Muy tarde, ya era de noche. No sé porqué se me ocurre quedarme hasta esa hora en la oficina, pero el deber me llama. Finalmente, termino con los ajustes contables y la contabilidad creativa necesaria, supongo que estamos listos para la dura auditoría que nos toca mañana.
Recojo pues mi abrigo, me llevo algunos papeles para la reunión de mañana y salgo a la calle. Voy caminando hacia mi casa, como hubiese hecho cualquier otro día con la diferencia de que todo luce sumamente más siniestro a las once de la noche.
En eso, por el rabillo del ojo siento como si me estuvieran siguiendo. En efecto, detrás de mí hay dos sombras que ya hace algún tiempo que los tengo a la zaga. Trato de apurar el paso, con una inquietud, pero ellos también hacen lo mismo. En un momento decido acelerar decididamente el paso y largarme a correr, pero entre el miedo y el desconcierto doblo en la esquina que no debía, encontrándome de repente en un callejón sin salida. ¡Vaya mala pata!
Me tiro sobre la pared del callejón, entre bolsas de basura, mientras los dos sujetos, que parecen bastante fornidos, se van acercando. El corazón me empieza a latir con mayor intensidad por el miedo de lo que podría pasar.
—¡Vaya! Pues fíjate al pececillo que tan tontamente cayó en la red —dijo uno de los facinerosos.
—Bueno, chavala, ya sabés cómo es el procedimiento. Tira tu cartera y todo lo que tengas —completó el otro.
La situación ciertamente era desesperante, pues tenía en mi poder no solo mi efectivo y los plásticos, sino además estos informes que iba a necesitar mañana. ¿Por qué no los dejé en la oficina?
—Este… miren, les dejo mi cartera pero primero déjenme sacar unos papeles de trabajo que necesito para… —trato de balbucear.
—¡De eso nada! O nos das todo o no cuentas el cuento —dijo el primero de ellos, pelando de su bolsillo una amenazadora navaja.
Resignada, tiro mi cartera a sus pies, sabiendo que probablemente esto podría llegar a costarme el curro pero al menos seguiría con vida e íntegra. O eso esperaba…
—Oye —dijo el segundo, más alto— está forrada, debe tener como 300 euros aquí.
—¡Sí, quédense con todo el dinero, pero por favor denme de vuelta los papeles, que los necesito!
—¡No estás en condición de solicitar nada acá! —Bramó el primero, que parecía el cabecilla— Todo este toma y daca me impacienta, dado que apenas estamos comenzando…
El susto me nubló el razonamiento… ¿Qué quiere decir con eso de que “apenas estamos comenzando”?
—¡Por favor, llévense todo y váyanse!
—No maja, todo este bla bla no hace más que abrirme el apetito. Desvístete, y si eres lo suficientemente fea, te dejaremos ir.
Me quedo con la boca abierta, sin saber qué decir. Definitivamente, esto pintaba muy mal. Se me acerca el segundo, también con navaja en mano, y de un saque me arrebata el abrigo y luego me arranca la blusa y el vestido, a puro navajazo. Alguna habilidad tenía, pues es lo suficientemente diestro como para no cortarme a mí.
Antes de que me dé cuenta, me encuentro solamente en bombacha delante de ellos, atemorizada, esperando cómo seguiría esto.
—¿Qué dices tú, Rod? ¡Tiene unos melones de la ostia! —dice el segundo mirándome los pechos.
—Sí, sí Picha, vamos a darle y ya… Escúchanos bien perrita, si haces bien tu papel y nos satisfaces, quizás tengas alguna chance de vivir.
Sin otro particular, el llamado “Picha” me empuja hacia una esquina del callejón, repleto de porquerías y basura diversa. El miedo me atenaza, esperando lo que pasaría ahora… Rod se me acerca y me susurra al oído:
—Hace mucho que esperábamos esta oportunidad, si te portas bien te limitaremos a dejarte preñada como a una perra en celo, pero estarás viva, para cuidar a nuestra prole.
—Sí, sí, señor… —atino a decir muy temerosa.
Picha saca otra vez la navaja y corta con ella mi bombacha, quedando así completamente desnuda frente a los dos patanes. Me agarra y me coloca en cuatro, con las manos hundidas entre un montón de basura podrida. Siento como los facinerosos proceden a magrearme desde atrás, sus manos pasan por mis nalgas, mi entrepierna, me palpan bruscamente la conchita, mi agujerito anal. Pego un respingo cuando uno de ellos, creo que el tal Picha, me pellizca un pezón.
