano cuando le rescató. Con seguridad mi pobre Toretto estaba nervioso y lo desconoció. Yo me ofrecí a curarle pero él estaba pálido, tal vez del susto y subió con bastante apuro. Pero corazón, Toretto está vacunado, no te creas que soy una mujer descuidada con esos menesteres.

—No me contó nada, pero despreocúpese Gertrudis, él se ve muy bien. Gracias por su preocupación. Y bueno la dejo ya, es hora de ir a dormir. ¡Hasta mañana! —Y subí completamente en shock y con la incertidumbre de si ser sincera y provocar entre los dos un cisma o mejor disimular, lo que para mi esposo era más que evidente.

Ya tenía en mi mente la claridad necesaria para entender porque mi esposo estaba así. A esa misma hora estaba yo fuera, dentro de aquél auto. Con seguridad nos había visto. ¿Qué tanto? ¿Habría visto la complicidad entre mi jefe y yo? Por eso su actitud. ¡Qué idiota fui!

Tras aquella conversación pensé que lo mejor era ocultarle a Rodrigo todo, negarle sus suposiciones, oponerme a sus reclamos. Me lo quedaría para mí. ¡Secretos inconfesables! Ya había dejado claro con don Hugo, que nada podría volver a ocurrir entre los dos. Amaba a mi marido y no iba a continuar con aquellas tonterías. ¿Para qué confesarle aquellas verdades si no iba a volver a ocurrir? Mejor dejar que se le pasara el mal genio, le duraría unas horas, a lo sumo un día o dos más, ya se le pasaría. Pensé, mal como siempre. Rodrigo no iba a ceder tan fácil. No otra vez.

Así que tras tirarme Rodrigo, la puerta en mi cara, atiborrada de enfado, me dirigí al baño, me desnudé y mis cabellos los envolví dentro del gorro de baño y me apresuré a darme una ducha antes de ir a la cama. Tomé por pijama una camiseta de manga corta para hacer deporte de Rodrigo, si iba a pasar la noche sin él, quería tenerlo de alguna manera cerca de mí. En mi mesita de noche fui a dejar mi móvil para que cargara la batería, pero en ese preciso instante el característico tono en secuencia de un mensaje recibido, y vibró la tentación en mi mano. La pantalla se iluminó al desbloquearlo.

Era de un número bien conocido por mí, más no lo tenía guardado como contacto en la aplicación de mensajería. Por supuesto era de mi jefe. Me sorprendió por la hora y además porque nunca lo había utilizado para comunicarse conmigo. ¿Le sucedería algo malo? Intrigada ingresé a la aplicación.

—¿Silvia?

—Escribiendo…

—No pretendo molestar, ¿Estas despierta?

—Escribiendo…

—Solo quería saber cómo te fue con tu esposo. ¿Hablaron?

—Escribiendo…

—¿Estas bien? —Dude un momento en contestar. Sin embargo le confesé…

—Don Hugo, gracias. No hablamos. No estoy bien. Estamos mal. —Doble check.

—Escribiendo…

—Lo lamento, en serio. ¿Puedo hacer algo para ayudar? —Hummm ¿En serio? ¿Ayudar? Si él era el causante de mis problemas.

—Si por supuesto, dejarme dormir. Y usted también. Lo necesitamos. —Doble check.

—Escribiendo…

—Lo sé, lo siento pero estoy preocupado. Y además por qué yo… —Dejó de escribir, dejando en el aire algo. Me intrigó. Así que le escribí.

—Porque usted… ¿Qué?—Doble check. —Se demoró unos segundos en responder.

—Escribiendo…

—Estaba… Nada, no es nada, en serio. —No, no podía quedarme con la duda.

—Estaba qué… ¿Jefe? Dígame qué pasó. ¿Peleo de nuevo con su esposa? —Doble check. — Le terminé por preguntar.

