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El abogado justiciero
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Luis Fernández —para todos Lucho—, estaba seguro de que el abogado era un marica, pero eso era positivo porque, siendo estudiante universitario no tenía dinero para pagar un abogado, y en verdad que lo necesitaba, no un abogado cualquiera sino un defensor de primera clase si quería evitar el falso cargo de haber violado a una estudiante en el campus.  Claro, ella había seguido diciendo «no, no», pero la verdad era que la perra lo había querido tanto como Lucho, con sólo mirarla Lucho podía verlo, y no había manera de que pudiera pagar la tarifa vigente de un abogado. Así que Lucho había decidido que le haría al marica una oferta que no podría rechazar.

El tipo cobraba 200 euros la hora por representar a un cliente y Lucho le iba a ofrecer al hombre la oportunidad de ir directamente a su coño hetero de semental por cada tres horas de trabajo. A Lucho nunca le habían follado antes y pensó que lo iba a odiar, pero era un trato con su abogado marica o arriesgarse a ir a la cárcel. Y mirando la forma en que lo hizo, Lucho pensó que lo más probable era que le dieran una paliza en su primera noche allí. Así que su coño iba a ser escarnecido sin importar lo que hiciera, y tenía que creer que lo pasaría mejor con su abogado maricón follándoselo que con un bloque entero de duros y cachondos criminales cada día y cada noche durante un par de años en prisión. 

Cuando Lucho hizo su propuesta, el tipo se enconó y se puso a gritar. No negó que era gay y ciertamente no negó que estaba interesado en el chico, pero empezó a decir toda esa mierda sobre la ética legal y cómo tener sexo con un cliente podría hacer que el colegio de abogados le quitara todas las licencias y no sé cuántas mierdas más. Como si a Lucho le importara un carajo esa mierda. Todo lo que Lucho quería conseguir no era otra cosa que asegurarse de no ir a la cárcel y, si agacharse y dejar que este marica se lo follara, era lo que tenía que hacer para librarse de la acusación, Lucho estaba más que feliz de hacerlo cuantas veces fuera necesario. Bueno…, tal vez no tan feliz, pero estaba más que dispuesto a hacerlo. Y si Lucho pensó que entregar su virginidad a este tipo y dejar que el maricón computara sus honorarios por trabajar en la guarida baja de Lucho y así se vendiera es porque valía la pena permanecer fuera de la cárcel, ¿qué le importaba a los demás? Él quería conseguir que su culo marica no lo follasen en la cárcel ni le depositaran en su culo el semen, —el abogado era otra cosa—. Cada quien que se ocupe de sus propios asuntos.

Lucho no tenía ni de lejos la costumbre de aceptar un "no" por respuesta cuando se empeñaba en algo, así que tampoco iba a hacerlo ahora cuando tenía tanto en juego. Por eso de modo paciente dejó que el marica terminara su discurso sobre ética legal y toda esa monserga y luego simplemente sonrió mirándolo fijamente a la cara con una mueca burlesca. Lucho bajó sus manos con los brazos hacia abajo, tomó la parte baja de su camina que tenía por fuera del pantalón y la levantó sobre sus pectorales y dijo:

— Amigo, mira, mira esto, —extendiendo una sonrisa muy perspicaz—; mira este cuerpazo, amigo. ¿Tienes idea de cuántas perras darían sus dientes para poder acariciar y jugar con este semental? Pues…, esto podría ser tuyo, amigo. Ah, pues esto no es nada. Todas las perras con las que he estado me han dicho que tengo un culo verdaderamente caliente y más de una vez he visto a otros tipos mirándomelo en las duchas. Sí, sí…, —bajando la voz— es virgen, amigo, es virgen, jamás, nunca, nadie me lo ha follado…, puedes ser el primero, ¿eh?…, sí, puedes ser el primero, puedes ser tú quien me quite la virginidad. Te dejaré follarme durante una hora, una hora entera, por cada tres horas que pases trabajando en mi caso… 

El abogado, el Dr. Andrés Alcalá, se le quedó mirando como abobado, no pensaba, solo oía lo que le decía Lucho y estaba anonadado. Lucho rompió este breve silencio de desconcierto:

— Todavía algo más que te dejaré hacer, amigo, —continuó mirando al abogado, sabiendo que lo tenía enganchado y que sólo tenía que enrolarlo en su campaña—. Te dejaré que me folles en bruto, sin ninguna protección, como sé que te gusta. Te dejaré que me folles a rabiar, amigo, que me folles como si fuera una puta perra. ¿Te gústa mi planteamiento?, ¿no? ¿No te gustaría meter tu polla dura en mi apretado agujero joven, sin estrenar, y soltar un montón de tu leche caliente de hombre lujurioso en lo profundo de mi hueco?, ¿a que sí, amigo? ¿Te gustaría? ¡Aaaah, claro que sí, amigo, claro que te gustaría, puedo verlo en tus ojos, puedo verlo en el sudor de tus manos… Apuesto a que estás ahora mismo con ganas, te pica el asiento y te ha crecido la verga solo de pensar que podrías con un sí o un de acuerdo, perforar ahora mismo mi culo, el culo de uno que se ha follado a tantas y ahora se convertiría en tuya, tu amiguita a sueldo, tu putita, tu puta de mierda, convertirías a este semental en tu puta esclava… Pues, eso que estás pensando, puedes hacerlo tuyo ya, amigo, aquí mismo y ahora mismo… Si eso es lo que quieres… si hacemos tú y yo un trato…, todo eso tienes…, y quizá hasta más. ¿Qué me dices, amigo? ¿Hacemos el trato trato?

El Dr. Andrés Alcalá Monterrubio estaba sentado en su silla retorciéndose. Su polla de 20 cm estaba tan dura dentro de sus pantalones que temía que se le corriera antes de saquear el coño apretado de Lucho Fernández. Pero, pensándolo bien, quizá no fuera tan malo. Andrés Alcalá estaba tan caliente ahora que no duraría ni tres minutos dentro de la pija virgen del chico antes de correrse. Pero si antes accedía a darle una mamada, se le quitaría un poco de su calentura, y entonces podría darle al jovenzuelo arrogante la larga y brutal cogida que el hombre quería.

Andrés Alcalá había tenido ganas de meterse en los pantalones del chico desde el momento en que el jovencito semental apareció en su oficina. Pero había planeado ir despacio, preparando el escenario, explicando cuánto costaba retener sus servicios, insinuando oblicuamente cómo el chico podría arreglárselas para proporcionar a su abogado una compensación alternativa en lugar de dinero en efectivo. Andrés Alcalá no había ido mucho más allá que explicar su tarifa por hora cuando el chico intervino y simplemente se ofreció a agacharse y dejar que su abogado se lo follara por el coño del chico a razón de una hora por cada tres horas de su trabajo de abogado.

El Dr. Alcalá había planeado sugerir una proporción de cinco a uno aunque habría estado dispuesto a llegar hasta diez a uno para meterse en los pantalones de este chico. Tres a uno era mucho mejor que lo que él mismo había esperado obtener. De hecho, era tan bueno el trato y Fernández lo había ofrecido tan rápidamente que hizo saltar las alarmas en la cabeza del abogado. Así que, receloso de una posible trampa —Lucho Fernández no era su primer cliente estudiante que había atendido al margen de sus honorarios dejando que el abogado se lo follara, había más—, es por eso que el abogado Andrés Alcalá se volvió muy cauteloso y se lanzó a un pequeño discurso sobre ética legal, queriendo ver cómo reaccionaba el chico.

Cuando Lucho respondió dejando de lado esas consideraciones y exponiendo flagrantemente su cuerpo —lo que también demostró como obvio el que no llevaba ningún micrófono escondido—, el abogado pensó que el muchacho en verdad era exactamente lo que decía y lo que el abogado había entendido, se trataba de un un atleta arrogante que estaba desesperado por obtener su representación ya que sabía que era culpable del delito del que se le acusaba. El Dr. Andrés Alcalá Monterrubio, abogado, iba a divertirse mucho con este chico. Mucha diversión. A estas alturas el abogado no pudo evitar sonreír y dijo:

— Sabes, muchacho, no hemos discutido los detalles de tu caso detenidamente pero por lo poco que me has dicho hasta ahora, puedo decir que va a requerir mucho trabajo de mi parte.

—Lo que necesito saber es si está preparado para cumplir sus obligaciones de forma continua, para que no se retrase demasiado.

La arrogante despreocupación del chico se volvió un poco más velada:

— Bueno, amigo, ¿de cuánto tiempo estamos hablando exactamente?