Estoy como perra sometida a ellos, esperando el primer embiste (¿de quién y en dónde?). En eso, uno de ellos me empieza a lengüetear con desparpajo las nalgas, cada vez más cerca de mi anito. Me entra un poco de temor, no estoy muy preparada por esa zona, digamos que soy virgen de esa región. La buena noticia es que si se conforman con una rápida penetración anal no correría riesgo de embarazo.
¡Plas! En eso, uno de los patanes me pega una importante nalgada que casi me hace saltar en cuatro, e inmediatamente después siento una lamida directamente en el ano, lo que se convierte en un fuerte beso negro. Me maldigo a mi misma cuando sin quererlo emito un pequeño gemido.
—¿Escuchaste Picha? En efecto, parece que está bastante deseosa la zorra esta…
Nuevamente maldigo mi debilidad, pero debo admitir que la situación de suciedad y de magreo continuo me generó algunas palpitaciones y excitación. Todavía el miedo era más fuerte, pero la repugnancia estaba dejando poco a poco paso a otra cosa…
En estas elucubraciones, siento que me escupen el ano, y con una mano empiezan a frotarlo. A continuación, una seguidilla de escupitajos en mi agujerito junto con algunas otras nalgadas, bastante fuertes por cierto; a esta altura mi cola debe estar roja como un tomate.
Oí un par de braguetas que se abren, yo estaba sin ver todavía, con la cabeza casi enterrada en la basura. “Ya llegó la hora” pienso. Un par de dedos se introducen entre mis nalgas para separarlas, pero oigo algunos murmullos de frustración, me imagino que la estrechez de mi ano los debe disuadir un poco. Pero no parecen gente que se rinda fácilmente. Prontamente unos dedos empiezan a escarbar el interior, metiéndose bien profundo en mis entrañas.
El dolor es fuerte, pero pienso para mis adentros que mejor esto que la desgracia de llevar el vástago de uno de ellos.
En un momento, siento que algo más grueso se empieza a colar por mi agujerito, ya algo dilatado por tanto manoseo. El dolor es muy fuerte, pero no tan insoportable como hubiese esperado, creo que todo el procedimiento me está empezando a generar un poco de cachondez debo decir. Oigo los gruñidos del que se hace llamar Picha, evidentemente está peleando con mi ano para poder meter su ubre de toro.
—¡Ay! Eso duele, ¡maldito degenerado! —grito.
—Escucha preciosura, es lo que te conviene, si acabamos en tu culo no hará falta que toquemos tu preciosa concha.
En eso admito que tenía razón, preferible una acabada dolorosa en mi culo y no en la vagina, con los riesgos que eso conlleva.
Empieza a acompasarse el ritmo, de ser desprolijo a pasar a algo más ordenado, a medida que mis entrañas se van adaptando a la entrada de la verga de Picha. Resoplo como puedo, pues algunos embates resultan dolorosos pero en general debo decir que un cierto gusto le encuentro a esto, y además sabiendo que con un poco de suerte esto los calmaría. Siento cómo mi entrepierna empieza mojarse un poco, ¡diablos, justo ahora me estoy calentando! Encima, mi olor a celo es muy notorio… No sé qué es lo que me agarra en ese momento, algo del morbo que me imponen los facinerosos, pero de repente deseo fervientemente que me hagan completamente suya. No solamente desde el anito, sino también desde mi conchita, sino no estaría mojándome como lo estoy haciendo ahora.
—Ah… Escuche… Ah —atino a decir— terminemos esto de una vez.
—¿A qué diablos te refieres? —dice el Picha, con su verga todavía en mi ano.
—No soporto el dolor, me gustaría sentir bien esto. Háganlo por delante.
Se interrumpe el bombeo en ese momento, los debo haber desconcertado.
—¿Estás insinuando que… —susurra el Rod.
—¡No perdamos más tiempo, atinen en donde tiene que ser! — prácticamente grito, totalmente en celo.
—¡Sucia y cochina zorra! —dice uno de ellos, ya no sé quién, junto con otras invectivas, mientras vuelve una violenta andanada de cachetazos a mis pobres nalgas.
Siento de vuelta el ano libre, y me doy vuelta, tirándome en la basura para darles la cara. Definitivamente, será este un polvo para memorar. Abro la entrepierna y con mis deditos sucios de la roña, me abro los labios vaginales, invitándolos a entrar. El llamado Picha no pierde tiempo, evidentemente está a punto de explotar, se abalanza encima mío con su verga, la cual ahora puedo ver, una cosa bastante desagradable; larga, gruesa y doblada después de la mitad. Se atina a ver un poco de líquido preseminal asomando de la uretra, y la suciedad de mi ano en su verga. Me escupe la concha con desprecio, y con un dedo desparrama su saliva por mi cavidad vaginal, lo cual me produce un escalofrío eléctrico, para luego colocar su verga en la entrada de mi caverna.