—Escribiendo…

—No Silvia, ella esta hace rato en nuestra habitación y yo aquí en la de invitados…

—Escribiendo…

—Ufff, pensando en ti. Lo sé, está mal y no me vayas a regañar. Lo siento pero cierro mis ojos y apareces tú…

—Escribiendo…

—Sé que te lo prometí pero yo al cerrar mis párpados te imagino, te veo, me acuerdo de tu cuerpo y me…

Dejó de escribir. Y yo me recosté contra el cabecero de la cama, con la única almohada que tenía, colocándola detrás de mi cabeza. Se me había quitado el sueño. Don Hugo me había quitado las ganas de dormir y de pensar en mis problemas conyugales. Por su culpa. Y también por la mía. Repasé su último mensaje. ¿Me acuerdo de tu cuerpo y me…? ¿Me qué? ¡Mierda! Pensé que quizás el también estuviera utilizando aquellas imágenes para excitarse. ¿Masturbarse? Le escribí.

—Don Hugo, ya se lo dije. No puede pasar nada entre usted y yo. Ambos estamos en problemas con nuestras parejas… —Doble check.

—Mire, si imaginarme a mí o pensar en mi cuerpo… Sí eso le ayuda a pasar este mal trago y usted se… Usted me entiende. —Doble check. —Y continué escribiéndole otras líneas.

—Hágalo, relájese, disfrútelo. Pero solo quedará en eso. No habrá nada más entre usted y yo. —Doble check.

Terminé por escribirle para que no se sintiera mal y para dejarle claro que era solo una ocasión que se presentó. Y además porque si yo lo había hecho en mi ducha, él también estaba en su derecho de utilizar aquellos recuerdos para… pensar en mí y pues, tocarse. Acabar, gemir, gozar de mí, conmigo en su mente. ¡Solo en su mente!

—Escribiendo…

—Perdóname mi ángel, pero eres la persona más bonita, tierna, hermosa y fiel qué más quisiera tener a mi lado en estos momentos. Perdóname Silvia.

—Escribiendo…

—No puedo evitar… excitarme. Hace tiempos que Martha y yo no…

—Escribiendo…

—Pensarás que soy un depravado y que acostumbro a tener esta clase de chats, pero no. Tú eres la causante de mi excitación. Ya, lo dije. Y me haces feliz.

Nuevamente la pantalla de la aplicación quedaba en espera de que alguno de los dos escribiera. No voy a negarlo, conocer que él me pensaba y que se excitaba imaginando mi cuerpo y eso de que no tenía sexo con su esposa, pues me subió mi estima y mi deseo. Me empecé a excitar también. Quería tocarme pero tenía el periodo y me daba asco meter mis dedos o mantener algún tipo de caricias de índole sexual durante esos días en que menstruaba.

—Jefe, por favor, no siga. Basta ya, tengo sueño. Mañana hablamos. ¡No! Mejor dejamos esta conversación aquí. Hasta mañana y feliz noche. —Doble check.

—Escribiendo…

—Está bien. Descansa, pero que sepas que intentaré soñar contigo y apartar a mi esposa de mi mente. Feliz noche. —Y se desconectó, dejándome pensativa, sin sueño y una carita amarilla que me enviaba un beso al finalizar el texto.

Mi esposo enojado conmigo, durmiendo en la otra habitación y yo aquí, chateando con el culpable de mis bajos instintos. Devolví la conversación hasta el inicio y la releí con detenimiento hasta llegar al final, para deleite de mi ego. Me acomodé y abracé la almohada para cerrar mis ojos y pensar, sonriendo… en Rodrigo. No iba a caer otra vez.

Después de dejar a mis hijos en el colegio, sin dejar de pensar en aquella última frase de Silvia, detuve el auto a la entrada del hotel. Tomé mi móvil y marqué al número telefónico de Paola.

—Listo Pao, estoy abajo esperándote. —Ok, en dos minutos estaré contigo. Un besito. —Y colgó. ¡Puff!… «A pesar de todo».

Una preciosa imagen se acercaba al auto. Sus dorados cabellos ondulados libres al viento y a modo de peineta, unos lentes rectangulares para el sol en azul reflectivo. Un blazer azul, debajo un jersey blanco de punto de canalé y unos shorts anchos de esos que llegan por encima de la cintura, parecidos a unas bermudas de lino, de color blanco y con líneas azules de estilo marinero. Zapatos de piel y con tacón mediano. Como siempre ella tan espectacular.

