Ese día al despertar noté de inmediato dos cosas: primero, no estaba en mi dormitorio, y segundo, tenía semen por toda la cara. ¿Qué había pasado? ¿Qué hora era realmente? ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí? Y sobre todo, ¿de quién, o quienes, era todo ese esperma que cubría mi rostro?
A medida que despertaba me empezaba a dar cuenta: no estaba en un dormitorio, sino una especie de depósito. Solo había el colchón en el suelo, una silla, pero no habían ventanas, sólo una pequeña que daban hacia un pasillo; las paredes y el techo tenían espejos por todos lados; la puerta, de madera vieja, estaba cerrada, pero aun así podía escuchar ruido afuera. Encontré algo de papel toalla para limpiarme el rostro. Miré mi ropa: llevaba lo que acostumbro usar cuando salgo a los bares: mis tacones altos, medias de malla, mi corset negro con liguero y claro, una trucita tipo thong con encajes. Lo demás, mi minifalda y casaca de cuero estaban tiradas sobre la silla.
Miré por la ventanita y noté que daba a un largo pasillo, con muchas puertas. Decidida a resolver mis dudas, abrí la puerta: no lo podía creer. Lo primero que llamó mi atención fueron las luces rojas que alumbraban el lugar; y luego, las otras chicas trans, vestidas casi igual que yo, paradas al lado de cada puerta. Sí, estaba en un prostíbulo. ¿Cómo diablos había llegado allí? Hice memoria. Era sábado por la noche; fui a un bar con unas amigas trans, a tomar unas copas y con suerte, conseguirnos una buena pieza. Conocimos a unos chicos con quienes compartimos tragos, caricias, e incluso creo que llegué a masturbar a uno de ellos. Y luego, mi mente quedó en blanco. ¿Qué le pusieron a los tragos? No había duda de que algo había pasado desde ese último trago. Tampoco sabía qué había pasado con las dos amigas que me acompañaban esa noche. El piso parecía moverse. “¿Estoy mareada o acaso estamos en un barco?” pensé.
Era claro entonces que me habían drogado y así, traído a un prostíbulo y que, por el semen que encontré en mi cara (y que además ahora chorreaba desde mi culito por mi pierna) ya se habían aprovechado de mí. Noté a varios hombres caminando por el pasillo, creo que todos eran tipos buscando putas. Entraban de uno, dos, hasta tres por cuarto. No tenía cómo escapar ni pedir ayuda; mi celular, documentos, llaves, todos habían desaparecido.
Y de pronto, llegó mi turno…
Dos tipos, quizá en sus cincuentas, se acercaron a mi cuarto, claro, con ganas de cogerme.
“hey, danos servicio completo”
¿Uh? ¿De qué hablaban? ¿Así nada más?
“vamos que no tenemos toda la noche”
Y sin pensarlo me empujaron al interior del cuarto, cerrando la puerta. Sin dejar pasar más tiempo, me arrancaron las panties. “Esto no será solo sexo” pensé: “esto será casi una violación”
Se desnudaron rápidamente y luego me lanzaron sobre el colchón.
“ponte en cuatro putita”
Sabía que no tenía sentido negarse. Eran dos tipos fornidos, fuera de forma, pero aun así, se veían bastante fuertes y rudos. Ambos tenían un ligero acento extranjero.
De manera muy sumisa obedecí. De inmediato, uno de ellos me tomó por las caderas, y sin mayor lubricación, empezó a meter esa cabeza gorda de su gigante pene en mi culito.
“Mierda, esto va a doler” – pensé. Y sí, dolió un poco.
Aún tenía algo de esperma en mi culo, de quien quiera que me hubiese cojido antes, así que esa leche hizo las de lubricante.
“Oh mierda”, aun cuando era una violación, era verga sí que se sentía muy rica.
Ese pedazo gigante de carne inició su ingreso, centímetro tras centímetro, desapareciendo dentro de mi cuerpo; lo hizo sin sutilezas, solo agarró mis caderas, y como un martillo automático, clavó toda su hombría en mi interior. A partir de entonces solo se limitó a meterla y sacarla una y otra vez, sin parar, sin cansarse, casi como si yo fuese el último coño en el mundo; al mismo tiempo yo estaba en completo frenesí: ya no pensaba, ni me importaba cómo había llegado hasta allí. En ese instante mi única preocupación era asegurarme que los 30 centímetros de carne dura entren por completo en mi boipussy. Mientras eso pasaba, pude mirar a los espejos alrededor: podía verme, en mis cuatro, completamente abierta, con un macho atrás que me violaba sin piedad; mi cabello, largo y ondulado se mecía al ritmo de mis caderas, cubriéndome todo el rostro.
