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El secreto de la enfermera Jazmín (candente)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Una expresión de tristeza hizo brotar una pequeña lágrima de los hermosos ojos de la enfermera Jazmín, la lágrima rodó por su mejilla y se soltó de su barbilla cayendo en los voluminosos pechos que asomaban en su escote.

Arrastré mi silla al lado de Jazmín, me senté y puse mi mano en su hombro para darle consuelo.

-Tranquila, todos cometemos errores, eso nos hace humanos.

-Lo sé, pero yo me siento sola, me he sentido abandonada por Alberto desde hace mucho.

-No, mira, tranquila, no estás sola, cuentas con Mari y también conmigo si necesitas hablar en cualquier momento. Parte de la magia en las terapias psicológicas es hablar sobre lo que te abruma, eso esclarece tu mente y con nosotros te ahorras el costo de la terapia –dije tratando de hacer reír a Jazmín.

-Bueno, ahora que tocamos el tema, quizá podamos ser confidentes. Te contaré. –agregó.

Jazmín procedió a contarme el motivo de su pesar. Y me permitiré contarlo como ella me lo contó a mí.

"Todo empezó una noche luego de una larga discusión con Alberto. Yo tenía que cubrir mi turno en el hospital. Esa noche debía cubrir desde las 9 pm hasta las 9 am del siguiente día. Llegué al trabajo enojada y frustrada. Mi trabajo aunque cansado a lo mejor me despejaría lo suficiente para olvidar las tonterías de Alberto.

Esa noche cubría la unidad de medicina interna de hombres. Habían transferido a un nuevo paciente, su nombre era Edgar. Un hombre de unos 37 años, 1.80 m como de 75 k, atlético, con pectorales y abdomen bien marcados. Mis compañeras y yo cuidamos a todos nuestros pacientes sin preferencia alguna, sin embargo, ellas ya bromeaban sobre quien sería la afortunada de atender al señor Edgar ya que el sujeto era muy atractivo, tenía un cabello abundante y sedoso, unas cejas bien talladas naturalmente, una nariz respingada, un mentón que ostentaba una masculina barba y unos labios muy apetecibles.

Desafortunadamente el señor Edgar había sufrido un accidente hace poco y una contusión le había dejado en coma. Los médicos continuaban trabajando para curarlo, pero los esfuerzos hasta ese momento eran en vano.

Acababan de transferirlo a mi unidad y su camilla era un desastre, las sabanas estaban sucias, el señor Edgar necesitaba un baño urgente antes de ingresarlo a la unidad. Carol, holgazana como siempre, decidió hacer el papeleo dejándome a cargo todos los cuidados del señor Edgar.

Lo llevé a una habitación privada y procedí a preparar lo necesario. Necesitaba hacerle un baño de esponja (bañar y vestir al paciente en su propia cama), cambiar las sábanas, etc. Llevé mis implementos y comencé mis labores.

Comencé quitando las sábanas sucias, luego con delicadeza, retiré la bata del señor Edgar. Quedé impresionada al ver esa figura muy bien tallada. Lucía como el tipo de hombre que se ejercita pero sin excederse. Sus abdominales, aun estando relajados marcaban una forma de “V” que descendía hasta su pubis. Mi asombro solo aumentó cuando retiré el pantalón que llevaba. Unas gruesas y fuertes piernas que acaricié mientras retiraba su prenda. Unos glúteos redondos, firmes y levemente endurecidos que no dudé en apretar entre mis manos al desnudarlo.

Pero lo más sorprendente fue lo que vi entre sus piernas. Un enorme pene reposaba flácido sobre unos testículos redondos y grandes. Jamás había visto un pene así, su tamaño no correspondía a su flacidez. No soporté la curiosidad y lo medí con mi cinta métrica. 14 cm. en estado de reposo. Aquello era una barbaridad. Gran cantidad de pensamientos eróticos cruzaron por mi mente mientras mi vagina humedecía mi ropa interior. No podía permitir semejante cosa pues mi falda de uniforme era blanca y denotaba cualquier mancha de inmediato.

Traté de ignorar aquel hermoso regalo de la naturaleza y comencé el baño. Pasaba la esponja mojada sobre aquellos firmes pectorales, sobre sus fornidos brazos, su tallado abdomen. Aquella labor comenzaba a ser placentera pero una tortura a la vez. Tener entre mis manos a semejante figura y no poder hacerlo mío. Comencé a enjabonar aquel escultural cuerpo. Sentir cada uno de sus músculos entre mis dedos escurridizos me prendían de manera desmedida.