—¡Wow! Pao, pero si vamos a una visita comercial y no a un desfile de modas. —La saludé y ella mimosa se dio una vuelta entera para mi personal agrado.

—¿Te parece mi rolito? Jajaja, Anda Nene, si seguimos aquí me vas a desgastar con tu mirada, Jejeje. —Si, por supuesto. Tienes razón, vamos–. Le respondí.

—Ayyy, Rocky… ¿Será que me dejas conducir a mí? —¡No! ¿Estás loca? Ni sabrás conducir.

—Y Ajá Nene, tu que te crees, que nací manca y sin ganas. No señor te equivocas. Anda Rocky no seas malito. ¿Sí, sí, sí? ¡Por favor!, ¡Por favor! ¡Por favooor! —Y haciendo gestos con su boca a modo de pucheros de un bebé, ella se mostraba toda consentida y entornando sus ojos esmeraldas… Aquella rubia me hizo claudicar.

Terminé por entregarle las llaves del Mazda, resignado y sonriente.

—Ok, Pao pero vamos a ir con calma. El trayecto será de alrededor de unos cuarenta y cinco a cincuenta minutos. Tomaremos inicialmente la A6, según lo muestra el navegador de mi móvil, para empalmar luego con la M-601. ¡Fácil!

Paola me miró sonriéndose maliciosamente, como aquel coyote de los dibujos animados, colocando trampas que nunca funcionaban para cazar al correcaminos y mordiéndose a la vez la punta de su lengua, se ajustó el cinturón de seguridad y se acomodó los lentes azules. No miento, aquella disposición para conducir, me causó escalofrío por todo el cuerpo.

—¡Ajá Nene! coloca musiquita pero que nos motive para viajar, no para cortarnos las venas, ¿entendido? —Ok, jefa, tu mandas, a ver… y finalmente encontré un Cd de música variada que había descargado meses antes.

Y al empezar a sonar «Bad Romance», de Lady Gaga… ¡Quién dijo miedo! Mi rubio tormento comenzó a acelerar, avanzando por un costado y luego adelantando por el otro. Y yo hay, con los ojos bien abiertos, temblando. Mi mano derecha agarrada de la manija ubicada sobre mi cabeza, la izquierda puesta sobre el freno de mano, por si las moscas y con mi pierna derecha, empujando el tapete del piso cada vez que veía que ella tenía que frenar y yo sin que pisar. ¿Quién carajos me mandó a ser tan débil? Pensé angustiado.

Afortunadamente la vía de varios carriles no mostraba demasiado tráfico, respiraba ya con mayor tranquilidad, pero pasando por una rotonda, se escuchó el inicio de una vieja canción de Cyndi Lauper y su famosa «Girls Just Want to Have Fun » y empezó Cristo a padecer. Aceleró más, cantaba a grito herido, soltaba las manos del timón para aplaudir y me miraba. Se reía, movía su cabeza como una loca desadaptada de izquierda a derecha y se burlaba de mi nerviosismo. Tendría que calmarla, así que pensé… ¡O quito el Cd, o abro la puerta y me lanzo del coche! Y mi rubia Barranquillera tan solo se agitaba en su asiento, carcajada plena, risas a todo pulmón.

—Mira Pao, tengo hambre. ¿Ya desayunaste? —Le pregunté para disimular el susto, bajando el volumen en el reproductor.

—Humm, no Nene, pero por ahí miramos cuando… Ahh, mira ¡Ya llegamos! —Me dijo–. Y yo por dentro… ¡Alabado sea el señor!

—Mira, que bonito Pao. Que edificaciones tan antiguas y esas fachadas tan bien cuidadas. Vaya es una población muy hermosa. —¡Anda Nene! yo no conocía este lugar. ¿Tú sí? —No señorita Torres, es mi primera vez, contigo. Jajaja–. Y también le devolví una suspicaz mirada.

El GPS nos indicaba otra dirección para tomar pero estábamos muy bien de tiempo, gracias a Paola. Y a mí siempre me ha encantado conocer.

—Vamos por esta calle. ¡Mira al fondo!… Una estación de trenes, busquemos aparcar por ahí, y nos vamos caminando, de seguro que hay algún «desayunadero» por ese lugar. —Y mi rubia tentación se dirigió obediente hasta allí.