Respondió su abogado

— Bueno, calculo que tendré que trabajar un mínimo de tres horas diarias durante al menos dos semanas. Y, con su audiencia preliminar acercándose, puede que tenga que trabajar los fines de semana también. Las horas se sumarán rápidamente, tanto las mías como las tuyas. Para que no se desvíen demasiado, le sugiero que planee pasar por aquí todas las tardes de la semana a las 6:00 p.m. durante las próximas dos semanas. De esa manera, podrás mantener tus pagos relativamente al día. En cuanto a los fines de semana, tendremos que esperar y ver, aunque es casi seguro que también pasará por mi residencia al menos una vez cada fin de semana".

— ¿Todas las noches durante las próximas dos semanas?, —preguntó el chico, sorprendido e inquieto ante la perspectiva de que su coño fuese escarnecido tan a menudo.

— Chico, —explicó el picapleitos Andrés Alcalá suavemente—, probablemente no entiendas cuánto trabajo cuesta defenderte de cargos como los que enfrentas. Aparte de la preparación de los documentos legales que tendré que presentar, tendré que contratar a un investigador privado y, como tampoco podrás pagar su factura, me temo que tendré que doblar esos costes en la deuda general que me debes. Los preparativos necesarios antes de ir a la corte son extensos, pero asumo que no quieres que los escatime y corra el riesgo de perder tu caso, ¿verdad, muchacho?

Lucho Fernández respiró hondo y dijo sumisamente:

— No, no quiero eso; en verdad que no quiero eso.

La importancia de lo que estaba aceptando fue finalmente golpeando al chico y estaba claramente nervioso ahora. Respiró profundamente otra vez, diciendo:

— Planificaré mi vida para estar aquí todas las noches a las 6:00 p.m., a partir de mañana.

Su abogado asintió con la cabeza. Pero antes de que Lucho pudiera levantarse, su abogado volvió a hablar:

— En este momento, sin embargo, muchacho, es costumbre que un cliente potencial proporcione un anticipo por los servicios de un abogado.

— ¿Qué significa eso?, —preguntó Lucho receloso. 

— Significa —repitió su nuevo abogado, adoptando sus ojos una cualidad verdaderamente salvaje—, que deberías quitarte esa camisa y bajarte los pantalones cortos. Es hora de que descubra por mí mismo lo bueno que es ese culo del que has estado presumiendo, chico. Es hora de que hagas tu primer pago.

Tragando saliva convulsivamente, el chico se puso de pie lentamente. Con evidente reticencia bajó sus brazos, se agarró la parte inferior de la camisa y se la quitó del pecho. Luego, lentamente, se desabrochó los pantalones y los dejó caer al suelo. Un minuto después los bóxers de Lucho se les unieron allí.

— Bien, muchacho, bien, —murmuró Andrés Alcalá entraba intensamente en calor, mientras contemplaba el cuerpo desnudo de Lucho—. Date la vuelta y déjame ver tu trasero.

Cuando el chico lo hizo, Andrés Alcalá casi no pudo evitar silbar. Se descolocó ante tanta belleza. El chico realmente tenía un trasero espectacular, dos globos perfectamente redondeados, de Fina textura, sin pelos, brillantes, uniformemente coloreados como el resto del cuerpo, una raja divisoria recta que dejaba adivinar el final de su recorrido. Tanto es así que, antes de que pudiera levantarse de su silla, Andrés Alcalá inundaba sus propios calzoncillos con una copiosa carga de sus jugos seminales. El hombre tardó unos buenos cinco minutos en recuperarse de su orgasmo, durante los cuales Lucho se quedó ahí parado, mostrando su trasero a su abogado, esperando más instrucciones, sin estar seguro de lo que estaba pasando. 

Andrés Alcalá no podía creer que se hubiera corrido de esa manera. No recordaba la última vez que tuvo un orgasmo espontáneo con sólo mirar el culo de otro tipo, pero el hecho de que, aún estaba algo embarazoso, le pareció que era un buen augurio para la próxima desfloración del coño virgen de Lucho Fernández. Ahora Andrés Alcalá podría tomarse su tiempo para follarse al chico; ahora podría alargar su asalto inicial y disfrutar de verdad reventando la virginidad del chico y echarla definitivamente a la puta mierda.