Miré al techo de la habitación. Era una pequeña habitación utilizada para exámenes de rutina. Me di cuenta que no habían cámaras de seguridad. Estábamos solos, aquel sensual hombre y yo. En un arrebato de adrenalina y excitación me decidí y cerré la puerta de la habitación, coloqué el letrero de “Ocupado” en la puerta, cerré las cortinas quedando completamente aislada con aquel semental y regresé a él decidida a mitigar mi lujuria.

Me quité la blusa, el corpiño rojo que me había puesto, era una lástima que aquel hombre no pudiera hacerme suya con sus enormes y venosas manos. Las tomé y apreté con ellas mis pechos. Mis pezones se endurecieron inmediato al sentir sus gruesos dedos apretujar mis senos. Continué enjabonando a mi caballero.

La humedad comenzaba a escurrir fuera de mis bragas escurriendo por mis muslos. Me arranque la falda y las bragas. Por fin, estaba completamente desnuda junto a mi hombre, lo acariciaba con mis manos enjabonadas sintiendo la textura de aquel cuerpo maravilloso.

Lo mejor lo había dejado para el final, enjaboné muy bien mis pequeñas y delicadas manos y comencé a acariciar ese enorme pene. Lo sujeté del tronco y lo levanté, era muy firme a pesar de no estar erecto aún. Mi mano abarcaba su circunferencia con exactitud, era muy grueso. Comencé a acariciarme el clítoris mientras sostenía aquel trozo en mi otra mano.

No lo soporté y me abalancé para comérmelo. Metí cuanto pude de esa verga en mi boca. Comencé a succionarlo de manera violenta. Pronto sentí como la sangre comenzaba a llenar el cuerpo muscular de su miembro. Lo masturbaba con mi mano mientras succionaba el glande con fuerza. No tardó más de 1 minuto y aquel pene de grandes dimensiones se había convertido en algo monumental.

Aquel no era un hombre, era una bestia semental. Su pesada verga reposaba hacia arriba sobre su abdomen, su longitud sobrepasaba ligeramente su ombligo. Y su grosor, ni hablar, no era capaz de cerrar mi mano ante semejante circunferencia. Eran 22 cm de puro placer y gloria. Lo sujeté con ambas manos y comencé a masturbarlo.

Cuanto más lo masturbaba más parecía inflamarse, una enrojecida cabeza goteaba líquido seminal por su orificio mientras las venas se marcaban a lo largo de todo el pene. Me comía ese glande como un helado, jamás había sentido tanto placer, era la verga más deliciosa que había probado. Su zona púbica estaba muy bien afeitada aunque él era velludo.

Me subí sobre él, abriendo mis piernas lo acomodé entre ellas. ¡Uf! ¡Qué delicia! Era como sentarse sobre un tronco pero terso y suave. Yo estaba casi tan enjabonada como él. Me incliné para besar sus labios, eran suaves y aunque inmóviles estaban deliciosos. Los devoré mientras me masturbaba el clítoris con la punta de su glande.

El jabón hacía que todo estuviera resbaladizo, mis jugos brotaban como fuente sobre su verga endurecida, introduje el glande en mi vagina. ¡Santo Cielo! Jamás había sentido mi vagina estirarse de esa manera. Era casi como sentir una mano tratando de entrar en mi estrecha concha. Continué masturbándome con su glande hasta que mis flujos remplazaron el jabón por completo. Su pene ahora estaba barnizado con la caliente lubricación de mi sexo.

Lo intenté de nuevo, introduje esa gigantesca cabeza en mi vulva. ¡Mierda! Era lo más delicioso que jamás había sentido. Dolía un poco, pero pronto me adapté a su descomunal tamaño. El grosor de aquella verga presionaba por dentro mi punto G. estimulándome de manera sobre humana. Fui sentándome sobre aquella inmensa, firme y dura erección dejándome penetrar como una perra. Mi vagina había alcanzado sus límites, se expandió al máximo a lo ancho y a lo profundo. Sentí su glande llegar al fondo de mi vagina y presionar contra mi útero.