Aparcamos el auto y caminamos, tomados de la mano hasta un local en una casa bastante antigua pero adentro todo era muy señorial, muy de época. Estaba genialmente decorado, fotos en los muros, esquís colocados en las paredes. Mobiliario cómodo, bien abullonado y antiguo. Todo tan acogedor. La atención por igual, muy oportuna y la sazón del ligero desayuno, nos encantó.

—¡Observa bien Pao! le dije al salir de aquel lugar para caminar en búsqueda de la dirección que indicaba mi navegador. —Observa a tu alrededor. ¿Qué ves?

—Un pueblo encantador, se respira tranquilidad. —Si era verdad, pero a eso no me refería.

—No mires, presta atención a las oportunidades. Hay mucho por trabajar aquí. Cuántos negocios, muchas presas por atrapar. —Y Paola me sonrió.

—Anda Nene, ahora no. Déjame disfrutar del lugar y hacer la digestión. —Y sonrió, apretándose más a mí. Rodeándome por la cintura con su brazo y recostando su cabeza en mi hombro.

—Como se nota que el hambre y las penurias económicas no pasan por tu puerta. —Le dije para finalizar dándole un beso en su frente.

—Hummm, la que es linda es linda. ¡Jajaja!–. Me respondió alegre.

Caminamos unos pocos minutos, por aquellas estrechas y adoquinadas calles, hasta llegar a una vía pavimentada algo más ancha. Allí estaba el hotel. El lugar para sanear mis finanzas, llenar mis bolsillos de tranquilidad.

Un amplio chalet de dos pisos, paredes pintadas de terracota y muros exteriores revestidos en piedra. Techos a dos aguas y portones anchos de madera de cedro. Y en los alrededores pinos y robles. Amplios prados y una piscina de buen tamaño en el frente. No había personas allí a esa hora. Nos anunciamos en la recepción preguntando por el señor Tomás Parra y nos hicieron sentar mientras lo ubicaban.

No pasaron más de tres minutos cuando se nos acercó un hombre alto, corpulento, con una camisa a cuadros rojos, negros y blancos, pantalón de dril azul oscuro y botines del color del coñac, amarrados con cordones gruesos y su cabello castaño, con algo ya de canas. Su rostro de piel muy blanca, ojos pequeños pero llenos de carácter y arrugas en la frente, demostrando gran experiencia, nariz ancha y aguileña y un bigote espeso, con sus negros y blancos.

—¿Señor Cárdenas? Me preguntó por saludo. —Sí señor, mucho gusto. Ella es Paola, mi compañera de ventas–. Y se acercó muy caballeroso hasta Paola que continuaba sentada. —Le extendió su mano y Paola se puso entonces de pie. Y un beso en un lado y luego en la otra mejilla, le obsequió a mi rubia acompañante.

—Bueno pues sean bienvenidos. Si gustan podemos pasar a mi oficina para hablar. Por aquí por favor. —Y dejamos que la dorada cabellera de Paola nos guiara al interior de un salón contiguo a la recepción.

—Y bien, ¿qué buena proposición me traen este par de urbanitas? —Nos soltó de tajo, casi sin dejarnos tomar asiento.

—Pues verá Usted, señor Tomás. He visto de vez en cuando pasar por la calle, uno que otro de sus transportes de turismo y me he fijado que casi siempre van con el cupo completo, lo cual quiere decir que su negocio marcha sobre ruedas, así que pensé que sería probable que necesitaran adquirir nuevas unidades para aumentar su flota o de pronto renovar algunos vehículos. Y pues aquí estamos, para ofrecerle a usted los beneficios de adquirir vehículos nuevos que brindan mayor comodidad, seguridad y mejoran la imagen empresarial. La verdad es que tiene usted algunos vehículos en mora de ser reemplazados. ¿No le parece?

—Pues tiene usted muy buena visión comercial. Hay mucha actividad turística por aquí, mi abuelo decidió construir una urbanización orientada para el turismo rural en épocas de verano con varios trayectos para el senderismo y en invierno, llevarlos a Navacerrada para esquiar. Viene bastante turista extranjero así que con mis hermanos creamos una agencia de turismo.