—¿Tú estás segura de esto? Nos veníamos de coña, con darte la follada en tu culo estábamos.
—¡Hagan lo que tienen que hacer, vamos! —no me reconozco en ese grito.
Siento como se me entierra su verga sucia de mis propias heces en mi interior, lo cual me lleva a las nubes al momento. No puedo detener los jadeos cuando continúa el bombeo. Lo agarro bien firme, y le meto un dedo por debajo de su pantalón para tantearle su propio culo, el cual procedo a estimular mientras me penetra casi con sadismo. La calentura del facineroso es muy fuerte, así que no tarda mucho en correrse en mi interior, recubriendo mi concha hasta mi útero de su esperma caliente. Sentir eso hace que me vuelva loca de placer y estalle en un orgasmo, tirando fluido vaginal por todos lados en el proceso, es casi como si me hubiese orinado encima. Me termino recostando en la basura, agotada, con esperma derramándose de mi conchita, pero sintiendo que algo faltó.
Evidentemente el cambio de actitud de mi parte los debe haber desconcertado a ambos, el Picha guarda su ya flácida verga en el pantalón. El Rod me mira desconcertado un segundo, analizando su jugada. Tiene una hembra completamente desnuda, claramente en celo y dispuesta, y pareciera que aún insatisfecha a pesar de su orgasmo. Creo que nunca le debe haber pasado una cosa así en su vida.
En eso, el Rod se baja completamente el pantalón y sus calzones, quedando su aparato genital al aire. Si el del Picha ya era feo, este es directamente grotesco, de magnitud considerable, sumamente venoso, y su glande luce como si estuviera partido en el medio. Realmente, es repulsivo. Pero lo peor debe ser sin duda sus testículos, dos tremendas pelotas que le colgaban del miembro, repletas de semen listo para vaciarse en mi interior.
Se acerca hacía mí, me pellizca ambos pezones con crueldad, causándome un grito.
—Te aseguro que yo sí te dejaré bien preñada, eso tenlo por seguro, perra —dice casi con desprecio.
—Vamos, ¿a qué esperas? —digo desafiante, con la emoción desbordada de lo que estaba por pasar.
Me invade el dolor cuando siento ese glande de película de terror internándose en mis paredes cavernosas. Por suerte, la lefa del Picha ayuda a la lubricación de mi chochita. Procede entonces a hacer el mete-saca continuo, cada vez más rápido, y yo noto que de vuelta mi concha se empieza a encender. Vaya, ¡así es como uno descubre que se es multi-orgásmica! El bombeo se va volviendo cada vez más intenso, y escucho los bufidos del Rod a medida que su pene se va calentando por la fricción y el placer, que debo decir es compartido. En un momento se vuelve tan intensa la cosa que se desgarra una de las bolsas de basura, descargando restos de porquerías innombrables por encima de ambos.
En esta competencia de quién acaba primero, gano yo. El orgasmo es sumamente intenso, la follada más espectacular de mi vida, y rápidamente es acompañada por un torrente lechoso de esperma que me rebalsa la concha de lo intensa que es. Le debo haber vaciado esos dos balones que tiene de testículos al hijo de puta. Quién lo diría, capaz que efectivamente me preñan, ¿quién sería el padre? Quizás los dos, vaya uno a saber.
Quedo tirada agotada en la basura, en medio de una ensoñación de placer. Los dos sujetos recogen sus ropas y las mías, y también mi preciosa cartera.
—Oigan… mi cartera, mis papeles… —digo casi son convicción.
—Perra, ¿de qué diablos hablas? Ya no estás para esos labores de pija, ahora eres una puta hecha y derecha —me espeta el Rod— Vámonos Picha, dejémosla sola acá desnuda en su callejón.
Con eso, los dos sujetos se escabullen, dejándome ahí tirada, desnuda, sin nada, en medio de un montón de basura. Mi vagina rebalsa de fluidos masculinos, oliendo muy mal por el semen y las heces de mi propio culo, contribuyendo a la mugre del lugar. No tengo fuerzas para moverme, y prontamente me quedo dormida entre la basura, a medida que en mi mente voy reviviendo lo que definitivamente fue la follada más guarra de mi vida… Un polvo así bien vale la pena por todo lo que puede pasar después.