Mientras eso pasaba, el otro tipo se había estado masturbando para endurecer su pieza. Desnudo, se sentó en el colchón delante de mí. Sabía que se tenía que hacer: mamársela. Y así lo hice; empecé a chupársela casi con desesperación, tratando de meterla hasta el fondo de mi garganta lo más pronto posible. Él agarró mi cabeza con ambas manos y empezó a empujarla hacia abajo. “¡Trágatela perra!” decía. Tras un par de intentos me metí su mazo carnoso al punto que sus bolas tocaban mi mentón. Mantuve la respiración unos segundos para que su verga se quedara en mi boca todo el tiempo posible. Cerré mis ojos. Sentía como la punta rozaba mi garganta. ¡Era casi divino!
Así seguimos un buen rato. Ambos machos intercambiaban lugar, de mi culo a la boca; las vergas entraban y salían constantemente, dejando cada vez un río de esperma caliente en mis cavidades. Me miré a los espejos: era como ser una actriz porno a quien cogen sin cesar. Disfrutaba realmente de esa vista – me sentía una verdadera puta de burdel. Mientras me montaban desde atrás, mi propia verga, ahora completamente dura, no dejaba de balancearse como un péndulo.
Luego de inundarme con su leche salada, ambos se vistieron y me lanzaron un par de buenos billetes. “Buen trabajo perra”, atinó a decir uno de ellos antes de salir de la habitación. Tuve que descansar unos minutos antes de reponerme. Al cabo de un tiempo, y luego de limpiar mi cuerpo semidesnudo de los rastros de esperma, abrí la puerta. Quería saber de qué se trataba todo esto y cuándo (y cómo) podía irme. De pronto apareció una hembra, una rubia con las tetas al aire; solo llevaba tacos y una panti diminuta.
“Toma, para que te recuperes rápido” – me dijo, alcanzando un vaso con un trago desconocido.
Acepté sin pensarlo; tenía la garganta adolorida y me moría de sed. Entonces pregunté:
“¿Dónde estoy? ¿Me puedo ir de aquí?”
Ella me miró con una risa burlona.
“No importa dónde estás; lo que importa es que cumplas con tu cuota mínima”
¿Cuota mínima? ¿De qué diablos hablaba esta mujer?
“Tienes que servir al menos un día entero, de otro modo, no sales de aquí” me dijo. “Apenas has cumplido cuatro horas desde que te trajeron”
Y antes de que pudiera reclamar, ella desapareció de mi vista. A lo largo del pasillo, aparte de clientes, pude notar lo que parecía ser personal de seguridad. Era bastante claro que me habían secuestrado para forzarme a ejercer la prostitución. ¿Qué más podía hacer? Mientras tanto, noté que el trago empezaba a hacer efectos; se sentía como una dosis de adrenalina: el dolor, el cansancio y el hambre desaparecían; era como un borrón y cuenta nueva de tu cuerpo. “Qué cosa tan rara (y buenísima) pensé”
“Entonces tengo que quedarme otras veinte horas aquí, a merced de cualquier hombre”
Mientras tanto, aproveché los espejos para arreglar mi maquillaje – ok, puede que esté secuestrada, eso no significa que no pueda lucir sexy, ¿verdad? Así que, como siempre, puse un rojo fuego en mis labios, azul metálico en mis párpados y me arreglé el cabello. Afuera, en el pasillo no dejaban de sonar los pasos de varios hombres arrechos y con ganas de coger. Algunos iban semidesnudos, con la verga al aire, exhibiéndose.
No pasaron ni 15 minutos y nuevamente alguien tocó la puerta. La abrí. Era un moreno, negrísimo como una aceituna, de casi un metro ochenta. “Mierda… esto será interesante” Sin presentación alguna, el tipo se quitó el buzo que llevaba puesto. OMFG. Parecía que venía de coger a alguien ya que su verga, también negrísima, se exponía en toda su gloria: un mazo digno de un caballo, del grosor de una lata de cerveza, con una cabeza en forma de hongo grueso, las venas casi a punto de explotar. Estoy casi segura que sobrado pasaba los 30 centímetros de largo. Era como esos dildos tipo burro que había visto en línea.
“Oh mi amor, no importa cómo llegué aquí papito, ven, pasa y dame como todo lo que puedas” le dije con una sonrisa lasciva, mientras él se sentaba sobre la única silla disponible.