En esos momentos ingresó al despacho una mujer alta, robusta y pelirroja. Cabello corto con un flequillo blanco disparejo en su frente pero rapado casi al completo el parietal izquierdo. Muy de estilo punk, de rostro ovalado, ojos también pequeños pero delineados con una franja magenta y sus párpados de color naranja con pequeños brillos dorados.

En la aleta izquierda de su nariz un piercing pequeño, con un brillante y en la mitad de su labio inferior una especie de argolla plateada. El vestuario muy normal, blusa blanca de algodón abotonada por completo, mangas largas hasta tapar sus muñecas, aunque no alcanzaban a cubrir un tatuaje que alcancé a observar y una falda negra entallando su figura desde la cintura hasta un poco por encima de las rodillas y medias de lana de color gris. Sus zapatos de brillante charol negro y de tacón cuadrado algo bajos.

—Mi hermana menor. María Trinidad, ven te presento a Paola y Rodrigo, ellos vienen de Madrid para ofrecernos unos nuevos micros para el transporte de nuestros visitantes. —Nos saludó a los dos con besos en las mejillas y una especial mirada para mi rubia Barranquillera, auscultándola de arriba hasta abajo. –Conmigo no fue así–. Finalmente se acomodó en un escritorio donde estaba un ordenador blanco con una pantalla bastante amplia.

—Trini se encarga de promocionarnos en las redes sociales y Joaquín, mi otro hermano, de toda la logística. Mi madre Teresa, está al pendiente de las labores en la cocina. Recogemos los grupos en el aeropuerto y los traemos hasta aquí en las minivans. Algunas ya tienen más de ocho años con nosotros y presentan continuas fallas mecánicas. Es necesario reemplazarlas, lo sé. No queremos que nuestros turistas se queden atascados a medio camino del puerto de Navacerrada o en el mirador de la Reina en Puerto de la Fría. Sería fatal para nuestra imagen internacional. He adelantado en el banco un préstamo para ello, pero los costos me impedirán reemplazar la mayoría.

—Pues para eso les ofrezco una solución financiera. Un tipo de renting para que ustedes no tengan que descapitalizarse y mejor utilizar esos recursos en ampliaciones habitacionales o en reparaciones locativas que sean más urgentes y necesarias. Algo así como trabajar con la plata de los demás. —Y ellos dos, levantaron sus cejas y por completo capté su atención–. Terminé por explicarles sobre una hoja de mi agenda cuadriculada, los beneficios fiscales y financieros de la operación de arrendamiento. Paola también cercana a mi izquierda, tomaba apuntes de mi cátedra de ventas.

Duramos al menos una hora entre sus comentarios, la revisión de nuestra propuesta, la observación de los catálogos de los modelos que les podrían servir y los precios. Números, sumas, restas, en fin las ventajas y los beneficios en contra de sus ideas iniciales. Cara de asombro en ellos y de sonrisa en mi rubia compañera y por supuesto, en mí también pero muy interior. Nada que demostrara que ya los tenía en mis manos. Aunque me guardaba un as bajo mi manga.

—Vaya señor Cárdenas, no lo habíamos visto desde ese punto. Y pues si ustedes se pueden encargar de todos los trámites, no veo objeción alguna para tomar con ustedes la renovación. Quedaría pendiente ver qué hacemos con los viejos. ¿Ustedes los recibirían en parte pago? —Me respondió Tomás, colocándose en pie.

—Vamos atrás, hasta la bodega donde tenemos los micros y observamos cuántos de ellos son susceptibles de renovación. —Paola sonrió y Trini se acercó a ella para darle un abrazo bastante efusivo. A mi tan solo su sonrisa y la mano para estrecharla. Hummm… algo veía venir.

—¿Desean algo de beber? Nos preguntó María Trinidad, antes de salir de aquella casa. —Nada muy amables, es que acabamos de desayunar, le respondí–. Y la Trini tomó del brazo a mi rubia tentación, llevándola por delante de su hermano y de mí.