Don Andrés Alcalá, habiendo perdido su talante señorial, se levantó, se quitó los zapatos y los calcetines, se bajó los pantalones y sus calzoncillos empapados de semen, se puso a caminar detrás del chico, se alegró de ver el brillo de sudor cubriendo el cuerpo desnudo y brillante del muchacho ahora. Quería que el chico estuviera nervioso, quería que se asustara. Una vez que estuvo detrás del adolescente, Andrés Alcalá se agachó y por detrás de su entrepierna metió su mano por el perineo hasta tocar suavemente el agujero del chico, provocando en él un aullido de sorpresa y susto del ya no tan arrogante deportista.

— Esto va a ser divertid, —pensó—. Esto va a ser muy divertido, —se le escapó decir al oído de joven.

Agarrando al chico por los hombros, caminó hacia él y el propio abogado lo maniobró hasta el escritorio, lo dobló sobre él hasta que el pecho del muchacho quedó plano contra la tapa de madera pulida. Ya se había tirado a varios clientes así muchas veces, pero Andrés Alcalá estaba seguro de que esta sería una de sus folladas más memorables. Entonces, levantándose, sin perder tiempo en preparar el coño del chico para la dolorosa invasión que estaba a punto de recibir, se abalanzó hacia delante y enterró su polla de 20 cm. en una sola estocada en lo más profundo, del muchacho quedando las bolas aplastadas entre el pubis y los cachetes junto al agujero anal del muchacho. El chico recompensó los esfuerzos de su abogado aullando en agonía.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, estaba el abogando follando su segunda ronda en aquel agujero de recién perdida virginidad, lo follaba con tal violencia y brutalidad que el muchacho sudaba y soltaba sudor salpicado al suelo con cada embate que le daba el abogado a su ya totalmente brutalizado cagadero, Andrés Alcalá estaba en el séptimo cielo. Lucho Fernández tenía, sin lugar a dudas, el agujero más estrecho y caliente que el hombre se había tirado en toda supura vida. Este caso iba a ser un placer trabajar en él. Al menos para él, aunque probablemente no para Lucho, que había estado llorando sin parar durante la última media hora. Pero eso fue seguro lo mejor para él.

Después de todo, el letrado Andrés Alcalá Monterrubio era un abogado defensor de primer nivel y, con toda probabilidad, conseguiría que el chico fuera absuelto de los cargos que se le imputaban, aunque fuera culpable de un pecado, algo que el chico había admitido mientras su abogado se estaba follando el coño del muchacho. Era esta una técnica que picapleitos Andrés Alcalá había perfeccionado desde hacía mucho tiempo o o una norma del buen abogado: «si quieres que tu cliente te diga la verdad, interrógalo mientras le das un golpe fuerte, follándolo sin darle tiempo a pensar, sacándosela del todo y volviéndola a meter rabiosamente por sus maltrechos y magullados labios de coño una y otra vez. Una vez que el cliente se dé cuenta de que no se detendrá hasta que diga toda la verdad, es increíble lo rápido que un culpable admite su culpabilidad».

Lucho Fernández, ansioso de que la experiencia más dolorosa de su joven vida terminara lo más rápido posible, sin siquiera darse cuenta de que su abogado le engañaría todos los días a partir de ahora, le iba a hacer pagar debidamente los emolumentos correspondientes a sus servicios.

Por supuesto, incluso después de su confesión entre gemidos y lágrimas, Andrés Alcalá seguía planificando y preparando la defensa para que el chico fuera absuelto. Después de todo, era un abogado y para eso le pagaban. Pero iba a asegurarse de que antes de hacerlo, Lucho Fernández comprendiera personal e íntimamente de cómo se sentía el ser violado y abusado; además iba a adquirir el conocimiento de cómo eso junto con el miedo a tener que soportarlo de nuevo, tendría un efecto corrector cada vez que Lucho pensara obligar a otra chica a someterse a sus pasiones.

Lucho Fernández iba a ser absuelto, pero definitivamente no iba a escapar al castigo. Su abogado se encargaría de ello. Después de todo, era un oficial del tribunal y estaba encargado de que se hiciera justicia.

¡Cuán grato es servir a los fines de la justicia y a la vez tan personalmente placentero. Al menos lo sería para él, si no lo era para su cliente era problema suyo. Al menos iba a ser muy placentero para Andrés Alcalá Monterrubio, Eso compensa el denodado esfuerzo que se hace para servir a la justicia.

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