En menos de un minuto ya me encontraba encima de él; me senté de espaldas hacia él; agarré esa deliciosa verga y la dirigí hacia la entrada, ya bien abierta, de mi boipussy; “mételo todo negro” pensé; entonces, cogiéndome de la cintura con sus gigantes manos, esa verga de caballo desapareció en mi interior. Sin dudarlo, hice que toda esa carne se meta hasta la base en mi culo, incluso sus bolas rozaban mi piel. “¡oh dios… esto es lo que he esperado toda mi vida!” grité. Cerré los ojos; arqueé mi espalda hacia atrás, mis dedos entre mi melena, mis piernas abiertas casi 180 grados; parecía que iba a desmayarme o volverme loca, se los juro que nunca me había pasado eso; me quedé estática, quería sentirlo completamente dentro de mí lo más posible; me sentía empalada y completamente abierta al mismo tiempo.
Y entonces empezó la danza: me tomó de las caderas y con mucha facilidad, me levantó casi 30 centímetros en el aire, dejando solo esa cabeza gorda de su pene en mi interior, y entonces, sin ningún aviso, me dejó caer de nuevo sobre su verga… “¡oh mierda!… ¡qué es esto!” El mazo de carne entró como un proyectil en mi culito. “¡Oh, oh, oh!!!” Y lo volvió a repetir, dos, tres, cuatro veces. Era un verdadero animal. No tenía piedad con mi pussy; mi hueco estaba completamente abierto. Imagínate un cilindro de casi diez centímetros de grosor, entrando una y otra vez en el ano. ¡Fue maravilloso y delicioso! Una tortura pero de puro placer.
Les juro que por un momento estuve a punto de realmente desmayarme. Creí que en cualquier momento esa verga de caballo saldría por mi boca.
Luego me arrastró al colchón (sin sacar la verga de mi interior), me puso en cuatro y siguió perforando sin piedad; mis piernas temblaban, mi espalda se arqueaba más y más, trataba de abrir mis piernas lo más posible…”¡mételo, mételo más, más, más!!” le gritaba como una loca. Era una verdadera violación brutal.
Cuando ya parecía venirse, sacó su mazo, me volteó boca arriba y se arrodilló delante de mi cara. ¿Qué piensa hacer este? Pensé. Masajeaba su pene con frenesí y de pronto, y sin aviso, una explosión de esperma caliente empezó a inundar mi rostro. “¡¡ oh dios, oh dios… sí mi amor, dámelo dámelo!!!” gemí. La leche seguía saliendo sin parar… mi cara se empezó a cubrir de una capa como un glaseado pegajoso… traté de tragar todo lo posible, ese delicioso semen salado. No sé cuánta leche lanzó, pero suficiente como para cubrir cada centímetro de mi rostro; antes que pudiera terminarla, me puse de rodillas y traté de meterme esa verga a la boca para poder tragarme las últimas gotas de su elixir. Mientras eso pasaba, el resto de esperma chorreaba por mi pecho. Y así, sin más palabras, lanzó un par de billetes y salió desnudo del cuarto. Yo me sentía en el cielo. No pasaron unos minutos y nuevamente me trajeron ese trago para reanimarme.
Tenía casi medio día que cumplir aún. En el transcurso de ese tiempo pasó de todo: desde novatos tímidos que nunca habían estado con una trans, hasta cosas más extremas, desde el tipo que solo quería hacer fisting – meter ambos brazos en mi culito expandido, a otra en que un grupo de cinco tipos me cogieron en grupo, llegando a meterme tres vergas en el culo al mismo tiempo y que también terminaron bañándome por completo de esperma caliente.
Perdí por completo la noción del tiempo; sólo veía hombres entrar y salir, no solo de mi cuarto, sino de mi cuerpo; y entre uno y otro, un trago más para reponerme. De paso, mi bolsa de dinero iba creciendo.
Cuando ya parecía que “acababa mi turno” apareció la rubia tetona y me dijo,
“OK, ya cumpliste tus 24 horas. Hemos contado 85 clientes en tu cuarto. Como ya te imaginas, nosotros nos quedamos con la mitad de la plata que has juntado”
“85 vergas. ¡Increíble!” pensé; la verdad, no sabía que podía dar tanto – claro, con el traguito ese cualquiera. Con razón no quedaba un solo centímetro de mi piel que no estuviese cubierto de semen y que mi huequito se sintiese tan abierto” Con todo, quizá por la droga, no me sentía tan agotada.
“Ya puedes irte. Aquí está tu paga y tus cosas. Buen trabajo…puta” me dijo la rubia sin siquiera mirarme a los ojos.
Entonces, en un milisegundo lo pensé: “sexo, vergas, esperma sin parar, y encima de todo, con plata adicional… ¿qué piensas Claudia?”
Así que, antes que pudiera irse, tomé a la rubia por el hombro derecho y con voz firme le pregunté:
“¿Puedo quedarme un par de días más?”
Me habían convertido en una puta de prostíbulo. Y eso me gustaba.
Besos, Claudia