Fuimos hasta un cobertizo que hacía las veces de parqueadero y allí estaban las tres minivans estacionadas junto a tres hombres de mediana edad y uno mucho más joven. Alto y delgado. Pelirrojo, cara salpicada de innumerables pecas. Vestía una parka de color mostaza, y en su cuello adicionalmente un pashmina marrón. Pantalón entubado rojo y estampado a cuadros, muy al estilo escocés y zapatos de lona amarillos con suela gruesa blanca. Muy a la moda el muchacho.

—Bien Rodrigo, este es mi hermano Joaquín y ellos son nuestros conductores. —Los saludé a todos de la mano, Paola desde lejos, levantó su brazo libre, sonriéndoles. Su otro brazo seguía preso del acogedor abrazo de la Trini.

—Y bien, a ver que tenemos por aquí. —Les dije a los presentes mirando una, otra y la última de las minivans.

Joaquín hablaba en voz muy baja con su hermano, quizás poniéndose al tanto de lo que Paola y yo hacíamos allí. Finalmente se acercó hasta el primer vehículo que yo observaba. Muy elegante su caminar, muy afeminado el movimiento de sus brazos y la manera de pasar su mano derecha para acomodar el mechón rojo de su cabello, despeinado por la brisa.

—No están tan mal cuidados. ¿No le parece Rodrigo? —Me dijo con una voz muy suave, casi femenina. Sus ojos brillaban, humedecía con frecuencia sus labios pasando la lengua sobre ellos, sin dejar de mírame de manera bastante… ¿Coqueta?

—Para nada, aunque podría estar mejor. Los tapizados ya se notan desgastados y el juego de llantas está casi para reemplazar. Hummm, el kilometraje parece normal para los años de uso. —¿Los pueden encender?–. Pregunté y cada uno de los conductores, se dispusieron a hacerlos funcionar.

Dos encendieron fácilmente, el tercero no. Parecía ser la batería o el motor de arranque que ya arrastraba. Abrí el cofre, junto a Tomás y el conductor. Joaquín aprovechó para arrimarse a mí por detrás, haciéndose el interesado en ayudar, pero restregándome su paquete en mis nalgas. Me puso una mano sobre la que yo tenía sosteniendo el cofre, como descuidadamente. Eso me puso alerta y decidí girarme y mirarlo, mostrándole sin decir nada, mi alianza matrimonial. El solo se sonrió.

Me llevé a Tomás hacia un lugar apartado para comentarle mis impresiones y una idea que ya tenía en mente. Le expliqué mi propuesta, él lo medito un instante y luego se dirigió a donde estaba su hermano y los tres conductores. Al cabo de unos minutos todos sonrieron y tanto Tomás como Joaquín, levantaron cada uno su respectivo pulgar, felices. Listo, lo había logrado. Negocio cerrado.

¿Y Paola? No la veía por allí, así que rodee el lugar y la vi recostada su espalda sobre el tablado de madera de aquella bodega, con cara de agobio, casi de disgusto. La Trini, tenía los dos brazos apoyados sobre el muro, impidiéndole a Paola la libertad de movimiento al ser ella, más baja que nuestra anfitriona. Su cara se acercaba peligrosamente a la de mi rubia compañera. Carraspee fuerte y la llamé.

—Pao… ¿Puedes ayudarme con unas cifras por favor? Y por fin un brazo se apartó, dándole un afortunado respiro a Paola.

—Si claro Rocky, ya voy. —Joaquín estaba detrás de mí a unos pocos pasos. Paola con cara de martirio me guiñó un ojo y me dijo al oído…

—Rocky bésame o voy a dañarte el negocio. ¡Ya no la aguanto más!. —Y sus brazos se colgaron a mi cuello y sus piernas de un salto, rodearon mi cintura–. Y me besó apasionadamente.

Luego de un momento de saborearnos las lenguas y los paladares, tras segundos de intensa transfusión de sensaciones, ojos cerrados y en mi mente ninguna señal de traición, se desprendió de mí y fueron sus manos a estirar las recogidas mangas de sus bermudas, pero las detuve con las mías.

—Déjame a mí, le dije. —Tengo que sentar aquí un buen precedente. ¡Tú tranquila!