Un pequeño dolor me advirtió sobre mi limitada capacidad anatómica. Bajé mi mano para sentir su verga, aún quedaba una tercera parte de ella fuera de mí. Estaba tan excitada que mis caderas comenzaron a moverse de arriba abajo, engullendo esa gigantesca verga dentro de mi sin parar. Mis fluidos escurrían sobre sus hinchados testículos que brincaban al compás de mis cabalgadas. Mis glúteos rebotaban amenizando cada embestida. No podía contener mis gemidos, quería gritar. Por suerte el bullicio del gentío fuera de la habitación mitigaban aquella lujuriosa melodía de gemidos y chapoteos.

Comencé a sentir los espasmos en el pene del señor Edgar que hacían que se hinchara un poco más dentro de mí. Era el aviso de su orgasmo. Aproveché la viscosidad de aquel manjar para penetrarme esa verga por completa. No quería terminar aquella experiencia sin vivirla al máximo. Dejé caer todo mi peso sobre aquel tronco sobre humano.

Sentí su pubis chocar con mi clítoris y sus testículos exprimirse entre mis nalgas estimulando mi ano. La enormidad de aquel miembro me rompía por dentro. Pero lo estaba disfrutando como nunca. El glande hinchado de su verga había encontrado el orificio en mi cuello uterino y lo penetró. Sentí su glande literalmente entrar hasta mi útero y deslizarse entre las paredes de mi matriz. El dolor fue intenso, pero no voy a negar que el inmenso placer lo compensaba por completo.

Un grito desgarrador escapó de mi garganta. Pero nada me importaba en ese momento. Estaba llena de lujuria, ebria de placer. Mis movimientos eran casi involuntarios.

Continué moviendo mis caderas. Presionando sus testículos en mi culo. Sintiendo su verga hurgar en mi matriz. Atravesándome con ese descomunal miembro que jamás volvería a encontrar en la vida.

Un espasmo intenso ensanchó su gran pene cuando un enorme chorro de líquido caliente brotó en el interior de mi sexo. Sentí ese líquido llenar mi útero con facilidad, hasta mis trompas de Falopio. El resto comenzó a desbordarse en mi vagina escurriendo por los bordes de mi vulva. La sensación era exquisita. Estaba en éxtasis.

Mi vagina comenzó a contraerse, un cosquilleo recorrió mi sexo, recorrió mi culo, subió por mi espalda para esparcirse por todo mi cuerpo. Grité, gemí y me estremecí sin pudor. Mis tetas estaban inflamadas de excitación, mis pezones endurecidos goteaban de placer.

Continué moviéndome disminuyendo la velocidad y la intensidad paulatinamente. Mi orgasmo duró casi 3 minutos. Pero sentí que eran interminables. Mi cuerpo débil y asustadizo temblaba sin control. El pene de aquel hombre permaneció endurecido durante 5 minutos más. Solo me recosté sobre su pecho mientras sentía como su pene se relajaba dentro de mí muy lentamente. Deslizándose naturalmente fuera de mí poco a poco.

Aun estando en completa flacidez, la longitud y el grosor de aquel pene lo hacían permanecer dentro de mí. No quería que terminara. Aquel era un sueño. El bullicio fuera de la sala parecía menguar. Así que decidí terminar con mi fantasía. Deslicé lentamente aquella verga fuera de mí. Su semen escurría a borbollones fuera de mi concha. Estaba tan dilatada que tuve que esperar unos minutos para no chorrear la abundante cantidad de semen que aquel hombre había dejado dentro de mí. Quería sentirlo así por el resto de la noche. Caliente, viscoso y escurridizo por dentro.

Terminé de enjuagar al señor Edgar. Le puse la ropa limpia, la más suave cómoda que encontré. Arreglé con esmero su camilla y lo acomodé cariñosamente. Hice todo aquello mientras continuábamos encerrados y yo completamente desnuda.

Arreglé todo. Y me vestí para salir. Llevé al señor Edgar a su cama correspondiente y entre 3 chicas lo acomodamos.

Desde ese día hice las asignaciones de pacientes al personal de enfermería. Me dejé los cuidados del señor Edgar sólo y exclusivamente a mí. Pongo todo mi esfuerzo en los cuidados del señor Edgar, sueño con su pronta recuperación para poder conocernos e invitarle a salir. Después de todo, soy suya aunque no lo sepa… Aún."

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