Y me arrodillé en frente de ella, pasando mis manos por detrás de sus rodillas y sin apuro fui escalando por sus tonificados muslos, subiéndolas lentamente y sin dejar de mirarla en ningún instante. –Los hermanos nos observaban sin decir nada–. Acaricié el comienzo de sus nalgas por debajo de la tela de sus amplios shorts y luego cambié de dirección mis palmas hacia el frente de sus piernas y con mis dos pulgares, los introduje por debajo del encauchado de sus panties, apartándolos, estirándolos luego con mis dedos índices, liberando con un poco de esfuerzo la escasa tela que se hundía en su intimidad y para ello, Paola me facilitó la operación, formando un pequeño arco con sus piernas, apoyando sus manos en mi cabeza, masajeando mis cabellos. Acaricié la suave piel de los costados de su vagina, sin introducirlos, solo pasando delicadamente, las yemas de mis dos dedos sobre los pliegues de su raja. Un escalofrío recorrió su cuerpo, provocando con mi caricia, el erizado de los poros en su piel y en el campestre ambiente, dejar flotando un gemido breve de placer.

Saqué mis manos de la calidez de su íntima anatomía y me puse en pie, frente a Paola. Y llevé esos dos dedos hasta mi boca, chupándolos lascivamente y después se los ofrecí a mi rubia tentación, quien gustosa abrió la suya y con su lengua, eróticamente, falange a falange, los lamió a placer. Y todo en frente de aquellos dos hermanos, quienes finalmente se dieron vuelta y se marcharon con resignación.

—¡Ufff Nene! Pero que ocurrencias tienes, Jajaja. —Me dijo al momento Paola, algo ruborizada por mi esmerada actuación.

—¡Ya ves preciosa! Te avisé que si seguías provocándome, sería capaz de hacerte una y mil cochinadas. Además no tenía alternativa para quitarnos a estos dos de encima. —¿Cómo así Rocky?–. ¡Hummm! es que el pelirrojo también es de rosca izquierda. Jajaja.

Y Paola sonrosada, me tomó del brazo, dichosa y sí, algo excitada seguramente como yo. Y nos dirigimos hasta la entrada del hotel. Y pensé entonces en Silvia y su famosa frase… ¡Te amo, a pesar de todo!

Y yo también a ti, mi amor. ¡Yo también!…

—Bueno, –nos dijo Tomás– creo que debemos celebrar este acuerdo. Paola me miró intrigada, pues yo aún no le había comentado nada. —¿Les gusta la trucha? Nos preguntó. —Yo, por supuesto–. Le respondí que me encantaría. Paola asintió con su cabeza.

—Ok, vamos caminando que el local de mi tío está muy cerca. Son truchas frescas, que el mismo cultiva en su criadero. —Pues bien vamos–. Respondí entusiasmado.

No tardamos nada en llegar, Tomás volvió a su labor de anfitrión, presentándonos a su tío, un hombre calvo de aspecto bonachón y a dos jóvenes muchachas que nos atendieron a cuerpo de rey. Afortunadamente los acosos no continuaron Y pudimos almorzar en sana paz, bueno, hasta que vibró mi teléfono…

—Hola amor ¿Cómo estás? ¿Sigues enfadado?

—A ver Silvia, ¿Cómo quieres que esté contigo? ¿Feliz?…

—Por favor, ya dejemos de pelear. ¿Dónde estás?

—Estoy almorzando a las afueras de Madrid.

—Hummm, entonces… ¿Estás bien acompañado?

—Ahora no Silvia, estoy con los clientes y si, bien acompañado por ellos.

—Qué gusto, te noto más tranquilo. Eso quiere decir que te fue bien. Me alegro por ti… Por nosotros.

—Gracias. Todo en orden. Y salimos de aquí para el concesionario. Hasta la noche, como me dijiste esta mañana. —Espera, no me cuelgues.

—¿Que paso? ¿Le sucede algo a los niños?

—No mi vida, tranquilo. Es que… Te tengo una buena noticia.

—Qué bueno… ¡Renunciaste!

—¡No! Jajaja, tan bobito. Me dieron… ehhh, nos dieron a todas un aumento de salario. Esta noche te cuento. Ten cuidado por ahí, sobre todo con las «curvas». Hasta la noche.

Y terminó la llamada, haciendo hincapié con las curvas.

Continuará…

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